Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

APÉNDICE I
LA ECOLOGÍA DE DUNE

Más allá de un punto crítico, los grados de libertad, en un espacio finito, disminuyen a medida que se incrementa el número. Esto resulta válido tanto para los hombres en el espacio finito de un ecosistema planetario como para las moléculas de gas en una redoma sellada. La cuestión para los seres humanos no es saber cuántos de ellos podrán sobrevivir dentro del sistema, sino qué tipo de existencia será posible para aquellos que sobrevivirán.

Pardot Kynes, Primer Planetólogo de Arrakis.

El efecto que causa Arrakis en la mente del recién llegado es usualmente el de una tierra estéril y absolutamente desolada. El extranjero piensa inmediatamente que allí nada puede crecer o sobrevivir al aire libre, que realmente es una tierra yerma que nunca ha conocido la fertilidad y nunca la conocerá.

Para Pardot Kynes, el planeta no era más que una expresión de la energía, una máquina movida por un sol. Sólo necesitaba ser reestructurada de modo que respondiera a las necesidades de los seres humanos. Su mente fue atraída inmediatamente hacia la población humana que se movía libremente por la superficie del planeta, los Fremen.

¡Qué desafío! ¡Y qué herramienta representaban!

Los Fremen: una fuerza ecológica y geológica de un potencial ilimitado. Bajo muchos aspectos, Pardot Kynes era un hombre simple y directo. ¿Uno necesita escapar a las restricciones Harkonnen? Excelente. Entonces uno se casa con una mujer Fremen. Y cuando ella le da un hijo, uno empieza con él, con Liet-Kynes, y con los niños, a enseñarles las bases de la ecología, creando un nuevo lenguaje con símbolos que preparen la mente para manipular todo un paisaje, su clima, sus límites estacionales, y superen finalmente todos los conceptos de fuerza para alcanzar una clara consciencia de la idea de orden.

—Existe una armonía interior de movimiento y equilibrio en todos los planetas adaptados al hombre —decía Kynes—. Uno puede ver en esta armonía un efecto dinámico estabilizador esencial a todas las formas de vida. Su función es simple: crear y mantener esquemas coordinados más y más diversificados. Es la propia vida la que aumenta la capacidad de un sistema cerrado para sustentar la vida. La vida —toda la vida— se halla al servicio de la vida. Los alimentos necesarios para la vida son creados por la vida cada vez en mayor abundancia a medida que se incrementa la diversificación de esta vida. Todo el paisaje se vuelve vivo, se producen relaciones, y relaciones dentro de estas relaciones.

Así era Pardot Kynes cuando enseñaba en las clases de las cavernas del sietch. Pero antes de estas lecciones, de todos modos, había tenido que convencer a los Fremen. Para comprender cómo fue posible esto, hay que conocer antes con qué increíble tenacidad e inocencia afrontaba todos los problemas. No era ingenuo: simplemente, apuntaba directamente hacia lo que pretendía conseguir. Estaba explorando el territorio de Arrakis a bordo de un vehículo monoplaza durante un tórrido atardecer, cuando fue testigo de una escena deplorable. Seis mercenarios Harkonnen, provistos de escudos y completamente armados, habían sorprendido a tres jóvenes Fremen al abierto tras la Muralla Escudo, cerca del poblado del Saco del Viento. Para Kynes, aquello parecía una lucha más bien irreal, sin la menor trascendencia, hasta que se dio cuenta de que los Harkonnen pretendían matar a los Fremen. Uno de los jóvenes había caído ya, con una arteria seccionada, mientras dos de los mercenarios estaban fuera de combate, pero aún había cuatro hombres armados frente a dos jóvenes imberbes.

Kynes no era valeroso; simplemente era resuelto y precavido.

Los Harkonnen estaban matando Fremen. ¡Estaban destruyendo las herramientas con las que pretendía remodelar el planeta! Activó su propio escudo, se lanzó a la lucha y derribó a dos Harkonnen antes de que supieran que alguien les estaba atacando por la espalda. Esquivó la espada de uno de los otros y les seccionó la garganta con un limpio entrisseur, y dejó al único sicario que quedaba en manos de los jóvenes Fremen, dirigiendo su atención a salvar al que estaba en el suelo. Y consiguió salvarle… justo en el momento en que era abatido el sexto Harkonnen.

¡Y entonces fue cuando se complicaron las cosas! Los Fremen no sabían qué hacer con Kynes. Por supuesto, sabían quién era. Nadie llegaba a Arrakis sin que un completo dossier relativo a su persona llegara a los baluartes Fremen. Le conocían: era un servidor Imperial.

¡Pero había matado Harkonnen!

Si hubiesen sido adultos se hubieran limitado a alzarse de hombros mientras enviaban su sombra a reunirse con las de los seis hombres muertos en el terreno. Pero aquellos Fremen eran jóvenes inexpertos y sabían tan sólo que habían contraído una vital obligación con aquel servidor Imperial.

Kynes estaba dos días más tarde en un sietch que se abría dominando el Paso del Viento. Para él, todo aquello era natural. Habló a los Fremen del agua, de dunas ancladas con hierba, de palmeras cargadas de dátiles, de qanats corriendo al aire libre a través del desierto. Habló y habló y habló.

Y ni siquiera se dio cuenta del debate que se producía a su alrededor. ¿Qué hay que hacer con ese loco? Ahora conoce la situación de un sietch importante. ¿Qué hacer? ¿Y cómo interpretan esas palabras hablando de Arrakis como de un paraíso? Son tan sólo palabras. Y ahora sabe demasiado. ¡Pero ha matado Harkonnen! ¿Y la carga de agua?

¿Desde cuándo le debemos algo al Imperio? Ha matado Harkonnen. Cualquiera puede matar Harkonnen. Incluso yo los he matado.

¿Pero y su hablar de la fertilización de Arrakis?

Muy sencillo: ¿dónde está el agua para ello?

¡Dice que está aquí! Y ha salvado a tres de los nuestros.

¡Ha salvado a tres idiotas que se habían cruzado en el camino de los Harkonnen! ¡Y ha visto los crys!

La necesaria decisión fue conocida ya muchas horas antes de que fuera pronunciada. El tau de un sietch dice a sus miembros lo que deben hacer; incluso las más brutales necesidades. Fue enviado un guerrero experto con un cuchillo consagrado para realizar la tarea. Dos maestros de agua le siguieron para recoger el agua del cuerpo. Una brutal necesidad.

Es dudoso que Kynes se diera cuenta de la existencia de aquel ejecutor. Estaba hablándole a un grupo de gente reunida a su alrededor a prudente distancia. Caminaba mientras hablaba, trazando círculos, gesticulando. Agua al aire libre, decía Kynes. Caminar a cielo abierto sin destiltrajes. ¡Agua para bañarse en estanques al aire libre!

¡Portyguls!

El hombre del cuchillo le hizo frente.

—Apártate —dijo Kynes, y siguió hablando de trampas de viento ocultas. Rozó al hombre al pasar por su lado. La espalda de Kynes se ofreció, inerme, al golpe ritual. Nunca se sabrá lo que ocurrió entonces en la mente del ejecutor. ¿Quizá terminó por escuchar las palabras de Kynes y creyó en ellas? ¿Quién sabe? Pero todos saben lo que hizo, porque ha quedado dicho. Su nombre era Uliet, el Viejo Liet. Uliet avanzó tres pasos y deliberadamente cayó sobre su propio cuchillo, «eliminándose» a sí mismo. ¿Suicidio?

Algunos dicen que obró guiado por Shai-hulud.

¡Hablad de presagios!

Desde aquel instante. Kynes sólo tuvo que mover un dedo y decir:

—Venid aquí.

Tribus enteras de Fremen acudieron. Murieron hombres, murieron mujeres, murieron niños. Pero acudieron.

Kynes volvió a sus trabajos Imperiales, dirigiendo las Estaciones Biológicas Experimentales. Y los Fremen comenzaron a aparecer entre el personal de las Estaciones. Los Fremen miraron a su alrededor. Se dieron cuenta de que se estaban infiltrando en el «sistema», una posibilidad que nunca habían considerado. Algunos instrumentos de las Estaciones empezaron a aparecer en las cavernas de los sietch… especialmente cortadores a rayos, que eran usados para ampliar las depresiones ocultas y cavar trampas de viento.

El agua comenzó a recolectarse en las depresiones.

Y empezó a hacerse evidente a los Fremen que Kynes no era un hombre totalmente loco, tan sólo estaba lo suficientemente loco como para hacer de él un santo. Pertenecía al umma, la hermandad de los profetas. La sombra de Uliet fue elevada a los sadus, la multitud de los jueces divinos.

Kynes —el directo, el obsesionado Kynes— sabía que la investigación altamente organizada no era capaz de producir nada nuevo. Así que creó pequeñas unidades de experimentación con un regular intercambio de datos a fin de alcanzar rápidamente el efecto Tansley, pero con cada grupo siguiendo su propio camino. Así se acumularon millones de pequeños datos. Kynes se limitó a organizar algunos experimentos aislados y escasamente coordinados, a fin de que cada grupo pudiera evaluar el alcance efectivo de sus dificultades.

Muestras de los estratos profundos fueron extraídas por todo el bled. Fueron establecidos mapas detallados de las largas corrientes de tiempo llamadas climas. Se descubrió que en la inmensa franja delimitada entre los 70 grados de latitud norte y sur, las temperaturas a lo largo de millares de años nunca había oscilado más allá de los 154332 grados (absolutos), y que en esta franja existían largas estaciones de germinación en las que las temperaturas medias se establecían entre los 284 a 302 grados absolutos: un auténtico paraíso para la vida terrestre… una vez resuelto el problema del agua.

¿Y cuándo será resuelto?, preguntaron los Fremen, ¿cuándo veremos a Arrakis transformado en un paraíso?

Del mismo modo que un maestro enseñando a un niño que le ha preguntado cuanto son 2 más 2, Kynes les respondió:

—Dentro de trescientos a quinientos años.

Un pueblo inferior hubiera gritado su desesperación. Pero los Fremen habían aprendido la paciencia a golpes de látigo. Aquel plazo les pareció más largo de lo que habían esperado, pero todos estaban convencidos de que el bendito día iba a llegar. Se apretaron más sus fajas y volvieron al trabajo. De alguna manera, la decepción había hecho mucho más concreto el concepto del paraíso.

El problema de Arrakis no era el agua, sino la humedad. Los animales domésticos eran casi desconocidos, el ganado raro. Algunos contrabandistas usaban un asno del desierto domesticado, el kulon, pero su precio en agua era elevado, incluso si se conseguía hacerle llevar una versión modificada de destiltraje.

Kynes pensó en instalar plantas reductoras que sintetizaran agua del hidrógeno y oxígeno presentes en las rocas nativas, pero el coste de la energía era demasiado alto. Los casquetes polares (que daban a los pyons una falsa impresión de seguridad acerca de su riqueza en agua) contenían demasiada poca para su proyecto… y Kynes sospechaba ya dónde se encontraba realmente el agua. Había aquel sensible aumento de la humedad a altitudes medias, y en ciertos vientos. Había aquel indicio de fundamental importancia que era la composición del aire: un 23 por ciento de oxígeno, un 75,4 por ciento de nitrógeno, y un 0,023 por ciento de anhídrido carbónico… con huellas de otras gases formando el resto.

Había una rara planta nativa que crecía por encima de los 2.500 metros en las zonas templadas del norte. Un tubo de dos metros de largo que contenía medio litro de agua. Y había las plantas del desierto terrestres: las más resistentes mostraban poder prosperar si eran plantadas en depresiones provistas de precipitadores de rocío. Entonces, Kynes descubrió el pan de sal.

Su tóptero, volando entre dos estaciones alejadas en el bled, fue obligado a salirse de su curso a causa de una tormenta. Cuando la tormenta hubo pasado, allí estaba el pan: una enorme depresión ovalada extendiéndose a lo largo de casi trescientos kilómetros en su eje mayor… una cegadora sorpresa blanca en el ilimitado desierto. Kynes tomó tierra, y probó la lisa superficie limpiada por la tormenta.

Sal.

Ahora estaba seguro de ello.

Había habido agua a cielo abierto en Arrakis… antes. Comenzó a examinar de nuevo la evidencia de los pozos secos, donde aparecía un hilillo de agua para desvanecerse en seguida, y no volver a aparecer ya más.

Kynes puso inmediatamente al trabajo a sus nuevos limnólogos Fremen recién adiestrados: su indicio más importante, una especie de fragmentos de una materia parecida al cuero que se encontraba a menudo en una masa de especia después de su explosión. En las leyendas Fremen eran atribuidos a una imaginaria «trucha de arena». Los hechos, acumulándose, diseñaban una criatura que podía dar origen a aquellos fragmentos parecidos al cuero… una criatura que nadara en aquella arena aislando el agua en bolsas fértiles en el interior de los estratos porosos más bajos, en los limites inferiores de los 280 grados (absolutos).

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