Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—¿Así que ya me habéis condenado?

—Por supuesto que no, mi Dama. Pero no puedo permitirme el correr ningún riesgo, viendo como está la situación.

—Una amenaza contra la vida de mi hijo os ha pasado inadvertida en esta misma casa —dijo ella—. ¿Quién ha corrido el riesgo?

El rostro del hombre se oscureció.

—He presentado mi dimisión al Duque.

—¿Habéis presentado también vuestra dimisión a mí… o a Paul?

Ahora el hombre estaba abiertamente furioso: su respiración agitada, las ventanas de su nariz dilatadas, su fija mirada le traicionaban. Percibió el rápido pulsar de una vena en su sien.

—Soy un hombre del Duque —dijo, mascando las palabras.

—No hay ningún traidor —dijo ella—. La traición viene de fuera. Quizá tenga alguna relación con los láser. Quizá corran el riesgo de introducir en secreto algunos láser con mecanismos de tiempo conectados a los escudos de la casa. Quizá…

—¿Y quién podría probar después de la explosión que no se habían usado atómicas?

—preguntó él—. No, mi Dama. No se arriesgarán a hacer algo tan ilegal. Las radiaciones persisten. Las evidencias son difíciles de borrar. No. Ellos observarán casi todas las formas. Ha de haber un traidor.

—Vos sois un hombre del Duque —comentó burlonamente ella—. ¿Le destruiríais en vuestro esfuerzo por salvarle?

Hawat inspiró profundamente.

—Si sois inocente, os presentaré mis más abyectas excusas.

—Hablemos ahora de vos, Thufir —dijo Jessica—. Los seres humanos viven mejor cuando cada uno ocupa su lugar, cuando cada uno sabe cual es su posición en el esquema de las cosas. Destruid este lugar, y destruiréis a la persona. Vos y yo, Thufir, entre todos los que aman al Duque, somos quienes estamos más idealmente situados para destruir el lugar del otro. ¿Creéis que no me sería muy fácil susurrar mis sospechas al oído del Duque alguna de estas noches? ¿En qué momentos imagináis que será más susceptible a ese tipo de susurros, Thufir? ¿Debo ser más explícita?

—¿Me estáis amenazando? —gruñó él.

—En absoluto. Simplemente pongo en evidencia el hecho de que alguien nos está atacando a través de las posiciones básicas de nuestras vidas. Es astuto, diabólico. Os propongo neutralizar este ataque disponiendo de nuestras vidas de tal modo que no exista ninguna fisura por la cual podamos ser alcanzados.

—¿Me acusáis de susurrar sospechas sin fundamento?

—Sin fundamento, sí.

—¿E intentáis combatirlas con vuestros propios susurros?

—Es vuestra vida la que está hecha de sospechas, Thufir, no la mía.

—¿Entonces ponéis en duda mis capacidades?

Jessica suspiró.

—Thufir, quisiera que examinarais hasta qué punto vuestras propias emociones están involucradas en esto. El ser humano natural es un animal de lógica. Vuestra proyección de la lógica en todos los asuntos es innatural pero es tolerada porque es útil. Vos sois la personificación de la lógica… un Mentat. Sin embargo, las soluciones de vuestros problemas son conceptos que, en un sentido muy real, son proyectados fuera de vos mismo, y deben ser observados, estudiados, examinados desde todos los ángulos.

—¿Pretendéis enseñarme mi trabajo? —preguntó el hombre, sin intentar ocultar el desdén en su voz.

—Podéis aplicar vuestra lógica a cualquier cosa que esté fuera de vos —dijo Jessica—. Pero es una característica humana el que cuando nos enfrentamos con nuestros problemas personales, las cosas más profundamente íntimas son las que mejor resisten el examen de nuestra lógica. Tendemos a buscar las causas a nuestro alrededor, acusando a todo y a todos, salvo la cosa bien real y profundamente enraizada en nosotros que es nuestra auténtica finalidad.

—Intentáis deliberadamente hacerme dudar de mis poderes de Mentat —dijo el hombre con voz áspera—. Si descubriera a alguien entre los nuestros intentando sabotear así un arma cualquiera de nuestro arsenal, no vacilaría en absoluto en denunciarlo y destruirlo.

—Los mejores Mentat conservan un saludable respeto hacia los factores de error en sus cálculos —dijo ella.

—¡Yo nunca he dicho lo contrario!

—Entonces, estudiad esos síntomas que ambos hemos observado: la embriaguez entre nuestros hombres, las disputas… cómo intercambian vagos rumores sobre Arrakis, cómo ignoran los más simples…

—Se aburren, eso es todo —dijo él—. No intentéis distraer mi atención presentándome un simple hecho banal como algo misterioso.

Ella le miró, pensando en los hombres del duque que, en sus barracones, rumiaban sus aflicciones hasta tal punto que la tensión llegaba hasta el castillo casi como un aislante quemado. Se están volviendo como los hombres de las leyendas pre-Cofradía, pensó. Como los hombres de aquel perdido explorador estelar, Ampoliros… enfermos a fuerza de sujetar las armas… siempre buscando, siempre preparados y nunca dispuestos.

—¿Por qué nunca habéis querido usar mis habilidades en vuestro servicio al Duque?

—preguntó—. ¿Temíais que fuera un rival que pusiera en peligro vuestra posición?

Hawat la miró torvamente, y sus viejos ojos llamearon.

—Conozco algo del adiestramiento que os convierte en… —se interrumpió, frunciendo el ceño.

—Continuad, decidlo —animó ella—. En brujas Bene Gesserit.

—Conozco algo del adiestramiento real que se os ha proporcionado —dijo él—. He podido ver como surgía en Paul. No me dejo engañar por lo que vuestras escuelas declaran en público, que existís tan sólo para servir.

El shock debe ser severo, y ya casi está preparado para recibirlo, pensó ella.

—Siempre me habéis escuchado respetuosamente en el Consejo —dijo—, pero muy raramente habéis tenido en cuenta mis opiniones. ¿Por qué?

—No tengo ninguna confianza en vuestras motivaciones Bene Gesserit —dijo Hawat—. Creéis que podéis leer en el interior de un hombre; tal vez penséis que podéis empujar a un hombre a hacer exactamente lo que vos…

—¡Thufir, pobre imbécil! —murmuró.

El la fulminó con la mirada, hundiéndose en su asiento.

—Sean cuales sean los rumores que os hayan llegado acerca de nuestras escuelas —dijo Jessica—, la verdad es mucho más vasta. Si yo deseara destruir al Duque… o a vos o a cualquier otra persona a mi alcance, vos nos podríais detenerme. Y pensó: ¿Por qué permito que el orgullo me haga decir tales palabras? Esta no es la manera en que fui adiestrada. No es así como puedo ocasionarle un shock. Hawat deslizó una mano bajo su túnica, al lugar donde ocultaba un pequeño proyector de dardos envenenados. No lleva escudo, pensó. ¿Acaso es una bravata? Podría matarla ahora… pero, ah… ¿Cuales serían las consecuencias si estoy equivocado?

Jessica vio el gesto de su mano y dijo:

—Roguemos porque la violencia nunca sea necesaria entre nosotros.

—Una loable plegaria —asintió él.

—Pero, mientras tanto, el mal se extiende entre nosotros. Os pregunto de nuevo:

¿acaso no es más razonable suponer que los Harkonnen hayan sembrado sus sospechas a fin de enfrentarnos al uno contra el otro?

—El rey vuelve a estar ahogado —dijo él.

Jessica suspiró y pensó: está casi a punto.

—El Duque y yo somos el padre y la madre tutelares de nuestro pueblo —dijo—. La posición…

—Aún no se ha casado con vos —dijo Hawat.

Jessica se obligó en mantenerse en calma, pensando: esta ha sido una buena respuesta.

—Pero no se casará con ninguna otra —dijo—. No, mientras yo viva. Y somos sus tutores, como os he dicho. Romper este orden natural, disturbarlo, desorganizarlo y confundirlo… ¿qué objetivo puede haber más atractivo para los Harkonnen?

Hawat captó hacia donde se estaba dirigiendo ella y se inclinó hacia adelante, con las cejas fruncidas.

—¿El Duque? —preguntó ella—. Un atractivo blanco, ciertamente, pero a excepción de Paul no hay nadie mejor guardado que él. ¿Yo? Seguramente lo intentan, pero saben que las Bene Gesserit constituyen un blanco difícil. Y existe otro blanco mejor, una persona en la cual sus funciones crean, necesariamente, una monstruosa ceguera. Una persona para la cual sospechar es tan natural como respirar. Que construye toda su vida en la insinuación y el misterio. —Tendió bruscamente su mano derecha hacia él—. ¡Vos!

Hawat se levantó a medias de su silla.

—¡No os he dicho que os retirarais, Thufir! —restalló ella.

El viejo Mentat casi se dejó caer hacia atrás sobre su asiento, sintiendo que de repente sus músculos le traicionaban.

Ella sonrió sin alegría.

—Ahora conocéis algo del verdadero adiestramiento que se nos da —dijo. Hawat intentó deglutir sin conseguirlo. La intimación de Jessica había sido regia, perentoria, restallando en un tono y una manera completamente irresistibles. Su cuerpo había obedecido aún antes de que pudiera pensar en ello. Nada hubiera podido impedir su reacción de respuesta, ni la lógica, ni el más apasionado furor… nada. Y todo aquello recelaba en ella un conocimiento profundo, sensible, de la persona a la que se había enfrentado, un control tan completo que jamás lo hubiera creído posible.

—Os dije antes que ambos deberíamos comprendernos —dijo ella—. En realidad quería decir que vos deberíais comprenderme a mí. Porque yo ya os comprendo. Y ahora os digo que vuestra fidelidad al Duque es la única garantía que tenéis para mí. El la miró, humedeciéndose los labios con la lengua.

—Si yo deseara un fantoche, el Duque se casaría inmediatamente conmigo —dijo ella—. Incluso podría hacerle pensar que lo hacía por su propia voluntad. Hawat inclinó la cabeza, mirándola con ojos entrecerrados. Sólo el más rígido control le retenía de su deseo de llamar a la guardia. Control… y la sospecha de que aquella mujer no se lo permitiría. Se estremeció ante el recuerdo de cómo le había dominado. ¡En aquel instante de vacilación hubiera podido extraer un arma y matarle!

¿Es cierto entonces que cada ser humano es víctima de esta ceguera?, pensó. ¿Es posible que cada uno de nosotros pueda ser manipulado de esta forma sin poder resistirse? Esta idea le asombró. ¿Quién podría detener a una persona dotada de un tal poder?

—Habéis entrevisto el puño bajo el guante Bene Gesserit —dijo ella—. Muy pocos lo han entrevisto y han sobrevivido. Y lo que he hecho es algo relativamente sencillo para nosotras. No habéis visto aún todo mi arsenal. Pensad en ello.

—¿Por qué no lo usáis para destruir a los enemigos del Duque? —preguntó él.

—¿Querríais realmente que los destruyera? —respondió ella con otra pregunta—.

¿Dando así una imagen debilitada de nuestro Duque, forzándole a depender para siempre de mí?

—Pero, con tales poderes…

—Este poder es un arma de doble filo, Thufir —dijo ella—. Vos pensáis: «Qué fácil sería para ella fabricarse un instrumento humano para hundirlo en las entrañas del enemigo.» Es cierto, Thufir; incluso en vuestras propias entrañas. Sin embargo, ¿qué conseguiría con ello? Si algunas de nuestras Bene Gesserit hicieran esto, ¿no harían que todas las Bene Gesserit fueran sospechosas? Nosotras no queremos esto, Thufir. No queremos destruirnos a nosotras mismas. —Asintió con la cabeza—. Sí, realmente, sólo existimos para servir.

—No puedo responderos —dijo él—. Vos sabéis que no puedo responderos.

—No diréis a nadie lo que ha ocurrido aquí —dijo ella—. Os conozco, Thufir.

—Mi Dama… —de nuevo el anciano intentó deglutir, pero su garganta estaba seca. Y pensó: Tiene grandes poderes, es cierto. ¿Pero esos poderes no la harían un instrumento aún más formidable para los Harkonnen?

—El Duque podría ser destruido tan rápidamente por sus amigos como por sus enemigos —dijo ella—. Espero que ahora examinaréis a fondo las razones de esas sospechas y las anularéis.

—Si se revelan sin fundamento —dijo él.

—Si —musitó ella.

—Si —repitió él.

—Sois tenaz —dijo ella.

—Prudente —observó él—, y consciente de la posibilidad de error.

—Entonces os voy a hacer otra pregunta: ¿qué significa para vos el encontraros ante otro ser humano, y saberos atado y sin posibilidades de defensa, mientras el otro tiene un cuchillo apuntando a vuestra garganta… y este, en vez de mataros, os libera de vuestras ligaduras y os ofrece el cuchillo para que lo uséis contra él?

Jessica se levantó del sillón y se volvió de espaldas a él.

—Podéis iros, Thufir.

El viejo Mentat se alzó, vaciló, sus manos se movieron hacia el arma mortal escondida bajo su túnica. Recordó la arena y el padre del Duque (que había sido un hombre valeroso pese a sus otros defectos), y el día de la corrida hacía tanto tiempo: la feroz bestia negra inmóvil, con la cabeza baja, desconcertada. El viejo Duque había dado la espalda a los cuernos, con la capa llameantemente doblada en su brazo, mientras las aclamaciones resonaban en las tribunas.

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