Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

Cuán pronto ha asumido este muchacho su condición de hombre, pensó Halleck. Cuán pronto ha debido aprender esta brutal necesidad de la prudencia, este hecho que se graba en tu mente y te advierte: «Desconfía incluso de tus allegados.»

Sin girarse, dijo:

—He notado este deseo de jugar en ti, muchacho, y no hubiera querido nada mejor que complacerte. Pero ya no podemos jugar. Mañana partiremos hacia Arrakis. Arrakis es real. Los Harkonnen son reales.

Paul tocó su frente con la hoja vertical de su espada.

Halleck se giró, vio el saludo y respondió con una inclinación de cabeza. Señaló el muñeco de ejercicios.

—Ahora trabajaremos tu rapidez. Muéstrame cómo lo alcanzas con la izquierda. Te controlaré desde aquí, donde puedo seguir mejor la acción. Y te advierto que hoy probaremos de nuevo contraataques. Esta es una advertencia que no te hará ninguno de tus enemigos reales.

Paul se alzó sobre la punta de los pies para distender sus músculos. Adoptó una actitud solemne, con la repentina comprensión de que su vida se deslizaba hacia rápidos cambios. Avanzó hacia el muñeco y apretó con la punta de la espada el interruptor del centro de su pecho; inmediatamente sintió en la hoja la repulsión del recién activado escudo.

—¡En guardia! —gritó Halleck, y el muñeco se lanzó al ataque. Paul activó su escudo, paró y contraatacó.

Halleck le vigilaba mientras manipulaba los controles. Su mente pareció dividirse en dos: una alerta al desarrollo del entrenamiento, y la otra derivando entre nubes. Soy un frutal bien cuidado, pensó. Lleno de buenos sentimientos y de habilidades y de todas esas hermosas cosas que crecen en mi… para que algún otro pueda recolectarlas. Por alguna razón, recordó a su hermana menor, con su rostro de elfo muy definido en su mente. Pero había muerto… en una casa de placer para las tropas Harkonnen. Le gustaban los pensamientos… ¿o quizá las margaritas? No conseguía recordarlo. Y esta incapacidad de recordar le turbaba.

Paul esquivó un golpe lento del muñeco y lanzó un entretisser con la izquierda.

¡Este pequeño astuto demonio!, pensó Halleck, concentrándose en los complejos movimientos de Paul. Ha practicado y estudiado por su cuenta. Este no es el estilo de Duncan, él nunca ha podido enseñarle nada semejante.

Este pensamiento sólo consiguió aumentar la tristeza de Halleck. Me ha contagiado su humor, dijo para sí mismo. Y comenzó a pensar en Paul, y se preguntó si el muchacho, algunas noches, no habría escuchado con terror los ruidos de su propia almohada.

—Si los deseos fueran peces —murmuró— todos arrojaríamos nuestras redes. Era una frase de su madre que se repetía a si mismo siempre que sentía las tinieblas del mañana cernirse sobre él. Después reflexionó en lo extraño que sería usar esta expresión e n un planeta que nunca había conocido ni los mares ni los peces.

CAPÍTULO V

YUEH (yue), Wallington (uel ling tun), Stdrd 10082-10191; doctor en medicina de la Escuela Suk (grdStdrd 10112); md; Wanna Marcus, B. G. (Stdrd 10092-101186?); conocido principalmente por haber traicionado al duque Leto Atreides. (Cf.: Bibliografía, Apéndice VII(Condicionamiento Imperial) y Traición, La.)

Del «Diccionario de Muad’Dib», por la Princesa Irulan.

Aunque oyó al doctor Yueh entrar en la sala con paso deliberadamente sonoro, Paul permaneció boca arriba en la mesa de ejercicios donde le había dejado la masajista. Se sentía deliciosamente relajado después del ejercicio con Gurney Halleck.

—Parecéis en buena forma —dijo Yueh, con su voz tranquila y aguda. Paul levantó la cabeza y vio la envarada figura del hombre, de pie a algunos pasos de él, y de una sola ojeada observó sus arrugadas ropas negras, el bloque cuadrado de su cabeza de labios empurpurados y bigote caído, el tatuaje diamantino del Condicionamiento Imperial en la frente, el largo cabello negro cayendo sobre su hombro izquierdo, sujeto por el anillo de plata de la Escuela Suk.

—Estaréis contento de saber que hoy no tenemos tiempo para nuestra lección —dijo Yueh—. Vuestro padre estará aquí dentro de un momento.

Paul se sentó.

—De todos modos, he preparado un visor de librofilms y algunas lecciones grabadas para que podáis estudiarlas durante el viaje hacia Arrakis.

—Oh.

Paul comenzó a vestirse. Se sentía excitado por la idea de que su padre iba a venir. Habían pasado muy poco tiempo juntos desde que el Emperador le había ordenado aceptar el feudo de Arrakis.

Yueh se acercó a la mesa en forma de L, pensando: Cómo ha madurado en estos últimos meses. ¡Qué inutilidad! ¡Oh, qué triste inutilidad! Y se recordó a sí mismo: No debo fallar. Lo que hago lo hago con la seguridad de que mi Wanna no sufrirá más a causa de esas bestias Harkonnen.

Paul se le unió al lado de la mesa, abotonándose la chaqueta.

—¿Qué deberé estudiar durante el viaje?

—Ah… las formas de vida terrestres de Arrakis. Parece que algunas se han adaptado estupendamente al planeta. No está claro cómo ha sido. Tendré que consultar al ecólogo planetario cuando lleguemos… al doctor Kynes… y ofrecerle mi ayuda en sus investigaciones.

Y Yueh pensó: ¿Qué es lo que estoy diciendo? Soy hipócrita conmigo mismo.

—¿Habrá algo sobre los Fremen? —preguntó Paul.

—¿Los Fremen? —Yueh tamborileó con los dedos sobre la mesa, después se dio cuenta de que Paul observaba aquel nervioso gesto y retiró la mano.

—Podríais decirme algo acerca de toda la población de Arrakis —dijo Paul.

—Oh, por supuesto —dijo Yueh—. Hay dos grupos principales de gente: los Fremen forman uno de ellos, y el otro está compuesto por los pueblos de los graben, los sink y los pan. Según tengo entendido, algunas veces se casan entre ellos. Las mujeres de los poblados pan y sink prefieren los maridos Fremen; sus hombres prefieren esposas Fremen. Tienen un dicho: «La educación viene de la ciudad, la sabiduría del desierto.»

—¿Tenéis fotos de ellos?

—Buscaré alguna para vos. La característica más importante, desde luego, son sus ojos: totalmente azules, sin el menor blanco en ellos.

—¿Una mutación?

—No, es debido a la saturación de melange en su sangre.

—Los Fremen tienen que ser muy valientes para vivir al borde de ese desierto.

—Todo el mundo lo dice —dijo Yueh—. Componen poemas a sus cuchillos. Sus mujeres son tan salvajes como sus hombres. Incluso los chicos Fremen son violentos y peligrosos. No creo que se te permita mezclarte con ellos.

Paul miró a Yueh; su atención había sido atraída por aquellas breves palabras acerca de los Fremen. ¡Qué pueblo para tenerlo como aliado!

—¿Y los gusanos? —preguntó Paul.

—¿Qué?

—Quisiera estudiar algo acerca de los gusanos de arena.

—Oh… por supuesto. Tengo un librofilm acerca de un espécimen pequeño, de tan sólo ciento diez metros de largo por veintidós de diámetro. Fue registrado en el extremo norte del planeta. Testigos dignos de fe han hablado de gusanos de más de cuatrocientos metros de longitud, y esto hace pensar en que es posible que existan incluso otros mayores.

La mirada de Paul se dirigió hacia un mapa de proyección cónica de las regiones septentrionales de Arrakis que estaba sobre la mesa.

—El cinturón desértico y la región polar sur están calificadas como inhabitables. ¿Es a causa de los gusanos?

—Y las tormentas.

—Pero cualquier lugar puede ser convertido en habitable.

—Si es económicamente realizable —dijo Yueh—. Arrakis posee muchos y costosos peligros. —Se atusó el caído bigote—. Vuestro padre llegará en seguida. Antes de irme, tengo un regalo para vos, una cosa que he encontrado al hacer mis maletas. —Puso un objeto sobre la mesa, entre ellos dos: negro, oblongo, no más largo que la última falange del pulgar de Paul.

Paul lo observó. Yueh notó que el muc hacho no hacía el menor gesto para tocarlo y pensó: Es cauteloso.

—Es una viejísima Biblia Católica Naranja hecha para viajeros espaciales. No es un librofilm, sino que está impresa en papel finísimo. Posee su dispositivo de aumento y un sistema de carga electrostática. —Lo tomó para mostrárselo—. La carga la mantiene cerrada, atrayendo entre sí las tapas. Pulsando con el dedo en el lomo… así, las páginas seleccionadas por uno se repelen y el libro se abre.

—Es muy pequeña.

—Pero tiene mil ochocientas páginas. Pulsad con el dedo… así, eso es… y la carga hace girar las páginas a medida que vais leyendo. No toquéis nunca las páginas con los dedos. La trama del papel es muy delicada. —Cerró el libro y se lo tendió a Paul—. Tomad.

Yueh observó a Paul mientras éste ensayaba el accionamiento, y pensó: De este modo salvo mi conciencia. Le ofrezco la ayuda de la religión antes de traicionarle. Así podré decirme que ha ido donde yo no puedo ir.

—Debe haber sido hecha antes de los librofilms —dijo Paul.

—Es muy antigua, sí. Será nuestro secreto, ¿eh? Vuestros padres podrían pensar que es demasiado valiosa para un joven como vos.

Y Yueh pensó: Seguramente su madre se preguntaría por mis motivos.

—Bien… —Paul cerró el libro y lo sostuvo en su mano—. Si es tan valiosa…

—Sed indulgente con el capricho de un viejo —dijo Yueh—. Me la ofrecieron cuando yo era muy joven. —Y pensó: Debo conquistar su mente al mismo tiempo que su codicia—. Abridla por el Kalima cuatrocientos sesenta y siete… donde dice: «El agua es el inicio de toda vida.» Hay una pequeña marca en la tapa que señala el lugar. Paul recorrió la tapa, encontró dos marcas, una menos profunda que la otra. Oprimió la menos profunda y el libro se abrió en su palma, con el dispositivo de aumento deslizándose hacia su lugar.

—Leed en voz alta —dijo Yueh.

Paul se humedeció los labios y leyó:

—«Pensad en el hecho de que el sordo no pueda oír. ¿Acaso hay alguien que pueda decir que él no está sordo? ¿Acaso no nos falta un sentido para ver y oír el otro mundo que está a nuestro alrededor? Porque hay cosas a nuestro alrededor que no podemos…»

—¡Basta! —gritó Yueh.

Paul se interrumpió, mirándole.

Yueh cerró los ojos, luchando por recuperar su aplomo. ¿Qué perversidad ha hecho que el libro se abra sobre el pasaje favorito de Wanna? Abrió los ojos, y vio a Paul contemplándole desconcertado.

—Lo siento —dijo Yueh—. Era el pasaje favorito de mi… difunta esposa. No era el que quería haceros leer. Despierta en mi recuerdos… dolorosos.

—Hay dos marcas —dijo Paul.

Por supuesto, se dijo Yueh. Wanna señaló este pasaje. Sus dedos son más sensitivos que los míos y han encontrado la marca. Es tan sólo un accidente, nada más.

—Quizá encontréis interesante este libro —dijo Yueh—. Hay mucha verdad histórica, y también mucha filosofía ética.

Paul miró el pequeño libro en su palma… una cosa tan pequeña. Sin embargo, contenía un misterio… algo había ocurrido mientras lo leía. Algo que había despertado en su mente aquella idea de una terrible finalidad.

—Vuestro padre llegará en seguida —dijo Yueh—. Guardad el libro; ya lo leeréis cuando sintáis deseos de ello.

Paul tocó la tapa como Yueh se lo había enseñado. El libro se cerró por sí mismo. Lo deslizó en su túnica. Por un momento, cuando Yueh había gritado, Paul había temido que le pidiera que se lo devolviese.

—Os doy las gracias por el presente, doctor Yueh —dijo Paul, hablando formalmente—. Será nuestro secreto. Si hay un regalo o un favor que deseéis de mí, no dudéis en pedírmelo.

—Yo… no deseo nada —dijo Yueh.

Y pensó: ¿Por qué estoy torturándome? Y torturando a ese pobre chico… aunque él todavía no lo sepa. ¡Oh, malditas sean esas bestias Harkonnen! ¿Por qué me habrán escogido a mí para su abominación?

CAPÍTULO VI

¿Cómo afrontar el estudio del padre de Muad’Dib? El Duque Leto Atreides fue un hombre de un corazón a la vez cálido y frío. Algunos hechos de ese hombre, sin embargo, nos ayudarán a abrir el camino: su absoluto amor por su Dama Bene Gesserit; sus sueños por su hijo; la devoción de quienes le servían. Observadlo: un hombre marcado por el Destino, una figura solitaria cuya luz fue oscurecida por la gloria de su hijo. Pero uno puede preguntarse: ¿qué es el hijo, sino la extensión del padre?

De «Muad’Dib, comentarios familiares», por la Princesa Irulan.

Paul observó a su padre entrar en la sala de ejercicios, y vio a los guardias saludar fuera. Uno de ellos cerró la puerta. Como siempre, Paul experimentó una sensación de presencia de su padre, una presencia total.

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