Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

¡Ya están aquí!, pensó Kynes. ¡Mis Fremen me han encontrado!

Luego oyó el bramido de la arena.

Todos los Fremen conocían aquel sonido, sabían distinguirlo inmediatamente de los sonidos de los gusanos o de cualquier otra vida del desierto. En alguna parte debajo de él, la masa de preespecia había acumulado agua y sustancias orgánicas de los pequeños hacedores, y alcanzado el estadio crítico de su incontrolado crecimiento. Una gigantesca burbuja de anhídrido carbónico se había formado en las profundidades de la arena, alzándose irresistiblemente hacia la superficie y arrastrando un vórtice de arena en su centro. Todo lo que se encontraba en la superficie sería engullido, intercambiado con las sustancias que estaban subiendo desde las profundidades.

Los halcones trazaban círculos sobre su cabeza, graznando su frustración. Sabían lo que estaba ocurriendo. Todas las criaturas del desierto lo sabían. Y yo soy una criatura del desierto, pensó Kynes. ¿Me ves, padre? Soy una criatura del desierto.

Sintió que la burbuja le levantaba, le arrastraba consigo, estallaba, mientras el torbellino de arena le envolvía y le arrastraba hacia las frías profundidades. Por un momento, la sensación de frialdad y la humedad le fueron agradables. Luego, mientras el planeta le mataba, Kynes pensó que su padre y todos los demás científicos estaban equivocados, y que los principios fundamentales del universo eran el accidente y el error. Incluso los halcones sabían esto.

CAPÍTULO XXXI

Profecía y presciencia: ¿cómo pueden ser puestas a prueba ante preguntas que no tienen respuesta? Consideremos:
¿en qué medida la «ola» (como llama Muad’Dib su visión-imagen) es auténtica profecía, y en qué medida el profeta contribuye a plasmar el futuro para que se adapte a la profecía? ¿Hay armónicos inherentes en el acto de la profecía? ¿El profeta ve realmente el futuro, o tan sólo una línea de ruptura, una falla, una hendidura que se puede romper con palabras o decisiones como un diamante rompe una gema con un golpe del instrumento?

«Reflexiones personales sobre Muad’Dib», por la Princesa Irulan.

Toma su agua, había dicho el hombre envuelto en la noche. Y Paul rechazó su miedo y miró a su madre. Sus adiestrados ojos vieron que estaba preparada para la lucha, con los músculos tensos, esperando la señal.

—Sería una lástima que tuviéramos que destruiros con nuestras propias manos —dijo la voz encima de ellos.

Este es el que ha hablado primero, pensó Jessica. Hay al menos dos… uno a nuestra derecha y otro a nuestra izquierda.

—¡Cignoro hrobosa sukares hin mange la pchagavas doi me kamavas na beslas lele pal hrobas!

Era el hombre de su derecha llamando a alguien al otro lado de la depresión. Las palabras eran incomprensibles para Paul, pero Jessica, gracias a su adiestramiento Bene Gesserit, reconoció la lengua. Era chakobsa, una de las antiguas lenguas de los cazadores, y el hombre estaba diciendo que quizá aquellos fueran los extranjeros que estaban buscando.

En el repentino silencio que siguió a aquella llamada, la segunda luna se alzó, un disco azul marfileño que parecía un rostro explorando las rocas, brillante y curiosos. Después sonaron ruidos furtivos entre las rocas, por encima y por todos lados… sombras moviéndose al claro de la luna. Varias figuras surgieron de la oscuridad.

¡Todo un grupo!, pensó Paul, sintiendo que se le encogía el corazón. Un hombre alto, con un albornoz manchado, se detuvo ante Jessica. Se había quitado el velo para hablar más claramente, revelando a la pálida luz de la luna una barba muy poblada. Pero el rostro y los ojos quedaban ocultos por la capucha.

—¿Qué sois, djinns o humanos? —preguntó.

Jessica captó un tono burlón en su voz, y albergó una débil esperanza. Aquella era una voz de mando, la voz que se había dejado oír primero, interrumpiéndoles en su intrusión nocturna.

—Humanos, imagino —dijo el hombre.

Jessica percibió sin verlo el cuchillo oculto entre las ropas del hombre. Se permitió un amargo lamento por su falta de escudos.

—¿También habláis? —preguntó el hombre.

Jessica apeló a toda la arrogancia ducal que aún quedaba en su voz y en su actitud. Era urgente responder, pero aún no le había oído lo suficiente como para tene r un registro de su cultura y de sus debilidades.

—¿Quién cae sobre nosotros como un criminal en medio de la noche? —preguntó. La cabeza envuelta en la capucha del albornoz se sobresaltó, revelando tensión, y luego se relajó lentamente. El hombre sabía controlarse.

Paul se alejó de su madre a fin de separar los blancos y disponer de un mayor espacio para actuar.

La encapuchada cabeza siguió el movimiento de Paul, revelando una parte de su rostro a la luz de la luna. Jessica vio una nariz aguileña, un ojo brillante (y sin embargo oscuro, tan oscuro, sin el menor rastro de blanco), una ceja espesa y un bigote hacia arriba.

—Un hábil cachorro —dijo el hombre—. Si huís de los Harkonnen, puede que seáis bienvenidos entre nosotros. ¿Qué dices, muchacho?

Todas las posibilidades cruzaron la mente de Paul: ¿Una trampa? ¿Un hecho?

Había que decidir de inmediato.

—¿Por qué deberíais acoger a unos fugitivos? —preguntó.

—Un niño que piensa y habla como un hombre —dijo el hombre alto—. Bien, ahora, respondiendo a tu pregunta, mi joven wali, soy uno de los que no pagan el fai, el tributo de agua, a los Harkonnen. Por ello puedo dar la bienvenida a los fugitivos. Sabes quienes somos, pensó Paul. Aunque intente ocultarlo, lo noto en su voz.

—Soy Stilgar, el Fremen —dijo el hombre alto—. ¿Puede esto soltar tu lengua, muchacho?

Es la misma voz, pensó Paul. Y recordó el Consejo, con aquel hombre acudiendo a reclamar el cuerpo de un amigo matado por los Harkonnen.

—Te conozco, Stilgar —dijo Paul—. Yo estaba con mi padre en el Consejo cuando viniste a por el agua de tu amigo. Te llevaste contigo al hombre de mi padre, Duncan Idaho… un intercambio de amigos.

—E Idaho nos abandonó para regresar con su Duque —dijo Stilgar. Jessica percibió el disgusto en su voz, y se preparó para el ataque.

—Estamos perdiendo el tiempo, Stil —gritó la voz entre las rocas, sobre ellos.

—Es el hijo del Duque —respondió Stilgar—. Es realmente el que nos ordenó Liet que buscáramos.

—Pero… un niño, Stil.

—El Duque era un hombre, y este muchacho se ha servido de un martilleador —dijo Stilgar—. Ha sido valiente atravesando así la senda del shai-hulud. Y Jessica comprendió que el hombre la había excluido de sus pensamientos. ¿Significa aquello una sentencia?

—No tenemos tiempo para la prueba —protestó la voz encima de ellos.

—Pero podría ser el Lisan al-Gaib —dijo Stilgar.

¡Está buscando un signo!, pensó Jessica.

—Pero la mujer… —dijo la voz encima de ellos.

Jessica se preparó. Aquella voz sonaba a muerte.

—Sí, la mujer —dijo Stilgar—. Y su agua.

—Conoces la ley —dijo la voz de entre las rocas—. Quienes no pueden vivir en el desierto…

—Silencio —dijo Stilgar—. Los tiempos cambian.

—¿Liet ordenó esto? —preguntó la voz de entre las rocas.

—Has oído la voz del ciélago, Jamis —dijo Stilgar—. ¿Por qué insistes?

Y Jessica pensó: ¡Ciélago! El indicio de la lengua abrió extensos caminos de comprensión: aquella era la lengua de Ilm y Fiqh, y ciélago quería decir murciélago, un pequeño mamífero volador. La voz del ciélago: habían recibido un mensaje distrans con órdenes de buscarles a Paul y a ella.

Sólo quería recordarte tus deberes, amigo Stilgar —dijo la voz encima de ellos.

—Mi deber es la fuerza de la tribu —dijo Stilgar—. Este es mi único deber. No necesito que nadie me lo recuerde. El muchacho-hombre me interesa. Su carne está llena. Ha vivido con mucha agua. Ha vivido lejos del padre sol. No tiene los ojos del ibad. Pero no habla ni actúa como los débiles de los pan. Menos que su padre. ¿Cómo es eso posible?

—No podemos quedarnos aquí discutiendo toda la noche —dijo la voz de entre las rocas—. Si una patrulla…

—No te lo volveré a decir más, Jamis: cállate —dijo Stilgar. El hombre encima de ellos permaneció silencioso, pero Jessica oyó sus movimientos cruzando de un salto la garganta y dirigiéndose al fondo de la depresión, a su izquierda. La voz de ciélago sugería que sería valioso para nosotros salvarlos a los dos —dijo Stilgar—. Puedo ver posibilidades en tu fuerza, muchacho-hombre: eres joven y puedes aprender. Pero ¿y tú, mujer? —miró a Jessica.

Ahora ya tengo registrada su voz y su esquema, pensó Jessica. Podría controlarlo con una palabra, pero es un hombre fuerte… es mucho más precioso para nosotros asi: libre, intacto. Ya veremos.

—Soy la madre de este muchacho —dijo Jessica—. En parte, la fuerza que admiras en él es debida a mi adiestramiento.

—La fuerza de una mujer puede ser limitada —dijo Stilgar—. Así es ciertamente en una Reverenda Madre. ¿Eres tú una Reverenda Madre?

Por el momento, Jessica dejó aparte las implicaciones de la pregunta y contestó:

—No.

—¿Estás adiestrada en los caminos del desierto?

—No, pero muchos consideran valioso mi adiestramiento.

—Nosotros tenemos nuestros propios juicios de valor —dijo Stilgar.

—Cada hombre tiene derecho a sus propios juicios —dijo ella.

—Es bueno que comprendas la razón —dijo Stilgar—. No tenemos tiempo para probarte, mujer ¿Comprendes? No queremos que tu sombra nos aflija. Tomaremos al muchacho-hombre, tu hijo, y tendrá toda mi protección, un refugio en mi tribu. Pero para ti, mujer… ¿comprendes que no ha y nada personal en ello? Es la regla, el Istislah, el interés general. ¿No te es suficiente?

Paul dio un paso hacia adelante.

—¿Qué quieres decir con todo esto?

Stilgar lanzó una ojeada hacia Paul, pero sin desviar su atención de Jessica.

—A menos que hayas sido adiestrada desde pequeña a vivir aquí, podrías causar la destrucción de toda una tribu. Es la ley, no podemos aceptar a los inútiles… El movimiento de Jessica se inició con un resbalón, un paso en falso y una caída. Algo obvio por parte de una ext ranjera débil y afligida, y lo obvio retarda las reacciones del oponente. Se necesita un instante para interpretar algo conocido cuando es presentado como algo desconocido. Jessica entró en acción cuando vio descender el hombro derecho del hombre mientras éste empuñaba un arma entre los pliegues de sus ropas para blandirla contra ella. Un giro, un golpe contra su brazo con el canto de su mano, un torbellino de ropas, y se encontró con la espalda apoyada contra las rocas y el hombre indefenso ante ella.

Al primer movimiento de su madre, Paul retrocedió dos pasos. Mientras ella atacaba, él se hundió en las sombras. Un hombre barbudo le cortó el camino, con un arma en una mano. Paul golpeó al hombre bajo el esternón con un golpe seco de su mano, arrebatándole e l arma mientras caía.

Se mantuvo en la oscuridad, arrimándose a las rocas, guardando el arma en su cintura. La había reconocido pese a su aspecto poco familiar… un arma a proyectiles, y esto decía muchas cosas acerca de aquel lugar, era otro indicio del porqué allí no se usaban escudos.

Van a concentrarse en mi madre y ese Stilgar. Ella puede neutralizarlo. Debo encontrar una posición que me dé la oportunidad de atacarles y darle tiempo para escapar. Hubo en la depresión un coro múltiple de muelles saltando. Numerosos proyectiles crepitaron contra las rocas en torno suyo. Uno de ellos golpeó sus ropas. Se metió tras una protección rocosa deslizándose en una estrecha hendidura vertical, y comenzó a escalarla, centímetro a centímetro… apoyando la espalda en un lado y apuntalando los pies en el otro, despacio, lo más silenciosamente posible.

El rugido de la voz de Stilgar trajo sus ecos hasta él:

—¡Atrás, piojos de la cabeza de un gusano! ¡Me romperá el cuello si os acercáis más!

—El muchacho ha huido, Stil —dijo otra voz fuera de la depresión—. ¿Qué vamos a…?

—Por supuesto que ha huido, sesos de arena… ¡Aughhh…! ¡Basta ya, mujer!

—Diles que dejen de perseguir a mi hijo —dijo Jessica.

—Ya han dejado de hacerlo, mujer. Ha huido como querías. ¡Grandes dioses de las profundidades! ¿Por qué no me has dicho que eras una extraña mujer y una guerrera?

Autore(a)s: