Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

A su alrededor, Paul vio a los Fremen echar hacia atrás sus capuchas, quitarse los tampones y respirar profundamente. Alguien suspiró. Paul buscó a Chani, pero descubrió que ya no estaba a su lado. Estaba circundado por numerosos cuerpos aún embozados que le empujaban para uno y otro lado. Alguien le golpeó accidentalmente con un codo.

—Perdona, Usul —le dijo—. ¡Vaya carrera! Siempre es así. A su izquierda, el rostro delgado y barbudo del hombre llamado Farok estaba vuelto hacia él. Sus órbitas manchadas y sus ojos azules parecían aún más tenebrosos a la luz amarilla de los globos.

—Quítate la capucha, Usul —le dijo Farok—. Estás en casa —y ayudó a Paul, soltándole la capucha mientras con los hombros le hacía un poco de sitio a su alrededor. Paul se quitó los tampones de la nariz, liberando después su boca. El acre olor del lugar le asaltó: cuerpos no lavados, exhalaciones destiladas de residuos reciclados, por todas partes los efluvios de una humanidad, con la turbulencia de la especia y sus armónicos dominándolo todo.

—¿Qué es lo que estamos esperando, Farok? —preguntó Paul.

—A la Reverenda Madre, creo. ¿No has oído el mensaje?… Pobre Chani.

¿Pobre Chani?, se preguntó Paul. Miró a su alrededor, preguntándose dónde estaría, y dónde estaría su madre en aquella multitud.

Farok inspiró profundamente.

—El aroma del hogar —dijo.

Paul observó que el hombre gozaba realmente de la fetidez del aire, no había ironía en su voz. Oyó toser a su madre, y luego le llegó su voz a través de los cuerpos apelotonados:

—Qué intensos son los olores de tu sietch, Stilgar. Veo que hacéis muchas cosas con la especia… papel… plásticos… ¿y eso no son explosivos químicos?

—¿Sabes reconocer todo esto por el olor? —era otra voz de hombre. Y Paul comprendió que su madre estaba hablando para él, intentaba conseguir que aceptara rápidamente aquella avalancha en su pituitaria.

Hubo un rumor de actividad a la cabeza del grupo, una inspiración profunda y prolongada que pareció recorrer a los Fremen, y luego Paul oyó voces sofocadas a lo largo de la hilera.

—Entonces, es cierto… Liet ha muerto.

Liet, pensó Paul. Y luego: Chani, hija de Liet. Las piezas parecieron encajar en su mente. Liet era el nombre Fremen del planetólogo.

Paul miró a Farok.

—¿Es este el Liet que nosotros conocemos como Kynes? —preguntó.

—Sólo hay un Liet —dijo Farok.

Paul se volvió, y su mirada recorrió a los Fremen junto a él. Entonces, Liet-Kynes ha muerto, pensó.

—Ha sido la traición de los Harkonnen —exclamó alguien—. Lo han hecho de modo que pareciera un accidente… perdido en el desierto… un tóptero estrellado… Paul se sintió invadido por una oleada de rabia. El hombre que les había ofrecido su amistad, que les había salvado de la caza de los Harkonnen, el hombre que había enviado a las cohortes Fremen a buscar a dos criaturas perdidas en el desierto… otra víctima de los Harkonnen.

—¿Usul siente ya sed de venganza? —preguntó Farok.

Antes de que Paul pudiera responder, fue dada una orden en voz baja, y todo el grupo avanzó, penetrando en una caverna más amplia y arrastrando a Paul con ellos. En el repentino espacio abierto, se halló frente a Stilgar y a una mujer desconocida envuelta en un vestido flotante de brillantes colores naranja y verde. Sus brazos estaban desnudos hasta los hombros, y vio que no llevaba destiltraje. Su piel era de un color oliva pálido. Sus oscuros cabellos estaban peinados hacia atrás en su frente, haciendo resaltar sus pómulos y su aquilina nariz entre la densa oscuridad de sus ojos. Se volvió hacia él, y Paul vio que de sus orejas colgaban anillos dorados entremezclados con medidas de agua.

—¿Este es el que ha vencido a mi Jamis? —preguntó.

—Cállate, Harah —dijo Stilgar—. Fue Jamis quien le desafió… fue él quien invocó el tahaddi al-burhan.

—¡Pero es un muchacho! —dijo ella. Agitó bruscamente la cabeza, haciendo tintinear las medidas de agua—. ¿Mis hijos son huérfanos por culpa de otro niño? ¡Seguro, ha sido un accidente!

—Usul, ¿cuántos años tienes? —preguntó Stilgar.

—Quince años sta ndard —dijo Paul.

La mirada de Stilgar recorrió el grupo reunido ante ellos.

—¿Hay alguno entre vosotros que quiera desafiarle?

Silencio.

Stilgar miró a la mujer.

—Y yo, hasta que no haya aprendido su extraño arte de combatir, no le desafiaré. Ella le devolvió la mirada.

—Pero…

—¿Has visto a la extraña mujer que ha ido con Chani a ver a la Reverenda Madre? —preguntó Stilgar—. Es nuestra no-freyn Sayyadina, la Madre de este muchacho. Madre e hijo son maestros en ese extraño arte de batirse.

—Lisan al-Gaib —susurró la mujer. Sus ojos estaban llenos de estupor cuando miraron otra vez a Paul.

De nuevo la leyenda, pensó Paul.

—Quizá —dijo Stilgar—. Pero aún no ha sido probado. —Su atención regresó a Paul—. Usul, nuestra costumbre es que ahora seas responsable de la mujer de Jamis y de sus dos hijos. Su yali… sus apartamentos, son tuyos. Su servicio de café es tuyo… y esta es tu mujer.

Paul estudió a la mujer, preguntándose: ¿Por qué no llora a su hombre? ¿Por qué no muestra ningún odio hacia mí? Bruscamente, se dio cuenta de que los Fremen le estaban mirando, a la espera.

Alguien murmuró:

—Hay trabajo que hacer. Di de qué modo la aceptas.

—¿Aceptas a Harah como mujer o como sirviente? —dijo Stilgar. Harak alzó los brazos, girando lentamente sobre sí misma.

—Aún soy joven, Usul. Se dice que parezco tan joven como era cuando estaba con Geoff… antes de que Jamis le venciera.

Jamis mató a otro para tenerla, pensó Paul.

—Si la acepto como sirviente, ¿podré cambiar mi decisión más tarde? —preguntó.

—Tienes un año de tiempo para cambiar tu decisión —dijo Stilgar—. Una vez transcurrido éste, ella será una mujer libre que podrá elegir según sus deseos… a menos que tú la dejes libre antes, en cualquier momento. Pero por un año está bajo tu responsabilidad, ocurra lo que ocurra… y serás siempre responsable en parte de los hijos de Jamis.

—La acepto como sirviente —dijo Paul.

Harah dio una patada en el suelo y alzó enfurecida los hombros.

—¡Pero yo soy joven!

Stilgar miró a Paul.

—La prudencia es una cualidad en un hombre que dirige —dijo.

—¡Pero yo soy joven! —repitió Harah.

—Cállate —ordenó Stilgar—. Si una cosa tiene mérito, lo tendrá. Conduce a Usul a sus apartamentos y cuida de que tenga ropas frescas y un sitio para descansar.

—¡Ohhh! —se lamentó la mujer.

Paul la había registrado lo suficiente como para juzgarla en una primera aproximación. Captó la impaciencia de la gente, la urgencia de muchas cosas que se estaban retrasando. Se preguntó si debía atreverse a inquirir la situación de su madre y de Chani, pero Stilgar estaba nervioso y vio que sería un error.

Se volvió hacia Harah, y acentuó su miedo y su estupor dando a su voz un ligero trémolo.

—¡Muéstrame mis apartamentos, Harah! —dijo—. Discutiremos tu juventud en otra ocasión.

Ella retrocedió dos pasos, dirigiendo una aterrada mirada a Stilgar.

—Tiene la voz extraña —balbuceó.

—Stilgar —dijo Paul—, el padre de Chani puso pesadas obligaciones sobre mí. Si hay algo…

—Será decidido en consejo —dijo Stilgar—. Podrás hablar entonces. —Inclinó la cabeza, despidiéndole, y se volvió, alejándose con el resto de su gente. Paul tocó el brazo de Harah, sintiendo que su piel era fría, notando como temblaba.

—No te haré ningún daño, Harah —dijo—. Muéstrame nuestros apartamentos —y suavizó su voz con una nota relajante.

—¿No me rechazarás cuando haya transcurrido el año? —dijo ella—. Sé que no soy tan joven como era antes.

—Mientras yo viva, tendrás un lugar conmigo —dijo él. Soltó su brazo—. Ahora, vamos ¿donde están nuestros apartamentos?

Ella se volvió, conduciéndole a lo largo de un corredor, girando a la derecha en un amplio túnel iluminado a intervalos regulares por globos que ponían reflejos amarillos a las rocas. El suelo de piedra era liso, sin el menor rastro de arena. Paul se adelantó hasta colocarse a su lado, estudiando el aquilino perfil a medida que andaban.

—¿No me odias, Harah?

—¿Por qué tendría que odiarte?

Saludó con una inclinación de cabeza a un grupo de niños que les observaban desde un corredor lateral. Paul entrevió algunos adultos tras los niños, semiocultos por cortinajes de tela poco tupida.

—Yo… vencí a Jamis.

—Stilgar ha dicho que la ceremonia tuvo lugar y que tú eras un amigo de Jamis. —Le dirigió una breve ojeada—. Stilgar ha dicho que le diste humedad al muerto. ¿Es cierto?

—Sí.

—Es más de lo q ue yo haría… de lo que podría hacer.

—¿No lloras?

—Cuando sea el tiempo de llorar, lloraré.

Pasaron una arcada. Paul vio, en una amplia cámara vivamente iluminada, a hombres y mujeres afanándose alrededor de algunas máquinas montadas sobre plataformas. Había un ritmo febril en ellos.

—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Paul.

Ella miró hacia allá mientras pasaban debajo de la arcada. huyamos. Necesitaremos un gran número de colectores de rocío.

—Se apresuran a terminar su cuota de plásticos antes de que para los cultivos.

—¿Huir?

—Hasta que los carniceros dejen de darnos caza o sean arrojados de nuestras tierras. Por un momento, a Paul le pareció que el tiempo se detenía, y volvía a él un fragmento, una proyección visual de su presciencia… pero estaba desplazada, como un montaje mal secuenciado. Los fragmentos de su memoria presciente no estaban dispuestos exactamente como los recordaba.

—Los Sardaukar nos dan caza —dijo él.

—No encontrarán mucho, excepto uno o dos sietch vacíos —dijo ella—. Y encontrarán su propia ración de muerte en la arena.

—¿Encontrarán también este lugar?

—Probablemente.

—¿Y mientras estamos perdiendo el tiempo en… —señaló con la cabeza la arcada, ahora ya lejos a sus espaldas— …en fabricar estos… colectores de rocío?

—Las plantaciones continúan.

—¿Qué son los colectores de rocío? —preguntó él.

Ella le miró con una intensa sorpresa en sus ojos.

—¿No te han enseñado nada en el… allí en el lugar de donde vengas?

—Nada sobre los colectores de rocío.

—¡Hai! —dijo ella, y en aquella exclamación había todo un discurso.

—Bien, ¿qué es lo que son?

—Cada matojo, cada hierba que ves allá afuera en el erg —dijo ella—, ¿cómo crees que viven una vez los hemos plantado? Cada uno de ellos es tiernamente plantado en su pequeño pozo. Los pozos son llenados con unos diminutos óvalos de cromoplástico. La luz los hace virar al blanco. Si los miras desde una altura, puedes verlos brillar al alba. Un reflejo blanco. Pero cuando el Viejo Padre Sol parte, el cromoplástico se vuelve transparente en la oscuridad. Se enfría con extrema rapidez. La superficie condensa la humedad del aire. Esta humedad queda retenida y nuestras plantas viven.

—Colectores de rocío —murmuró él, maravillado ante la sencilla belleza de aquel procedimiento.

—Lloraré a Jamis cuando sea el tiempo de hacerlo —dijo ella, como si su mente no hubiera dejado de pensar ni un momento en su otra pregunta—. Jamis era un buen hombre, pero rápido en su cólera. Un buen proveedor de alimentos, y una maravilla con los niños. No hizo ninguna distinción entre el niño de Geoff, el mayor, y su propio hijo. Eran iguales a sus ojos. —Miró interrogadoramente a Paul—. ¿Será igual contigo, Usul?

—Nosotros no tenemos este problema.

—Pero, si…

—¡Harah!

Se calló ante el tono duro de su voz.

Pasaron ante otra estancia brillantemente iluminada, visible tras un arco a su izquierda.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó él.

—Reparan las máquinas de tejer —dijo ella—. Pero esta noche todo debe ser desmantelado —señaló el túnel que se bifurcaba a su izquierda—. Más allá, en esa dirección, se procesa la comida y se reparan los destiltrajes —miró a Paul—. Tu traje parece nuevo, pero necesita algunas reparaciones. Soy buena con los trajes. Trabajo en la fábrica durante la estación.

Ahora encontraban cada vez más a menudo grupos de gente, y a ambos lados de la galería las ramificaciones se multiplicaban. Una hilera de hombres y mujeres pasó junto a ellos acarreando sacos gorgoteantes que emanaban un intenso olor a especia.

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