It (Eso) – Stephen King

Bebió lo que quedaba de zumo.

—Cuando tartamudeé al decir «preguntaras», hace un minuto, fue la primera vez en veintiún años, tal vez. —Miró a Audra—. Primero las cicatrices. Después, el t-tar-tartamudeo. ¿Lo ves?

—¡Lo estás haciendo a propósito! —protestó ella, muy asustada.

—No. Supongo que no hay modo de convencer a nadie, pero es cierto. El tartamudeo es algo curioso, Audra. Fantasmal. Por una parte, ni siquiera te das cuenta de que lo haces. Pero… también es algo que se oye en la mente. Es como si una parte de tu cabeza funcionara un segundo adelantada al resto. O como esos sistemas de reverberación que los chicos solían poner en sus cacharros en la década del cincuenta, en que el sonido de la bocina de atrás surgía una fracción de segundo después que en la de adelante.

Se levantó para caminar por la habitación, inquieto. Se le veía cansado. Audra pensó, con cierta inquietud, en lo mucho que había trabajado en los últimos trece años, como si pudiera justificar su moderado talento con un furioso ritmo de trabajo, casi sin pausa. Se encontró dando vueltas a una idea muy inquietante. Trató de borrarla, pero no pudo. ¿Y si la llamada hubiera sido a Ralph Foster, desde la Plow and Barrow, para invitar a Bill a jugar a los pulsos o al backgammon por una hora? ¿O tal vez de Freddie Firestone, el productor de El desván, por algún problema? Hasta una llamada equivocada.

¿A qué la llevaban esos pensamientos?

Vaya, pues a la idea de que todo ese asunto de Derry y Mike Hanlon no era sino una alucinación. Una alucinación provocada por un principio de colapso nervioso.

Pero las cicatrices, Audra, ¿cómo explicas lo de las cicatrices? Él tiene razón. No estaban allí… y ahora están. Eso es cierto y tú lo sabes.

—Cuéntame el resto —dijo—. ¿Quién mató a tu hermano George? ¿Qué hicieron tú y esos otros niños? ¿Qué prometieron?

Bill se acercó para arrodillarse delante de ella, como un pretendiente formal a punto de declararse, y le cogió las manos.

—Creo que podría decírtelo —empezó, suavemente—. Creo que, si en verdad quisiera, podría. La mayor parte no la recuerdo siquiera ahora, pero una vez que comenzara a hablar, surgiría. Puedo sentir que esos recuerdos… esperan el momento de nacer. Son como nubes llenas de lluvia. Sólo que esta lluvia sería muy sucia. Las plantas que brotaran después de una lluvia así serían monstruos. Tal vez pueda afrontarlo ahora con los otros…

—¿Están enterados?

—Mike dice que los llamó a todos. Cree que irán todos… salvo Stan, tal vez. Dijo que Stan había hablado de un modo extraño.

—A mí todo esto me parece extraño. Me estás asustando mucho, Bill.

—Lo siento —dijo él. La besó. Era como recibir un beso de un perfecto desconocido. Audra descubrió que odiaba a ese tal Mike Hanlon—. Me pareció mejor explicar todo lo que pudiera. Me pareció que era preferible a fugarse sigilosamente, en medio de la noche. Supongo que algunos de los otros lo harán así. Pero tengo que ir. Y creo que Stan irá, aunque haya hablado de un modo extraño. O tal vez es sólo porque a mí me parece imposible no acudir.

—¿Por lo de tu hermano?

Bill sacudió lentamente la cabeza.

—Podría decirte que sí, pero sería una mentira. Lo quería. Sé que ha de sonarte extraño, pues acabo de decirte que llevaba veinte años sin pensar en él, pero quería endiabladamente a ese chico. —Sonrió un poquito—. Era un ciclón, pero yo lo quería, ¿sabes?

Audra, que tenía una hermana menor, asintió.

—Lo sé.

—Pero no es por George. No puedo explicar de qué se trata. Es… —Contempló la niebla matinal por la ventana—. Me siento como el pájaro ha de sentirse cuando llega el otoño y él sabe… sabe, de algún modo, que debe volar a su terruño. Es instinto, nena… Y creo que el instinto es el esqueleto que sostiene todas nuestras ideas sobre el libre albedrío. A menos que estés dispuesto a darte a las drogas, a tragarte el revólver o a caminar largamente por un muelle corto, no puedes decir que no a algunas cosas. No puedes impedir que pasen, así como no puedes estar en el campo de béisbol con un bate en la mano y dejar que la pelota te golpee. Tengo que irme. Esa promesa… la tengo en la mente como un anz-z-z-zuelo.

Ella se levantó para acercarse cuidadosamente, se sentía muy frágil, como si pudiera romperse. Le puso una mano en el hombro para hacerlo girar hacia ella.

Y dijo:

—Entonces llévame contigo.

La expresión de horror que se encendió en ese momento en la cara de Bill (no porque ella le horrorizara, sino porque se horrorizaba por ella), fue tan cruda que Audra retrocedió, realmente asustada por primera vez.

—No —dijo él—. Ni lo pienses, Audra. Ni se te ocurra. No te quiero ni a tres mil kilómetros de Derry. Creo que Derry va a ser una ciudad muy insalubre en las próximas dos semanas. Tienes que quedarte aquí, seguir trabajando y ofrecer disculpas en mi nombre. ¡Prométemelo!

—¿Tengo que prometer? —inquirió ella, sin dejar de mirarlo a los ojos—. ¿Tengo que prometerlo, Bill?

—Audra…

—Tú hiciste una promesa y mira en qué te has metido y en lo que me has metido también, porque soy tu esposa y te amo.

Las grandes manos de Bill le apretaron dolorosamente los hombros.

—¡Prométemelo! ¡Prométemelo! ¡P-p-pr…!

Y ella no pudo soportarlo. No pudo soportar esa palabra rota, atascada en su boca como un pez contorsionado.

—Está bien, lo prometo, lo prometo. —Estalló en lágrimas—. ¿Estás satisfecho? ¡Dios mío! Estás loco, todo esto es una locura, pero ¡lo prometo!

La rodeó con un brazo y la llevó al sofá. Le sirvió un coñac. Ella lo bebió a sorbos, dominándose poco a poco.

—¿Cuándo te vas?

—Hoy, en el Concorde. Llegaré a tiempo, si voy al aeropuerto en automóvil, en vez de tomar el tren. Freddie quería que estuviera en el set después de almorzar. Si tú vas a las nueve, no sabes nada, ¿comprendes?

Ella asintió, renuente.

—Estaré en Nueva York antes de que pase nada. Y en Derry antes de que se ponga el sol, con las debidas c-conexiones.

—¿Y cuándo te volveré a ver? —preguntó ella, con suavidad.

Él la abrazó con fuerza, pero no respondió a su pregunta.

DERRY:
EL PRIMER INTERLUDIO

A través de los años, ¿cuántos ojos humanos… habían vislumbrado sus anatomías secretas?

CLIVE BARKER: Books of Blood.

El fragmento siguiente y todos los otros fragmentos de Interludio han sido extraídos de Derry: una historia no autorizada de la ciudad, de Michael Hanlon. Se trata de una serie de notas inéditas y fragmentos de manuscritos adjuntos (que constituyen casi anotaciones en un diario), encontrada en la bóveda de la Biblioteca Pública de Derry. El título es el que figura escrito en la cubierta de la carpeta donde se guardaban estas notas antes de su publicación aquí. Sin embargo, el autor se refiere varias veces a la obra, dentro de sus propias notas, como Derry: un vistazo a la puerta trasera del infierno.

Cabe suponer que la idea de su publicación había cruzado más de una vez por la mente del señor Hanlon.

2 de enero de 1985

¿Es posible que toda una ciudad esté embrujada?

¿Embrujada como se supone que lo están algunas casas?

No digo un edificio de esa ciudad ni la esquina de una sola calle ni una sola cancha de baloncesto en un solo parque, con el aro sin red sobresaliendo hacia el crepúsculo, como algún oscuro y sangriento instrumento de tortura. No digo sólo una zona, sino todo. Todo lo que hay allí.

¿Es posible?

El adjetivo que se usa en inglés para estos casos es haunted. Y veamos sus derivaciones:

Haunted: «Visitado con frecuencia por fantasmas o espíritus» (según el diccionario de Funk y Wagnalls).

Haunting, el adjetivo correspondiente: «Que vuelve a la mente con insistencia; difícil de olvidar» (según los mencionados Funk y Compañía).

To haunt, el verbo: «Perseguir o aparecer con frecuencia, especialmente fantasmas». Pero… la palabrita se usa para mucho más. ¡Veamos! «Lugar visitado con frecuencia: nidal, guarida, querencia…». La cursiva es mía, por supuesto.

Y una más. Ésta, como la última, es una definición de haunt como sustantivo, y la que más me asusta: «Sitio en donde comen los animales».

¿Como los animales que golpearon a Adrian Mellon y lo arrojaron desde el puente?

¿Como el animal que estaba esperando debajo del puente?

Sitio en donde comen los animales.

¿Qué está comiendo en Derry? ¿Qué se está comiendo a Derry?

En realidad es interesante. Yo no sabía que era posible estar tan asustado como yo lo estoy desde el caso Adrian Mellon y seguir viviendo, mucho menos seguir funcionando. Es como si hubiera caído en un relato y todo el mundo sabe que uno no tiene por qué asustarse hasta el final del relato, momento en que el perseguidor de la oscuridad sale del bosque, por fin, para alimentarse… de uno, por supuesto.

De uno.

Pero si esto es un relato, no es uno de esos clásicos relatos escalofriantes de Lovecraft, Bradbury o Poe. Yo sé, ¿saben?, no todo pero sí una buena parte. No empecé al abrir el Derry News, un día de septiembre pasado, y leer la transcripción de la audiencia preliminar del muchacho Unwin y comprender que el payaso que asesinó a George Denbrough bien podía estar de regreso. Empecé, en realidad, alrededor de 1980. Creo que fue entonces cuando una parte de mí, dormida hasta ese momento, despertó… sabiendo que Su tiempo tal vez estaba volviendo.

¿Qué parte? La parte del vigía, supongo.

O tal vez fue la voz de la Tortuga. Sí…, me inclino por pensar que fue eso. Sé que es lo que creería Bill Denbrough.

Descubrí, en libros viejos, noticias de antiguos horrores. Leí sobre viejas atrocidades en viejos periódicos. Siempre en el fondo de la mente, cada día algo más audible, oí el zumbido de caracola de alguna fuerza en crecimiento, fusionante. Me parecía oler el amargo aroma a ozono de los relámpagos por surgir. Comencé a tomar notas para un libro que, casi con certeza, no viviré lo bastante para escribir. Y al mismo tiempo, seguía adelante con mi vida. En un estrato de mi mente estaba y estoy viviendo con los horrores más grotescos y descabellados. En otro, continúo llevando la vida mundana de un bibliotecario de ciudad pequeña. Pongo libros en los estantes, extiendo carnets a nuevos socios, apago los monitores que los lectores de microfilmes descuidados suelen dejar encendidos, bromeo con Carole Danner sobre lo mucho que me gustaría acostarme con ella y ella responde bromeando sobre lo mucho que le gustaría acostarse conmigo y los dos sabemos que, en realidad, ella está bromeando y yo no, así como los dos sabemos que ella no se quedará mucho tiempo en una población tan pequeña como Derry, mientras que yo estaré aquí hasta mi muerte, pegando las páginas desgarradas del Business Week, participando en las reuniones semanales para decidir adquisiciones, con la pipa en una mano y una pila de folletos en la otra… y despertando en medio de la noche, con el puño apretado contra la boca para no soltar el grito.

Las convecciones góticas están erradas por completo. No se me ha puesto el pelo blanco. No camino dormido. No he comenzado a hacer comentarios crípticos ni llevo una tablilla de espiritismo en el bolsillo de la chaqueta. Tal vez río un poco más, eso es todo, y a veces mi risa debe sonar algo estridente y rara, porque a veces la gente me mira con extrañeza cuando río.

Una parte de mí —la parte que Bill llamaría «la voz de la Tortuga»— dice que debería llamarlos a todos, esta misma noche. Pero, ¿estoy completamente seguro, aun ahora? ¿Quiero estar completamente seguro? No, por supuesto, no. Pero por Dios, lo que ha pasado con Adrian Mellon se parece tanto a lo que pasó con George, el hermano de Bill el Tartaja, en el otoño de 1957…

Si es cierto que ha comenzado otra vez, los llamaré. Es preciso. Pero todavía no. De todos modos, es demasiado temprano. La última vez comenzó lentamente y no se puso en marcha de verdad hasta el verano de 1958. Por lo tanto… espero. Y lleno la espera con palabras escritas en este libro, con largos momentos de mirar el espejo para ver el extraño en que se ha convertido el niño.

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