Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

Chani se levantó, alisando las arrugas de sus ropas manchadas por el desierto.

—Llévame hasta él —dijo.

Jessica se alzó a su vez, dirigiéndose hacia los cortinajes que ocultaban la pared izquierda.

Chani la siguió, penetrando en algo que debía haber sido antes un almacén, cuyas paredes rocosas estaban cubiertas ahora por pesados tapices. Paul yacía sobre un lecho de campaña, junto a la pared opuesta. Un único globo suspendido sobre él iluminaba su rostro. Una manta negra le cubría hasta el pecho, dejando al descubierto sus brazos apoyados a lo largo de su cuerpo. Debajo parecía estar desnudo. La piel descubierta era como cera, rígida. No se apreciaba en él el menor movimiento.

Chani controló su deseo de precipitarse hacia él, de abrazar convulsivamente aquel cuerpo. Sus pensamientos, en cambio, corrieron hacia su hijo… Leto. Y en aquel instante se dio cuenta de que Jessica había vivido ya en otra ocasión una prueba como aquella… con su compañero amenazado de muerte y forzando a su mente a no pensar más que en la salvación de su joven hijo. Aquella revelación creó un fuerte lazo de unión entre ella y la madre de Paul, y Chani tendió su mano y tomó la de Jessica. El apretón fue casi doloroso en su intensidad.

—Está vivo —dijo Jessica—. Te aseguro que está vivo. Pero el hilo de su vida es tan delgado que es muy fácil que escape a cualquier detección. Algunos de los jefes murmuran ya que es la madre quien habla y no la Reverenda Madre, que mi hijo está realmente muerto y que me niego a entregar su agua a la tribu.

—¿Cuánto tiempo hace que está así? —preguntó Chani. Liberó su mano de la de Jessica y avanzó en la estancia.

—Tres semanas —dijo Jessica—. He pasado cerca de una semana intentando revivirlo. Ha habido reuniones, discusiones… investigaciones. Después te he llamado. Los Fedaykin obedecen mis órdenes, de otro modo no hubiera conseguido retrasar el… —se humedeció los labios y calló, observando a Chani mientras ésta se acercaba a Paul.

Chani se detuvo al lado de Paul, contemplando su rostro, la naciente barba, los párpados cerrados, las altas cejas, la afilada nariz… aquellos rasgos tan tranquilos en su rígido reposo.

—¿Cómo se nutre? —preguntó Chani.

—Las necesidades de su carne son tan reducidas que aún no ha necesitado alimentos —dijo Jessica.

—¿Cuánta gente sabe lo que ha ocurrido? —preguntó Chani.

—Sólo los consejeros personales, algunos jefes, los Fedaykin y, por supuesto, aquél que le haya administrado el veneno.

—¿Hay algún indicio de quién ha sido?

—No, y no es porque no lo hayamos investigado —dijo Jessica.

—¿Qué es lo que dicen los Fedaykin? —preguntó Chani.

—Creen que Paul está sumido en un trance sagrado, reuniendo sus santos poderes para las batallas finales. Es algo que yo misma he cultivado.

Chani se arrodilló al lado del lecho, hasta casi rozar el rostro de Paul. Captó inmediatamente una diferencia en el aire alrededor de su rostro… pero sólo había el olor de la especia, la omnipresente especia cuyo perfume envolvía toda la vida de los Fremen. Sin embargo…

—Vosotros no habéis nacido entre la especia, como nosotros —dijo Chani—. ¿Has pensado que su cuerpo puede haberse revelado contra una excesiva cantidad de especia en su dieta?

—Todas las reacciones alérgicas son negativas —dijo Jessica. Cerró los ojos, tanto para borrar aquella escena de su vista como porque, de pronto, se dio cuenta de lo agotada que estaba. ¿Cuánto tiempo hace que no duermo?, se preguntó. Demasiado.

—Cuando transformas el Agua de Vida —dijo Chani—, lo haces en tu interior, gracias a tu percepción interior. ¿Has usado esa percepción para analizar su sangre?

—Es sangre Fremen normal —dijo Jessica—. Completamente adaptada a la dieta y a la vida de este lugar.

Chani se sentó sobre sus talones, ahogando su miedo en sus pensamientos mientras examinaba el rostro de Paul. Era una técnica que había aprendido observando a las Reverendas Madres. El tiempo podía servir a la mente. Toda la atención podía ser concentrada en un único pensamiento.

—¿Hay un hacedor aquí? —preguntó de pronto.

—Hay varios —dijo Jessica, con un toque de cansancio—. Procuramos que nunca nos falten en esos días. Cada victoria requiere una bendición. Cada ceremonia antes de una incursión…

—Pero Paul–Muad’Dib se ha mantenido siempre alejado de estas ceremonias —dijo Chani.

Jessica asintió para sí misma, recordando los ambivalentes sentimientos de su hijo en sus enfrentamientos con la droga de especia, y la consciencia presciente que esta suscitaba en él.

—¿Cómo sabes tú esto? —preguntó Jessica.

—Es lo que se dice.

—Se dicen demasiadas cosas —dijo Jessica amargamente.

—Tráeme Agua del hacedor sin transformar —dijo Chani.

Jessica se envaró ante el tono imperioso de la voz de Chani; luego, observando la intensa concentración de la joven, se relajó y dijo:

—Ahora mismo —y salió a través de los cortinajes en busca de un maestro de agua.

Chani permanecía sin apartar sus ojos de Paul. Si ha intentado hacer esto, pensó, y es el tipo de cosa que podría intentar…

Jessica regresó junto a Chani, arrodillándose a su lado y entregándole un bocal. El intenso olor del veneno azotó el olfato de Chani. Metió un dedo en el líquido y lo colocó muy cerca de la nariz de Paul.

La piel a lo largo del puente de la nariz se estremeció. Lentamente, sus aletas se dilataron.

Jessica jadeó.

Chani tocó con su dedo húmedo el labio superior de Paul.

Paul inspiró profunda, penosamente.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Jessica.

—Calma —dijo Chani—. Tienes que convertir un poco de agua sagrada. ¡Aprisa!

Sin hacer ninguna pregunta, porque por el tono de voz de Chani había comprendido que ésta sabía ya lo que ocurría, Jessica tomó el bocal y bebió una pequeña cantidad de líquido.

Los ojos de Paul se abrieron. Miró a Chani.

—No es necesario que transforme el Agua —dijo. Su voz era débil pero firme.

Jessica, al mismo tiempo que notaba el contacto del líquido en su lengua, sintió que su cuerpo reaccionaba, convirtiendo el veneno casi automáticamente. Con la sensibilidad acrecentada que suscitaba la ceremonia, percibió el flujo vital que emanaba de Paul… una radiación que registraron todos sus sentidos.

En aquel instante, supo.

—¡Has bebido el agua sagrada! —balbuceó.

—Una gota —dijo Paul—. Muy poco… una gota.

—¿Cómo has podido cometer una locura así? —preguntó ella.

—Es tu hijo —dijo Chani.

Jessica la fulminó con la mirada.

Una extraña sonrisa, mezcla de ternura y comprensión, apareció en los labios de Paul.

—Escucha a mi amada —dijo—. Escúchala, madre. Ella sabe.

—Aquello que los otros pueden hacer, ha de hacerlo también él —dijo Chani.

—Cuando he tenido esta gota en mi boca —dijo Paul—, cuando la he sentido y gustado, cuando he sabido el efecto que causaba en mí, entonces he comprendido que hubiera podido hacer aquello mismo que tú has hecho, madre. Vuestros instructores Bene Gesserit hablan del Kwisatz Haderach, pero ni siquiera pueden imaginar en cuántos lugares he estado. En los pocos minutos que… —se interrumpió, mirando a Chani con un perplejo fruncimiento de cejas—. ¿Chani? ¿Cómo estás aquí? Se supone que tendrías que estar… ¿Por qué estás aquí?

Intentó levantarse sobre sus codos. Chani le empujó suavemente para que se volviera a tender.

—Por favor, Usul —dijo.

—Me siento tan débil —dijo él. Su mirada recorrió la estancia—. ¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

—Has permanecido durante tres semanas en un coma tan profundo que la chispa de la vida parecía haberse extinguido en ti —dijo Jessica.

—Pero era… La tomé hace apenas un instante y…

—Un instante para ti, tres semanas de angustia para mí —dijo Jessica.

—Era tan sólo una gota, pero la transformé —dijo Paul—. Transformé el Agua de Vida —y antes de que Chani o Jessica pudieran detenerle, hundió una mano en el bocal que había dejado en el suelo a su lado, y se la llevó chorreante a la boca, bebiendo el líquido recogido en su palma formando cuenco.

—¡Paul! —gritó Jessica.

El le aferró una mano, volvió hacia ella un rostro deformado por un rictus mortal, y la embistió con toda su percepción.

La interpenetración no fue tan tierna, tan completa, tan absoluta como lo había sido con Alia y con la Vieja Reverenda Madre de la caverna… pero fue una interpenetración: un compartir absoluto de todo el ser. Jessica se sintió sacudida, debilitada, y se replegó sobre sí misma en su mente, temerosa de su hijo.

—¿Has hablado de un lugar donde no puedes entrar? —dijo él en voz alta—. Quiero ver este lugar que la Reverenda Madre no puede afrontar.

Ella agitó la cabeza, aterrorizada por el empuje de los pensamientos que la asaltaban.

—¡Muéstramelo!

—¡No!

Pero no podía escapar. Subyugada por su terrible fuerza, cerró los ojos y se concentró en sí misma en la dirección–donde–todo–es–tinieblas.

La consciencia de Paul la envolvió, penetró con ella en la profunda oscuridad. Jessica entrevió vagamente el lugar, antes de que su mente huyera vencida por el terror. Sin saber por qué, todo su cuerpo temblaba por aquello que apenas había entrevisto… una región azotada por el viento, donde danzaban chispas incandescentes, donde pulsaban anillos de luz y largas hileras de tumescentes formas blancas fluían en torno a las luces, empujadas por las tinieblas y por el viento que venía de ninguna parte.

Abrió los ojos, viendo que Paul continuaba mirándola. Seguía estrechando aún su mano, pero la terrible unión había cesado. Dominó su temblor. Paul soltó su mano. Fue como si se hubieran roto los hilos que la sustentaban. Caviló, y hubiera caído si Chani no hubiera corrido a sostenerla.

—¡Reverenda Madre! —dijo Chani—. ¿Qué ocurre?

—Cansada —murmuró Jessica—. Muy… cansada.

—Aquí —dijo Chani—. Siéntate aquí. —Ayudó a Jessica hasta un almohadón junto a la pared.

El contacto de aquellos jóvenes y fuertes brazos hicieron bien a Jessica. Se aferró a Chani.

—¿Ha visto realmente con el Agua de Vida? —preguntó Chani. Se soltó de las manos de Jessica.

—Ha visto —susurró Jessica. Su mente estaba aún alterada por el contacto. Era como si acabara de alcanzar nuevamente la tierra firme después de pasar semanas en un mar tempestuoso. Sintió a la vieja Reverenda Madre dentro de ella… y a todas las demás, que se habían despertado y preguntaban: ¿Qué ha sido? ¿qué ha ocurrido? ¿Dónde estaba ese lugar?

Pero sobre todos los demás la dominaba el pensamiento de que su hijo era el Kwisatz Haderach, aquel que podía estar en muchos lugares al mismo tiempo. Era el sueño Bene Gesserit convertido en realidad. Y aquella realidad no le proporcionaba ninguna paz.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Chani.

Jessica agitó la cabeza.

—Hay en cada uno de nosotros —dijo Paul— una antigua fuerza que toma, y una antigua fuerza que da. Ya le es muy difícil a un hombre afrontar aquel lugar dentro de sí mismo donde reina la fuerza que toma, pero le es casi imposible contemplar la fuerza que da sin transformarse en algo distinto a un hombre. Para una mujer, la situación es exactamente a la inversa.

Jessica alzó los ojos, viendo a Chani que la observaba a ella mientras escuchaba a Paul.

—¿Me comprendes, madre? —preguntó Paul.

Ella pudo tan sólo asentir con la cabeza.

—Estas cosas dentro de nosotros son tan antiguas —dijo Paul— que están difundidas por todas las células de nuestros cuerpos. Somos modelados por estas fuerzas. Uno puede decirse a sí mismo:

«Sí, comprendo como puede ser esta cosa.» Pero cuando uno mira dentro de sí mismo y debe afrontar las fuerzas primordiales de nuestra existencia, entonces es cuando ve el peligro. El mayor peligro del que da, es la fuerza del que toma. El mayor peligro del que toma, es la fuerza que da. Es tan fácil ser arrollado por la fuerza que da, como por la que toma.

—Y tú, hijo mío —preguntó Jessica—, ¿eres uno de los que da o uno de los que toma?

—Soy exactamente el fulcro. No puedo dar sin tomar y no puedo tomar sin… —se interrumpió, mirando hacia la pared a su derecha.

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