El Oro y la Ceniza – Eliette Abécassis

Me sobresalté: era el padre Francis.

Schiller, en efecto, lanzaba de vez en cuando furtivas miradas a un cuaderno situado en una mesa cerca de él, un pequeño cuaderno marrón.

–Entre los discípulos de Jesús -prosiguió, con su voz almibarada, el padre Francis- había una secta, los judasitas, rama de los cainitas, que asignaba a Judas una importancia superior a la de Juan, el discípulo bienamado. Según ellos, Judas entregó a Jesús porque él era el único que sabía que éste era el enviado de Dios: de ahí que, al poseer la gnosis, sea él el verdadero autor de la Redención, que ha traído la mayor bendición a la humanidad. El término empleado en los Evangelios para designar la muerte de Judas proviene de apagcho, que significa no sólo «ahorcarse», sino también «estrangularse». Por eso se cree que Judas entró en trance y se estranguló según un rito especial…

–¿Por qué nos cuenta eso? – lo interrumpió Félix.

–Ahora se lo explicaré, hijo -contestó el padre Francis con aire de entendido-. Hay un evangelio de Judas, pero se perdió. Ese evangelio no se refería al saber de Dios, sino al de Satán.

–¿Lo dice por lo del cuaderno marrón de la filmación? Le puedo asegurar que he visto bastantes manuscritos antiguos para saber que ése no databa de la época de Jesús -precisé yo-. Ese cuaderno tendría unos cincuenta años a lo sumo.

–¿Sí? – dijo el padre Francis-. Entonces dataría…

–De la Segunda Guerra Mundial, sí, ésa es mi opinión -concluí.

–Eso no impide que sea un manuscrito de Satán, hijo mío -murmuró el anciano-. Es un eslabón de una larga cadena de libros de la misma casta.

–¿Qué casta? – pregunté.

Feliz por haber encontrado un oído atento, el anciano prosiguió con renovado brío:

–Los libros más conocidos son El gran libro mágico, La clavícula de Salomón, La magia negra y El gran Agripa. Investidos de fuerzas infernales, permiten descubrir todos los tesoros ocultos y obtener obediencia de todos los espíritus.

»Luego están El gran Alberto, que contiene los secretos de los hombres y de las mujeres, y El pequeño Alberto, que trata de la magia natural y cabalística, y también El dragón rojo o el arte de dominar los espíritus, El dragón negro o las fuerzas infernales sometidas al hombre, La gallina negra o la gallina de los huevos de oro…

»Además, está El Agripa, un libro enorme que, puesto en pie, tiene la altura de un hombre. Es extremadamente peligroso. No hay que dejarlo bajo ningún concepto al alcance de la mano.

»Por eso se tiene la costumbre de colgarlo, con una cadena, de la viga más fuerte de una habitación reservada exclusivamente a tal fin. Mientras no haya necesidad de consultarlo, se debe mantener cerrado mediante un recio candado.

»Y, mucho cuidado -agregó el padre Francis, levantando un dedo como si nos diera un importante consejo-, la viga no debe estar recta, sino torcida. Es de vital importancia.

–¿No va a acabar nunca con sus monsergas? – lo atajó Félix, exasperado.

Al ver a Lisa comenzó a alejarse, pero el padre se interpuso en su camino.

–Y hay algo más: el hombre que posee uno de estos libros exhala un olor particular; una mezcla de azufre y de humo… ¿Saben por qué?

Félix apartó al sacerdote con la mano y echó a andar. El otro siguió hablando, sin embargo.

–Porque tiene trato con el Diablo -le lanzó a la espalda-. Por eso se apartan de él. Y además no camina como todo el mundo. Vacila a cada paso, por temor a pisar un alma.

–Un poco como usted, ¿no? – señaló Félix, volviéndose de repente.

–¡No se ría, hijo! No es éste tema para burlarse.

–¿Y qué contienen esos libros? – reanudé yo, convirtiéndome en blanco de una mirada asesina de Félix.

–Los nombres de todos los diablos y también la forma de invocarlos. Y además, el nombre de las almas condenadas. Enseñan a cerrar pactos con los demonios, sean cuales sean, sin que éstos puedan hacer ninguna trampa; enuncian los nombres de los principales espíritus de los infiernos y dan información valiosísima sobre la manera de descubrir tesoros y esquivar la enfermedad. Hay también oraciones infalibles para conversar con el Diablo, para adquirir el recuerdo reciente de lo que ocurrió hace mucho, para volver inmortal a un gallo o incluso para conseguir el amor de la mujer que se desea…

–¿Para conseguir el amor de la mujer que se desea? – interrumpí.

–¡Por supuesto! ¿Le interesa? Basta decir, mientras se recoge la hierba de los nueve caminos o concordia: «Yo te recojo en nombre de Shiva para que me sirvas para procurarme el amor de…», y se da el nombre de la persona amada, después de lo cual se le tira discretamente un poco de esa hierba sobre la espalda, sin que se dé cuenta. Otra manera es llenar un jarrón con cien gramos de hachís, cinco gramos de flor de cáñamo y de amapola, mezcladas con raíz de eléboro, una pizca tan sólo, y dejarlo todo, bien tapado en el fuego, al baño María durante dos horas. Por la noche, antes de acostarse, se extiende este ungüento en la parte posterior de los dedos del pie, en el cuello, luego debajo de las axilas y en la región del gran simpático, hacia la derecha, y se engrasa uno bien pensando intensamente en la persona amada. También puede arrojarse un corazón de paloma acribillado de alfileres, en número impar, que se tirará a una hoguera de sarmientos de vid, al tiempo que se declara: «Quiero que el corazón de la mujer que amo arda de amor por mí como arde este corazón en el hogar.» O bien se puede uno revolcar desnudo en el rocío la noche del 30 de abril al 1 de mayo…

–Ya es suficiente -dijo Félix.

–¡Ah! Tiene miedo, hijo. No le falta razón. Estos libros son peligrosos, pueden paralizar a los que los detentan, pueden poseerlos. Quienes los leen están sujetos a una misteriosa influencia y llevan al Diablo dentro de sí: son a la vez su morada y su esclavo. Acatan su voluntad y obran sólo bajo su influencia. El Demonio se pone a hablar por su boca, a pensar con su cerebro, a actuar con sus extremidades, y tienen a menudo alucinaciones.

–Vale -lo atajó Félix-. Ya hemos tenido bastante. Muchas gracias por el cuarto de hora de diversión. Ha sido muy entretenido.

Me arrastró a la fuerza y nos reunimos con Lisa.

El día siguiente fue uno de esos días luminosos que se dan sólo en Estados Unidos, en los que el cielo presenta un azul tan vivo que parece salido de un decorado de cine. La cúpula del Capitolio brillaba bajo los rayos de sol. La ciudad parecía, más que nunca, un Olimpo triunfante y soberbio, ajeno a lo que acontecía en su seno.

Por la tarde, a las dos, había una conferencia de Ron Bronstein sobre la teología y la Shoah. Los organizadores habían pensado en anular el acto, pero después habían cambiado de opinión. Lisa, muy afectada por los sucesos del día anterior, había decidido quedarse en el hotel.

En la entrada del edificio, Félix y yo nos cruzamos con Álvarez Ferrara. Llevaba un traje claro, gafas oscuras y un sombrero de fieltro flexible que le confería un aire vagamente inglés.

–¿Sabe usted algo sobre lo que ocurrió ayer? – le preguntó Félix.

–La policía investiga -nos dijo quitándose las gafas, que dejaron al descubierto unos ojos de un azul acerado en los que no había reparado la primera vez que lo vi-. Esta mañana han arrestado a un miembro del partido neonazi americano, John Robertson, que había asistido a la proyección. Quizá fuera él quien manipuló la película.

Nos explicó que el partido nazi estadounidense había sido fundado en 1958 en Virginia, no lejos de la capital, por un tal Rockwell. En 1967, éste fue asesinado por John Patler, un disidente. Su muerte descabezó al movimiento hasta que uno de sus amigos, Matt Koehl, emergió como el nuevo führer. Él americanizó el movimiento, que bautizó, en noviembre de 1982, como partido del Nuevo Orden. Según la Liga Antidifamación, en sus cuarteles generales tenían colgada una fotografía de Hitler encima de una enorme cruz gamada…

–El hombre al que han arrestado, John Robertson -prosiguió Ferrara-, ha confesado su adhesión al movimiento negacionista, que niega la existencia de las cámaras de gas y el alcance del exterminio de los judíos.

–No tiene nada de raro -comenté yo-. Desde hace unos años, la falsificación de la historia del Tercer Reich es una estrategia central de los partidos de extrema derecha y de los neonazis, en especial en Estados Unidos. El Institute for Historical Review, fundado por el líder de la extrema derecha antisemita, organiza conferencias y reuniones en torno a su publicación Journal of Historical Review, que es una plataforma para negacionistas y otros apologistas del sistema nazi. Además de sus vínculos con el partido neonazi, esta institución mantiene estrechos contactos con sus homólogos alemanes, austríacos, franceses o británicos…

–¿Sospechan que ese Robertson está relacionado con el asesinato de Carl Rudolf Schiller en Berlín? – preguntó Félix.

–Por ahora se desconoce -repuso Ferrara-. Pero ¿quién sabe? Últimamente se ha constatado un esfuerzo de reagrupamiento de los partidos neonazis de Alemania, Italia, y Francia. Sobre Bélgica recae el honor de tener la organización más dinámica, la Vlaamse Militanten Orde, con sede en Amberes. También llevan a cabo acciones concertadas a escala mundial. Se sabe, por ejemplo, que ciertos banqueros neonazis suizos financian a la OLP. Los miembros de esa organización belga, los neonazis franceses y los miembros del grupo alemán Hoffman llevan a cabo ejercicios paramilitares conjuntos cerca de la frontera germano belga.

Álvarez Ferrara había dado todas esas explicaciones de un modo formal, desinteresado, como si se tratase de una cuestión administrativa. En aquel momento no nos produjo extrañeza aquel derroche de información.

La sala de conferencias estaba ya a rebosar. La prensa se encontraba allí, alertada por el escándalo del documental. Los periodistas hacían preguntas a diestro y siniestro, tomaban fotos, algunos grababan para la radio los testimonios de quienes habían visto la película.

Yo me senté con Félix en la última fila del fondo.

Cuando Ron Bronstein compareció en el estrado, se hizo un silencio unánime. Sus declaraciones adquirían, en aquel contexto, una relevancia particular.

–¿Acaso no ven -decía- que el mundo es el mismo, que las naciones se enfrentan unas contra otras, que aún se mata, se tortura y se cometen genocidios? Los hombres siguen siendo los mismos monstruos, las mismas bestias viciosas y malas… y, sin embargo, ningún animal igualará nunca su crueldad. ¿Cómo puede verse en Auschwitz una redención final?

»En mi opinión, Auschwitz obliga a una revisión total y radical de la teología, a negar la afirmación del poder providencial de Dios en la historia, a rechazar toda idea de una misión escatológica. Auschwitz es un punto teológico de no retorno.

»Hoy en día, se ha hecho evidente para todos que el mundo es un lugar trágico desprovisto de sentido, donde los hombres están solos, sin ninguna ayuda. El único Mesías es la muerte, y cada uno de nosotros debe aceptar la vulnerabilidad de un universo que no se ocupa de nosotros, ni de nuestras oraciones ni de nuestras esperanzas. El gozo y la realización personal deben buscarse activamente, de la misma forma que se padeció pasivamente el sufrimiento y la injusticia. En esta vida, aquí abajo, no en algún hipotético mundo futuro, en algún eschaton. Hay que renunciar a la omnipotencia divina y creer en la voluntad humana y su infinita libertad…, que es también libertad para cometer el mal. Hay que convencer al hombre del valor de la vida y del esfuerzo necesario para preservarla y perpetuarla.

Ron Bronstein debía de tener entre treinta y cinco y cuarenta años. Con el pelo corto como un soldado y los ojos negros, era un intelectual que se parecía a todos los sabios del mundo en su mirada penetrante y sus modales un poco torpes y distantes, pero algo le distinguía de los eruditos que yo conocía.