Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

Avanzó, y la puerta se cerró a sus espaldas.

—Un invernadero —susurró.

Estaba rodeada de plantas y arbustos en macetas. Reconoció una mimosa, un membrillo en flor, un sondagi, una pleniscenta de flores aún en capullo, un akarso estriado de verde y blanco… rosas…

¡Incluso rosas!

Se inclinó para respirar la fragancia de un grupo de flores rosadas, después se incorporó y miró a su alrededor.

Un sonido rítmico invadió sus sentidos.

Apartó una muralla de hojas y miró al centro de la habitación. Descubrió allí una fuente baja, con el pilón acanalado. El ruido rítmico era ocasionado por un hilillo de agua que se elevaba formando un arco y luego caía tamborileando sobre el fondo metálico de un pilón. Jessica se situó en estado de percepción acrecentada, e inició una inspección metódica del perímetro de la habitación. Parecía tener unos diez metros de lado. Por su situación en el extremo del vestíbulo y algunas sutiles diferencias en su construcción, dedujo que había sido añadida a aquella ala del edificio mucho tiempo después de la construcción original.

Se detuvo en el lado sur de la habitación, ante la gran superficie de cristal filtrante, mirando a su alrededor. Cada espacio útil en la habitación estaba ocupado por plantas exóticas típicas de climas húmedos. Algo se movió en el verdor. Se tensó, luego se relajó al ver el sencillo servok automático con una manguera y un brazo de riego. En el brazo de riego llevaba un nebulizador, que proyectó una fina película de agua cerca de su mejilla. El brazo se retiró, y Jessica pudo ver la planta regada: un helecho arborescente. Había agua por toda la habitación… en un planeta donde el agua era el más precioso jugo de la vida. Tanta agua malgastada hizo que se inmovilizara, aturdida. Miró hacia afuera, al sol amarillo por el filtro. Colgaba suspendido del cielo, sobre un dentado horizonte de rocas en pico que formaban parte de la inmensa cadena de rocosas montañas conocidas como la Muralla Escudo.

Cristal filtrante, pensó. Transforma un sol blanco en algo más suave y más familiar.

¿Quién ha podido concebir un lugar así? ¿Leto? Seria digno de él el sorprenderme con un regalo así, pero no ha tenido tiempo. Y tiene problemas mucho más importantes en qué pensar.

Recordó el informe acerca de que muchas casas de Arrakeen tenían selladas puertas y ventanas con compuertas estancas a fin de conservar y condensar la humedad interna. Leto había dicho que, como deliberada declaración de poder y riqueza, aquella casa ignoraba tales precauciones. Puertas y ventanas estaban selladas únicamente contra el omnipresente polvo.

Pero aquella habitación implicaba un status mucho más significativo que la ausencia de sellos de agua en las puertas exteriores. Calculó que aquella agradable habitación usaba tanta agua como la necesaria para sustentar a mil personal en Arrakis… posiblemente más.

Jessica se desplazó a lo largo de la pared de cristal, continuando su exploración de la estancia. Se desplazó hasta una superficie metálica que observó cerca de la fuente, una mesa sobre la cual había un bloc de notas y un estilete, parcialmente ocultos por una amplia hoja que colgaba sobre ellos. Se acercó a la mesa, vio los controles dejados por Hawat, y estudió el mensaje escrito en el bloc:

«A DAMA JESSICA:
Que este lugar os dé tanto placer como me ha dado a mi. Permitid que esta habitación os recuerde una lección que hemos aprendido de los mismos maestros: la proximidad de una cosa deseable hace tender a la indulgencia. Ahí acecha el peligro. Con mis mejores deseos,
MARGOT DAMA FENRING.»

Jessica asintió, recordando que Leto se había referido al anterior enviado del Emperador en Arrakis como el Conde Fenring. Pero el mensaje contenido en aquella nota exigía toda su atención, ya que las palabras habían sido elegidas de tal modo que informaran que la autora era otra Bene Gesserit. Un amargo pensamiento tocó por un instante a Jessica: El Conde se casó con su Dama.

Y simultáneamente, mientras pensaba en ello, empezó a buscar el mensaje oculto. Tenía que estar allí. La nota visible contenía una frase clave que cada Bene Gesserit, a menos que estuviera inhibida por un Interdicto de la Escuela, debía transmitir a otra Bene Gesserit cuando las condiciones lo exigieran: «Ahí acecha el peligro.»

Jessica pasó las yemas de sus dedos por encima del bloc, buscando perforaciones en clave. Nada. Inspeccionó el borde con los dedos. Nada. Volvió a dejarlo donde lo había hallado, sintiendo una sensación de urgencia.

¿Algo en la posición del bloc?, se preguntó.

Pero Hawat había inspeccionado la habitación, y sin duda había movido el bloc. Miró la gran hoja encima del bloc. ¡La hoja! Pasó los dedos por la parte inferior de su superficie, siguiendo el borde, a lo largo del pecíolo. ¡Ahí estaba! Sus dedos detectaron los sutiles puntos en clave, leyendo el mensaje a medida que los recorría:

«Vuestro hijo y el Duque corren un peligro inmediato. Un dormitorio ha sido diseñado de modo que atraiga a vuestro hijo. Los H lo ha n llenado de trampas mortales, de modo que todas sean descubiertas excepto una, que escapará a todas las detecciones.»

Jessica luchó contra el impulso de correr hacia Paul: debía leer el mensaje hasta el final. Sus dedos recorrieron rápidamente los puntos: «No conozco la naturaleza exacta de la amenaza, pero tiene algo que ver con un lecho. La amenaza para vuestro Duque es la traición de un compañero fiel o de un lugarteniente. El plan de los H prevé ofreceros el regalo de unos de sus favoritos. Por lo que puedo saber, este jardín botánico es seguro. Perdonad que no pueda deciros más. Mis fuentes son pocas, ya que mi Conde no está a sueldo de los H. Apresuradamente, MF.»

Jessica soltó la hoja y se volvió para correr hacia Paul. En aquel momento, la compuerta se abrió. Paul entró de un salto, llevando algo en su mano derecha, y cerró la puerta tras él de un golpe seco. Vio a su madre, y se abrió camino hacia ella a través de las plantas, echó una mirada a la fuente, alargó la mano y colocó bajo el chorro el objeto que aferraba.

—¡Paul! —Jessica lo cogió por los hombros, mirando su mano—. ¿Qué es esto?

Paul habló casualmente, pero había un asomo de tensión en su tono.

—Un cazador-buscador. Lo cogí en mi dormitorio y le he roto la punta, pero quiero estar bien seguro. El agua tendría que cortocircuitarlo.

—¡Sumérgelo! —ordenó ella.

Obedeció.

—Ahora suéltalo —dijo ella luego—. Déjalo en el agua y retira la mano. Paul sacó su mano, se sacudió el agua de ella y miró el inerte metal en la fuente. Jessica cortó una hoja y con el tallo movió la aguja asesina. Estaba muerta.

Dejó caer la hoja en el agua y miró a Paul. Sus ojos estaban examinando la estancia con una penetración que ella conocía bien… la Manera Bene Gesserit.

—Este lugar podría esconder cualquier cosa —dijo él.

—Tengo razones para creer que es seguro —dijo ella.

—Mi habitación fue supuestamente considerada segura, también. Hawat dijo…

—Era un cazador-buscador —le recordó ella—. Había alguien dentro de la casa operándolo. La onda de control del buscador tiene un radio de acción limitado. Es posible que fuera ocultado en el dormitorio después de la investigación de Hawat. Pero, al mismo tiempo, pensaba también en el mensaje de la hoja: «…la traición de un compañero fiel o de un lugarteniente». No Hawat, seguramente. Oh, seguramente no Hawat.

—Los hombres de Hawat están registrando toda la casa, ahora —dijo Paul—. Ese buscador estuvo a punto de matar a la vieja mujer que acudió a despertarme.

—La Shadout Mapes —dijo Jessica, recordando su encuentro al pie de la escalera—. Tu padre te llamaba para…

—Eso puede esperar —dijo Paul—. ¿Por qué estás convencida de que este lugar es seguro?

Jessica señaló la nota y le explicó su significado.

Paul se relajó ligeramente.

Pero Jessica siguió tensa, pensando: ¡Un cazador-buscador! ¡Madre Misericordiosa!

Tuvo que acudir a todo su adiestramiento para reprimir un temblor histérico.

—Son los Harkonnen, por supuesto —dijo Paul tranquilamente—. Hemos de destruirlos.

Alguien llamó a la puerta… usando el código de los hombres de Hawat.

—Adelante —dijo Paul.

La puerta se abrió, y un hombre alto vistiendo el uniforme de los Atreides con la insignia de Hawat en la gorra entró en la estancia.

—Estáis aquí, señor —dijo—. El ama de llaves nos ha dicho que os encontraríamos aquí —su mirada recorrió la estancia—. Hemos encontrado un túmulo en el sótano y a un hombre escondido en él. Tenía consigo el dispositivo de control del buscador.

—Quiero asistir a su interrogatorio —dijo Jessica.

—Lo siento, mi Dama. Hemos tenido que luchar para capturarlo. Ha muerto.

—¿No hay nada que pueda identificarlo? —preguntó.

—Todavía no hemos hallado nada, mi Dama.

—¿Era un nativo de Arrakis? —preguntó Paul.

Jessica inclinó aprobadoramente la cabeza ante lo hábil de la pregunta.

—Tiene el aspecto de un nativo —dijo el hombre—. Lo habían metido en el túmulo hace más de un mes, según parece, para esperar nuestra llegada. Las piedras y el mortero estaban intactos ayer, cuando inspeccionamos el lugar. Pongo mi reputación en ello.

—Nadie pone en duda vuestra meticulosidad —dijo Jessica.

—Nadie, salvo yo mismo, mi Dama. Deberíamos haber usado sondas sónicas.

—Presumo que esto es lo que estáis haciendo ahora —dijo Paul.

—Por supuesto, señor.

—Hacedle saber a mi padre que llegaré con retraso.

—Inmediatamente, señor. —Miró a Jessica—. Las órdenes de Hawat son de que bajo tales circunstancias el joven amo sea mantenido en lugar seguro. —Sus ojos escrutaron de nuevo la estancia—. ¿Lo es este lugar?

—Tengo razones para creer que es seguro —dijo ella—. Tanto Hawat como yo lo inspeccionamos a fondo.

—Entonces montaré guardia en el exterior, mi Dama, hasta que hayamos inspeccionado toda la casa una vez más.

—Se inclinó, tocó su gorra en un saludo a Paul, dio media vuelta y cerró la puerta tras él.

Paul rompió el repentino silencio.

—¿No sería mejor inspeccionar más tarde nosotros mismos la casa? Tus ojos podrían captar cosas que los demás hayan ignorado.

—Esta ala era el único lugar que yo no había examinado aún —dijo ella—. La había dejado para el final porque…

—Porque Hawat se había ocupado personalmente de ella —dijo Paul. Ella le dirigió una rápida e interrogativa mirada.

—¿Acaso desconfías de Hawat? —preguntó.

—No, pero se está haciendo viejo… y está agobiado de trabajo. Deberíamos descargarlo de algunas de sus obligaciones.

—Esto le avergonzaría y reduciría su eficacia —dijo ella—. Después de lo ocurrido, ni siquiera un insecto podrá insinuarse en esta ala sin que él lo sepa inmediatamente. Sentirá vergüenza de…

—Tenemos que tomar nuestras propias medidas —dijo Paul.

—Hawat ha servido a tres generaciones de Atreides con honor —dijo ella—. Merece todo el respeto y la confianza de nuestra parte… mucho respeto y mucha confianza, y por mucho tiempo.

—Cuando mi padre se enfada contigo por algo —dijo Paul—, exclama: «¡Bene Gesserit!» como si fuera una blasfemia.

—¿Y cuándo se enfada tu padre conmigo?

—Cuando discutes con él.

—Tú no eres tu padre, Paul.

Y Paul pensó: Esto va a lastimarla, pero debo explicarle lo que me dijo la mujer Mapes acerca de un traidor entre nosotros.

—¿Qué es lo que me estás ocultando? —preguntó Jessica—. Esto no es propio de ti, Paul.

El se alzó de hombros, explicándole su conversación con Mapes. Y Jessica pensó en el mensaje de la hoja. Tomó una repentina decisión, mostró la hoja a Paul, y le tradujo el mensaje.

—Mi padre debe conocer esto inmediatamente —dijo el muchacho—. Voy a radiografiarlo en clave y llevárselo.

—No —dijo ella—. Espera hasta que podamos estar a solas con él. Esto es algo que debe saber el menor número de personas posible.

—¿Quieres decir que no debemos confiar en nadie?

—Hay otra posibilidad —dijo ella—. El mensaje podría haber sido dejado para que lo descubriéramos. La gente que lo ha enviado puede estar convencida de que es cierto, pero es posible que su única finalidad sea la de impresionarnos. La expresión de Paul se hizo terca y sombría.

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