El Oro y la Ceniza – Eliette Abécassis

Los judíos tienen prohibido dar a Hitler una victoria póstuma decía ella tienen prescrito sobrevivir como judíos por temor a que se extinga el pueblo judío tienen ordenado acordarse de las víctimas de Auschwitz para evitar que se pierda su memoria está prohibido dejar de creer en Dios decía él pues Dios estaba presente en Auschwitz como lo estuvo en la cruz está prohibido perder la esperanza en el hombre y en el mundo decía ella y evadirse en el nihilismo o en el desencanto por temor a entregar el mundo a las fuerzas del Mal está prohibido perder la esperanza en Dios decía él que cumplió su cometido en Auschwitz castigando a los judíos un judío no puede responder a la tentativa que hizo Hitler de destruir el judaismo contribuyendo él mismo a su propia destrucción decía ella está prohibido dejar de creer a causa de Auschwitz decía él en la antigüedad el pecado impensable de los judíos era la idolatría en la actualidad es responder a Hitler cumpliendo su labor decía ella era el holocausto decía él que es comparable al Sinaí por su valor de revelación decía ella no dar a Hitler una victoria postuma

Eleva hacia mí el hálito apaciguador del humo

Porque hay una esperanza decía él hay una reparación posible de la atrocidad cometida por los nazis y nosotros nos encontramos allí para enmendar para rezar y para restablecer la verdad reparar lo irreparable ésa es nuestra misión es preciso habitar la sede del mal para combatirlo con la oración y el recogimiento y pronto habitaremos las cámaras de gas o los hornos crematorios

Y tú Noé suéltalos de dos en dos…

Venid a rezar por los verdugos y por las víctimas rezad por los que nunca han pedido perdón por los que nunca han hecho nada en compensación que han cometido crímenes y que conservan aún hoy en día tan buen conciencia por ellos hay que rezar

Vigilante ¿cómo va la noche?

Venid también a convertir a los muertos al cristianismo porque siempre es la misma historia la que se repite a Jesús también lo convirtieron al cristianismo después de su muerte ¡regocijaos porque aquí hay seis millones de Jesús!

Su padre decía ella su padre tan duro tan intransigente nunca había podido dar la menor muestra de afecto y se negaba a dejarlos salir los mantenía en una cárcel negra aquella casa del gueto los martillazos resonaban todavía en su cabeza y todos los dientes todos estaban allí todos en su cabeza y si no tenía hambre era porque todavía los podía contar

Usted lo sabía usted usted lo sabía todo usted sabía quiénes éramos y en qué nos hemos convertido lo que somos y lo que seremos usted usted conocía usted mismo dice que en sí mismo tiene el comienzo usted sabe del llanto la alegría el amor y el odio toma conciencia de que es posible mirar sin querer encolerizarse sin querer o amar sin querer al comienzo dice es un principio primero puro perfecto usted acepta ese poder supremo eterno infinito y absoluto inefable oculto esos dos mundos distintos e irreconciliables ¿sabe que el verdadero Demiurgo de nuestro mundo caótico es Satán el capitán de los eones que cayó a causa de su orgullo es el ángel caído que es su amo absoluto es la serpiente el príncipe de los demonios el príncipe de las tinieblas que legisla y rige nuestra tierra?

La muerte es un amo venido de Alemania

El lobo convivirá con el cordero decía él el leopardo se acostará cerca del chivo el ternero y el cachorro de león se alimentarán juntos un chiquillo los conducirá la vaca y la osa tendrán los mismos pastos sus crías tendrán el mismo cubil el león comerá forraje igual que el buey el niño de pecho se divertirá en el nido de la cobra dentro de la guarida de la víbora el chiquillo alargará la mano ni mal ni destrucción por todas las montañas santas pues el país estará henchido del conocimiento del Señor como el mar que colman las aguas qué patraña más graciosa la mejor sin duda

Béla y yo salimos del campo por una vez él permanecía callado y en mi cabeza sonaba un ruido espantoso como un chapoteo de agua

Fuera no había nada el cielo de Silesia estaba negro el cielo de Silesia tenía el color del hierro y eso me recordó los ojos de Lisa cuando estaba triste hacía un tiempo gris los cielos podridos exudaban siniestros vapores a nuestro alrededor había una especie de niebla

Béla y yo nos dirigimos a Birkenau que no era más que un montón de ruinas cubiertas de hierba había unas casas polacas muy cercanas al campo sus habitantes tenían al abrir las ventanas por la mañana una vista sobre un terreno donde nadie iba a edificar

Nos sentamos en el mismo suelo yo noté algo duro bajo la mano al asirlo vi que era una vieja fiambrera perdida en la naturaleza imperturbable incluso el árbol florido miente desde el instante en que uno contempla su florecer olvidando la sombra del Mal ¡qué bonito es!

Béla me miró como si estuviéramos al pie del muro

Béla me miró y fue algo cruel

Entonces lo sentí

¿No logras respirar?

Estaba solo frente a él en el abismo y el abismo me tentaba y estaba solo frente a mí mismo solo como lo he estado siempre

La muerte es un maestro venido de Alemania

Capítulo 5

Mina, en su barracón, cavaba, cavaba sin tregua en el sitio donde lo había enterrado su madre antes de morir. Varios supervivientes que conocieron a su madre en Auschwitz le habían confirmado el emplazamiento, el mismo que había indicado al padre Franz para que devolviera allí el cuaderno. Mina cavaba y cavaba sin descanso. Labraba la tierra con su rabia y su sudor caía sobre ella, cual gota de cristal encima de la turba y el fango. Y la tierra blanda, carne y sangre, se dejaba cavar y la tierra embarazada del final se dejaba horadar, y ella cavaba, cavaba en la tierra aquí abajo, cavaba bajo los cielos lúgubres, los falsos auspicios.

Había comenzado a formar el hoyo en la esquina izquierda del barracón, cerca de la puerta, y sondeaba la tierra, profundizaba la sima y luego la ampliaba, pues en el fondo de sí misma habitaba una especie de diminuto pedazo de esperanza.

Vigilante, ¿cómo va la noche?

Tenía sed. Encendí un cigarrillo, aspiré el humo y fue como si se desbordara un torrente que me mordió los labios y la lengua con un fuego devorador, me bajó por el cuello y me quemó el pecho, esparciendo un vapor cálido en mis entrañas y haciendo una hoguera de mi cuerpo, una marea de azufre que yo expulsé como un toro que escupiera fuego y las cenizas cayeron del cigarrillo, polvo sobre el polvo, y era como la muerte, pues el cigarrillo puede también devorarlo todo y quemar mi cuerpo desde el interior, lo sé bien, porque cuece, consume, incinera, es una maldición este cigarrillo, una pena, una dulce tortura, una enfermedad futura, un sufrimiento, es un crimen, un suicidio sacrilego, un error, una bola de fuego que trago y transformo en pequeños montones.

Vigilante, ¿cómo va la noche? Llega la mañana y de nuevo la noche

Ella cavaba y cavaba, seguía trabajando, pero no encontraba nada, entonces vio una zona en un rincón donde parecía que habían removido la tierra y con la pala agrandó la cavidad.

Entonces fue como una mar gruesa que se hincha y se deshincha, una corriente de amargas olas encrespadas, enfurecidas, pues el hombre nace de una ola, de una ola embravecida que, con el impulso fecundador del viento, despliega sus torbellinos igual como despliega sus anillos una serpiente alada y de las tinieblas místicas enriquecidas como un paraíso ciego pero omnipotente, nadando sobre el ritmo apaciguador de la larga aspiración acariciada por todos los humores, el hijo sale de las aguas, empujado por el Demiurgo, expulsado del reino de Dios, y sin saber por qué, el ángel caído sale del agujero negro y penetra en el mundo cósmico de las seis tinieblas y de esta forma aparece el hijo, expelido por la mujer doliente, entre sus piernas, envuelto en los negros vapores de su seno, así se despierta, mediante una pesadilla horrible poblada de alaridos estridentes, aparece, sucio, lleno de espuma y de mucosidades, con el cuerpo recubierto de una capa de grasa de olor dulzón, tibia, repugnante, se lleva las manos a la cabeza, pone cara de terror, abre unos ojos inmensos, los cierra con violencia, muere ya, en su cara se plasma un indecible dolor, la luz lo agrede, como el fuego, el aire que entra por vez primera le devora los pulmones y cuanto más respira, más se quema.

El origen del mundo es esta matriz caótica y sucia: todos los hombres nacen como larvas en el agua, como sapos en estanques glaucos. Hay que creer que el mundo nació de la misma contracción, por medio del feo milagro de la natura naturans, autoclonación del bastardo de Dios. El origen del mundo es ese incesto infame, pues el hombre nace en la vagina de su madre, con la cabeza y los pies mezclados en su interior.

Así nació el hijo en las sangres de la terrofíca partición, con las convulsiones grotescas del parto. Así nació el hijo muerto, el hijo mortinato de Lisa.

Cortaron el cordón umbilical que palpitaba como una larga serpiente.

Con un gesto brusco, preciso, él tomó el cuchillo y cortó la segunda vena.

Ella sintió algo duro. Tomó el cuchillo y cavó.

Salió, mareada, vacilante: habría jurado sin embargo que la tierra estaba removida. Alguien se había llevado el cuaderno que ella buscaba, el cuaderno marrón del que le había hablado su madre. En el fondo del hoyo no había nada: el cuaderno marrón había desaparecido.

Sexta parte

Capítulo 1

Es un joven de semblante afable y abrigo largo. Pertenece a la nobleza de capa o tal vez a la de espada. Sus rasgos finos, su mirada hechizadora, su sonrisa simpática le iluminan la cara; es guapo. Los hombros anchos, el torso musculoso y el talle esbelto le confieren prestancia.

Al verlo de perfil, no obstante, se advierte que tiene la nariz ganchuda cual pico de buitre, las orejas puntiagudas como las de las bestias y la capa, lisa por arriba, se acaba en decenas de víboras, de serpientes infames, de sapos y de gusanos.

Verá, el mundo es como el pórtico de las catedrales góticas: arriba y en el centro está Dios, rodeado por los ángeles, los santos y los justos que constituyen su corte en lo alto, muy por encima de los humanos; debajo están los mortales, horribles y repugnantes, enigmáticos, a veces cómicos, y el nivel inferior, el más miserable, es el de los condenados. Y el Diablo está allí, con sus genios, sus arpías, sus sirenas, sus centauros, gigantes monstruosos, sus endriagos o sus serpientes terroríficas, que son sus ayudantes, sus consejeros. Está allí, tocando las fibras de todos como si fueran cuerdas de un instrumento, las de los santos a los que tienta, de las mujeres a las que se aferra. Es el Señor de la noche… y la noche será siempre un misterio, un peligro para las gentes de bien que se aventuran demasiado lejos de sus casas, hacia las encrucijadas y los senderos antaño consagrados a Hécate, a los magos, a los brujos y a los muertos, a los condenados, reunidos todos bajo la égida de su amo, terroríficos y seductores, listos para reclutar a nuevos adeptos.

¿Quién? ¿Quién, en la región de la negrura visible puede resistir, mirar altivamente hacia el oeste y clamar, erguido y bien alto: «Renuncio a ti, Satán. Renuncio a ti, tirano malvado y cruel, astuta serpiente. Renuncio a ti, autor y servidor del mal, manantial de los pecados, objeto de veneración de los templos paganos, de los mercados y de las fiestas idólatras.»