Dune (Crónicas de Dune, #1) – Frank Herbert

Frunció el ceño y se volvió hacia Mapes.

—Mapes, tráele un estimulante. Sugiero cafeína. Quizá quede todavía un poco de café de especia.

Mapes se alzó de hombros y se dirigió hacia las cocinas. Los cordones de sus botas del desierto azotaron rítmicamente el suelo.

Idaho volvió penosamente su cabeza hacia Jessica, en un ángulo absurdo.

—He matado más de tres… trescientos hombres po… por el Duque —murmuró—.

¿Queréis sa… saber por qué est… oy aquí? No puedo vi… vivir allá ab… ajo. No puedo vi… vir abajo. ¿Qué condenado lugar es éste, uhhh?

El sonido de una puerta lateral al abrirse atrajo la atención de Jessica. Se volvió, viendo a Yueh avanzar hacia ellos, con su maletín de médico en su mano izquierda. Iba completamente vestido, y se le veía pálido y exhausto. El tatuaje diamantino destellaba en su frente.

—¡El buen doc…tor! —hipó Idaho—. ¿Cómo estáis, doc…? ¿El hombre de las gasas y de las pil… píldoras? —Se volvió trabajosamente hacia Jessica—. Me estoy portando como un id… idiota, ¿eh?

Jessica frunció el ceño y permaneció silenciosa, preguntándose: ¿Por qué tendría que emborracharse Idaho? ¿Acaso le han drogado?

—Demasiada cerveza de especia —dijo Idaho, intentando enderezarse. Mapes volvió con una humeante taza en sus manos, y se detuvo indecisa detrás de Yueh. Miró a Jessica, que agitó la cabeza.

Yueh depositó su maletín en el suelo, hizo una inclinación a Jessica y dijo:

—Así que cerveza de especia, ¿eh?

—La condenad… amente mejor que he bebido nun… ca —dijo Idaho. Intentó cuadrarse—. ¡Mi espada ha be… bido por primera vez la sangre de Grum… man! He matado a un Harkon… Harkon… lo he matado por el Duque.

Yueh se volvió y miró la taza en las manos de Mapes.

—¿Qué es eso?

—Cafeína —dijo Jessica.

Yueh tomó la taza y se la tendió a Idaho.

—Bebe eso, muchacho.

—No quiero beb… er más.

—¡Bebe, te digo!

La cabeza de Idaho se bamboleó hacia Yueh, y dio un paso adelante, arrastrando a los guardias con él.

—Estoy hasta la coronilla de complacer al Universo Im… perial, doc… Por una vez haré lo… lo que yo quiero.

—Cuando hayas bebido esto —dijo Yueh—. Sólo es cafeína.

—¡… podrida como el resto en este lugar! Mal… dito sol… tan brillante. Nada tiene buen co… color. Todo está deformado y…

—Bueno, ahora es de noche —dijo Yueh. Hablaba en tono convincente—. Bébete esto como un buen chico. Te hará sentir mejor.

—¡No quiero sentirme mejor!

—No podemos pasarnos toda la noche discutiendo con él —dijo Jessica. Y pensó: Necesita un tratamiento de shock.

—No hay ninguna razón para que permanezcáis aquí, mi Dama —dijo Yueh—. Puedo ocuparme yo de ello.

Jessica agitó la cabeza. Dio un paso hacia adelante y abofeteó a Idaho con todas sus fuerzas.

Retrocedió, arrastrando a los guardias, y la miró ferozmente.

—Esa no es forma de comportarse en casa de tu Duque —dijo Jessica. Tomó la taza de manos de Yueh, derramando una parte de su contenido, y la tendió a Idaho—. ¡Y ahora bebe! ¡Es una orden!

Idaho se sobresaltó y se irguió, mirándola amenazadoramente. Habló con lentitud, con una pronunciación clara y precisa.

—No recibo órdenes de una maldita espía Harkonnen —dijo.

Yueh se envaró y se volvió hacia Jessica.

Ella se puso pálida, pero inclinó la cabeza. Ahora todo estaba claro para ella… las alusiones, vagas y fragmentarias, que había captado aquellos últimos días en las palabras y el comportamiento de quienes la rodeaban encajaban por fin. La invadió una cólera tan inmensa que a duras penas pudo contenerla. Tuvo que recurrir a lo más profundo de su adiestramiento Bene Gesserit para calmar su pulso y controlar su respiración. Pero aún así sintió que el fuego interior la abrasaba.

Siempre se llama a Idaho para la vigilancia de esas mujeres.

Miró a Yueh. El doctor bajó los ojos.

—¿Lo sabíais? —exigió.

—Yo… he oído rumores, mi Dama. Pero no quería añadir un nuevo peso a vuestras preocupaciones.

—¡Hawat! —gritó—. ¡Quiero que Thufir Hawat sea conducido a mi presencia inmediatamente!

—Pero, mi Dama…

Tiene que haber sido Hawat, pensó. Una tal sospecha no puede venir de nadie más que de él, o de otro modo hubiera sido descartada.

Idaho inclinó su cabeza.

—Tenía que haber soltado to… toda esa maldita historia —murmuró. Jessica miró bruscamente por un instante la taza que tenía en su mano, y bruscamente arrojó su contenido al rostro de Idaho.

—Encerradlo en una de las habitaciones de huéspedes del ala este —ordenó—. Haced que duerma la borrachera.

Los dos guardias la miraron con aire poco alegre. Uno de ellos aventuró:

—Quizá debiéramos llevarlo a algún otro lado, mi Dama. Podríamos…

—¡Es aquí donde se supone que debe estar! —cortó Jessica—. Su trabajo está aquí —su voz rezumaba amargura—. Es muy eficiente vigilando a las mujeres. El guardia tragó saliva.

—¿Sabe alguien dónde está el Duque? —preguntó ella.

—En el puesto de mando, mi Dama.

—¿Está Hawat con él?

—Hawat está en la ciudad, mi Dama.

—Quiero que me traigáis a Hawat inmediatamente —dijo Jessica—. Estaré en mi sala de estar cuando llegue.

—Pero, mi Dama…

—Si es necesario, llamaré al Duque —dijo ella—. Pero espero que no sea necesario. No quiero molestarle por una cosa así.

—Si, mi Dama.

Jessica depositó la taza vacía en manos de Mapes, y su mirada tropezó con los interrogadores ojos totalmente azules.

—Puedes volver a acostarte, Mapes.

—¿Estáis segura de que no me necesitáis.

Jessica sonrió agriamente.

—Estoy segura.

—Quizá todo pudiera esperar hasta mañana —dijo Yueh—. Puedo daros un sedante y…

—Volved a vuestros aposentos y dejadme arreglar esto a mi manera —dijo Jessica. Le palmeó el brazo para atemperar la aspereza de su orden—. Es la única manera. Bruscamente, con la cabeza erguida, dio media vuelta y se dirigió con paso resuelto hacia sus habitaciones. Frías paredes… corredores… una puerta familiar… Abrió la puerta, entró, y la cerró violentamente a sus espaldas. Jessica permaneció inmóvil en medio de la estancia, mirando furiosamente las ventanas protegidas con escudos de su salón. ¡Hawat!

¿Acaso se halla a sueldo de los Harkonnen? Habrá que verlo.

Jessica se dirigió hacia el antiguo y mullido sillón recubierto de piel de schlag repujada, y lo corrió para que quedara frente a la puerta. Bruscamente fue consciente de la presencia real del crys en la funda sujeta a su pantorrilla. Lo tomó con su funda y lo sujetó a su brazo, comprobando su peso. Una vez más su mirada recorrió toda la estancia, registrando en su mente la posición exacta de cada objeto para un caso de emergencia: la silla en el rincón, los sillones de recto respaldo contra la pared, las dos mesas bajas, la cítara en su pedestal, junto a la puerta del dormitorio.

Las lámparas a suspensor irradiaban una pálida claridad rosada. Disminuyó su intensidad, se sentó en el sillón, acariciando su tapizado, apreciando por primera vez su pesada riqueza.

Ahora, que venga, se dijo. Ocurrirá lo que deba ocurrir. Y se dispuso a esperar a la Manera Bene Gesserit, acumulando paciencia y reservando sus fuerzas. Mucho antes de lo que esperaba sonó una llamada en la puerta, y Hawat entró a su mandato.

Le miró sin moverse del sillón, percibiendo en sus movimientos la vibrante presencia de una energía debida a la droga, y la fatiga que se escondía tras ella. Los viejos ojos acuosos de Hawat brillaban. Su correosa piel parecía ligeramente amarilla bajo la luz de la estancia, y una amplia y húmeda mancha se destacaba en la manga del brazo donde ocultaba su cuchillo.

Captó olor a sangre.

Señaló con la mano uno de los sillones de respaldo recto y dijo:

—Traed este sillón y sentaos frente a mi.

Hawat se inclinó y obedeció. ¡Ese loco borracho de Idaho!, pensó. Estudió el rostro de Jessica, preguntándose cómo podría salvar la situación.

—Es ya tiempo de aclarar la atmósfera entre nosotros —dijo Jessica.

—¿Qué es lo que turba a mi Dama? —Se sentó, colocando sus manos sobre las rodillas.

—¡No juguéis conmigo! —restalló ella—. Si Yueh no os ha dicho por qué os he hecho llamar, alguno de vuestros espías en mi propia casa lo habrá hecho. ¿Podemos ser honestos el uno con el otro al menos en lo que respecta a esto?

—Como deseéis, mi Dama.

—Primero, responded a una pregunta —dijo ella—. ¿Sois ahora un agente Harkonnen?

Hawat se levantó a medias de su asiento, con su rostro oscurecido por la ira.

—¿Osáis insultarme así? —preguntó.

—Sentaos —dijo ella—. Vos también me habéis insultado.

Lentamente, Hawat volvió a sentarse en el sillón.

Y Jessica, leyendo los signos en aquel rostro que tan bien conocía, sintió un profundo alivio. No es Hawat.

—Ahora sé que aún seguís siendo fiel a mi Duque —dijo—. Ahora estoy dispuesta a perdonaros esa afrenta.

—¿Hay algo que perdonar?

Jessica frunció las cejas, pensando: ¿Debo jugar mis cartas? ¿Debo hablarle de la hija del Duque que llevo en mi seno desde hace unas semanas? No… ni siquiera Leto lo sabe. Esto no haría más que complicarle la vida, distrayéndole en un momento en que debe concentrarse para garantizar nuestra supervivencia. Todavía queda tiempo para usar esto.

—Una Decidora de Verdad resolvería esto —dijo—, pero no disponemos aquí de ninguna Decidora de Verdad cualificada por la Alta Junta.

—Como decís bien, no disponemos de ninguna Decidora de Verdad.

—¿Hay un traidor entre nosotros? —preguntó Jessica—. He estudiado a nuestra gente con el mayor cuidado. ¿Quién puede ser? No Gurney. Ciertamente, tampoco Duncan. Sus lugartenientes no están situados lo bastante estratégicamente como para tomarlos en consideración. Tampoco sois vos, Thufir. No puede ser Paul. Sé que no soy yo. ¿El doctor Yueh, entonces? ¿Tengo que llamarle y someterle a prueba?

—Sabéis que sería una acción inútil —dijo Hawat—. Está condicionado por el Alto Colegio. Estoy seguro de esto.

—Sin mencionar que su esposa era una Bene Gesserit asesinada por los Harkonnen —dijo Jessica.

—Así que era eso lo que le ocurrió —dijo Hawat.

—¿No habéis detectado el odio en su voz cuando pronuncia el nombre de los Harkonnen?

—Sabéis que no poseo el oído —dijo Hawat.

—¿Qué es lo que os ha hecho sospechar de mí? —preguntó ella.

Hawat se removió en su asiento.

—Mi Dama coloca a su servidor en una posición imposible. Mi lealtad va ante todo hacia el Duque.

—Estoy dispuesta a perdonar cosas a causa de esta lealtad —dijo ella.

—Pero vuelvo a preguntaros: ¿hay algo que perdonar?

—El rey está ahogado —preguntó ella—. ¿Tablas?

Hawat se alzó de hombros.

—Ahora discutamos otra cosa por un minuto —dijo Jessica—. Duncan Idaho, el admirable guerrero cuya habilidad como guardián y vigilante es tan estimada. Esta noche se ha excedido con algo llamado cerveza de especia. Me han llegado informes de que otros de entre nuestra gente se han dejado vencer por esa misma mixtura. ¿Es eso cierto?

—Tenéis vuestros informes, mi Dama.

—Precisamente. ¿No creéis que esos excesos son un síntoma, Thufir?

—Mi Dama habla por enigmas.

—¡Usad vuestra habilidad de Mentat en ello! —cortó bruscamente Jessica—. ¿Cuál es el problema con Duncan y los otros? Puedo decíroslo en cua tro palabras: no tienen un hogar.

Hawat señaló el suelo con un dedo.

—Arrakis, este es su hogar.

—¡Arrakis es una incógnita! Caladan era su hogar, pero les hemos desarraigado de allá. No tienen hogar. Y temen que el Duque les falle.

Hawat se envaró.

—Unas palabras como esas pronunciadas por cualquiera de mis hombres sería suficiente para…

—Oh, basta con eso, Thufir. ¿Es derrotismo o traición por parte de un doctor diagnosticar correctamente una enfermedad? Mi única intención es curar esta enfermedad.

—El Duque me ha encargado a mí de estas cosas.

—Pero vos comprendéis que yo experimente cierta preocupación acerca de los progresos de esta enfermedad —dijo ella—. Y quizá me concedáis cierta habilidad en este terreno.

¿Debo administrarle un shock? se dijo. Necesita una sacudida, algo que consiga sacarle de la rutina.

—Vuestras preocupaciones podrían ser interpretadas de muy diversos modos —dijo Hawat. Se alzó de hombros.

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