Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

El Duque era alto, de piel olivácea. Su rostro largo y delgado estaba tallado en ángulos duros, suavizados tan sólo por los profundos ojos grises. Llevaba un negro uniforme de trabajo, con el halcón heráldico rojo bordado en el pecho. Un cinturón escudo de plata, patinada por el uso, ceñía su delgada cintura.

—¿Ha sido duro el trabajo, hijo? —preguntó el Duque.

Se acercó a la mesa en L, echó una ojeada a los papeles que había en ella, la amplió luego a toda la habitación, y terminó fijándola en Paul. Se sentía cansado, haciendo un duro esfuerzo por no mostrar su fatiga. Tendré que aprovechar todas las oportunidades para descansar durante el viaje hasta Arrakis, pensó. En Arrakis no voy a tener tiempo de hacerlo.

—No muy duro —dijo Paul—. Todo es tan… —se alzó de hombros.

—Si. Bien, mañana nos vamos. Será bueno instalarnos en nuestro nuevo hogar y dejar todo este trastorno detrás.

Paul asintió, recordando de pronto las palabras de la Reverenda Madre: «…en cuanto a tu padre, no».

—Padre —dijo Paul—, ¿crees que Arrakis será tan peligrosa como dicen todos?

El Duque se forzó a hacer un gesto casual, se sentó en el borde de la mesa y sonrió. Toda una serie de frases hechas se dibujaron en su mente… el tipo de frases usadas para calmar los temores de sus hombres antes de una batalla. Pero no dejó que ninguna se formara en su boca, enfrentado a un único pensamiento:

Es mi hijo.

—Será peligroso —admitió.

—Hawat me ha dicho que tenemos un plan para los Fremen —dijo Paul. Y pensó: ¿Por qué no le cuento lo que me dijo la vieja mujer? ¿Cómo ha conseguido ella sellar mi lengua?

El Duque observó la desazón de su hijo.

—Como siempre —dijo—, Hawat sabe cuál es nuestra mejor oportunidad. Pero hay mucho más. La Combine Honnete Ober Advancer Mercantiles… la Compañía CHOAM. Dándome Arrakis, Su Majestad se ha visto obligado a concederme uno de los directorios de la CHOAM… una sutil ventaja.

—La CHOAM controla la especia —dijo Paul.

—Y Arrakis con su especia nos abrirá las puertas de la CHOAM —dijo el Duque—. Hay mucho más en la CHOAM que la melange.

—¿Te ha advertido la Reverenda Madre? —preguntó Paul. Cerró los puños, y sintió sus palmas húmedas de transpiración. El esfuerzo necesario para formular aquella pregunta había sido terrible.

—Hawat me ha dicho que ella te había asustado con sus advertencias acerca de Arrakis —dijo el Duque—. No dejes que los temores de una mujer ofusquen tu mente. Ninguna mujer quiere que sus seres queridos se vean expuestos al peligro. Tras esas advertencias había la mano de tu madre. Tómalo como un signo de su amor por ti.

—¿Sabe ella algo acerca de los Fremen?

—Sí, y muchas cosas más.

—¿Cuáles?

Y el Duque pensó: La verdad podría ser peor que todo lo que haya imaginado, pero cada peligro es valioso si uno está preparado para afrontarlo. Y si hay algo de lo que mi hijo nunca se ha mantenido alejado es de la necesidad de enfrentarse al peligro. Pero pese a todo hay que esperar aún; es muy joven.

—Pocos son los productos que escapan al control de la CHOAM —dijo el Duque—. Troncos, mulas, caballos, vacas, maderas, estiércol, escualos, pieles de ballena… lo más prosaico y lo más exótico… incluso nuestro pobre arroz pundi de Caladan. Cualquier cosa que la Cofradía pueda transportar, las obras de arte de Ecaz, las máquinas de Richesse y de Ix. Pero todo esto no es nada al lado de la melange. Un puñado de especia basta para comprar una casa en Tulipe. No puede ser manufacturada, tiene que ser extraída de Arrakis. Es única, y sus propiedades geriátricas son indiscutidas.

—¿Y nosotros la controlaremos ahora?

—Hasta cierto punto. Pero lo importante es considerar que todas las Casas dependen de los beneficios de la CHOAM. Y piensa en que una enorme proporción de estos beneficios dependen de un solo producto: la especia. Imagina lo que ocurriría si algo redujera la producción de especia.

—Aquel que hubiera almacenado melange podría dominar el mercado —dijo Paul—. Y los demás no podrían hacer nada.

El Duque se permitió un momento de amarga satisfacción, mirando a su hijo y pensando cuán penetrante, cuán entrenada había sido aquella observación. Asintió.

—Los Harkonnen han estado almacenándola durante más de veinte años.

—¿Quieren que la producción de especia decrezca y que la culpa recaiga en ti?

—Desean que el nombre de los Atreides se haga impopular —dijo el Duque—. Piensa en las Casas del Landsraad, que en cierto sentido me consideran como su caudillo… su portavoz oficioso. Piensa en cómo reaccionarían si yo fuera responsable de una seria reducción en sus beneficios. A fin de cuentas, los beneficios son lo único que cuenta. ¡Al diablo la Gran Convención! ¡No vas a dejar que nadie te reduzca a la miseria! —Una dura sonrisa apareció en la boca del Duque—. Todos se inclinarán hacia la otra parte, sin apoyar nada de lo que yo haga.

—¿Incluso si nos atacaran con atómicas?

—Nada tan flagrante. No se desafiará tan abiertamente la Convención. Pero aparte esto casi todo estará permitido… quizá incluso el polvo radiactivo o la contaminación del suelo.

—Entonces, ¿por qué precipitarnos a esto?

—¡Paul! —el Duque frunció el ceño—. Sabemos dónde está la trampa… y cuál es el primer paso para evadirla. Esto es como un combate singular, hijo, sólo que a gran escala… fintas en las fintas de las fintas… en un combate sin fin. Nuestra tarea es burlar la intriga. Sabemos que los Harkonnen han almacenado melange, de modo que hagámonos otra pregunta: ¿Quién más ha estado almacenándola? Esta será la lista de nuestros enemigos.

—¿Quiénes?

—Algunas Casas que sabemos que son enemigas, y algunas otras que creíamos amigas. Pero no es necesario tener en cuenta esto por el momento, ya que también hay alguien mucho más importante que todos ellos: nuestro bienamado Emperador Padishah. Paul notó repentinamente que su boca estaba seca.

—Podrías convocar al Landsraad y exponerle…

—¿Para informar a nuestros enemigos que sabemos de quién es la mano que empuña el cuchillo? Ah, Paul, ahora… ahora vemos el cuchillo. ¿Quién puede saber quién lo empuñará mañana? Si mostramos todo esto al Landsraad, lo único que conseguiremos será crear una enorme confusión. El Emperador lo negará todo. ¿Cómo podremos refutarlo? Quizá ganemos algo de tiempo, pero arriesgando el caos. ¿Y de dónde vendrá entonces el próximo ataque?

—Todas las Casas podrán ponerse a almacenar especia.

—Nuestros enemigos llevan ventaja… demasiada para poder alcanzarles.

—El Emperador —dijo Paul—. Esto significa los Sardaukar.

—Disfrazados con uniformes Harkonnen, sin duda —dijo el Duque—. Pero los mismos soldados fanáticos pese a todo.

—¿Cómo pueden ayudarnos los Fremen contra los Sardaukar?

—¿Te ha hablado Hawat de Salusa Secundus?

—¿El planeta prisión del Emperador? No.

—¿Y si fuera algo más que un planeta prisión, Paul? Hay una pregunta que nunca te has hecho con respecto al Cuerpo Imperial de los Sardaukar: ¿de dónde vienen?

—¿Del planeta prisión?

—Vienen de alguna parte.

—Pero las reclutas que efectúa el Emperador…

—Esto es lo que quieren hacer creer: que los Sardaukar son tan sólo gentes reclutadas por el Emperador y magníficamente entrenadas desde muy jóvenes. Ocasionalmente se oyen murmuraciones acerca de los cuadros de entrenamiento del Emperador, pero el equilibrio de nuestra civilización ha permanecido siempre igual: las fuerzas militares de las Grandes Casas del Landsraad por un lado, los Sardaukar y las fuerzas de recluta por el otro. Y las fuerzas de recluta, Paul. Los Sardaukar siguen siendo siempre los Sardaukar.

—¡Pero todos los informes acerca de Salusa Secundus dicen que S.S. es un mundo infernal!

—Indudablemente. Pero, si tú tuvieras que crear una raza de hombres fuertes, duros y feroces, ¿qué condiciones ambientales les impondrías?

—¿Cómo es posible asegurar la lealtad de unos hombres como esos?

—Existen medios infalibles: jugar con la convicción de su propia superioridad, la mística de la secta secreta, el espíritu de las penalidades sufridas en común. Puede hacerse. Ha funcionado en muchos mundos y en muchas épocas.

Paul asintió, sin dejar de observar el rostro de su padre. Intuía que iba a seguir alguna revelación.

—Considera Arrakis —dijo el Duque—. A excepción de las ciudades y los poblados de guarnición, es un mundo tan terrible como Salusa Secundus.

Los ojos de Paul se desorbitaron.

—¿Los Fremen?

—Disponemos allí de una fuerza potencial tan importante y mortífera como los Sardaukar. Se necesitará mucha paciencia para adiestrarla en secreto y mucho dinero para equiparla eficazmente. Pero los Fremen están ahí… y también la especia, con toda la riqueza que supone. ¿Comprendes ahora por qué vamos a Arrakis, aún sabiendo la trampa que representa?

—¿Acaso los Harkonnen no saben nada acerca de los Fremen?

—Los Harkonnen desprecian a los Fremen, los cazan por deporte, nunca se han preocupado de censarlos. Conocemos bien la política de los Harkonnen con respecto a las poblaciones planetarias: mantenerlas con el mínimo costo posible. —La trama metálica que formaba el símbolo del halcón en su pecho destelló cuando el Duque cambió de posición—. ¿Comprendes?

—Vamos a negociar con los Fremen —dijo Paul.

—He enviado una misión mandada por Duncan Idaho —dijo el Duque—. Duncan es un hombre orgulloso y despiadado, pero respeta la verdad. Los Fremen le admirarán. Si tenemos suerte, nos juzgarán tomándole como modelo: Duncan el honesto.

—Duncan el honesto —dijo Paul—, y Gurney el valeroso.

—Exactamente —dijo el Duque.

Y Paul pensó: Gurney era una de las cosas en que pensaba la Reverenda Madre cuando habló de los puntales de los mundos… el coraje de los valerosos.

—Gurney me ha dicho que hoy te has desenvuelto muy bien con las armas —dijo el Duque.

—Eso no es lo que me ha dicho a mí.

El Duque se echó a reír.

—Imagino que Gurney es más bien parco en sus cumplidos. De todos modos, y son sus propias palabras, me ha asegurado que distingues perfectamente la diferencia entre la punta y el filo de la hoja de una espada.

—Gurney dice que no es artístico matar con la punta; hay que hacerlo con el filo.

—Gurney es un romántico —gruñó el Duque. Las palabras de su hijo sobre el mejor modo de matar le turbaban—. Preferiría que nunca te vieras obligado a matar… pero si te ves enfrentado a ello, mata como puedas… con el filo o con la punta.— Miró a las vidrieras del techo, sobre las que tamborileaba la lluvia.

Siguiendo la dirección de la mirada de su padre, Paul pensó en la humedad del cielo, allá fuera… un espectáculo que nunca iba a poder ver en Arrakis… y en el espacio que separaba ambos mundos.

—¿Las naves de la Cofradía son realmente tan grandes? —preguntó. El Duque le miró.

—Este será tu primer viaje fuera del planeta —dijo—. Sí, son grandes. Y nosotros viajaremos en uno de los cruceros mayores porque es un largo viaje. Los grandes cruceros son realmente enormes. Todas nuestras fragatas y transportes ocuparían apenas una de sus esquinas… un espacio minúsculo en su lista de embarque.

—¿Y no podríamos usar una de nuestras fragatas?

—Este es parte del precio que pagamos por la Seguridad de la Cofradía. Podrá haber naves Harkonnen a nuestro flanco, y no tendremos nada que temer. Los Harkonnen no se atreverán a comprometer sus privilegios de transporte.

—Vigilaré nuestras pantallas e intentaré ver a uno de los hombres de la Cofradía.

—No lo hagas. Ni siquiera sus agentes ven nunca a un hombre de la Cofradía. La Cofradía es tan celosa de su anonimato como de su monopolio. Nunca hagas nada que pueda comprometer nuestros privilegios, Paul.

—¿Crees que tal vez se ocultan porque han sufrido mutaciones y ya no tienen… aspecto humano?

—¿Quién sabe? —el Duque se alzó de hombros—. Es un misterio que probablemente ninguno de nosotros va a resolver. Tenemos otros problemas más inmediatos… uno de ellos tú.

—¿Yo?

—Tu madre quiere que sea yo quien te lo diga, hijo. Ya sabes que es posible que poseas capacidades de Mentat.

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