Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

—Piter de Vries —dijo el Duq ue.

—Un hombre de diabólica astucia, mi Señor —dijo Hawat.

Idaho deslizó el arma dentro de su funda bajo su túnica.

—Guarda este cuchillo —dijo el Duque.

—Comprendo, mi Señor. —Palmeó el transmisor incrustado en su cinturón—. Informaré tan pronto como sea posible. Thufir posee mi código de llamada. Usad el lenguaje de batalla. —Saludó, giró en redondo y se apresuró tras el Fremen. Sus pasos resonaron a lo largo del corredor.

Una mirada de entendimiento se cruzó entre Leto y Hawat. Sonrieron.

—Tenemos mucho que hacer, Señor —dijo Halleck.

—Y yo os distraigo de vuestras tareas —dijo Leto.

—Tengo los informes de las bases de avanzada —dijo Hawat—. ¿Deseáis escucharlos en otra ocasión, Señor?

—¿Son largos?

—No, si os hago un resumen. Entre los Fremen se dice que hay más de doscientas de esas bases de avanzada, construidas en Arrakis durante el período en que el planeta era una Estación Experimental de Botánica del Desierto. Parece que todas están desiertas, pero hay informes de que fueron selladas antes de ser abandonadas.

—¿Hay equipo en ellas? —preguntó el Duque.

—Sí, según los informes que poseo de Duncan.

—¿Dónde están situadas? —preguntó Halleck.

—La respuesta a esta pregunta —dijo Hawat— es invariable: Liet lo sabe.

—Dios lo sabe —murmuró Leto.

—Quizá no, Señor —dijo Hawat—. Habéis oído a Stilgar usar el nombre. ¿No podría tratarse de una persona real?

—Servir a dos amos —dijo Halleck—. Esto suena como una cita religiosa.

—Y tú deberías conocerla —dijo el Duque.

Halleck sonrió.

—Ese Arbitro del Cambio —dijo Leto—, el ecólogo Imperial, Kynes… ¿no tendría que saber dónde se encuentran esas bases?

—Señor —le puso en guardia Hawat—, ese Kynes está al servicio del Emperador.

—Y hay un largo camino hasta el Emperador —dijo Leto—. Quiero esas bases. Deben estar lle nas de materiales que podemos recuperar y utilizar para reparar nuestro equipo de trabajo.

—¡Señor! —dijo Hawat—. ¡Esas bases son legalmente un feudo de Su Majestad!

—El clima es aquí lo bastante duro como para destruir cualquier cosa —dijo el Duque—. Podemos echarle la culpa al clima. Buscad a ese Kynes e intentad al menos saber si esas bases existen realmente.

—Podría ser peligroso preguntar eso —dijo Hawat—. Duncan ha sido explícito en una cosa: esas bases, o la idea que representan, tienen un profundo significado para los Fremen. Podríamos ofender a los Fremen si nos apoderamos de ellas. Paul observó los rostros de los hombres alrededor de la mesa, notando la intensidad con que escuchaban las palabras que se pronunciaban. Parecían profundamente turbados por la actitud de su padre.

—Escúchale, padre —dijo Paul en voz muy baja—. Dice la verdad.

—Señor —dijo Hawat—, esas bases pueden proporcionarnos el material necesario para reparar el equipo que nos ha sido dejado, pero tal vez estén fuera de nuestro alcance por razones estratégicas. Sería arriesgado movernos sin tener mayor información. Ese Kynes arbitra la autoridad del Imperio. No debemos olvidarlo. Y los Fremen le obedecen.

—Usad entonces la prudencia —dijo el Duque—. Sólo quiero saber si esas bases existen.

—Como deseéis, Señor —Hawat volvió a sentarse e inclinó la mirada.

—Muy bien, entonces —dijo el Duque—. Todos sabemos lo que nos espera: trabajo. Estamos preparados para él. Tenemos una cierta experiencia al respecto. Sabemos cuáles son las recompensas, y las alternativas están suficientemente clarificadas. Cada cual tiene asignadas sus misiones —miró a Halleck—. Gurney, ocúpate ante todo de la cuestión de los contrabandistas.

—«Marcharé con los rebeldes que ocupan las tierras áridas» —entonó Halleck.

—Algún día sorprenderé a este hombre sin la menor cita, y será como si estuviera totalmente desnudo —dijo el Duque.

Sonaron risas alrededor de la mesa, pero Paul las notó forzadas. Su padre se volvió hacia Hawat.

—Establece otro puesto de mando para las comunicaciones y las informaciones en esta misma planta, Thufir. Cuando todo esté preparado, quiero verte. Hawat se alzó, mirando a su alrededor por toda la estancia como si buscara un apoyo. Después se volvió y se dirigió hacia la salida. Los otros se alzaron apresuradamente, con gran ruido de correr de sillas, y le siguieron con cierta confusión. Todo termina en la confusión, pensó Paul, mirando a los últimos hombres que salían. Antes, las reuniones terminaban siempre en una atmósfera de decisión. Aquella reunión parecía haberse derrumbado, gastada por sus propias insuficiencias y por falta de un acuerdo.

Por primera vez, Paul se permitió pensar en la posibilidad de un fracaso… no porque tuviera miedo a causa de las advertencias de la Reverenda Madre, sino porque había evaluado personalmente la situación.

Mi padre está desesperado, se dijo. Las cosas no marchan demasiado bien para nosotros.

Y Hawat. Recordó la actitud del viejo Mentat durante la conferencia: sutiles excitaciones, signos de inquietud. Hawat estaba profundamente preocupado por algo.

—Será mejor que te quedes aquí por esta noche, hijo —dijo el Duque—. De todos modos, falta poco para que amanezca. Avisaré a tu madre. —Se puso lentamente en pie, rígido—. ¿Por qué no juntas algunas de esas sillas y te echas para descansar un poco?

—No estoy muy cansado, señor.

—Como quieras.

El Duque cruzó las manos a su espalda y comenzó a pasear arriba y abajo a lo largo de la mesa.

Como un animal enjaulado, pensó Paul.

—¿Discutirás con Hawat la posibilidad de la existencia de un traidor? —preguntó Paul. El Duque se detuvo ante su hijo y habló con el rostro vuelto hacia las oscuras ventanas.

—Hemos discutido esta posibilidad muchas veces.

—La vieja mujer parecía muy segura de sí —dijo Paul—. Y el mensaje que madre…

—Se han tomado precauciones —dijo el Duque. Miró a su alrededor, y Paul vio en sus ojos la salvaje luz del animal acosado—. Quédate aquí. Hay algunas cuestiones acerca de los puestos de mando que discutir con Thufir —se volvió y salió de la estancia, respondiendo con una rápida inclinación de cabeza al saludo de los guardias de la puerta. Paul miró al lugar donde había permanecido de pie su padre. El espacio le daba la impresión de haber estado vacío desde mucho antes de que el Duque abandonara la estancia. Y recordó la advertencia de la vieja mujer:

«…en cuanto a tu padre, no».

CAPÍTULO XIII

En aquel primer día en que Muad’Dib recorrió las calles de Arrakeen con su familia, alguna gente a lo largo del camino recordó las leyendas y las profecías y se aventuró a gritar: «¡Mahdi!». Pero su grito era más una pregunta que una afirmación, ya que sólo podían esperar que fuera aquél que les había sido anunciado como el Lisan al-Gaib, la Voz del Otro Mundo. Y su atención era atraída también por la madre, porque habían oído decir que era una Bene Gesserit, y era evidente a sus ojos que era como el otro Lisan al- Gaib.

Del «Manual de Muad’Dib», por la Princesa Irulan.

El Duque encontró a Thufir solo en la estancia de la esquina que le había señalado un guardia. Se oía el ruido de los hombres que estaban instalando el equipo de comunicaciones en la estancia vecina, pero aquel lugar era bastante tranquilo. El Duque miró a su alrededor mientras Hawat se levantaba de detrás de una mesa repleta de papeles. Era una estancia de paredes verdes, y además de la mesa el único mobiliario eran tres sillas a suspensor con la «H» de los Harkonnen disimulada apresuradamente con un toque de pintura.

—Son sillas completamente seguras —dijo Hawat—. ¿Dónde está Paul, Señor?

—Le he dejado en la sala de conferencias. Quiero que descanse un poco sin que nadie le moleste.

Hawat asintió, avanzó hacia la puerta de la otra habitación y la cerró, ahogando así el ruido de la estática y los zumbidos electrónicos.

—Thufir —dijo Leto—, los almacenes de especia Imperiales y de los Harkonnen atraen mi atención.

—¿Mi Señor?

El Duque frunció los labios.

—Los almacenes son susceptibles de destrucción. —Alzó una mano para impedir a Hawat que hablara—. No, ignora las reservas del Emperador. Incluso él se alegraría secretamente si los Harkonnen se vieran en problemas. Y, ¿cómo podría protestar el Barón si resulta destruido algo que oficialmente no puede admitir que posee?

Hawat agitó la cabeza.

—Tenemos pocos hombres, Señor.

—Usa algunos de los hombres de Idaho. Y quizá algunos de los Fremen verían con agrado un viaje fuera de este planeta. Una incursión sobre Giedi Prime… una diversión de este tipo comportaría seguras ventajas tácticas, Thufir.

—Como deseéis, mi Señor. —Hawat se volvió, y el Duque no tó el nerviosismo del anciano y pensó: Quizá sospecha que no tengo confianza en él. Debe saber que he recibido informes privados acerca de la presencia de traidores. Bien, será mejor calmar sus inquietudes inmediatamente.

—Thufir —dijo—, puesto que tú eres uno de los pocos hombres en quien puedo confiar plenamente, hay otro asunto que debemos discutir. Ambos sabemos hasta qué punto debemos vigilar constantemente para impedir que los traidores se infiltren entre nuestras fuerzas… pero he recibido nuevos informes.

Hawat se volvió y le miró.

Y Leto le repitió lo que le había contado Paul.

Pero en lugar de producir en él una intensa concentración Mentat, los informes sólo hicieron aumentar la agitación de Hawat.

Leto estudió al anciano y, finalmente, dijo:

—Viejo amigo, tú me has estado ocultando algo. Debí sospecharlo cuando te vi tan nervioso en la reunión. ¿Qué cosa es tan grave que no te has atrevido a mencionarla delante de todos en la conferencia?

Los manchados labios de Hawat se cerraron en una larga y delgada línea de donde irradiaban múltiples arrugas. Mantuvieron su rigidez mientras decía:

—Mi Señor, os juro que no sé cómo referíroslo.

—Hemos compartido un buen número de cicatrices, Thufir —dijo el Duque—. Sabes que puedes plantear cualquier tema conmigo.

Hawat siguió mirándole en silencio, pensando: Es así como lo prefiero. Este es el hombre de honor que invita a servirle con la mayor lealtad. ¿Por qué debo herirle?

—¿Y bien? —inquirió Leto.

Hawat se alzó de hombros.

—Se trata del fragmento de una nota. Lo hemos interceptado a un correo de los Harkonnen. La nota estaba dirigida a un agente llamado Pardee. Tenemos buenas razones para pensar que Pardee era el hombre más importante de la organización clandestina Harkonnen aquí. La nota… es algo que podría tener graves consecuencias… o ninguna. Es susceptible de varias interpretaciones.

—¿Qué hay de tan delicado en el contenido de esa nota?

—Fragmento de una nota, mi Señor. Incompleta. Era un film minimic con la habitual cápsula de destrucción unida a él. Conseguimos detener la acción del ácido justo pocos momentos antes de que acabase de corroerlo, salvando tan sólo un fragmento. El fragmento, de todos modos, es altamente sugestivo.

—¿Sí?

Hawat se humedeció los labios.

—Dice: «…eto nunca lo sospechará, y cuando reciba el golpe de una mano tan querida, su propio origen bastará para destruirlo». La nota llevaba el sello personal del Barón, y yo mismo he autenticado el sello.

—Tu sospecha es obvia —dijo el Duque, y su voz se hizo bruscamente fría.

—Hubiera preferido cortarme un brazo antes que heriros —dijo Hawat—. Mi Señor, pero si…

—Dama Jessica —dijo Leto, y sintió como el furor le consumía por dentro—. ¿No has podido arrancarle la verdad a ese Pardee?

—Desafortunadamente, Pardee ya no estaba entre los vivos cuando logramos interceptar el correo. Y el correo, estoy seguro de ello, no sabía lo que llevaba.

—Comprendo.

Leto agitó la cabeza, pensando: Qué rastrera maniobra. No puede haber nada de verdad en ella. Conozco a mi mujer.

—Mi Señor, si…

—¡No! —gritó el Duque—. Hay un error en todo esto…

—No podemos ignorarlo, mi Señor.

—¡Está conmigo desde hace dieciséis años! Ha tenido innumerables oportunidades para… ¡Tú mismo investigaste la escuela y a ella!

—Hay cosas que pueden escapárseme —dijo Hawat amargamente.

—¡Es imposible, te digo! Los Harkonnen quieren destruir toda la estirpe de los Atreides… incluido Paul. Ya lo han intentado una vez. ¿Puede una mujer conspirar contra su propio hijo?

—Quizá no conspire contra su hijo. Y el atentado de ayer podría haber sido un sutil acto diversivo.

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