Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—Te has metido en un buen lío, hijo —dijo su padre—. Deberías haber comprendido las consecuencias de tu acción cuando ayudaste al hijo de ese Duque.

¡Estoy delirando!, pensó Kynes.

La voz parecía provenir de su derecha. Kynes volvió la cabeza, hundiendo el rostro en la arena para mirar en aquella dirección… pero no había nada excepto la ondulada extensión de las dunas que parecían bailar con el infernal calor del desierto.

—Cuanta más vida hay en un sistema, mayor es la cantidad de nichos que existen para preservar esta vida —dijo su padre. Y la voz surgía ahora de su izquierda, tras él.

¿Por qué continúa moviéndose a mi alrededor?, se preguntó Kynes. ¿No quiere que le vea?

—La vida aumenta la capacidad de un ambiente para sostener la vida —dijo su padre—. La vida aumenta la disponibilidad de sustancias nutritivas. Infunde más energía al sistema gracias a los enormes intercambios químicos que se producen de organismo a organismo.

¿Por qué insiste en repetir siempre el mismo argumento?, se preguntó Kynes. Sabía todo esto antes de tener diez años.

Los halcones del desierto, carroñeros como la mayor parte de los seres de aquel lugar, empezaron a girar por encima de él. Kynes vio una sombra rozar su mano y forzó su cabeza hacia atrás para mirar hacia arriba. Los pájaros eran manchas confusas en un cielo azul plateado, retazos fluctuantes de oscuridad.

—Somos generalistas —dijo su padre—. No es posible trazar netas separaciones entre los problemas planetarios. La planetología es una ciencia de corta-y-mide.

¿Qué está intentando decirme?, pensó Kynes. ¿Hay alguna consecuencia que no he sabido ver?

Su mejilla se posó en la caliente arena, y en el olor de los gases de la preespecia notó mezclado el olor de roca quemada. En algún rincón de su mente controlado aún por la lógica se formó un pensamiento: Hay pájaros carroñeros encima mío. Quizá algunos de mis Fremen los vean y vengan a investigar.

—Para el trabajo planetológico, el ser humano es el instrumento más importante —dijo su padre—. Hay que difundir la cultura ecológica entre la gente. Es por esta razón que he puesto a punto un nuevo método de notación ecológica.

Está repitiendo cosas que me dijo cuando yo era niño, pensó Kynes. Empezó a sentir frío, pero aquel rincón lógico de su mente le dijo: El sol está en su cenit. No tienes destiltraje y hace calor; el sol está evaporando toda la humedad de tu cuerpo. Sus dedos se engarfiaron débilmente a la arena. ¡Ni siquiera me han dejado un destiltraje!

—La presencia de humedad en el aire evita la evaporación demasiado rápida de la existente en los cuerpos vivos —dijo su padre.

¿Por qué continúa repitiendo lo obvio?, pensó Kynes.

Se esforzó en imaginar un aire saturado de humedad… hierba cubriendo las dunas… una extensión de agua al aire libre tras él, un canal lleno de agua atravesando el desierto, con árboles en sus orillas… Nunca había visto el agua al abierto bajo el cielo excepto en las ilustraciones de los libros. Agua libre, agua al cielo abierto… una irrigación de agua… se necesitaban cinco mil metros cúbicos de agua para irrigar una hectárea de terreno en la época de la germinación, recordó.

—Nuestro primer objetivo en Arrakis —dijo su padre— es crear zonas de hierba. Comenzaremos con una variedad mutante para terrenos áridos. Cuando hayamos acumulado suficiente humedad en las zonas herbosas, plantaremos árboles en los declives, luego algunas extensiones abiertas de agua… pequeñas al principio… y situadas a lo largo de las líneas de vientos dominantes con trampas de viento precipitadoras de humedad a fin de recapturar al viento lo que nos haya robado. Tendremos que crear un verdadero sirocco, un viento húmedo… pero nunca podremos pasarnos sin las trampas de viento.

Siempre la misma lección, pensó Kynes. ¿Por qué no se calla ya? ¿No ve que me estoy muriendo?

—Realmente vas a morir —dijo su padre— si no te apartas de esa burbuja de gas que se está formando debajo de ti. Y esto lo sabes bien. Puedes oler los gases de la preespecia. Sabes que los pequeños hacedores están perdiendo un poco de su agua en la masa.

El pensamiento de aquella agua debajo de él le enloqueció. Se la imaginó… bloqueada en los estratos de roca porosa por aquellos seres coriáceos, mitad plantas, mitad animales, los pequeños hacedores… y la sutil ruptura donde se vertía un líquido claro, puro, refrescante en la…

¡Una masa de preespecia!

Inhaló, respirando aquel olor dulzón. El olor le rodeaba, cada vez más intenso. Kynes se puso de rodillas, oyendo el graznido de un pájaro, el apresurado batir de alas. Este es un desierto de especia, pensó. Los Fremen no pueden estar lejos, aunque sea de día. Seguramente han visto los pájaros y vendrán a investigar.

—Moverse a través del territorio es una necesidad para la vida animal —dijo su padre—. Incluso los pueblos nómadas sienten esta necesidad. Líneas de movimiento ajustadas a las necesidades físicas de agua, alimento, minerales. Debemos controlar estos movimientos, alinearlos de acuerdo con nuestros propósitos.

—Cállate, viejo —murmuró Kynes.

—Debemos hacer en Arrakis algo que aún no ha sido intentado en ningún planeta en su conjunto —dijo su padre—. Debemos usar al hombre como una fuerza ecológica constructiva, insertando en este mundo una vida terrestre adaptada: una planta aquí, un animal allá, un hombre en este punto… para transformar el ciclo del agua y crear un nuevo paisaje.

—¡Cállate! —graznó Kynes.

—Las líneas de movimiento son las que nos han proporcionado el primer indicio de la relación entre los gusanos y la especia —dijo su padre.

Un gusano, pensó Kynes con un esperanzado sobresalto. Cuando la burbuja estalle, surgirá un hacedor. Pero no tengo garfios. ¿Cómo podré montar un gran hacedor sin garfios?

La frustración minó los restos de energía que quedaban en él. El agua estaba muy cerca… sólo a unos cien metros debajo; seguramente aparecería un gusano, pero no disponía de ningún medio para atraparlo en la superficie y usarlo. Kynes cayó de nuevo en la arena, en la depresión formada por su cuerpo. Notó el contacto ardiente de la arena contra su mejilla izquierda, pero la sensación era remota.

—El medio ambiente arrakeno se ha formado dentro del esquema evolucionista de las formas de vida locales —dijo su padre—. Es extraño que tan poca gente haya apartado sus ojos de la especia para interrogarse acerca del origen del equilibrio casi ideal nitrógeno-oxígeno-anhídrido carbónico en un mundo donde hay grandes zonas desprovistas de vegetación. La esfera de energía del problema está aquí para ser vista y comprendida… un proceso lento, pero un proceso que existe pese a todo. ¿Se produce el fallo de un eslabón? Siempre hay algo que ocupa entonces su lugar. La ciencia está formada de muchas cosas que parecen obvias una vez han sido explicadas. Mucho antes de haberlo visto sabía que el pequeño hacedor tenía que estar ahí, enterrado en la arena.

—Por favor, deja ya esas lecciones, padre —murmuró Kynes.

Un halcón se posó en la arena, cerca de su mano abierta. Kynes lo vio replegar sus alas, doblar su cabeza para mirarle. Encontró las fuerzas suficientes para soltar un gruñido. El pájaro retrocedió dos saltos, pero continuó mirándole.

—Hasta ahora, los hombres y sus obras han sido un azote para los planetas —dijo su padre—. La naturaleza tiende a compensar las plagas, rechazándolas o absorbiéndolas para incorporarlas al sistema según sus propias características. El halcón bajó la cabeza, extendió las alas y volvió a replegarlas. Transfirió su atención a su mano extendida.

Kynes descubrió que ya no tenía fuerzas para gritarle.

—El sistema histórico de mutuo pillaje y extorsión se ha detenido, aquí en Arrakis —dijo su padre—. Uno no puede continuar robando indefinidamente sin preocuparse de los que vendrán tras él. Las peculiaridades físicas de un mundo quedan inscritas en su historia económica y política. Podemos leerlas, y esto esclarece nuestros objetivos. Nadie ha conseguido hacerte callar nunca, pensó Kynes. Lecciones, lecciones, lecciones… siempre lecciones.

El halcón dio un paso hacia la mano extendida de Kynes. inclinó la cabeza primero a un lado, luego al otro, estudiando aquella carne expuesta.

—Arrakis es un planeta de un solo cultivo —dijo su padre—. Un solo cultivo. Esto mantiene a una clase dominante, que vive como siempre han vivido las clases dominantes, aplastando bajo ellas a una masa semihumana de medio esclavos que sobreviven de lo que ellas desechan. Son esas masas y esos desechos los que ocupan nuestra atención. Tienen mucho más valor del que nunca se ha sospechado.

—No te estoy escuchando, padre —murmuró Kynes—. Vete.

Y pensó: Seguramente hay algunos de mis Fremen cerca de aquí. Es imposible que no vean esos pájaros encima de mí. Vendrán a investigar, aunque sólo sea para ver si hay humedad disponible.

—Las masas de Arrakis sabrán que estamos trabaja ndo para hacer que un día estas tierras rezumen agua —dijo su padre—. La mayor parte de ellas, por supuesto, adquirirán tan sólo una comprensión casi mística de nuestro proyecto. Muchos, sin pensar en la prohibitiva relación de masas en juego, pensarán que vamos a traer el agua de otro planeta rico en ella. Déjalos que crean en lo que quieran, mientras crean en nosotros. Dentro de un minuto voy a levantarme para decirle lo que pienso de él, se dijo Kynes. Dándome lecciones, cuando lo que debería hacer es ayudarme.

El pájaro dio otro salto hacia la mano de Kynes. Dos halcones más se posaron sobre la arena, cerca de él.

—Religión y ley deben ser una única cosa para las masas —dijo su padre—. Un acto de desobediencia debe constituir un pecado sancionado por castigos religiosos. Esto tendrá el doble beneficio de obtener una mayor obediencia y una mayor valentía. No debemos depender del valor individual, piénsalo bien, sino de la valentía de todo un pueblo.

¿Dónde está mi pueblo, ahora que tengo necesidad de él?, pensó Kynes. Apeló a sus últimas fuerzas, y movió su mano el espacio de la longitud de un dedo hacia el halcón más cercano. Este saltó hacia atrás, reuniéndose con sus compañeros, y los tres le miraron, preparados para alzar el vuelo si era necesario.

—Nuestra tabla de tiempos tendrá los valores de un fenómeno natural —dijo su padre—. La vida de un planeta es como un enorme tejido de apretados hilos. Al principio surgirán mutaciones animales y vegetales determinadas por las fuerzas primordiales de la naturaleza que vamos a manipular. Pero a medida que se vayan estabilizando, todos nuestros cambios ejercerán también sus propias influencias… con las cuales deberemos contar. No olvides nunca, de todos modos, que basta con controlar tan sólo el tres por ciento de la energía existente en la superficie… sólo el tres por ciento, para transformar toda la estructura de un sistema autosuficiente.

¿Por qué no me ayudas?, se preguntó Kynes. Siempre es lo mismo: cuanto más te necesito, me fallas. Intentó volver la cabeza para mirar en la dirección donde sonaba la voz de su padre, observar fijamente al viejo. Sus músculos se negaron a responder a su demanda.

Kynes vio que el halcón se movía. Se acercó a su mano, un paso tras otro, prudentemente, mientras sus compañeros esperaban con una fingida indiferencia. El halcón se detuvo a sólo un paso de su mano.

Una profunda claridad inundó la mente de Kynes. De pronto fue consciente de una posibilidad para Arrakis que su padre no había visto. Las implicaciones de esta posibilidad fueron como una sacudida.

—No podría haber mayor desastre para tu pueblo que el caer en manos de un Héroe —dijo su padre.

¡Está leyendo en mi mente!, pensó Kynes. Bien… que lea.

Los mensajes han partido ya hacia mis poblados sietch, pensó. Nada puede detenerlos. Si el hijo del Duque está vivo, le encontrarán y le protegerán como he ordenado. Quizá rechacen a la mujer, su madre, pero salvarán al muchacho. El halcón dio otro salto hacia adelante, casi rozando su mano. Inclinó la cabeza para examinar la carne yacente. Luego, de repente, irguió de nuevo el cuello y, lanzando un único grito, salió volando, seguido inmediatamente por sus compañeros.

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