It (Eso) – Stephen King

—¡Maldita, deja en paz a Bill! —chilló.

Un momento después, una mano le golpeaba la espalda con tanta fuerza que estuvo a punto de caer. Era Richie. Aunque le corrían las lágrimas por las mejillas, Richie sonreía como un loco. Las comisuras de la boca parecían llegarle casi a las orejas. Entre los dientes se filtraba un poco de saliva.

—¡Déjala, Parva! —ordenó—. ¡Chüd! ¡Chüd!

¿Déjala? —pensó Ben, estúpidamente—. ¿Habla como si fuera hembra?

Y en voz alta:

—Bueno, pero ¿qué es eso? ¿Qué es Chüd?

—¡Qué coño sé yo! —chilló Richie. Corrió hacia Bill y quedó bajo la sombra de Eso.

Eso se había bajado sobre las patas traseras. Las delanteras manoteaban el aire sobre la cabeza de Bill. Y Stan Uris, obligado a aproximarse, forzado a aproximarse a pesar de todos sus instintos, su mente y su cuerpo, vio que Bill mantenía la vista fija en Eso, en sus inhumanos ojos naranja, ojos de los que brotaba esa horrible luz cadavérica. Se detuvo, comprendiendo que había comenzado el rito de Chüd, fuera lo que fuese.

2

Bill en el vacío, antes

—¿quién eres y por qué vienes a Mí?

Soy Bill Denbrough. Ya sabes quién soy y por qué he venido. Mataste a mi hermano y he venido a matarte. Te equivocaste al elegirlo a él, hija de puta.

—soy eterna, soy la Devoradora de Mundos.

—¿Ah, sí? ¿En serio? Bueno, se te acabó la comida, hermana.

—tú no tienes poder; el poder está aquí, siente el poder, mocoso, y después veremos si vuelves a hablar de matar a la Eterna. ¿Crees verme a mí? ¡Ven, entonces! ¡Ven, mocoso! ¡Ven!

Arrojado…

(castiga)

No, arrojado no, disparado, disparado como una bala humana, como la Bala Humana del circo que llegaba a Derry en mayo todos los años. Se vio levantado y lanzado al otro lado de la cámara. ¡Esto sólo ocurre en mi mente, aulló para sí. Mi cuerpo sigue allí, de pie, cara a cara con Eso, sé valiente, es sólo un truco mental, sé valiente, sé firme, resiste, resiste…

(exhausto)

Hacia adelante, rugiendo, disparado por un túnel negro y chorreante de azulejos desmigajados que tendrían cincuenta años de antigüedad, cien, mil, un millón de billones, tal vez, volando en mortífero silencio por intersecciones, algunas iluminadas por ese fuego verde-amarillento, retorcido, y otras por globos relumbrantes llenos de una fantasmagórica luz blanca, y otros muertos y negros. Fue arrojado a una velocidad de mil quinientos kilómetros por hora, pasando junto a un montón de huesos, algunos humanos, otros no, como un dardo propulsado por cohetes por un túnel de viento, que ahora iba hacia arriba, pero no hacia la luz, sino hacia la oscuridad, una oscuridad titánica

(el poste)

y estalló hacia fuera, hacia una negrura total, la negrura era todo, la negrura era el cosmos y el universo y el suelo de la negrura era duro, duro, era como ebonita pulida, y él se deslizaba sobre el pecho y el vientre y los muslos como un peso en una lanzadera. Estaba en el suelo del salón de baile de la eternidad, y la eternidad era negra.

(tosco y recto)

—basta ya, ¿por qué dices eso? Eso no te ayudará, niño estúpido.

¡e insiste, infausto, que ha visto a los espectros!

—¡basta ya!

¡castiga exhausto el poste tosco y recto e insiste infausto que ha visto a los espectros!

—¡basta ya! ¡basta! exijo, ordeno, que termines ya.

No te gusta, ¿verdad?

Y piensa: Si pudiera al menos decirlo en voz alta, decirlo sin tartamudear, podría romper esta ilusión…

—esto no es una ilusión, niñito estúpido; es la eternidad, Mi eternidad, y estás perdido en ella, perdido para siempre. Nunca hallarás el camino de regreso; ahora eres eterno y estás condenado a vagar en la negrura… después de que me hayas visto cara a cara, claro.

Pero allí había algo más. Bill lo percibía, lo sentía, hasta podía olerlo. Una gran presencia hacia delante, en la oscuridad. Una Forma. No sintió miedo, sino un respeto sobrecogedor. Aquello era un poder que empequeñecía el poder de Eso y Bill sólo tuvo tiempo de pensar, incoherente: Por favor, por favor, seas quien seas, recuerda que soy muy pequeño…

Voló hacia aquello y vio que se trataba de una gigantesca Tortuga con el caparazón blindado de muchos colores deslumbrantes. Su antiquísima cabeza de reptil asomó lentamente y Bill creyó sentir una vaga sorpresa despectiva por parte de la cosa que lo había arrojado hasta allí. Los ojos de la Tortuga eran bondadosos. Bill se dijo que era lo más antiguo que uno pudiese imaginar, muchísimo más antigua que Eso, que aseguraba ser eterna.

—¿Qué eres tú?

Soy la Tortuga, hijo. Yo hice el universo, pero no me culpes por eso, por favor; me dolía la barriga.

—¡Ayúdame, por favor! ¡Ayúdame!

En estas cosas no tengo nada que ver.

—Mi hermano…

Tiene su propio lugar en el macrocosmos, la energía es eterna, como ha de comprender hasta un niño como tú.

Ahora la Tortuga estaba quedando atrás; aun a esa tremenda velocidad de deslizamiento, su flanco blindado parecía prolongarse interminablemente a su derecha. Pensó, vagamente, en un tren que pasara en dirección opuesta al suyo, un tren tan largo que, al cabo, parece estar quieto o hasta marchar hacia atrás. Aún podía oír el parloteo y los zumbidos de Eso: su voz aguda, furiosa, inhumana, llena de loco odio. Pero cuando habló la Tortuga, la voz de Eso quedó completamente borrada. La Tortuga hablaba en la mente de Bill y Bill comprendió, de algún modo, que aún había «Otro» y que ese Otro Definitivo habitaba un vacío más allá de éste. Ese Otro Definitivo era, tal vez, el creador de la Tortuga, que sólo sabía observar, y de Eso, que sólo sabía comer. Ese Otro era una fuerza más allá del universo, un poder más allá de todos los otros poderes, el autor de todo lo que era.

Y de pronto creyó entender: Eso quería arrojarlo a través de alguna muralla, en el fin del universo, hacia otro lugar

(lo que la vieja Tortuga llamaba macrocosmos)

donde vivía realmente Eso, donde existía como médula titánica y refulgente que podía no ser más que una pequeñísima mota en la mente de eso Otro; Bill vería a Eso desnudo, una fuerza destructiva y sin forma y quedaría misericordiosamente aniquilado o viviría por siempre, demente pero consciente dentro del ser de Eso, homicida, infinito e informe.

¡Por favor, ayúdame! ¡Por los otros!

—Debes ayudarte a ti mismo, hijo.

Pero ¿cómo? ¡Dime, por favor! ¿Cómo, cómo, CÓMO?

Había llegado ya a la altura de las patas traseras de la Tortuga, densamente escamadas. Tuvo tiempo para observar su carne titánica, pero viejísima. Tuvo tiempo de maravillarse ante sus gruesas uñas, que eran de un extraño color amarillo azulado; en cada una nadaban galaxias enteras.

Por favor, tú eres buena, siento y creo que eres buena y te lo estoy suplicando. ¿No vas a ayudarme?

—Tú ya lo sabes. No tienes sino Chüd y a tus amigos.

Por favor, oh, por favor.

—Hijo, tienes que golpear exhausto el poste tosco y recto e insistir infausto que has visto a los espectros…, es todo lo que puedo decirte. Una vez te metes en una mierda cosmológica como ésta, tienes que tirar el manual de instrucciones.

Se dio cuenta de que la voz de la Tortuga estaba desapareciendo. Ya la había dejado atrás, disparado a una oscuridad más profunda que lo profundo. La voz de la Tortuga estaba siendo sofocada, superada, por la voz alegre y parloteante de la Cosa que lo había arrojado hacia ese vacío negro: la voz de la Araña, de Eso.

—¿qué te parece esto, amiguito? ¿te gusta? ¿le das una buena puntuación porque tiene un ritmo muy bailable? ¿puedes sujetarlo con las amígdalas y sacudirlo a derecha e izquierda? ¿te ha gustado mi amiga la Tortuga? yo creía que esa vieja estúpida había muerto hacía años y para qué te sirvió, lo mismo hubiera dado. ¿creíste que podía ayudarte?

—no no no castiga exhausto no c-c-cast-t-t-t- no

—¡basta de cháchara! hay poco tiempo; hablemos mientras sea posible, háblame de ti, amiguito… dime, ¿te gusta la fría oscuridad de aquí fuera? ¿estás disfrutando de este recorrido por la nada que se extiende Afuera? ¡ya verás cuando pases al otro lado, amiguito! ¡ya verás cuando cruces a donde estoy yo! ¡espera! ¡espera a ver los fuegos fatuos! los verás y te volverás loco… pero vivirás… y seguirás viviendo… dentro de ellos… dentro de Mí.

Eso aullaba de venenosa risa y Bill notó que su voz empezaba a borrarse y a crecer, como si él estuviera, a un tiempo, alejándose de su alcance… y precipitándose hacia él. ¿Y no era eso, exactamente, lo que estaba ocurriendo? Tuvo la impresión de que así era. Porque, si bien las voces mantenían una sincronización perfecta, la que en ese momento estaba más cerca era totalmente extraña; pronunciaba sílabas que ninguna lengua, ninguna garganta humana podía reproducir. Bill se dijo que era la voz de los fuegos fatuos.

—queda poco tiempo; hablemos mientras podamos.

Su voz humana se borraba como se borran las emisoras de radio de Bangor cuando uno viaja en coche hacia el sur. Bill se llenó de un terror intenso, quemante. Muy pronto estaría más allá de toda comunicación cuerda con Eso… y una parte de él comprendía que, a pesar de toda la risa, de su extraña alegría, Eso no deseaba otra cosa. No le bastaba con enviarlo al sitio donde estaba, cualquiera que fuese, sino que necesitaba romper la comunicación mental. Si eso se interrumpía, Bill sería totalmente aniquilado. Quedar sin comunicación era quedar sin salvación; él lo sabía por la forma en que sus padres se habían comportado con él a partir de la muerte de George. Era la única lección aprendida de esa frialdad de nevera.

Distanciarse de Eso… y aproximarse a Eso. Pero el distanciarse era, de algún modo, más importante. Si Eso quería comer niños allá afuera, o chuparlos o lo que fuera, ¿por qué no los enviaba a todos allá? ¿Por qué sólo a él?

Porque Eso tenía que deshacerse de su yo-Araña, por eso. De algún modo, el Eso Araña y el Eso de los fuegos fatuos estaban vinculados. Aquello que vivía en la negrura podía ser invulnerable cuando estaba allí, pero Eso también estaba en la tierra, debajo de Derry, con una forma física. Por repulsiva que resultara, en Derry era física… y lo físico se podía matar.

Bill resbalaba en la oscuridad a velocidad siempre creciente. ¿Por qué será que toda esa charla me parece sólo una amenaza hueca? ¿Cómo es posible?, pensaba.

Creyó comprender cómo… quizá.

«Sólo hay Chüd», había dicho la Tortuga. ¿Y si eso fuera Chüd? ¿Y si acaso se habían mordido profundamente las lenguas, no en lo físico sino en lo mental, en lo espiritual? ¿Y si, en el caso de que Eso arrojara a Bill al vacío, hacia su yo eterno e incorpóreo, el rito hubiera terminado? Eso se habría liberado de él, lo mataría y lo ganaría todo, al mismo tiempo.

—lo estás haciendo bien, hijo, pero muy pronto será demasiado tarde.

¡Está asustada! ¡Eso me tiene miedo! ¡Nos tiene miedo a todos!

Resbalaba, seguía resbalando y allá adelante había un muro, lo sintió, lo percibió en la oscuridad, el muro del límite final y más allá la otra forma, los fuegos fatuos…

no me hables, hijo, y no hables contigo mismo; así estás desprendiéndote, muerde si te atreves, si quieres, si puedes ser valiente, si puedes soportarlo… ¡muerde, hijo!

Bill mordió con fuerza; no con sus dientes, sino con la dentadura de su mente.

Bajando la voz a un registro más grave (en realidad, adoptó la voz de su padre, aunque se iría a la tumba sin saberlo; algunos secretos nunca se saben y probablemente es mejor así), gritó:

¡GOLPEA EXHAUSTO EL POSTE TOSCO Y RECTO E INSISTE INFAUSTO QUE HA VISTO A LOS ESPECTROS! ¡AHORA SUÉLTAME!

Sintió en su mente el grito de Eso, un alarido de rabia frustrada y arrogante…, pero también era un alarido de miedo y dolor. Eso no estaba habituada a ser derrotada; nunca le había ocurrido semejante cosa y hasta los momentos más recientes de su existencia, tampoco había sospechado que fuera posible.

Bill la sintió debatiéndose; ya no tiraba de él: empujaba, tratando de apartarlo.

—¡GOLPEA EXHAUSTO EL POSTE TOSCO Y RECTO, HE DICHO!

—¡BASTA!

—¡LLÉVAME DE VUELTA! ¡TIENES QUE HACERLO! ¡YO LO ORDENO! ¡LO EXIJO!

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