El Oro y la Ceniza – Eliette Abécassis

Capítulo 3

Una noche, al encender el televisor, topé por azar con un debate que se retransmitía desde Berlín.

Entre los participantes reconocí al padre Francis y al padre Franz, sentados uno junto al otro.

Tras una breve introducción del presentador, que anunció el tema, «el Mal en la tradición cristiana», el padre Francis tomó la palabra.

–Los barbelognósticos -expuso- pensaban que existía un octavo cielo donde vivía una mujer, hija del verdadero Dios, el Padre desconocido, que reinaba sobre los arcontes. Esta mujer tuvo un hijo, Sabaoth, que era el amo del séptimo cielo. Pero éste se rebeló contra su madre y contra el verdadero Dios y decidió hacerse dueño del mundo: «Yo soy el Eterno -dijo-, no existe más dios que yo.» Hasta ahora, es él quien determina el destino del hombre. Para combatir esta impostura hay que seducir uno a uno a los arcontes, a fin de sustraerlos a la influencia de Sabaoth, y recoger su semen con objeto de concentrar la Potencia dispersa del verdadero Dios y reconstituir su unidad perdida. Se dice que el ritual barbelognóstico consistía en una repetición del acto de Barbelo, es decir, una recuperación del esperma de los vivos. Los miembros de esta secta compartían a sus mujeres, pasaban la vida ocupados en un banquete inacabable, servían comidas refinadas, comían carne y bebían vino en abundancia, se entregaban a la orgía y al desenfreno. Comulgaban sobre su semen, que según su creencia representaba el cuerpo de Cristo. Cuando una mujer concebía, extirpaban el embrión de la matriz, lo mezclaban con miel, pimienta y aceites aromáticos y todos debían tomar con los dedos pasta del feto y comérsela.

Se había puesto en pie: realizaba ampulosos gestos y se tiraba de la barba de chivo mientras se desplazaba con pasos renqueantes.

–En Alejandría, en tiempos de Basílides y Valentín, vivían los carpocracianos, secta fundada por Carpócrates, un griego originario de Cefalonia, y su hijo Epifanio. Los carpocracianos sostenían que este mundo era obra de los ángeles caídos, que se habían rebelado contra el verdadero Dios. Para tener acceso al verdadero mundo, el de la gracia y la bondad originales, había que rechazar esta vida sensible que era obra del Mal, había que escarnecer sus reglas, abuchear a sus dioses, los genios malignos y violar sus leyes cada vez que se presentara ocasión de hacerlo. Enseñaban, por ejemplo, que Jóse era el padre natural de Jesús, y que éste había nacido como cualquier otro hombre. Decían que es el verdadero Dios el que ha creado el placer del amor para todos los hombres y mujeres, pero que los ángeles dictaron la monogamia para limitar la ley del verdadero Dios. Vivían en comunidad y, críticos respecto a la noción de propiedad, lo ponían todo en común, bienes y mujeres. La única manera de combatir el mal era el inmoralismo: para agotar su sustancia, había que cometer todas las bajezas. Y si el alma no llegaba a conseguirlo en el transcurso de una sola vida, tendría que reencarnarse en otro cuerpo hasta que hubiera cubierto su cupo de infamias. Esa amenaza de un eterno retorno del mal incitaba al discípulo carpocraciano a cometer el mal como si de una ascesis se tratara, para no tener que hacerlo más que en una sola vida.

»Cometían, en efecto, el mal por deber y no por placer. Para ellos el hombre no era malo en sí, tal como demostraban la repugnancia que todos experimentaban al obrar el mal y el sentimiento de injusticia que les inspiraba el mal cometido. Sí, les resultaba duro cometer el mal y, si tenían que practicar el incesto, el aborto, el infanticidio, las orgías y los banquetes comunitarios, si tenían que tomar diferentes drogas e ingredientes, lo hacían en nombre de sus principios, no de sus deseos.

Tras un carraspeo, el presentador se decidió a interrumpir al anciano para ceder la palabra al padre Franz. En el semblante de éste se advertía una gravedad poco habitual en él. ¿Estaría intimidado por el gran número de espectadores, o más bien preocupado? Iba vestido de negro, con una especie de americana de cuello Mao que confería a su cara una palidez más acentuada que de costumbre.

Me acuerdo muy bien de la primera frase que pronunció: «Ningún espacio está vacío de Dios.»

Ningún espacio está vacío de Dios. ¿Y la Shoah? ¿Y Lisa, mi amada, que ya no quería verme? ¿Y los exilios, las angustias, los tormentos de las víctimas?

–Las lágrimas del cielo -decía el padre Franz-, el sufrimiento de Dios, no pueden anular el dolor del hombre: se suman a él. ¿Por qué permite Dios el Mal? No hay nada que lo justifique. ¿Dónde está entonces Dios? Él no es el que sufre en la cruz y el que soporta el dolor hasta la muerte. Cristo no muere por la humanidad, muere y es absurdo. La revelación crística es la del misterio: el misterio del Mal.

»En la Shoah, la razón abdica, cede a la locura, y la teología también. Lo inenarrable es lo que corre el riesgo de caer en el olvido cuando se ordena que se rememore, lo que se sume en el silencio cuando pide la palabra.

–Está usted en un error -lo interrumpió el padre Francis-. Existe un saber sobre el Mal. El Mal puede ser conocido y comprendido.

–¿Se refiere a la gnosis?

–El nazismo es una gnosis, la burocracia es una gnosis, la religión es una gnosis, la ciencia y el poder son gnosis, el éxito es una gnosis y el fracaso también lo es.

–Y el Mal es una gnosis. Es la demonización que ustedes hacen del otro lo que conduce a la violencia. Todo empieza por la visión de las fuerzas cósmicas enfrentadas, las fuerzas del Bien contra las fuerzas del Mal, para acabar en una cosmología escindida, que hace que las fuerzas de la luz se alcen contra las fuerzas de las tinieblas. Ya no hay uno, sino dos dioses, el dios del Mal y el dios del Bien: es el final del monoteísmo.

–Fueron ellos, los judíos, los que exaltaron la violencia, no nosotros. Fueron ellos los que con el Diluvio, la torre de Babel, la huida de Egipto, las diez plagas y el paso del mar Rojo, la conquista de Canaán, la convirtieron en Dios. ¿No dicen que Saúl perdió su dignidad real porque no había matado a todos los amalequitas y había perdonado la vida a su rey? Y el Demonio, ¿no fueron los judíos quienes lo inventaron? ¿Y la serpiente del Génesis?

–La serpiente no es el Demonio, es el animal tentador que demuestra la presencia del Mal cósmico y es el motor de la historia.

–¿Lo ve? Acaba de corroborar lo que yo afirmo: la historia es la lucha del mal contra el bien… -señaló, engallándose el padre Francis, antes de añadir en voz más baja-: Jesús reveló su corazón de carne y, por los judíos, el corazón de piedra. ¿No ve, hijo mío, que ellos posponen sin cesar el día de la salvación de los hombres, que hacen imposible la liberación de la humanidad doliente, la justicia eterna y la paz? ¡Son ellos los que cometen el crimen! ¿Lo entiende? No habrá liberación mientras el judaismo no reconozca la verdad mesiánica en el ministerio de Jesús y en la Encarnación.

–¿Qué propone usted? – preguntó el padre Franz, sin perder la calma-. ¿La eliminación de Israel de la comunidad humana? ¿La destrucción violenta… o bien la conversión?

–Sí, eso es, la paciencia… Los judíos también esperan al Mesías…, pero no lo reconocieron cuando llegó. Por consiguiente, la única persona a la que esperan los judíos tiene que ser por fuerza… el Anticristo. Debe nacer de la tribu de Dan, debe estar circuncidado y convencerá a los judíos de que es el Anticristo mediante sus actos abominables. Reconstruirá el Templo, establecerá su reino y se proclamará Dios. Dos reinos se repartirán entonces la tierra: el de Cristo y el del Diablo. ¡A partir de este mismo momento, cada cual debe elegir de qué lado está, pues el día se acerca!

El padre Francis se había vuelto a levantar. Elevaba con manos trémulas los brazos al cielo, presa de la más completa exaltación.

La cámara se alejó del semblante alterado del anciano para captar una toma del público. De repente, me estremecí. Por espacio de varios segundos, fue como si me hubiera dejado de latir el corazón. En la segunda fila, a la izquierda, reconocí una cara familiar.

Claro. Félix Werner se encontraba en Alemania y estaba presente en aquel coloquio; debía proseguir con su investigación, aquella investigación que se había convertido en su obsesión, en su único proyecto.

Capítulo 4

Unos días más tarde, como para confirmar lo que había visto en la pantalla del televisor, recibí una carta de Félix en la que me hablaba de Berlín como si tal cosa, como si no mediara ausencia alguna entre los dos.

Berlín reunificado. La ciudad aniquilada se convierte en la más rica, la más poblada y la más pujante de Europa. De la Postdamer Platz al nuevo barrio administrativo, se suceden las obras y no paran de ensanchar carreteras y vías. En el cielo teñido de gris metálico, millares de grúas se apiñan como nubes amenazadoras. El ruido de los martillos neumáticos, el rugido de las máquinas, los chirridos de las ruedas de los coches: todo está inmerso aquí en una actividad frenética. Se está gestando algo.

¿Qué se hizo del Berlín abigarrado de los años veinte, el de la Alexanderplatz, la Alex para los íntimos? ¿Dónde fueron a parar los inmigrantes judíos de la Europa central, los hasidim de anchos sombreros, dónde están las tiendas oscuras y los chicos de mala vida del Unterwelt judío? ¿Dónde están los caftanes remendados, los niños pálidos con tirabuzones y Kipás, las casas de vecindad donde se hacinan decenas de familias y el yiddish que se hablaba allí? ¿Dónde están los pequeñines que escuchaban en silencio mientras el rabino leía la Tora? Judenrein.

Después del Berlín de los años treinta, el de los barrios obreros y los parques públicos donde paseaban los parados su mirada extraviada, sus mejillas hundidas y su desesperación, después del día en que Hitler llegó al poder para hacer de aquella ciudad el santuario de las misas negras y proclamar los valores eternos, la tierra, la madre, la patria, después del Berlín del año cero, ciudad lunar llena de cráteres y paredes tambaleantes, cargada del olor dulzón de los ingentes cadáveres que yacen bajo los escombros, las ruinas y los terrenos ferroviarios inutilizados, éste es el Berlín del año 2000, el flamante Berlín.

París se le debió de parecer bastante allá por 1860, cuando el barón Haussman decidió abrir sus amplios bulevares a la burguesía y destripar las calles delicadas. La tarea monumental, el magno proyecto en el que todos conspiran consiste en borrar las huellas del pasado…, aunque no todas: se plantean reconstruir una réplica exacta del castillo real de los Hohenzollern, la dinastía prusiana de orillas del Spree, en el mismo centro de la ciudad, en el sitio donde se alzaba el antiguo edificio destruido durante la guerra.

Esta capital que nos preparan es la capital de la Europa germanocéntrica. El sueño de Hitler se ha hecho realidad: Europa está dominada por Berlín, un Berlín sin judíos, es decir, sin berlineses. ¿Que el artista Christo y su mujer han camuflado el Reichstag con su envoltorio? De todas formas sigue siendo el mismo edificio, duro, pesado, imponente, incendiado en 1933, que será la moderna sede del Parlamento de Alemania. Los berlineses lo han reconstruido todo, ladrillo a ladrillo, y esto no es más que el principio: esta ciudad, activa tanto de día como de noche, esta ciudad enorme, plagada de andamios y excavadoras, es la urbe del mañana. La del Reich, la de los millares de führers capitostes de grandes empresas. Al contrario que en Francia, la Vergangenheitsbewältigung, la relación con el pasado, ha permitido aquí construir un porvenir.

Nada está aún zanjado, sin embargo. ¿Te acuerdas de la polémica de la que hablaba Lisa a propósito del monumento sobre la Shoah? En principio iban a ubicarlo cerca del Reichstag y de la puerta de Brandenburgo, en el corazón de Berlín, en un lugar simbólico. Ahora ya no quieren el monumento. Acabo de enterarme de que el proyecto de Lisa ha sido rechazado por votación, porque preveía grabar en una gran piedra los nombres de los judíos, de los gitanos, de los enfermos mentales y de los homosexuales asesinados, lo cual «enturbiaba la memoria alemana».

Las cosas han cambiado: con el Berlín reunificado, los alemanes quieren vivir el futuro y olvidar el pasado. No tienen un problema de amnesia colectiva como los franceses: prefieren reescribir el pasado. Fantasean creyéndose víctimas. Ahora que son la gran potencia europea, necesitan por fuerza hacer tabla rasa de esa historia demasiado molesta. Por eso ha causado tanto escándalo un libro de un joven historiador norteamericano: porque demuestra la culpabilidad secular de los alemanes, incluidos los ciudadanos normales, porque demuestra que no se saldrán tan fácilmente con la suya. Los políticos alemanes y los intelectuales están a la defensiva. Se han mostrado todos muy sorprendidos de descubrir que, en efecto, los alemanes, inclinados de por sí al racismo, participaron en la Shoah de forma voluntaria. ¡Menudo descubrimiento! Ayer visité una exposición sobre el papel de la Wehrmacht durante la guerra y la manera como ayudó a los nazis a matar a los judíos, ilustrada con fotos. Esta mañana había manifestaciones de protesta contra la exposición.

El espectro del totalitarismo no se ha borrado todavía. Desde la reunificación, las voces nacionalistas intentan acallar la memoria de los tiempos recientes. Dicen que no puede reprocharse a los alemanes el haberse aplicadoconcienzudamente en la guerra. ¿Qué habríamos hecho nosotros?, se preguntan. Bien mirado, no debemos avergonzarnos de nuestros padres y de nuestros abuelos, porque nosotros no habríamos actuado mejor que la gran mayoría de la gente. No es fácil ser los descendientes de quienes perpetraron la Shoah.