Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—¿Y si el Emperador llega a saber esto? —preguntó Halleck—. Es muy celoso de sus beneficios de la CHOAM, mi Señor.

Leto sonrió.

—Oficialmente pondremos íntegramente este diezmo a nombre de Shaddam IV, y lo deduciremos legalmente de la suma que nos cuestan nuestras fuerzas de apoyo.

¡Dejemos que los Harkonnen respondan a esto! Así conseguiremos arruinar a algunos de los que se han enriquecido con el sistema Harkonnen de tributos. ¡No más ilegalidad!

Una retorcida sonrisa asomó al rostro de Halleck.

—Ah, mi Señor, un hermoso golpe bajo. Me gustaría ver la cara del Barón cuando lo sepa.

El Duque se volvió hacia Hawat.

—Thufir, ¿tienes esos libros de cuentas que me dijiste podías comprar?

—Si, mi Señor. Los estamos examinando detalladamente. Pero ya les he dado una ojeada, y puedo daros una primera aproximación.

—Adelante pues.

—Los Harkonnen realizan un beneficio de diez mil millones de solaris cada trescientos treinta días standard.

Se alzaron sofocadas exclamaciones alrededor de toda la mesa. Incluso los ayudantes más jóvenes, que hasta aquel momento se habían mostrado vagamente aburridos, se irguieron intercambiando estupefactas miradas.

—«Puesto que chuparán la abundancia de los mares y los tesoros escondidos en la arena» —murmuró Halleck.

—Así pues, señores —dijo Leto—, ¿hay alguno entre ustedes que sea tan ingenuo como para creer que los Harkonnen han hecho su equipaje y se han ido simplemente porque el Emperador se lo ha ordenado?

Todas las cabezas se inclinaron en un murmullo general de asentimiento.

—Tendremos que ganar este planeta con la punta de la espada —dijo Leto. Se volvió hacia Hawat—. Este es el momento preciso para hablar del equipamiento. ¿Cuántos tractores de arena, recolectores, factorías de especia y material de equipo nos han dejado?

—La totalidad, como está registrado en el inventario Imperial presentado al Arbitro del Cambio, mi Señor —dijo Hawat. Hizo un gesto, y uno de sus ayudantes más jóvenes le pasó un dossier que abrió sobre la mesa, ante él—. Se han olvidado de precisar que menos de la mitad de los tractores de arena están en condiciones de funcionar, y que tan sólo un tercio disponen de alas de acarreo para ser llevados hasta las arenas de especia… todo lo que nos han dejado los Harkonnen está a punto de desmoronarse y deshacerse en piezas. Podremos llamarnos afortunados si conseguimos que la mitad del equipo funcione, y muy afortunados si una cuarta parte de esta mitad sigue funcionando aún dentro de seis meses.

—Exactamente lo que esperábamos —dijo Leto—. ¿Cuál es la estimación definitiva acerca del equipamiento de base?

Hawat consultó su dossier.

—Alrededor de novecientas factorías recolectoras podrán ser enviadas dentro de pocos días. Alrededor de seis mil doscientos cincuenta ornitópteros para vigilar, explorar y observar… alas de acarreo, un poco menos de mil.

—¿No sería más económico volver a abrir las negociaciones con la Cofradía y obtener el permiso para instalar una fragata en órbita que hiciera las veces de satélite meteorológico? —dijo Halleck.

El Duque miró a Hawat.

—¿Nada nuevo por este lado, Thufir?

—Por ahora debemos buscar otras soluciones —dijo Hawat—. El agente de la Cofradía no tenía intención de negociar con nosotros. Simplemente puso en claro, de Mentat a Mentat, que el precio estaría siempre por encima de nuestras posibilidades fuera cual fuese la cifra que estuviéramos dispuestos a desembolsar. Nuestra tarea ahora es descubrir el porqué antes de intentar un nuevo acercamiento.

Uno de los ayudantes de Halleck, al extremo de la mesa, se removió en su silla y exclamó bruscamente:

—¡Esto es injusto!

—¿Injusto? —el Duque miró al hombre—. ¿Quién habla de justicia? Estamos aquí para hacer nuestra propia justicia. Y lo conseguiremos en Arrakis… vivos o muertos.

¿Lamentáis haberos ligado a nuestra suerte, señor?

El hombre miró a la vez al Duque y dijo:

—No, Señor —respondió—. Vos no podéis dar la espalda a la mayor fuente de riqueza planetaria de todo nuestro universo… y yo no puedo hacer más que seguiros. Perdonad mi intervención, pero… —se alzó de hombros— …a veces todos nos sentimos un poco amargados.

—Comprendo esta amargura —dijo el Duque—. Pero no nos lamentamos por la falta de justicia mientras tengamos brazos y seamos libres para usarlos. ¿Hay alguien más entre ustedes que se sienta amargado? Si es así, que lo diga. Este es un consejo de amigos, donde cada cual puede expresar lo que piensa.

Halleck se agitó.

—Creo que lo más irritante, Señor, es la falta de voluntarios de las demás Grandes Casas. Se dirigen a vos como «Leto el Justo» y os prometen amistad eterna… porque no cuesta nada a nadie.

—Ignoran todavía quién saldrá vencedor de este cambio —dijo el Duque—. La mayor parte de las Casas se han enriquecido asumiendo un mínimo de riesgos. Uno no puede realmente culparlas por ello; tan sólo puede despreciarlas. —Miró a Hawat—. Estábamos discutiendo el equipamiento. ¿Podrás proyectar algunos ejemplos para familiarizar a los hombres con esta maquinaria?

Hawat asintió, haciendo un gesto a un ayudante que estaba al lado del proyector. Una imagen sólida en tres dimensiones apareció sobre la superficie de la mesa, aproximadamente a un tercio de distancia del Duque. Algunos de los hombres sentados al otro extremo de la mesa se levantaron para ver mejor.

Paul se inclinó hacia adelante, observando atentamente la máquina. Según la escala con respecto a las figuras humanas proyectadas junto a ella, tendría unos ciento veinte metros de largo por cuarenta de ancho. Básicamente era un largo cuerpo central en forma de insecto, que se movía por medio de varias secciones independientes de orugas.

—Es una factoría recolectora —dijo Hawat—. Hemos elegido una bien reparada para esta proyección. Es un tipo de máquina que llegó aquí con el primer equipo de ecólogos Imperiales, y que aún sigue en funcionamiento… aunque no comprendo cómo… ni por qué.

—Se trata de la que llaman «Vieja María», y es buena para un museo —dijo uno de los ayudantes—. Creo que los Harkonnen la utilizaban como castigo, una amenaza que mantenían sobre la cabeza de sus trabajadores. Portaos bien, o seréis asignados a la Vieja María.

Sonaron risas alrededor de la mesa.

Paul se mantuvo apartado de aquella muestra de humor, con su atención centrada en la proyección y las preguntas que desfilaban por su mente. Señaló la imagen sobre la mesa y dijo:

—Thufir, ¿hay gusanos de arena bastante grandes como para tragarse todo esto?

Un repentino silencio cayó sobre la mesa. El Duque maldijo por lo bajo, y después pensó: No… tienen que afrontar la realidad.

—Hay en el desierto profundo gusanos que podrían tragarse de un solo bocado toda esta factoría —dijo Hawat—. Incluso aquí, en las inmediaciones de la Muralla Escudo, donde se extrae la mayor parte de la especia, existen gusanos que podrían triturar esta factoría y devorarla en sus ratos libres.

—¿Por qué no las rodeamos con escudos? —preguntó Paul.

—Según el informe de Idaho —dijo Hawat—, los escudos son peligrosos en el desierto. Incluso un simple escudo corporal bastaría para atraer a todos los gusanos existentes en centenares de metros a la redonda. Parece ser que los escudos crean en ellos una especie de furia homicida. No tenemos al respecto ninguna razón para dudar de la palabra de los Fremen. Idaho no ha visto ninguna evidencia de equipamiento de escudos en el sietch.

—¡Realmente ninguna? —preguntó Paul.

—Sería más bien difícil esconder ese tipo de material entre un millar de personas —dijo Hawat—. Idaho tenía libre acceso a cualquier parte del sietch. No vio ningún escudo ni la menor señal de su uso.

—Esto es un rompecabezas —dijo el Duque.

—Los Harkonnen, en cambio, utilizaron ciertamente una gran cantidad de escudos aquí —dijo Hawat—. Hay depósitos de reparaciones en todos los poblados de guarnición, y su contabilidad señala fuertes partidas de gasto destinadas a piezas de repuesto para los escudos.

—¿Es posible que los Fremen posean un medio de neutralizar los escudos? —preguntó Paul.

—Parece improbable —dijo Hawat—. Teóricamente es posible, desde luego… una contracarga estática podría supuestamente cortocircuitar un escudo, pero nadie ha sido nunca capaz de hacer realidad un tal dispositivo.

—Hubiéramos oído hablar de él —dijo Halleck—. Los contrabandistas han estado siempre en contacto con los Fremen, y hubieran comprado una panacea así si estuviera disponible. Y no hubieran vacilado en traficar con ella fuera del planeta.

—No me gusta que cuestiones de esta importancia queden sin respuesta —dijo Leto—. Thufir, quiero que dediques prioridad absoluta a la resolución de este problema.

—Estamos trabajando ya en él, mi Señor. —Hawat carraspeó—. Ah, Idaho dijo algo interesante: dijo que uno no podía engañarse sobre la actitud de los Fremen con respecto a los escudos. Dijo que parecían más bien divertidos con ellos. El Duque frunció las cejas.

—El objeto de esta discusión es el equipamiento para la especia —dijo. Hawat le hizo un gesto al hombre del proyector.

La imagen sólida de la factoría recolectora fue reemplazada por la proyección de un aparato alado que convertía en minúsculas las imágenes de figuras humanas a su alrededor.

—Esto es un ala de acarreo —dijo Hawat—. Es esencialmente un gran tóptero, cuya única función es transportar una factoría a las arenas ricas en especia, y rescatarla cuando aparece un gusano de arena. Siempre aparece alguno. La recolección de la especia es un proceso de salir corriendo, recolectar corriendo, y regresar corriendo lo antes posible.

—Admirablemente adecuado a la moral de los Harkonnen —dijo el Duque. Las risas estallaron bruscamente y demasiado fuertes.

Un ornitóptero sustituyó al ala de acarreo en el foco de proyección.

—Esos tópteros son bastantes convencionales —dijo Hawat—. Sus mayores modificaciones estriban en un radio de acción muy ampliado. Blindajes especiales permiten sellar herméticamente las partes esenciales contra la arena y el polvo. Tan sólo uno de cada treinta está protegido por un escudo… probablemente el peso del generador del escudo ha sido eliminado para ampliar el radio de acción.

—No me gusta este quitarle importancia a los escudos —murmuró el Duque. Y pensó:

¿Es este el secreto de los Harkonnen? ¿Significa quizá que ni siquiera podremos huir en nuestras fragatas equipadas con escudos si todo se vuelve contra nosotros? Agitó violentamente su cabeza para alejar aquellos pensamientos y añadió—: Pasemos a la estimación del rendimiento. ¿Cuál debería ser nuestro beneficio?

Hawat volvió dos páginas en su bloc de notas.

—Después de haber evaluado el estado del equipo y el coste de las reparaciones para hacerlo operable, hemos obtenido una primera estimación sobre los costes de explotación. Naturalmente hemos hecho un cálculo por encima de las posibilidades reales a fin de dejar un margen de seguridad. —Cerró los ojos en un semitrance Mentat—. Bajo los Harkonnen, el mantenimiento y los salarios ascendían a un catorce por ciento. Podremos considerarnos afortunados si conseguimos limitarlos, en los primeros tiempos, a un treinta por ciento. Con las reinversiones y los factores de desarrollo, incluyendo el porcentaje de la CHOAM y los costes militares, nuestro margen de beneficio se reducirá a un exiguo seis o siete por ciento, hasta que hayamos reemplazado todo el equipo fuera de uso. Entonces deberemos estar en situación de elevarlo hasta un doce o un quince por ciento, que es lo normal. —Abrió los ojos—. A menos que mi Señor quiera adoptar los métodos de los Harkonnen.

—Estamos trabajando para establecer una base planetaria sólida y permanente —dijo el Duque—. Debemos hacer que una gran parte de la población sea feliz… especialmente los Fremen.

—Muy especialmente los Fremen —asintió Hawat.

—Nuestra supremacía en Caladan —dijo el Duque— dependía de nuestro poder en el mar y en el aire. Aquí, debemos desarrollar algo que yo llamo el poder del desierto. Esto puede incluir el poder en el aire, aunque es probable que no sea así. Quiero llamar su atención sobre la falta de escudos en los tópteros —agitó la cabeza—. Los Harkonnen contaban con una permanente rotación del personal proveniente de otros planetas para algunos de sus puestos clave. Nosotros no podemos permitírnoslo. Cada nuevo grupo de recién llegados tendrá su cuota de provocadores.

—Entonces deberemos contentarnos con menores bene ficios y recolecciones más reducidas —dijo Hawat—. Nuestra producción durante las primeras dos estaciones deberá ser inferior en un tercio con respecto a la de los Harkonnen.

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