Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

Ella percibió en su voz el retorno a la razón, los remordimientos. Paseó una mirada por la gente a su alrededor y dijo:

—Paul nunca había matado a un hombre con un arma blanca.

Stilgar se enfrentó a ella, con la incredulidad en su rostro.

—No estaba jugando con él —dijo Paul. Se situó frente a su madre, ajustándose sus ropas, y miró la oscura mancha de la sangre de Jamis en el suelo de la caverna—. No quería matarle.

Jessica vio como, lentamente, Stilgar aceptaba la verdad, observó el modo como, con un gesto de alivio, llevaba a su barba una mano de venas prominentes. Se oyeron murmullos de comprensión entre la gente.

—Es por eso que le invitaste a abandonar —dijo Stilgar—. Ya veo. Nuestras costumbres son distintas, pero comprenderás sus razones. Temía haber aceptado un escorpión entre nosotros. —Vaciló, y luego—: Y no te llamaré más muchacho.

—Necesita un nombre, Stil —dijo alguien entre la gente.

Stilgar asintió, tirando de su barba.

—Veo la fuerza en ti… como la fuerza que hay en la base de un pilar. —Hizo de nuevo una pausa antes de proseguir—. Todos nosotros le conoceremos con el nombre de Usul, la base del pilar. Ese será tu nombre secreto, tu nombre de soldado. Sólo los del Sietch Tabr podremos usarlo… Usul.

Un nuevo murmullo surgió de los reunidos:

—Buena elección… fuerza… nos traerá suerte —y Jessica sintió que lo aceptaban, y que con su hijo, su paladín, la aceptaban también a ella. Era realmente la Sayyadina.

—Ahora, ¿qué nombre de adulto escoges tú para que puedas ser llamado delante de todos? —preguntó Stilgar.

Paul miró a su madre, y de nuevo a Stilgar. Fragmentos de aquel instante correspondían a su memoria presciente, pero percibió diferencias que eran casi físicas, una presión que le forzaba a franquear la estrecha puerta del presente.

—¿Cómo llamáis a aquel pequeño ratón, el ratón que salta? —preguntó Paul, recordando el hey-hop en la Depresión de Tuono. Imitó el movimiento con una mano. Se elevaron risas entre los reunidos.

—Lo llamamos un muad’dib —dijo Stilgar.

Jessica contuvo el aliento. Era el nombre que le había dicho Paul, afirmando que los Fremen lo aceptarían y le llamarían así. De pronto, tuvo miedo de él y por él. Paul tragó saliva. Estaba representando en aquel momento una parte que ya había representado innumerables veces en su mente… y sin embargo… había diferencias. Se vio así mismo aislado en una vacilante cima, rico en experiencia y poseedor de un profundo almacenamiento de conocimientos, pero a su alrededor solamente había abismos.

Y recordó una vez más la visión de fanáticas legiones siguiendo el estandarte verde y negro de los Atreides, saqueando y quemando a través del universo en nombre de su profeta Muad’Dib.

Esto no debe ocurrir, se dijo.

—¿Ese es el nombre que deseas, Muad’Dib? —preguntó Stilgar.

—Soy un Atreides —susurró Paul, y luego, en voz más alta—: No es justo que renuncie totalmente al nombre que mi padre me dio. ¿Puedo ser conocido entre vosotros con el nombre de Paul-Muad’Dib?

—Eres Paul-Muad’Dib —dijo Stilgar.

Y Paul pensó: No estaba en ninguna de mis visiones. He hecho algo distinto. Pero a su alrededor seguían abriéndose los abismos.

De nuevo se alzaron murmullos entre los presentes, como respuesta:

—La sabiduría y la fuerza… No se puede pedir más… Es realmente la leyenda… Lisan al-Gaib… Lisan al-Gaib…

—Voy a decirte algo respecto a tu nuevo nombre —dijo Stilgar—. La elección nos gusta, Muad’Dib es sabio a la manera del desierto. Muad’Dib crea su propia agua. Muad’Dib se esconde del sol y viaja en el frescor de la noche. Muad’Dib es prolífico y se multiplica sobre la tierra. Llamamos a Muad’Dib «maestro de niños». Esta es la poderosa base sobre la que edificarás tu vida, Paul-Muad’Dib, Usul entre nosotros. Eres bienvenido. Stilgar tocó la frente de Paul con la palma de la mano, le abrazó y murmuró:

—Usul.

Cuando Stilgar le soltó, otro Fremen del grupo abrazó a Paul, repitiendo su nombre de soldado. Y Paul pasó de abrazo en abrazo a través de todos ellos, oyendo todas las voces, los cambios de tono: «Usul… Usul… Usul». Paul consiguió situar algunos por sus propios nombres. Y luego fue el turno de Chani, que apretó su mejilla contra la de él y pronunció su nombre.

Después, Paul estuvo de nuevo frente a Stilgar.

—Ahora perteneces al Ichwan Bedwain, nuestro hermano —dijo éste. Su rostro se endureció y su voz se hizo imperativa—. Y ahora, Paul-Muad’Dib, cierra tu destiltraje. —Dirigió a Chani una mirada de reproche—. ¡Chani! ¡Paul-Muad’Dib tiene sus filtros nasales colocados del peor modo posible! ¡Creo haberte ordenado que velaras sobre él!

—No tengo tampones, Stil —dijo ella—. Hay los de Jamis, por supuesto, pero…

—¡Basta con esto!

—Le daré uno de los míos —dijo ella—. Podré arreglármelas con uno solo hasta…

—No —dijo Stilgar—. Sé que tenemos piezas de recambio entre nosotros. ¿Dónde están? ¿Esto es una tropa organizada o una banda de salvajes?

Algunas manos surgieron del grupo ofreciendo objetos duros y fibrosos. Stilgar escogió cuatro de ellos y se los tendió a Chani.

—Ocúpate de Usul y de la Sayyadina.

—¿Y el agua, Stil? —dijo una voz al fondo del grupo—. ¿Los litrojons de su mochila?

—Conozco tus necesidades, Farok —dijo Stilgar. Miró a Jessica. Esta asintió.

—Toma uno de ellos para quienes lo necesiten —dijo Stilgar—. Maestro de agua…

¿dónde está el maestro de agua? Ah, Shimoom, mide la cantidad necesaria. La necesaria y no más. Este agua es propiedad de la Sayyadina, y le será reembolsada en el sietch a la tarifa del desierto, deducidos los gastos de almacenamiento.

—¿Qué es la tarifa del desierto? —preguntó Jessica.

—Diez por uno —dijo Stilgar.

—Pero…

—Es una regla sabia, como ya verás —dijo Stilgar.

Un rozar de ropas marcó el movimiento de los hombres que acudían a tomar el agua. Stilgar levantó una mano, y el silencio se restableció.

—En cuanto a Jamis —dijo—, ordeno la ceremonia completa. Jamis era nuestro compañero y hermano del Ichwan Bedwine. No nos iremos de aquí sin el respeto debido a quien ha puesto a prueba nuestra fortuna con su desafío tahiddi. Invoco el rito… al crepúsculo, cuando las sombras lo cubran.

Paul, oyendo aquellas palabras, se sintió hundirse de nuevo en el abismo… en el tiempo ciego. En su mente no había ningún pasado para este futuro… excepto… excepto… si, podía distinguir aún el estandarte verde y negro de los Atreides ondeando… en algún punto delante de él… podía distinguir aún las espaldas sangrantes de jihad y las fanáticas legiones.

Esto no ocurrirá, se dijo. No puedo permitirlo.

CAPÍTULO XXXIV

Dios creó Arrakis para probar a los fieles.

De «La Sabiduría de Muad’Dib», por la Princesa Irulan.

En la oscuridad de la caverna, Jessica oyó el chirriar de la arena sobre la roca mientras la gente se movía, la distante llamada de pájaros que Stilgar había dicho eran las señales de sus centinelas.

Los grandes sellos de plástico fueron retirados de las aberturas de la caverna. Jessica vio las sombras del atardecer avanzando por las rocas y después por la depresión abierta bajo ellas. Sintió la retirada del día, la sintió en el seco calor y en las sombras. Sabía que muy pronto su adiestrada consciencia le proporcionaría lo que los Fremen obviamente ya tenían… la habilidad de captar hasta el menor cambio en la humedad del aire.

¡Cómo se habían apresurado a ajustar sus destiltrajes cuando la caverna fue abierta!

En las profundidades de la caverna, alguien empezó a cantar:

«¡Ima trava okolo!

¡I korenja okolo!»

Jessica tradujo silenciosamente: ¡Esas son las cenizas!¡Y esas son las raíces!

La ceremonia funeral por Jamis había comenzado.

Miró hacia el ocaso arrakeno, hacia las franjas de color que se desplegaban en el cielo. La noche empezaba a arrojar sus primeras sombras sobre las lejanas rocas y las dunas. Pero el calor persistía.

El calor la forzó a pensar en el agua, en todo aquel pueblo entrenado a tener sed tan sólo en los momentos precisos.

Sed.

Recordó las olas al claro de luna en Caladan, y la espuma sobre las rocas como tela bordada… y el viento saturado de humedad. Ahora la brisa que agitaba sus ropas secaba las partes de su piel expuestas de sus mejillas y su mentón. Los nuevos filtros nasales la irritaban, y descubrió que el conocimiento de aquel tubo que iba desde su rostro hasta las profundidades del traje, recuperando la humedad de su respiración, la fastidiaba. El propio traje era como un baño turco.

«Tu traje te parecerá más confortable cuando tu cuerpo contenga menos agua», le había dicho Stilgar.

Sabía que tenía razón, pero este conocimiento no la hacía sentirse más cómoda en aquel momento. La inconsciente preocupación por el agua era un peso en su mente. No, se corrigió: es la humedad lo que me preocupa.

Y este era un problema más sutil y profundo.

Oyó pasos acercándose, se volvió y vio a Paul salir de las profundidades de la caverna, seguido por Chani y su rostro de elfo.

Hay otra cosa, pensó Jessica. Paul debe ser advertido acerca de sus mujeres. Una de esas mujeres del desierto no será nunca una esposa digna de un Duque. Una concubina, si, pero nunca una esposa.

Después se dijo, maravillándose: ¿Acaso me ha convencido con sus proyectos? Y ella sabía lo bien condicionada que había sido. Puedo pensar en las necesidades matrimoniales de la nobleza sin siquiera recordar mi propio concubinato. Sin embargo… yo era algo más que una concubina.

—Madre.

Paul se detuvo ante ella. Chani se detuvo a su lado.

—Madre, ¿sabes lo que están haciendo allá al fondo?

Jessica observó la sombría mirada de sus ojos bajo la capucha.

—Creo que sí.

—Chani me lo ha mostrado… porque se supone que debo verlo y dar mi… consentimiento acerca de la medida del agua.

Jessica miró a Chani.

—Están recuperando el agua de Jamis —dijo Chani, y su voz tenía un acento nasal a causa de los filtros—. Es la norma. La carne pertenece a la persona, pero el agua pertenece a la tribu… excepto en el combate.

—Dicen que el agua es mía —dijo Paul.

Jessica se preguntó por qué todo aquello despertaba de pronto su desconfianza.

—El agua del combate pertenece al vencedor —dijo Chani—. Es debido a que uno tiene que combatir sin destiltraje. El vencedor tiene derecho a recuperar el agua que ha perdido en la lucha.

—No quiero esa agua —murmuró Paul. Sentía como si formara parte de muchas imágenes distintas que se agitaban simultáneamente de un modo fragmentario que desconcertaba su visión interior. No estaba seguro de lo que haría, pero estaba convencido de algo: no quería el agua destilada de la carne de Jamis.

—Es… agua —dijo Chani.

Jessica se maravilló del modo cómo lo decía. «Agua». Algo más significativo que un simple sonido. Un axioma Bene Gesserit acudió a su mente: «La supervivencia es la habilidad de nadar en aguas extrañas». Y Jessica pensó: Paul y yo tenemos que encontrar las corrientes favorables en estas aguas extrañas… si queremos sobrevivir.

—Aceptarás esta agua —dijo Jessica.

Reconoció el tono de su propia voz. Había usado el mismo tono con Leto, cuando le había dicho al desaparecido Duque que aceptara una gruesa suma ofrecida a cambio de su participación en una arriesgada empresa… simplemente porque el dinero contribuía a la potencia de los Atreides.

En Arrakis, el agua era dinero. Lo había visto con claridad.

Paul permaneció silencioso, sabiendo que haría lo que ella le había ordenado… no porque fuera una orden, sino porque el tono de voz empleado por ella le obligó a reconsiderar las cosas. Rehusar el agua significaría romper con las prácticas Fremen que habían aceptado.

Entonces, Paul recordó las palabras del Kalima 467 de la Biblia Católica Naranja de Yueh.

—El agua es el inicio de toda vida —dijo.

Jessica le miró. ¿Dónde ha aprendido esa cita?, se preguntó. Jamás ha estudiado los misterios.

—Así está dicho —dijo Chani—. Giudichar mantene: está escrito en el Shah-Nama que el agua ha sido el origen de toda cosa creada.

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