Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

Aquellos «ladrones de agua», morían por millones durante una explosión de especia. Una variación de temperatura de más de cinco grados bastaba para matarlos. Los pocos supervivientes entraban entonces en una semidurmiente quiste-hibernación para emerger seis años más tarde como pequeños (alrededor de tres metros de largo) gusanos de arena. Muy pocos de ellos conseguían entonces escapar a sus hermanos mayores y a las bolsas de agua preespecia para alcanzar la madurez como el gigantesco shai-hulud (el agua es venenosa para el shai-hulud, como saben muy bien los Fremen desde hace tiempo ahogando los raros «gusanos enanos» del Erg Menor para producir el narcótico incrementador de la percepción llamado Agua de Vida. El «gusano enano» es una forma primitiva de shai-hulud que alcanza una longitud de unos nueve metros). Ahora también habían descubierto la relación cíclica: de pequeño hacedor a masa de preespecia; de pequeño hacedor a shai-hulud; el shai-hulud dispersando la especia de la cual se nutren las pequeñas criaturas conocidas como plancton de arena; el plancton de arena, alimento del shai-hulud, creciendo, hundiéndose en las profundidades, convirtiéndose en pequeños hacedores.

Kynes y su gente apartaron entonces su atención de aquellas grandes relaciones y la centraron en la microecología. Primero, el clima: la superficie de la arena alcanzaba a menudo temperaturas de 344 a 350 grados (absolutos). A treinta centímetros de profundidad la temperatura podía ser inferior en 55 grados; a treinta centímetros por encima podía ser inferior en 25 grados. Hojas o una sombra negra podían conseguir un descenso de otros 18 grados. Luego, las sustancias nutritivas: las arenas de Arrakis son principalmente el producto de la digestión de los gusanos; el polvo (el omnipresente problema) es producido por el constante roce de la superficie, por la arena frotándose contra si misma. Los granos más gruesos se hallan en los lados de las dunas no batidos por el viento. Las dunas viejas son amarillas (por la oxidación), mientras que las dunas jóvenes tienen el color de las rocas, generalmente gris.

Los lados no expuestos al viento de las viejas dunas fueron los primeros en ser sembrados. Los Fremen comenzaron con una hierba mutante adaptada a los terrenos áridos y pobres que producía fibras entrelazadas parecidas a turba, con el fin de fijar las dunas y privar al viento de su mejor arma: los granos móviles. Zonas de adaptación fueron desarrolladas así en el lejano sur, fuera de los observadores Harkonnen. La hierba mutante fue plantada inicialmente en las pendientes no expuestas al viento de las dunas que se hallaban en el camino de los vientos dominantes del oeste. Una vez anclada esta cara, la otra cara de la duna crecía más y más en altura, y la hierba era desplazada hacia esa cara. Sifs gigantes (largas dunas con crestas sinuosas) de más de 1.500 metros de altura fueron producidas de esta forma. Cuando la barrera de dunas alcanzó una altura suficiente, las caras expuestas al viento fueron plantadas con hierbas largas mucho más resistentes. Cada estructura con una base seis veces más larga que su altura quedaba así anclada, «fijada». Entonces se pasó a las plantas de raíces más largas: efímeras (quenopodias, hierba para el ganado y amaranta para empezar), luego retama, lupino, eucalipto (el tipo adaptado a los territorios del norte de Caladan), tamarisco enano, pino marítimo, y luego las verdaderas plantas del desierto: cactus candelabro, saguaro, y bisnaga, el cactus barril. Y, donde podían crecer, introdujeron salvia, hierba pluma del Gobi, alfalfa, verbena de arena, prímula, arbustos de incienso, árbol de humo, arbusto creosota. Después dedicaron su atención a la necesaria vida animal… criaturas excavadoras que horadaban el suelo para airearlo: zorro enano, ratón canguro, liebre del desierto, tortuga de arena… y los predadores para mantener el equilibrio: halcón del desierto, búho enano, águila y lechuza del desierto; e insectos para llenar los nichos que éstos no podían alcanzar: escorpiones, ciempiés, arañas, avispas y moscas… y el murciélago del desierto para vigilarlos a su vez.

Y finalmente la prueba crucial: palmeras datileras, algodón, melones, café, plantas medicinales… más de doscientos tipos de plantas comestibles para ensayar y adaptar.

—Lo que no comprende el no versado en ecología con respecto a un ecosistema —decía Kynes— es que trata de un sistema. ¡Un sistema! Un sistema mantiene una cierta fluida estabilidad que puede ser destruida como un simple paso en falso en un solo nicho ecológico. Un sistema obedece a un orden, está armonizado de uno a otro extremo. Si algo falla en el flujo todo el orden sufre un colapso. Una persona no adiestrada puede no darse cuenta de este colapso hasta que sea demasiado tarde. Es por eso por lo que la función más importa nte de la ecología es la comprensión de las consecuencias.

¿Habían conseguido edificar un sistema?

Kynes y su gente esperaron y esperaron. Los Fremen comprendían ahora por qué había previsto quinientos años de paciencia.

Llegó un primer informe de los palmerales:

En el límite del desierto con las plantaciones, el plancton de arena empezó a dar señales de envenenamiento a causa de la interacción con las nuevas formas de vida. La razón: incompatibilidad proteica. Se estaba formando allí agua envenenada que la vida de Arrakis no aceptaba. Una zona desolada rodeaba las plantaciones, un lugar en el que ni siquiera el shai-hulud se aventuraba.

Kynes visitó personalmente los palmerales: un viaje de veinte martilleadores (en un palanquín, como un herido o una Reverenda Madre, porque no era un caballero de la arena). Inspeccionó la zona desolada (cuyo hedor ascendía al cielo) y volvió con una prima, un regalo de Arrakis.

La adición de sulfuro y nitrógeno fijado convirtió la zona desolada en un terreno rico para las formas de la vida terrestre. ¡Las plantaciones podían extenderse así a voluntad!

—¿Eso disminuirá la espera? —preguntaron los Fremen.

Kynes volvió a sus fórmulas planetarias. Los resultados de los programas de trampas de viento eran ya bastante seguros. Se habían concedido generosos márgenes de tiempo, sabiendo que era imposible delimitar exactamente los problemas ecológicos. Una cierta cantidad de plantas debía ser reservada al anclaje de las dunas; una cierta cantidad para alimentación (de hombres y animales); una cierta cantidad para apresar la humedad en sus sistemas de raíces y encaminar el agua a las regiones secas de los alrededores. En aquella época, las zonas frías del bled habían sido delimitadas y llevadas a los mapas. También entraban en las fórmulas. Incluso los shai-hulud tenían su lugar en los gráficos. No podían ser destruidos nunca, o la especia hubiera terminado junto con ellos. Pero la gigantesca «factoría» que era su aparato digestivo, con sus enormes concentraciones de aldehídos y ácidos, era una gigantesca fuente de oxígeno. Un gusano de tamaño medio (unos 200 metros de largo) descargaba en la atmósfera tanta cantidad de oxígeno como la fotosíntesis de diez kilómetros cuadrados de vegetación.

Había que tener en cuenta también la Cofradía. La tasa de especia que se entregaba a la Cofradía para que ningún satélite meteorológico o cualquier otro tipo de aparato de observación se instalara en el cielo de Arrakis había alcanzado enormes proporciones. Tampoco se podía ignorar a los Fremen. Especialmente los Fremen, con sus trampas de viento y sus irregulares territorios organizados alrededor de sus abastecimientos de agua; los Fremen con su nueva cultura ecológica y su sueño de transformar cíclicamente vastas áreas de Arrakis, primero en praderas, luego en bosques. De los gráficos emergió un resultado. Kynes lo informó. El tres por ciento. Si conseguían obtener que el tres por ciento de las plantas verdes de Arrakis contribuyeran a la formación de compuestos de carbono, alcanzarían un ciclo autosuficiente.

—¿Pero en cuánto tiempo? —preguntaron los Fremen.

—Oh, eso: alrededor de trescientos cincuenta años.

Así, era cierto lo que aquel umma había dicho al principio: la cosa no ocurriría en el tiempo de vida de ninguno de ellos, ni en el tiempo de vida de ninguno de sus descendientes a lo largo de ocho generaciones, pero ocurriría. El trabajo continuó: edificando, plantando, excavando, adiestrando a los niños. Kynes-el-Umma murió en el derrumbe de la Depresión de Yeso. Su hijo, Liet-Kynes, tenía entonces diecinueve años, un auténtico Fremen caballero de la arena que había matado a más de cien Harkonnen. El contrato Imperial, que el viejo Kynes había pedido para su hijo, le fue transmitido normalmente de acuerdo con la rígida estructura de clases que funcionaba en Arrakis. El hijo había sido adiestrado en la escuela del padre. En aquel tiempo el camino estaba trazado, y los ecólogos Fremen tan sólo tenían que seguirlo. Liet-Kynes sólo tenía que observarlos y no perder de vista a los Harkonnen… hasta el día en que el planeta se vio afligido por un Héroe.

APÉNDICE II
LA RELIGIÓN DE DUNE

Antes de la llegada de Muad’Dib, los Fremen de Arrakis practicaban una religión cuyas raíces, como puede ver cualquier escolar, se hallaban en el Maometh Saari. Muchos, sin embargo, han hecho notar la variedad de elementos tomados de otras religiones. El ejemplo más citado es el Himno al Agua, una copia directa del Manual Litúrgico Católico Naranja, con su invocación a las nubes traedoras de lluvia, que nunca han sido vistas en Arrakis. Pero existen otros puntos de contacto más profundos entre el Kitab al-Ibar de los Fremen y las enseñanzas de la Biblia, el Ilm i el Fiqh.

Cualquier comparación entre las creencias religiosas dominantes en el Imperio en tiempos de Muad’Dib debe tener presente las grandes fuerzas espirituales que han edificado tales creencias:

1. Los seguidores de los Catorce Sabios, cuyo Libro era la Biblia Católica Naranja, y cuyas convicciones se hallan expresadas en los Comentarios y en la demás literatura producida por la Comisión de Traductores Ecuménicos (C.T.E.);

2. La Bene Gesserit, que privadamente negaba ser una orden religiosa pero que operaba dentro de un esquema casi impenetrable de misticismo ritual, y cuyos adiestramiento, simbolismo, organización y métodos de enseñanza internos eran casi completamente religiosos:

3. La agnóstica clase dominante (incluida la Cofradía), para la cual la religión era tan sólo una forma de espectáculo de marionetas para divertir al pueblo y mantenerlo dócil, y que creía esencialmente que todos los fenómenos —incluidos los fenómenos religiosos—podían ser reducidos a explicaciones mecánicas;

4. Los autollamados Antiguos Maestros, incluidos aquellos preservados por los Nómadas Zensunni del primer, segundo y tercer movimiento Islámico; El Navacristianismo de Chusuk, la Variantes Budislámicas de los tipos dominantes en Lankiveil y Sikum, la Miscelánea del Mahayana Lankavarata, el Zen Hekiganshu de Delta Panovis III, el Tawrah y el Zabur Talmúdico que sobrevivieron en Salusa Secundus, el penetrante Ritual Obeah, el Muad Quran con sus Puros Ilm y Figh preservados por los plantadores de arroz de Caladan, las formas de Hinduismo que se encuentran un poco por todas partes en el universo en pequeñas colectividades de pyon aislados, y finalmente el Jihad Butleriano. Sin embargo hay una quinta fuerza que ha dado origen a creencias religiosas, pero su efecto es tan universal y profundo que merece ser considerada aisladamente. Se trata, por supuesto, de los viajes espaciales… y en cualquier análisis de las religiones merecen ser escritos así:

¡VIAJES ESPACIALES!

Los logros de la humanidad a través del espacio han dado un sello inconfundible a las religiones durante los ciento diez siglos que han precedido al Jihad Butleriano. Aunque ampliamente extendidos, los viajes espaciales, en los primeros tiempos, eran lentos, inseguros e irregulares, y antes del monopolio de la Cofradía, eran realizados confusamente de mil modos distintos. Las primeras experiencias espaciales, sobre las cuales circulaban pocas informaciones, extremadamente distorsionadas, favorecieron las más desenfrenadas tendencias a las especulaciones místicas.

Inmediatamente, el espacio dio otro sentido y un sabor distinto a las ideas de la Creación. Esta diferencia puede ser observada perfectamente en los más importantes movimientos religiosos de este periodo. En todas las religiones, la esencia de lo sagrado fue tocada por la anarquía de las tinieblas del espacio.

Fue como si Júpiter y todas las formas descendientes de él se hubieran retirado al seno de las tinieblas primordiales para ser reemplazadas por una inmanencia femenina llena de ambigüedad y cuyo rostro estaba compuesto por innumerables terrores. Las antiguas fórmulas se mezclaron, ínter penetrándose como si se hubieran adaptado a las necesidades de las nuevas conquistas y a los nuevos símbolos heráldicos. Fue como una continua interacción entre las bestias demoníacas a un lado y las antiguas plegarias e invocaciones al otro.

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