It (Eso) – Stephen King

La señora Dumont prosiguió: «Desde que se supo esto, todas las noches rezo de rodillas por que Eddie Corcoran se haya ido, simplemente, harto ya de esa bestia que tenía por padrastro. Rezo por que, cuando lea en el diario o se entere, de algún modo, de que Macklin está en la cárcel, ese pobre niño vuelva a su casa».

En una breve entrevista telefónica, Monica Macklin negó acaloradamente las acusaciones de la señora Dumont. «Rich nunca castigó a Dorsey y tampoco a Eddie —dijo—. Lo digo ahora con toda firmeza y cuando muera y deba comparecer ante el trono del Señor, miraré a Dios a los ojos y Le diré exactamente lo mismo».

Del Derry News, 28 de junio de 1958, página 2:

«PAPÁ TUVO QUE DÁRMELA PORQUE SOY MALO»,DIJO DORSEY A LA MAESTRA ANTES DE RECIBIREL CASTIGO MORTAL

Una maestra de parvularios, radicada en la ciudad, que se negó a identificarse, dijo ayer a un periodista del Derry News que el pequeño Dorsey Corcoran asistió a su clase bisemanal preescolar, menos de una semana antes de su muerte, supuestamente accidental, con graves distensiones en el pulgar y tres dedos de la mano derecha.

«Le dolía tanto que el pobrecillo no podía pintar su lámina de Buenos Consejos —dijo la maestra—. Tenía los dedos hinchados como salchichas. Cuando le pregunté qué le había pasado, dijo que su padre (el padrastro Richard P. Macklin) le había retorcido los dedos hacia atrás por caminar por el suelo que su madre acababa de encerar. “Papi tuvo que dármela porque soy malo”, fue su modo de expresarlo. Sentí ganas de llorar al ver esos pobres deditos. Él quería pintar su lámina como los otros niños, así que le di una aspirina infantil y lo dejé colorear mientras los otros escuchaban un cuento. Le encantaba colorear las láminas de Buenos Consejos; era lo que más le gustaba, y ahora me alegro de haber podido darle un poco de felicidad aquel día.

»Cuando murió, no se me pasó por la cabeza que pudiera no ser un accidente. Creo que, en un principio, atribuí la caída a que no podía sostenerse bien con esa mano. Ahora pienso que me pareció imposible que un adulto pudiera hacer semejante cosa a un niño. Pero he aprendido algo. Y por Dios que desearía no saberlo».

Edward, el hermano mayor de Dorsey Corcoran, de diez años, aún sigue sin aparecer. Desde su celda en la cárcel del distrito, Richard Macklin sigue negando cualquier participación, tanto en la muerte de su hijastro menor como en la desaparición del mayor.

Del Derry News, 30 de junio de 1958, primera plana:

MACKLIN INTERROGADO POR LAS MUERTES

DE GROGAN Y CLEMENTS

Según informante, tiene coartada muy firme

Del Derry News, 6 de julio de 1958, primera plana:

BORTON: «MACKLIN SERÁ ACUSADO SÓLO DEL

ASESINATO DE DORSEY»

Edward Corcoran sigue sin aparecer

Del Derry News, 24 de julio de 1958, primera plana:

LLOROSO PADRASTRO CONFIESA HABER MATADO

A GOLPES A SU HIJASTRO

En un dramático giro del juicio contra Richard Macklin por el asesinato de su hijastro Dorsey Corcoran, Macklin cedió al severo interrogatorio de Bradley Whitsun, fiscal del distrito, y admitió haber golpeado al niño, de cuatro años de edad, con un martillo que luego enterró en la huerta de su esposa, antes de llevar al niño al Hospital Municipal de Derry.

La sala, atónita y silenciosa, escuchó al lloroso Macklin (quien previamente había admitido que castigaba a ambos hijastros, ocasionalmente, cuando hacía falta, por su propio bien) desarrollar su relato.

«—No sé qué me pasó. Vi que estaba subiendo otra vez a esa maldita escalerilla y cogí el martillo que tenía sobre el banco y comencé a pegarle con él. No quería matarlo. Juro por Dios que nunca pensé matarlo».

«—¿Dijo algo antes de morir? —preguntó Whitsun».

«—Dijo: “Basta, papá; perdona, te quiero” —respondió Macklin».

«—¿Y usted cesó?».

«—Al rato —replicó Macklin».

Luego se echó a llorar de un modo tan histérico que el juez Erhardt Moulton ordenó un receso.

Del Derry News, 18 de septiembre de 1958, página 16:

¿DÓNDE ESTÁ EDWARD CORCORAN?

Su padrastro, condenado a una pena de entre dos y diez años en la prisión estatal de Shawshank por el homicidio de Dorsey, el hermanito de cuatro años de Edward, continúa afirmando no tener idea del paradero de éste. Su madre, que ha iniciado trámite de divorcio contra Richard P. Macklin, declaró que en su opinión su esposo miente.

¿Es así?

«Por mi parte, no lo creo», dijo el padre Ashley O’Brian, quien atiende a los prisioneros católicos de Shawshank. Macklin comenzó a instruirse en la fe católica poco después de iniciar el cumplimiento de su condena, y el padre O’Brian ha pasado largos ratos con él. «Está sinceramente arrepentido de lo que hizo», prosigue el sacerdote, agregando que, al preguntar al interno por qué deseaba ser católico, Macklin había respondido: «Dicen que los católicos hacen acto de contrición, y yo necesito hacer mucho de eso, si no quiero ir al infierno cuando muera».

«Sabe lo que le hizo al niño menor —dice el padre O’Brian—. Si también hizo algo al mayor, no lo recuerda. En lo que a Edward se refiere, cree tener las manos limpias».

Si Macklin tiene o no las manos limpias con respecto a la desaparición de Edward es algo que sigue preocupando a los habitantes de Derry, pero él ha probado su inocencia en cuanto a los otros asesinatos de niños que se han producido en la ciudad. Pudo presentar coartadas indestructibles en el caso de los tres primeros y, cuando se produjeron otros siete asesinatos, a fines de junio y durante julio y agosto, él estaba ya en la cárcel.

Los diez asesinatos siguen sin resolverse.

En una entrevista exclusiva concedida al Derry News, la semana pasada, Macklin aseguró no saber nada sobre el paradero de Edward Corcoran. «Les pegaba a los dos —dijo, en un doloroso monólogo, interrumpido por frecuentes accesos de llanto—. Los quería, pero también les pegaba, no sé por qué. Tampoco sé por qué Monica no me lo impedía, ni por qué me encubrió al morir Dorsey. Creo que podría haber matado a Eddie como maté a Dorsey, pero juro ante Dios, ante Jesús, su hijo, y ante todos los santos del cielo, que no lo hice. Sé lo que se puede opinar, pero no lo hice. Creo que él escapó de casa, simplemente. Y en ese caso, debo agradecerle a Dios que así fuera».

Cuando se le preguntó si tiene conciencia de padecer lagunas en su memoria, si acaso pudo haber matado a Edward y borrarlo de su mente, Macklin respondió: «No tengo conciencia de ninguna laguna. Sé demasiado bien lo que hice. He ofrendado mi vida a Cristo y voy a pasar el resto de mis días tratando de pagar por eso».

Del Derry News, 27 de enero de 1960, primera plana:

«EL CADÁVER ENCONTRADO

NO ES DEL NIÑO CORCORAN»

El comisario Richard Borton declaró a la prensa, en el día de hoy, que el cuerpo de un niño hallado en avanzado estado de descomposición no es el de Edward Corcoran, aunque tendría aproximadamente la misma edad. Edward desapareció de su domicilio en Derry en junio de 1958. El cadáver apareció en Aynesford, Massachusetts, sepultado en un foso de grava. Tanto la policía estatal de Maine como la de Massachusetts abrigaron al principio la teoría de que podría tratarse del niño Corcoran, pensando que podría haber sido recogido en la carretera por un violador de niños, tras huir de su casa de Charter Street, donde su hermano menor había fallecido como consecuencia de un brutal castigo.

El examen dental demostró concluyentemente que el cadáver encontrado en Aynesford no es el del niño Corcoran, quien ya lleva diecinueve meses sin aparecer.

Del Press Herald, de Portland, 19 de julio de 1967, página 3:

ASESINO CONVICTO SE SUICIDA EN FALMOUTH

Richard P. Macklin, quien fuera condenado nueve años atrás por el homicidio de su hijastro de cuatro años, fue encontrado sin vida en su pequeño apartamento de Falmouth, ayer a última hora de la tarde. El muerto, que gozaba de libertad condicional, vivía y trabajaba tranquilamente en Falmouth desde que fue liberado de la prisión estatal de Shawshank, en 1964. Al parecer, se había suicidado. «La nota dejada indica un estado mental extremadamente confuso», declaró el comisario Brandon K. Roche, de la policía de Falmouth. Aunque se negó a divulgar el contenido de la nota, una fuente policial reveló que consistía en dos frases: «Anoche vi a Eddie. Estaba muerto».

El Eddie mencionado bien podría ser el hijastro de Macklin, hermano del niño por cuyo asesinato se le condenó en 1958. Fue la desaparición de Edward Corcoran la que llevó a la condena de Macklin por la muerte a golpes de Dorsey, el hermano menor del desaparecido. Desde hace nueve años se ignora el paradero del niño. En 1966, en un breve procedimiento legal, la madre del menor hizo declarar a su hijo legalmente fallecido, a fin de entrar en posesión de los ahorros bancarios a nombre de Edward Corcoran. La cuenta de ahorros contenía la suma de dieciséis dólares.

3

Eddie Corcoran estaba muerto, sí.

Murió en la noche del 19 de junio, sin que su padrastro tuviera absolutamente nada que ver con eso. Murió mientras Ben Hanscom, en su casa, miraba la tele con su madre; mientras la madre de Eddie Kaspbrak tocaba ansiosamente la frente de su hijo buscando señales de su enfermedad favorita, la «fiebre intermitente», mientras el padre de Beverly Marsh (caballero que mostraba, al menos en cuanto a su temperamento, un notable parecido con el padrastro de Eddie y Dorsey Corcoran) aplicaba un violento puntapié al trasero de la chica, indicándole que fuera «a lavar esos malditos platos, como te dijo tu madre»; mientras Mike Hanlon oía los insultos de algunos estudiantes de secundaria (uno de los cuales engendraría, años más tarde, a ese magnífico homosexófobo llamado John Webby Garton), que pasaban en un viejo Dodge mientras el niño arrancaba las hierbas del jardín, en su casita de Witcham Street, no lejos de la granja cultivada por el demente padre de Henry Bowers; mientras Richie Tozier echaba un vistazo subrepticio a las chicas medio desnudas que ilustraban un ejemplar de Gem encontrado entre la ropa interior de su padre, logrando una considerable erección y mientras Bill Denbrough arrojaba el álbum fotográfico de su hermano fallecido al otro lado de la habitación, lleno de incrédulo horror.

Aunque ninguno de ellos lo recordaría más tarde, todos levantaron la mirada en el momento exacto en que Eddie Corcoran moría… como si escucharan un grito lejano.

El Derry News había estado completamente acertado en un aspecto al menos: las calificaciones de Eddie le hacían tener miedo de volver a casa y enfrentarse a su padrastro. Además, en esos días, su madre y su padrastro peleaban mucho y eso empeoraba las cosas. Cuando se enzarzaban en serio, la madre gritaba un montón de acusaciones, casi todas incoherentes. El padrastro respondía primero con gruñidos, luego con chillidos ordenándole que se callara y por fin con los bramidos furiosos del jabalí a quien se le ha llenado el hocico de agujas de puercoespín. Eddie nunca había visto que el viejo levantara la mano a su madre, probablemente no se atrevía. En los viejos tiempos había reservado sus puños para Eddie y Dorsey; ahora que Dorsey había muerto, Eddie recibía la parte de su hermanito, además de la propia.

Esos certámenes de gritos iban y venían en ciclos. Eran más comunes a fin de mes, cuando llegaban las facturas. De vez en cuando, si las cosas llegaban a lo peor, pasaba un policía llamado por algún vecino y les pedía que bajaran la voz. Eso solía terminar con el asunto. La madre solía apuntar al agente con un dedo, desafiándolo a detenerla, pero el padrastro rara vez abría la boca.

Eddie estaba seguro de que su padrastro tenía miedo de la policía.

En esos períodos de tensión, el chico prefería pasar inadvertido. Era lo más prudente. Bastaba con recordar lo que le había pasado a Dorsey. Eddie no conocía los detalles y no quería conocerlos, pero se hacía una buena idea. Opinaba que Dorsey había estado en el sitio menos adecuado en el momento menos conveniente: el garaje, el último día del mes. A él le habían dicho que Dorsey se había caído de la escalerilla, en el garaje. «Cincuenta veces le dije que no se subiera allí, le dije», decía el padrastro. Pero su madre no había podido mirarlo; cuando, por casualidad, sus ojos se encontraron, Eddie vio en los de ella un pequeño destello de miedo que no le gustó. El viejo se sentaba a la mesa de la cocina, con una botella de cerveza, mirando la nada por debajo de sus prominentes cejas. Eddie se mantenía fuera de su alcance. Cuando el padrastro gritaba, casi siempre se podía vivir. Era cuando dejaba de gritar que se hacía preciso andar con cuidado.

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