Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—No necesito la piedad de nadie —respondió Jessica, rápidamente, desdeñosamente.

—Esto queda por ver —resopló la anciana. Se volvió con una sorprendente rapidez para hacer frente a la multitud—. Díselo, Stilgar.

—¿Es preciso? —preguntó él.

—Somos el pueblo de Misr —dijo la anciana con voz rasposa—. Desde que nuestros antepasados huyeron de Nilotic al-Ourouba, hemos conocido la huida y la muerte. Los jóvenes viven para que nuestro pueblo no muera.

Stilgar inspiró profundamente y dio dos pasos hacia adelante. Jessica notó el atento silencio que descendía sobre la enorme caverna… unas veinte mil personas ahora, de pie, silenciosas, sin el menor movimiento. De pronto se sintió pequeña y vulnerable.

—Esta noche deberemos abandonar este sietch que nos ha dado abrigo durante tanto tiempo y andar hacia el sur en el desierto —dijo Stilgar. Su voz resonó sobre la marea de rostros levantados, creando ecos en la cavidad acústica a sus espaldas. La multitud mantuvo un absoluto silencio.

—La Reverenda Madre me ha dicho que no podrá sobrevivir a otro hajra —dijo Stilgar—. Hemos vivido ya antes sin Reverenda Madre, pero no es bueno para un pueblo en busca de un nuevo hogar en estas condiciones.

Ahora la multitud comenzó a agitarse, estremeciéndose con murmullos y oleadas de inquietud.

—Para que esto no ocurra —dijo Stilgar—, nuestra nueva Sayyadina, Jessica del Extraño Arte, ha consentido someterse a los ritos ahora. Intentará alcanzar el paso interior a fin de que no perdamos la fuerza de nuestra Reverenda Madre. Jessica del Extraño Arte, pensó Jessica. Vio la mirada de Paul clavada en ella, sus ojos llenos de preguntas, pero su boca permanecía silenciosa a causa de toda la extrañeza que había a su alrededor.

Si muero en la tentativa, ¿qué le ocurrirá a él?, se preguntó Jessica. De nuevo su mente estuvo llena de dudas.

Chani condujo a la Reverenda Madre hasta el sillón en la roca, al fondo de la cavidad acústica, y regresó al lado de Stilgar.

—A fin de que no lo perdamos todo si Jessica del Extraño Arte falla en su prueba —dijo Stilgar—, Chani, hija de Liet, será consagrada Sayyadina en este momento —dio un paso hacia un lado.

Del fondo de la cavidad acústica, la voz de la anciana resonó como un susurro amplificado, áspero y penetrante:

—Chani ha vuelto de su hajra… Chani ha visto las aguas.

Una respuesta susurrante llegó de la multitud:

—Ha visto las aguas.

—Consagro a la hija de Liet como Sayyadina —sibiló la anciana.

—Es aceptada —respondió la multitud.

Paul apenas escuchaba la ceremonia, su atención estaba centrada en lo que había oído decir acerca de su madre.

¿Si fallaba en su prueba?

Se volvió y miró a la que todos llamaban Reverenda Madre, estudiando los enjutos rasgos de la anciana, la fantomática fijeza de sus ojos totalmente azules. Parecía como si la más leve brisa pudiera arrastrarla consigo, pero algo en ella sugería que podía resistir el paso de una tormenta de coriolis. De ella emanaba la misma aura de poder que recordaba de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam cuando le había sometido a la atroz agonía de la prueba del gom jabbar.

—Yo, la Reverenda Madre Ramallo, cuya voz habla como una multitud, os digo esto —murmuró la anciana—: es justo que Chani sea aceptada como Sayyadina.

—Es justo —respondió la multitud.

La anciana asintió.

—Yo te doy los cielos plateados, el desierto dorado y sus brillantes rocas, los campos verdes que veremos en ellos —dijo—. Yo doy todo esto a la Sayyadina Chani. Y para evitar que olvide que está al servicio de todos nosotros, serán suyas las tareas domésticas en esta Ceremonia de la Semilla. Que todo sea según la voluntad del Shaihulud —alzó un brazo oscuro y reseco como un bastón, y lo dejó caer de nuevo. Jessica tuvo de pronto la impresión de que la ceremonia se había cerrado a su alrededor como una corriente impetuosa, arrastrándola con rapidez sin ninguna posibilidad de retorno, y lanzó una última ojeada al rostro perplejo de Paul, preparándose para afrontar la prueba.

—Que se acerquen los maestros de agua —dijo Chani, con una excitación apenas perceptible en su voz de joven-niña.

En aquel momento sintió Jessica que el peligro se condensaba a su alrededor, notando su presencia en el repentino silencio de la multitud, en sus miradas. El grupo de hombres se abrió camino sinuosamente a través de la gente, avanzando en parejas. Cada pareja llevaba un pequeño saco de piel, cuyo tamaño era tal vez el doble del de una cabeza humana. Los sacos oscilaban pesadamente. Los dos primeros hombres depositaron su carga a los pies de Chani, en la plataforma, y retrocedieron.

Jessica miró al saco, luego a los hombres. Llevaban sus capuchas echadas hacia atrás, revelando unos largos cabellos anudados en la base del cuello. Los oscuros pozos de sus ojos afrontaron impasibles su mirada.

Un denso aroma a canela se alzó del saco, flotando hasta Jessica. ¿Especia?, pensó.

—¿Hay agua? —preguntó Chani.

El maestro de agua a su izquierda, un hombre con una cicatriz púrpura atravesando el puente de su nariz, asintió con la cabeza.

—Hay agua, Sayyadina —dijo—, pero no podemos beber de ella.

—¿Hay semillas? —preguntó Chani.

—Hay semillas —dijo el hombre.

Entonces Chani se arrodilló y apoyó sus manos en el chapoteante saco.

—Benditos sean el agua y su semilla.

Había algo familiar en el rito, y Jessica miró nuevamente a la Reverenda Madre Ramallo. La anciana había cerrado los ojos y se había acurrucado en su asiento, como si durmiera.

—Sayyadina Jessica —dijo Chani.

Jessica se volvió para ver que la muchacha la estaba mirando directamente.

—¿Has bebido del agua bendita? —preguntó Chani. Antes de que Jessica pudiera responder, continuó—: No es posible que hayas bebido del agua bendita. Tú vienes de otro mundo y no gozas del privilegio.

Un suspiro recorrió la multitud, un susurro de ropas que hicieron erizarse el cabello en la nuca de Jessica.

—La recolección ha sido abundante y el hacedor ha sido destruido —dijo Chani. Comenzó a desligar un tubo que estaba fijado al extremo del saco. Ahora, Jessica sentía el peligro bullendo a su alrededor. Miró a Paul, pero vio que estaba fascinado por el ritual y sus ojos no se apartaban de Chani.

¿Ha visto ya este momento en el tiempo?, se preguntó. Llevó una mano a su vientre, pensando en su hija aún no nacida que llevaba allí, preguntándose: ¿Tengo derecho a poner en peligro la vida de ambas?

Chani tendió el extremo del tubo a Jessica y dijo:

—He aquí el Agua de Vida, el agua que es más grande que el agua… Kan, el agua que libera el alma. Si tú eres una Reverenda Madre, te abrirá el universo. Que Shai-hulud juzgue ahora.

Jessica se sintió desgarrada entre su deber hacia su hija aún no nacida y su deber hacia Paul. Por Paul, lo sabía, tenía que tomar aquel tubo y beber el líquido contenido en el saco, pero en el mismo instante en que se inclinaba para aceptarlo sus sentidos la advirtieron del peligro.

El contenido del saco exhalaba un olor amargo, sutilmente parecido al de muchos venenos conocidos por ella, pero pese a todo distinto.

—Ahora debes beber —dijo Chani.

No hay salida posible, pensó Jessica. Nada, en todo su adiestramiento Bene Gesserit, le proporcionaba una ayuda en aquel difícil momento.

¿Qué es?, se preguntó. ¿Un licor? ¿Una droga?

Se inclinó aún más sobre el extremo del tubo, percibió olores etéreos distintos al de la canela, y recordó la embriaguez de Duncan Idaho. ¿Un licor de especia?, se preguntó a sí misma. Metió el extremo del tubo en su boca y sorbió una muy pequeña cantidad. Notó el gusto de la especia, con algo acre, en la lengua.

Chani se apoyó entonces en el saco. Un violento chorro de líquido penetró en la boca de Jessica, y no tuvo más remedio que tragarlo, esforzándose en conservar toda su calma y dignidad.

—Aceptar una pequeña muerte es a veces peor que la gran muerte —dijo Chani. Miró fijamente a Jessica, aguardando.

Y Jessica le devolvió su mirada, siempre con el tubo en la boca. El sabor del líq uido estaba en su paladar, en su nariz, en sus mejillas, en sus ojos… un sabor dulzón ahora. Fresco.

Chani oprimió de nuevo el líquido hacia la boca de Jessica.

Delicado.

Jessica estudió el rostro de Chani, sus rasgos de elfo, encontrando las similitudes con el rostro de Liet-Kynes, un rostro que aún no había sido fijado por el tiempo. Me han dado una droga, se dijo Jessica.

Pero era distinta a cualquier otra droga conocida por ella, y el adiestramiento Bene Gesserit incluía el ensayo de innumerables drogas.

Los rasgos de Chani eran cada vez más claros, como si se destacaran silueteados sobre una violeta luz.

Una droga.

El silencio torbellineaba en torno a Jessica. Cada fibra de su cuerpo había aceptado el hecho de que algo muy profundo estaba ocurriendo en ella. Tenía la impresión de ser tan sólo un ínfimo grano de polvo consciente, más pequeño que cualquier partícula y subatómica, y todavía capaz de moverse y de percibir el mundo a su alrededor. Como en una brusca revelación, como si se descorriera un velo, se vio a sí misma bajo la forma de una gran extensión psicoquinestética. Era un átomo, pero no era un átomo. La caverna existía aún a su alrededor… y la gente. Los sentía: Paul, Chani, Stilgar, la Reverenda Madre Ramallo.

¡La Reverenda Madre!

En la escuela corrían rumores de que a veces no se sobrevivía a la prueba de la Reverenda Madre, que la droga la mataba a una.

Jessica concentró su atención en la Reverenda Madre Ramallo, dándose repentinamente cuenta de que todo aquello estaba ocurriendo en un breve instante… en un tiempo que estaba en suspenso sólo para ella.

¿Por qué se ha detenido el tiempo?, se preguntó. Contempló todas aquellas expresiones petrificadas a su alrededor, viendo un grano de polvo suspendido sobre la cabeza de Chani, inmóvil.

Esperando.

La respuesta llegó en aquel instante como una explosión en su consciencia: su tiempo personal estaba suspendido para salvarle la vida.

Se concentró en aquella extensión psicoquinestética de sí misma, mirando en su propio interior, e inmediatamente fue confrontada a un núcleo celular, un pozo de tinieblas que la rechazó.

En el lugar al que no podemos mirar, pensó. Es el lugar que las Reverendas Madres mencionan reluctantemente… el lugar que sólo un Kwisatz Haderach puede ver. Aquella comprensión le devolvió un poco de su confianza, e intentó de nuevo concentrarse en aquella extensión psicoquinestética, transformándose en un grano de polvo dispuesto a explorarse a si mismo en busca del peligro. Lo encontró en la droga que había ingerido.

Era como un torbellino de partículas danzantes en su interior, tan rápido que ni siquiera la detención del tiempo conseguía pararlo. Partículas danzantes. Empezó a reconocer estructuras familiares, cadenas atómicas: un átomo de carbono aquí, una formación helicoidal… una molécula de glucosa. Toda una cadena de moléculas frente a ella, en la que reconoció una proteína… una configuración metil-proteina.

¡Ahhh!

Fue como un suspiro mental desprovisto de sonido, surgiendo de lo más profundo de sí misma junto con la identificación de la naturaleza del veneno. Penetró dentro de si misma con su onda psicoquinestética, separó un átomo de oxígeno, ligó uno de carbono a la cadena, restableció la unión del oxígeno… hidrógeno. La modificación se desarrolló… más y más aprisa a medida que la reacción catalítica ampliaba su superficie de contacto.

La suspensión del tiempo la abandonó. Percibió movimientos. El extremo del tubo se agitó en su boca… suavemente, recogiendo un poco de su saliva. Chani está tomando el catalizador de mi cuerpo para transformar el veneno de ese saco, pensó Jessica. ¿Por qué?

Alguien la hizo sentarse. Vio que la Reverenda Madre era transportada hasta su lado, en el extremo de la alfombrada plataforma. Una reseca mano tocó su cuello.

¡Y otra partícula psicoquinestética penetró en su consciencia! Jessica intentó rechazarla, pero la partícula se acercaba cada vez más… cada vez más.

¡Se tocaron!

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