It (Eso) – Stephen King

Empezó a pedalear con fiereza. Al principio resultó difícil. Silver se balanceaba peligrosamente y el peso de Audra aumentaba el desequilibrio. Sin embargo, ella debía de estar haciendo algún movimiento inconsciente para equilibrarse; de lo contrario ya se habrían estrellado. Bill se irguió sobre los pedales sujetando el manillar con firmeza, la cabeza hacia el firmamento, los ojos entrecerrados.

Nos vamos a hacer papilla contra la calzada, nos partiremos la crisma…

(No, nada de eso; vamos Bill, vamos Bill, lánzate sin vacilar).

Se irguió más sobre los pedales haciéndolos girar, lamentando cada cigarrillo que había fumado en los últimos veinte años. ¡Al infierno con eso también!, pensó, y un arrebato de loco entusiasmo le hizo sonreír.

Los naipes, que hasta entonces habían estado disparando tiros aislados, empezaron a acelerar su click-clock. Eran naipes nuevos y sonaban con estrépito. Bill sintió el primer toque de la brisa en su calva y sonrió con entusiasmo. Esta brisa la provoco yo —pensó—. La provoco accionando estos malditos pedales.

Se acercaba a la señal de STOP del extremo de la calle. Bill empezó a frenar… y de pronto (con una sonrisa de oreja a oreja) volvió a pedalear con fuerza.

Saltándose el STOP, Bill Denbrough giró a la izquierda enfilando Upper Main por encima del parque Bassey. Una vez más, el peso de Audra le hizo calcular mal y estuvieron a punto de estrellarse. La bicicleta se tambaleó, pero volvió a recuperar la vertical. La brisa era más potente y le refrescaba el sudor de la frente, resonando en sus oídos con un ruido embriagador, parecido al del océano que se oye dentro de las conchas marinas, aunque en realidad no se parecía a nada de este mundo. Tal vez era un ruido con el que el chico del patinete estaba familiarizado. Pero perderás contacto con él, chico —pensó—. Las cosas cambian. Es un truco sucio para el que debes prepararte.

Pedaleando con más potencia, encontró un equilibrio más seguro en la velocidad. Vio las ruinas de Paul Bunyan, como un coloso caído. Bill gritó:

—Haí-oh, Silver, ¡ARREEEEE!

Las manos de Audra ciñeron su cintura. Bill pedaleó más rápido, riendo a todo pulmón. Cuando pasó por el parque Bassey, la gente se volvió para mirarlo.

Upper Main empezaba a inclinarse hacia el centro de la ciudad en un ángulo más pronunciado. Una voz interior le susurró que, si no frenaba, pronto le sería imposible hacerlo: se precipitaría hacia los socavados escombros de la triple intersección como un murciélago salido del infierno y ambos se matarían.

Pero en vez de frenar, pedaleó con más fuerza. Ya volaba por la cuesta de Main Street, ya divisaba las barreras blancas y naranja, las calderas con sus fantasmagóricas llamas marcando el borde del socavón, ya veía los restos de los edificios que brotaban de las calles como imaginados por un loco.

—Haí-oh, Silver, ¡ARREEEEE! —gritó Bill Denbrough, delirante.

Y se precipitó colina abajo, captando por última vez que Derry era su ciudad, consciente, sobre todo, de estar vivo bajo un cielo de verdad, y de que todo era como deseaba, deseaba, deseaba.

Montado en Silver, descendió por la colina como alma que lleva el diablo

6

marchándote.

Así que te vas y hay un impulso de mirar atrás, de mirar atrás sólo una vez mientras se extingue el crepúsculo para ver ese severo horizonte de Nueva Inglaterra por última vez. Las cúpulas, la torre-depósito, Paul Bunyan con su hacha al hombro. Pero tal vez no sea buena idea mirar atrás, así lo dicen todas las leyendas. Recuerda a la mujer de Lot. Es mejor no mirar atrás. Es mejor creer que habrá finales felices en todas partes. Y bien puede ser así. ¿Quién puede decir que no existen los finales felices? No todos los barcos que se pierden en la oscuridad desaparecen para siempre; si algo enseña la vida, al fin de cuentas, es que, a fuerza de abundar los finales felices, es preciso poner en duda la racionalidad de quien no cree que Dios exista.

Te vas rápidamente cuando el sol empieza a descender, piensa en este sueño. Eso es lo que haces. Y si te permites un último pensamiento, tal vez piensas en fantasmas… en los fantasmas de unos niños formados en círculo, de pie en el agua al atardecer, cogidos de la mano, jóvenes las caras, sí, pero recias… tan recias que pueden dar vida a las personas en que se han de convertir, tan recias que comprenden, quizá, que aquellas personas en las cuales se han de convertir deben necesariamente dar vida a las personas que fueron. El círculo se cierra y la rueda gira, y a eso se reduce todo.

No hace falta mirar atrás para ver a esos niños; una parte de tu mente los verá siempre, vivirá con ellos para siempre, amará con ellos para siempre. No son, necesariamente, la mejor parte de ti, pero alguna vez fueron el depósito de todo lo que podías llegara ser.

Os quiero, niños. Cuánto os quiero.

Por eso aléjate pronto, aléjate pronto, mientras la última luz se escurre, pon distancia entre tú y Derry, entre tú y los recuerdos, pero no entre tú y el deseo. Eso queda: el reluciente camafeo de todo lo que fuimos y creímos cuando niños, de todo cuanto brillaba en nuestros ojos, aún cuando estábamos perdidos y el viento soplaba en la noche.

Pon distancia y trata de mantener la sonrisa. Sintoniza un rock and roll en la radio y ve hacia toda la vida que existe con todo el valor que puedas reunir y toda la fe que logres invocar. Sé leal, sé valiente, aguanta.

El resto es oscuridad.

7

—¡Eh!

—¡Eh, señor, cuidado…!

—¡Apártate!

—Ese idiota se va a…

Las palabras pasaron llevadas por el viento, carentes de significado, como estandartes sueltos en la brisa o globos sin atadura. Allí estaban ya las barreras; Bill percibió el olor a queroseno de las señales. Vio un oscuro bostezo allí donde había estado la calle; oyó el agua malhumorada que corría abajo, en la enredada penumbra, y el ruido le hizo reír.

Desvió a Silver hacia la izquierda, tan cerca de las barreras que la pernera de sus vaqueros llegó a rozar una de ellas. Las ruedas de Silver estaban a menos de ocho centímetros del espacio vacío en que terminaba el alquitrán y se estaba quedando sin espacio para maniobrar. Más allá, el agua había erosionado toda la calzada y la mitad de la acera frente a la joyería de Cash. Lo poco que restaba de la acera estaba cerrado por vallas.

—¿Bill? —Era la voz de Audra, aturdida, algo gangosa, como si acabara de despertar de un sueño profundo—. ¿Dónde estamos, Bill? ¿Qué estás haciendo?

—¡Haí-oh, Silver! —gritó Bill, dirigiendo a Silver contra la valla que sobresalía en ángulo recto desde la vidriera vacía de Cash—. ¡HAIOH, SILVER!, ¡ARREEEEE!

Silver dio contra la barrera a más de sesenta kilómetros por hora y la hizo volar: la tabla en una dirección, los dos soportes en otra. Audra dio un grito y se apretó contra Bill con tanta fuerza que lo dejó sin aliento. Por las calles Main, Kansas y Canal, la gente se había detenido a mirar en los portales y aceras.

Silver salió disparada por el puente de la acera socavada. Bill sintió que su cadera y su rodilla izquierda raspaban la pared de la joyería. La rueda de Silver se hundió de pronto, haciéndole comprender que la acera se derrumbaba tras ellos…

…y entonces la bicicleta los llevó otra vez a terreno sólido. Bill giró para esquivar un cubo de la basura volcado y volvió a salir a la calle. Se oyó un chirriar de frenos. Vio el morro de un pesado camión que se acercaba pero aun así no pudo dejar de reír. Cruzó el espacio que el pesado vehículo ocuparía sólo un segundo después. ¡Joder, había tiempo de sobra!

Aullando, con los ojos vertiendo lágrimas, Bill hizo sonar la bocina, oyendo aquellos roncos bramidos que ardían como brasa en la luz del día.

—¡Bill! ¡Nos vamos a matar! —gritó Audra. Había terror en su voz, pero también diversión.

Bill siguió pedaleando. Audra se inclinaba con él facilitándole el equilibrio, ayudando a que los dos existieran con la bicicleta, al menos por ese momento breve y compacto, como tres seres vivos.

—¿Te parece? —gritó él.

—¡Estoy segura! —Y entonces ella cerró la mano sobre su entrepierna, donde había una ardiente y alegre erección—. ¡Pero no pares!

De cualquier modo, la decisión no estaba en manos de Bill. La velocidad de Silver estaba aumentando en Up-Mile Hill; el cerrado tableteo de los naipes volvía a reducirse a simples disparos. Bill se detuvo y se volvió hacia ella. Estaba pálida, asustada y confusa, pero despierta, despierta y riendo.

—Audra —dijo él, riendo con ella.

La ayudó a bajar de Silver. Apoyó la bicicleta contra un muro de ladrillo y abrazó a su mujer. Le besó la frente, los ojos, las mejillas, la boca, el cuello, los pechos.

Ella lo estrechaba.

—¿Qué ha pasado, Bill? Recuerdo haber bajado del avión en Bangor. A partir de entonces no recuerdo absolutamente nada. ¿Estás bien?

—Sí.

—¿Y yo?

—También… Ahora.

Ella se apartó para mirarlo.

—Bill, ¿todavía tartamudeas?

—No —dijo Bill y la besó—. Mi tartamudez ha desaparecido.

—¿Para siempre?

—Sí. Creo que esta vez es para siempre.

—¿Dijiste algo sobre rock and roll?

—No lo sé. ¿Dije algo?

—Te amo —repuso ella.

Él asintió, sonriendo. La sonrisa le daba aspecto muy joven, con calva o sin ella.

—Yo también te amo —dijo—. Y eso es lo único que cuenta.

8

Despierta de ese sueño sin poder recordar exactamente qué era. No recuerda nada, salvo el simple hecho de haber soñado que era niño otra vez. Toca la suave espalda de su mujer, que duerme a su lado y sueña sus propios sueños. Piensa que es bueno ser niño, pero que también es bueno ser adulto y poder analizar el misterio de la infancia… sus convicciones y sus deseos. Algún día escribiré sobre todo eso, piensa, pero sabe que es sólo un pensamiento de amanecer, un pensamiento posterior al sueño. No obstante, es bonito pensarlo por un rato, en el límpido silencio de la mañana: pensar que la infancia tiene sus propios secretos dulces y que confirma la mortalidad y que la mortalidad define todo el valor y el amor. Pensar que lo que has mirado adelante también tienes que mirarlo atrás y que cada vida hace su propia limitación de la inmortalidad: una rueda.

Al menos, eso es lo que Bill Denbrough piensa a veces, en esas horas tempranas de la mañana, después de soñar, cuando casi recuerda su infancia y a los amigos con quienes la compartió.

Este libro se empezó a escribir en Bangor,

Maine el 9 de septiembre de 1981,

y fue completado en Bangor,

Maine el 28 de diciembre de 1985.

* * *

STEPHEN KING, nacido en Portland, Maine, Estados Unidos, 21 de septiembre de 1947 es un escritor estadounidense conocido por sus novelas de terror. Los libros de King han estado muy a menudo en las listas de superventas. En 2003 recibió el National Book Award por su trayectoria y contribución a las letras estadounidenses, el cual fue otorgado por la National Book Foundation.

King, además, ha escrito obras que no corresponden al género de terror, incluyendo las novelas Different Seasons, El pasillo de la muerte, Los ojos del dragón, Corazones en Atlántida, 11/22/63 y su autodenominada magnum opus, La Torre Oscura. Durante un período utilizó los seudónimos Richard Bachman y John Swithen.

NOTAS

[1] En el original, IT. Los protagonistas transforman el artículo neutro en nombre propio para nombrar a la fuerza misteriosa contra la que se enfrentan (N. de la T.)

[2] Telaraña.

[3] Nombre que dan los judíos a los que no pertenecen a su raza o religión. Family Feud es un programa de la televisión norteamericana similar al que se emite en algunos países hispanos con los nombres de Todo queda en casa o Juguemos en familia (N. de la T.)

[4] Las editoriales norteamericanas acostumbran publicar las obras primero en ediciones caras de tapa dura y algo más tarde en edición de bolsillo. (N. de la T.)

[5] El autor ha construido el nombre del personaje mediante un juego de palabras, Kinki hace referencia a las características del vello púbico; Briefcase, al maletín del ejecutivo. (N. de la T.)

[6] Baboso. (N. de la T.)

[7] Siglas del Partido Demócrata que significan Dear Old Party (Viejo y Querido Partido). El autor hace un juego de palabras llamándolo Dead Old Party (Viejo Partido de Difuntos) (N. de la T.)

[8] Barrens, en inglés, significa áridos, yermos. (N. de la T.)

[9] Eructo. (N. de la T.)

[10] Analgésico para dolores menstruales. (N. de la T.)

[11] Juego de palabras cambiando New, nuevo, por Jew, judío. (N. de la T.)

[12] Conejo.

[13] Carretera peligrosa.

[14] Tu pelo es fuego de invierno, / rescoldo de enero. / Allí arde también mi corazón.

[15] El pato Lucas.

[16] The blackboard Jungle.

[17] De la serie de televisión Los tres chiflados (The three stoges).

[18] Personaje de la factoría Disney, del grupo de Donald. Un pato rico y viejo aún más avaro que el Tío Gilito.

[19] Spot, mancha o lugar.

[20] Protagonistas de la serie de televisión Los tres chiflados.

[21] De la serie de televisión Dragnet.

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