Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—Me habéis asegurado que nunca suprimíais a alguien que os fuera útil —dijo Hawat—. ¿Queréis desperdiciarme con amenazas y engaños? Estábamos hablando de lo que le dijisteis al Conde Fenring.

Lentamente, el Barón recuperó su compostura. Cuando llegue el momento, se dijo, recordaré esos modales para conmigo. Sí, los recordaré.

—Un momento —dijo el Barón, y pensó de nuevo en el encuentro en la gran sala. Intentó visualizar el cono de silencio en el cual se habían hallado—. Dije aproximadamente esto: «El Emperador sabe que en todos los asuntos siempre hay cierto número de muertos.» Me refería a las pérdidas entre nuestras fuerzas. Después dije algo acerca de considerar otra solución al problema de Arrakis, y dije que el planeta prisión del Emperador me había inspirado a emularlo.

—¡Sangre de bruja! —maldijo Hawat—. ¿Qué dijo Fenring?

—En aquel momento empezó a preguntarme acerca de ti.

Hawat se hundió en su silla y cerró los ojos.

—Así que es por eso por lo que han comenzado a interesarse en Arrakis —dijo—. Bien, la cosa ya está hecha. —Abrió los ojos—. A estas alturas debe haber espías por todo Arrakis. ¡Dos años!

—Pero seguro que no ha sido mi inocente sugerencia la que…

—¡Nada es inocente a los ojos del Emperador! ¿Qué instrucciones habéis enviado a Rabban?

—Simplemente, que debía enseñar a Arrakis a tememos.

Hawat agitó la cabeza.

—Ahora tenéis dos alternativas, Barón. Podéis exterminar a los nativos, barrerlos por completo, o…

—¿Eliminar toda la mano de obra?

—¿Preferís que el Emperador y las Grandes Casas de cuyo apoyo goza todavía desembarquen aquí para una limpieza general y devasten Giedi Prime hasta convertirla en una calabaza vacía?

El Barón estudió a su Mentat.

—¡No se atrevería! —dijo.

—¿Lo creéis así?

Los labios del Barón temblaron.

—¿Cuál es la otra alternativa?

—Abandonad a vuestro querido sobrino, Rabban.

—Aband… —el Barón se interrumpió, mirando a Hawat.

—No le mandéis más tropas ni otra ayuda de ningún género. No respondáis a sus mensajes más que para decirle que han llegado a vuestros oídos noticias de la horrible forma en que había tratado los asuntos en Arrakis y que tenéis intención de tomar medidas correctivas lo más pronto posible. Yo haré que algunos de estos mensajes sean interceptados por los espías Imperiales.

—Pero la especia, los beneficios, el…

—Reclamad los beneficios de vuestra Baronía, pero cuidad el modo como formuláis vuestras demandas. Exigidle sumas fijas a Rabban. No podemos… El Barón levantó sus manos, con las palmas hacia arriba.

—¿Pero cómo puedo estar seguro de que aquella comadreja de mi sobrino no…?

—Tenemos aún a nuestros espías en Arrakis. Decidle a Rabban que debe respetar su cuota de especia, o que será reemplazado.

—Conozco a mi sobrino —dijo el Barón—. Esto sólo conducirá a que oprima a la población un poco más.

—¡Por supuesto que lo hará! —restalló Hawat—. ¡No podéis dejar que se detenga ahora! Vos queréis tan sólo una cosa: las manos limpias. Dejad que sea Rabban quien construya por vos vuestro Salusa Secundus. Ni siquiera es necesario mandarle prisioneros. Tiene a su disposición toda la población que necesita. Si Rabban exprime a su gente para mantener la cuota de especia, el Emperador no tendrá razón alguna para sospechar otros motivos. Esta razón es suficiente para poner el planeta en el potro. Y en cuanto a vos, Barón, ni una palabra, ni una acción que pueda desmentir esta evidencia. El Barón no consiguió borrar totalmente una nota de admiración en su voz:

—Ah, Hawat, eres realmente tortuoso. ¿Pero cómo podremos penetrar en Arrakis y usar lo que Rabban nos está preparando?

—Es lo más simple de todo, Barón. Si vos aumentáis cada año la cuota con respecto al precedente, las cosas alcanzarán muy pronto su límite. La producción se precipitará en picado. Podréis entonces desautorizar a Rabban y ocupar vos mismo su puesto… para remediar el desastre.

—Parece realizable —dijo el Barón—. Pero estoy cansado de todo esto. Estoy preparando a otro que se ocupará de Arrakis en mi lugar.

Hawat estudió el grasiento rostro redondo que tenía ante él. Suavemente, el viejo soldado espía empezó a asentir con la cabeza.

—Feyd-Rautha —dijo—. Así que este es ahora el verdadero motivo de la opresión. Vos también sois tortuoso, Barón. Quizá podamos mezclar los dos planes. Sí. Vuestro FeydRautha puede presentarse como el salvador de Arrakis. Puede ganarse a la población. Sí. El Barón sonrió. Y tras su sonrisa, se preguntó: ¿Y hasta qué punto esto coincide con el plan personal de Hawat?

Y Hawat, viendo que la entrevista había terminado, se levantó y abandonó la estancia de paredes rojas. Mientras se alejaba, no conseguía olvidar las inquietantes incógnitas que parecían surgir de todas partes en todas sus especulaciones sobre Arrakis. Su nuevo jefe religioso, que Gurney Halleck había detectado desde su escondrijo entre los contrabandistas, aquel Muad’Dib.

Quizá no tenía que haberle dicho al Barón que dejara florecer esta religión entre las gentes de los pan y de los graben, se dijo. Pero es bien sabido que la represión favorece el florecimiento de las religiones.

Y pensó en los informes de Halleck acerca de las tácticas de combate Fremen. Tácticas que llevaban la marca del propio Halleck… e Idaho… e incluso de Hawat.

¿Habrá sobrevivido Idaho?, se preguntó.

Pero era una pregunta fútil. Ni siquiera se había preguntado si era posible que Paul hubiera sobrevivido. Sabía que el Barón estaba convencido de que todos los Atreides habían muerto. La bruja Bene Gesserit había sido su arma, el Barón lo había admitido. Y esto tan sólo podía significar que todos estaban muertos… incluido el hijo de aquella mujer.

Qué venenoso odio debía sentir hacia los Atreides, pensó. Parecido al odio que yo siento por este Barón. ¿Conseguiré que mi golpe final sea tan definitivo como el suyo?

CAPÍTULO XL

Hay en todas las cosas un ritmo que es parte de nuestro universo. Hay simetría, elegancia y gracia… esas cualidades a las que se acoge el verdadero artista. Uno puede encontrar este ritmo en la sucesión de las estaciones, en la forma en que la arena modela una cresta, en las ramas de un arbusto creosota o en el diseño de sus hojas. Intentamos copiar este ritmo en nuestras vidas y en nuestra sociedad, buscando la medida y la cadencia que reconfortan. Y sin embargo, es posible ver un peligro en el descubrimiento de la perfección última. Está claro que el último esquema contiene en si mismo su propia fijeza. En esta perfección, todo conduce hacia la muerte.

De «Frases escogidas de Muad’Dib», por la Princesa Irulan.

Paul-Muad’Dib recordó una comida cargada con esencia de especia. Se aferró a aquel recuerdo, ya que era su único punto de anclaje seguro, ya partir de ello podía decir que su inmediata experiencia había sido un sueño.

Soy un teatro de los acontecimientos, se dijo. Soy victima de una visión imperfecta, de la consciencia racial y de su terrible finalidad.

Y sin embargo, no podía huir del temor de haber sido superado de algún modo, de haber perdido su posición en el tiempo, pasado, futuro y presente mezclados de forma indistinta. Era una especie de fatiga visual y era debida, lo sabía, a la constante necesidad de mantener su presciencia del futuro como una especie de recuerdo, algo intrínsecamente ligado al pasado.

Chani me ha preparado la comida, se dijo.

Sin embargo, Chani estaba lejos en el sur, en el frío país donde el sol era caliente, oculta en uno de los nuevos sietch fortaleza, a salvo con su hijo, Leto II.

¿O acaso era algo que aún no había ocurrido?

No, se tranquilizó, puesto que Alia-la-Extraña, su hermana, también estaba allí, con su madre y con Chani… un viaje de veinte martilleadores hacia el sur, en un palanquín de la Reverenda Madre fijado al dorso de un hacedor salvaje.

Rechazó el pensamiento de cabalgar los gusanos gigantes y se preguntó: ¿O tal vez Alia aún no ha nacido?

Yo estaba en una razzia, recordó Paul. Habíamos ido a recuperar el agua de nuestros muertos en Arrakeen. Y yo descubrí los restos de mi padre en la pira funeraria. Cobijé el cráneo de mi padre en un túmulo de rocas Fremen que domina el Paso Harg.

¿O acaso aún no había ocurrido?

Mis heridas son reales, se dijo Paul. Mis cicatrices son reales. El túmulo con el cráneo de mi padre es real.

Aún en un sueño, Paul recordó que Harah, la mujer de Jamis, había acudido a decirle que había habido una lucha en el corredor del sietch. Esto había ocurrido en el primer sietch, antes de que las mujeres y los niños fueran enviados al profundo sur. Harah había aparecido en el umbral de la estancia interior, con las alas negras de sus cabellos recogidas hacia atrás y sujetas por una cadena de anillos de agua. Había apartado violentamente los cortinajes de la entrada para decirle que Chani acababa de matar a alguien.

Esto ha ocurrido, se dijo Paul. Esto fue real, no fruto del tiempo y sujeto a cambio. Paul recordó haberse precipitado fuera y haber encontrado a Chani bajo los amarillos globos del corredor, envuelta en una brillante túnica azul con la capucha echada hacia atrás, su rostro de elfo rojo por el esfuerzo. Estaba metiendo el crys en su funda. Un grupo de hombres se alejaba apresuradamente, arrastrando un bulto por el corredor. Y Paul recordó haberse dicho: Uno siempre se da cuenta de cuando transportan un cuerpo humano.

Los anillos de agua de Chani, que llevaba sueltos alrededor del cuello dentro del sietch, tintinearon cuando volvió el rostro hacia él.

—¿Qué ha ocurrido, Chani? —preguntó él.

—He despachado a uno que venía a desafiarte a un combate singular, Usul.

—¿Tú le has matado a él?

—Sí. Pero quizá hubiera tenido que dejárselo a Harah.

(Y Paul recordó como la gente que se había reunido a su alrededor mostraban su conformidad a estas palabras. Luego Harah se había echado a reír.)

—¡Pero había venido a desafiarme a mi!

—Tú me has adiestrado en tu extraño arte, Usul.

—¡Ciertamente! Pero tú no deberías…

—He nacido en el desierto, Usul. Sé usar un crys.

Paul dominó su ira, intentando hablar razonablemente.

—Todo esto es cierto, Chani, pero…

—Ya no soy una niña que persigue los escorpiones en el sietch, a la luz de un globo portátil, Usul. Ya no juego.

Paul la miró, impresionado por la extraña ferocidad que se adivinaba bajo su actitud casual.

—No merecía desafiarte, Usul —dijo Chani—. No iba a interrumpir tu meditación por tonterías como esta. —Se le acercó, mirándole con el rabillo del ojo, y su voz se hizo un murmullo—: Además, amor mío, cuando se sepa que alguien que quería desafiarte se ha encontrado frente a mí y ha hallado la muerte en manos de la mujer de Muad’Dib, serán muy pocos los que se atreverán a desafiarte.

Si, pensó Paul, esto ha ocurrido realmente. Es el pasado auténtico. Y el número de aquellos que querían desafiar la nue va hoja de Muad’Dib disminuyó drásticamente. En alguna parte, en un mundo que no pertenecía al sueño, hubo un movimiento, el grito de un pájaro nocturno.

Estoy soñando, se dijo Paul. Es la comida de especia.

Sin embargo, experimentaba una sensación de abandono. Se preguntó si no era posible que su espíritu-ruh hubiera resbalado de alguna manera hacia aquel mundo donde, según los Fremen, tenía su verdadera existencia… el alam al-mithal, el mundo de las similitudes, aquel lugar metafísico donde todas las limitaciones físicas habían sido anuladas. Y sintió miedo ante la evocación de aquel mundo, porque la ausencia de toda limitación significaba la desaparición de todos los puntos de referencia: «Estoy aquí porque estoy aquí.»

Su madre le había dicho una vez:

—La gente está dividida, algunos de ellos no saben qué pensar de ti. Debo estar a punto de despertarme, se dijo Paul. Porque aquello había ocurrido: aquellas eran las palabras de su madre, la antigua Dama Jessica que era ahora la Reverenda Madre de los Fremen; aquellas palabras pertenecían a la realidad. Jessica temía los lazos religiosos que se habían establecido entre él y los Fremen, Paul lo sabía. No le gustaba el hecho de que la gente de aquel sietch y la del graben se refirieran a Muad’Dib como a El. Y no dejaba de interrogar a las tribus, diseminando sus espías sayyadinas, recogiendo sus respuestas y meditando melancólicamente sobre ellas.

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