Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

—Eso es verdad —corroboró un tercer enano—. Son las normas de seguridad, ¿sabes? Si te pones a cantar, se te puede venir la mina encima.

—Otra cosa, no hay ni una sola mina en los alrededores de Ankh-Morpork —dijo el que probablemente era el primer enano, aunque a Soll todos le parecían idénticos—. Eso lo saben hasta los niños. Es terreno cenagoso. Si nuestra gente nos ve excavando en busca de joyas cerca de Ankh-Morpork, seremos el hazmerreír de todo el mundo.

—Yo no soy un trozo de acantilado —murmuró Rock, que a veces tardaba cierto tiempo en digerir las frases—. Estoy algo agrietado, vale, pero de ahí a decir que soy un trozo de acantilado…

—La cuestión es —intervino uno de los enanos—, que no entendemos por qué todos los papeles interesantes son para los humanos, y a nosotros siempre nos toca hacer los papeles pequeños.

Soll dejó escapar la risita humorística de alguien arrinconado, que espera que un chiste aligere un poco el ambiente.

—Ah, eso es porque vosotros sois… —empezó.

—¿Sí? —dijeron todos los enanos al unísono.

—En… —tartamudeó Soll. Buscó desesperadamente un cambio de tema—. A ver si nos entendemos, todo el argumento, tal como yo lo veo, se basa en que Ginger hará cualquier cosa por mantener la mansión y la mina, sin…

—Espero que podamos hacerlo —señaló Gaffer—, porque la verdad es que tengo que limpiar la caja de los demonios dentro de una hora.

—Ah, ya entiendo —bufó Rock—. Y yo soy «cualquier cosa», ¿verdad?

—Las minas no se mantienen —señaló uno de los enanos—. Las minas te mantienen a ti. Se sacan tesoros de ellas, no se meten. Puede que te parezca un simple detalle, pero es básico para el negocio.

—Bueno, pues a lo mejor esta mina está gastada —se apresuró a decir Soll—. El caso es que Ginger…

—En ese caso, no habría por qué mantenerla —dijo otro de los enanos, con el tono pausado de quien se dispone a dar una larga explicación—. Las minas agotadas se abandonan, eso sí, poniendo los puntales precisos, y se excava otro pozo a lo largo de la veta principal…

—Siempre que lo permita la estructura del terreno y la consistencia de las rocas circundantes —corroboró otro de los enanos.

—Por supuesto, siempre que lo permita la estructura del terreno y la consistencia de las rocas circundantes, pero después de eso…

—Y de las posibilidades de encontrar veta.

—Claro, pero después…

—A menos que se trate de una mina de ópalos, en cuyo caso…

—Por supuesto, pero…

—No entiendo —insistió Rock—, por qué ha tenido que decir que soy un trozo…

—¡CALLAOS! —gritó Soll—. ¡Callaos todos ahora mismo! ¡CALLAOS! ¡El próximo que no se calle, no volverá a trabajar en esta ciudad! ¿Comprendido? ¿Me he explicado con CLARIDAD? Perfecto. —Carraspeó, y siguió hablando en un tono de voz más normal—. Muy bien. Ahora, quiero que a todo el mundo le quede bien claro que esto será una Impresionante Película Romántica sobre una mujer que lucha para salvar… —Consultó su portapapeles, y siguió hablando valientemente—. Que lucha por salvar todo aquello que ama en un Mundo Enloquecido, y no quiero ni una protesta más.

Un enano levantó la mano tímidamente.

—Perdón…

—¿Sí? —lo apremió Soll.

—¿Por qué todas las películas del señor Escurridizo se desarrollan en un mundo enloquecido?

Soll entrecerró los ojos.

—Porque el señor Escurridizo —gruñó—, es un hombre muy observador.

 

Escurridizo había estado en lo cierto. La ciudad nueva era como la antigua, pero destilada. Los callejones estrechos eran aún más estrechos, y los edificios altos, más altos. Las gárgolas eran más amenazadoras, los tejados más puntiagudos. La imponente Torre del Arte, en la Universidad Invisible, era aquí todavía más alta, más imponente, más precaria, y eso que sólo medía la cuarta parte que la original; los edificios de la Universidad Invisible eran todavía más barrocos y con más contrafuertes; en el palacio del patricio había más columnas. Los carpinteros pululaban por doquier en torno a una construcción que, cuando estuviera terminada, haría que Ankh-Morpork pareciera una mala copia de sí misma, y eso a pesar de que los edificios de la ciudad original no estaban pintados sobre lonas tensadas entre bastidores de madera, al menos no la mayor parte, y su suciedad no había sido colocada con tanto cuidado. Los edificios de Ankh-Morpork se habían tenido que ensuciar por su cuenta.

Se parecía a Ankh-Morpork mucho, mucho más que Ankh-Morpork.

 

Antes de que Víctor tuviera ocasión de entablar conversación con Ginger, ya se la habían llevado a las tiendas que servían de vestuarios. Luego comenzó el rodaje, y se hizo demasiado tarde.

El Siglo del Murciélago Frugívoro (y ahora en el cartel ponía también, con letras un poco más pequeñas, «Más estrellas que en el cielo»[20]) creía firmemente que una película tenía que rodarse en menos de diez veces el tiempo que se tardaba en verla. Lo que la Tempestad se Llevó iba a ser diferente. Allí había batallas. Había escenas nocturnas, y los demonios tenían que pintar furiosamente a la luz de las antorchas. Los enanos trabajaban alegremente en una mina que hasta entonces nadie había visto: en sus paredes de escayola había pedazos de oro falsos del tamaño de pollos. Como Soll había exigido que todos movieran los labios al unísono para hacer ver que cantaban, entonaban una versión de tono subido del «Aibó aibó», que se había convertido en una tonadilla muy popular para toda la población enana de Holy Wood.

Existía una ligera posibilidad de que Soll supiera cómo encajaban todas las piezas. Víctor, desde luego, no tenía la menor idea. Ya había tenido tiempo de descubrir que lo mejor era no intentar seguir el argumento de las películas en las que intervenía, y además, de todos modos, Soll no se estaba limitando a rodarla del final al principio, sino también de un lado al otro. Todo resultaba espantosamente confuso, igual que la vida real.

Cuando tuvo la oportunidad de hablar con Ginger, dos operadores y todos los intérpretes que no tenían nada que hacer en aquel momento los estaban mirando fijamente.

—De acuerdo, gente —dijo Soll—. Ésta es la escena que tiene lugar hacia el final, cuando Víctor se encuentra con Ginger después de todo lo que han sufrido, y en el cartón pondrá que dice… a ver…

Examinó el gran cuadrángulo negro que le tendieron rápidamente.

—Sí, dice… «Francamente, querida, me importan mucho las… costillas de cerdo… que se sirven en… el local de Harga… con salsa especial… de curry…»

La voz de Soll fue apagándose hasta desaparecer. Cuando volvió a tomar aliento fue como una ballena al salir a la superficie.

—¿Quién ha escrito ESTO?

Uno de los dibujantes alzó una mano con cautela.

—El señor Escurridizo me lo dictó —aclaró a toda velocidad.

Soll repasó rápidamente el gran montón de cartones que representaban los diálogos de buena parte de la película. Sus labios se tensaron. Hizo una señal a uno de los hombres que llevaban portapapeles bajo el brazo.

—¿Te importa ir al despacho de mi tío y pedirle que venga, si tiene un momento?

El joven eligió un cartón de la pila y leyó «Oh, echo mucho de menos la antigua mina, pero cuando la nostalgia se apodera de mí siempre voy a Harga… la Casa… de las…». Ah. Ya entiendo.

Eligió otro al azar.

—Vaya, esto son las últimas palabras de un soldado monárquico.

«¡Qué no daría yo por poder acudir a la oferta especial de Harga… «come hasta que digas basta»… sólo por un dólar… madre!»

—A mí me parece conmovedor —señaló Escurridizo, detrás de él—. En esta escena, todo el mundo llorará a moco tendido.

—Tío… —empezó Soll. Escurridizo alzó las manos.

—Dije que conseguiría el dinero como fuera —explicó—. Y Sham Harga nos está ayudando mucho, incluso nos proporciona la comida para la escena de la barbacoa.

—¡Pero también dijiste que no te entrometerías en los asuntos del guión!

—Esto no es entrometerme —replicó Escurridizo, impasible—. No creo que se pueda considerar una intromisión, no señor. Sólo son unos pequeños retoques aquí y allá. Además, la oferta de Harga «Coma hasta que digas basta sólo por un dólar» es realmente excepcional hoy en día.

—¡Pero es que la película se desarrolla hace cientos de años! —gritó Soll.

—Bueeenooo —titubeó Escurridizo—, supongo que alguien puede decir algo así como, «Me pregunto si la comida en Harga, La Casa de las Costillas, será igual de buena dentro de cientos de años…».

—¡Eso no son imágenes en acción! ¡Eso es mercantilismo puro!

—Ojalá tengas razón —asintió Escurridizo—. Porque, si no, estaremos en un buen aprieto.

—Oye, mira… —empezó Soll, amenazador.

Ginger se volvió hacia Víctor.

—¿Podemos ir a alguna parte para hablar un momento? —pidió en voz baja—. Sin tu perro —añadió, ya en tono normal—. Sobre todo sin tu perro.

—¿Quieres hablar conmigo? —se extrañó Víctor.

—No hemos tenido mucha ocasión, ¿verdad?

—Claro. Es cierto. Gaspode, quédate. Eso es, perrito bueno.

Víctor consiguió un atisbo de satisfacción por la expresión de repugnancia que pasó brevemente por el rostro de Gaspode.

Tras ellos, la eterna discusión de Holy Wood había alcanzado su cúspide a velocidad de crucero, mientras Soll y Y.V.A.L.R. se alzaban nariz contra nariz, en medio de un círculo de personal interesado y divertido.

—¡No tengo por qué tolerar esto ni un minuto más! ¡Voy a dimitir!

—¡No puedes dimitir! ¡Eres mi sobrino! ¡No se puede dimitir del puesto de sobrino!

Ginger y Víctor se sentaron en los escalones de una mansión de lona y madera. Tenían una intimidad absoluta. Con el jaleo monstruoso que tenía lugar a pocos metros, nadie soñaría con perder el tiempo mirándolos.

—Eh… —empezó Ginger.

Se estaba retorciendo los dedos. Víctor se dio cuenta de que tenía las uñas rotas.

—Eh… —dijo de nuevo la chica.

Su rostro era el vivo retrato de la angustia, estaba terriblemente pálida bajo el maquillaje. No es bonita, se oyó pensar Víctor, pero cualquiera lo diría.

—Yo… eh… la verdad, no sé por dónde empezar —suspiró Ginger—. En fin… eh… ¿alguien se ha dado cuenta de que camino dormida?

—¿Hacia la colina? —señaló Víctor.

Ginger giró la cabeza como una serpiente.

—¿Lo sabes? ¿Cómo lo sabes? ¿Es que me has estado espiando? —le espetó.

Volvía a ser la Ginger de antes, todo fuego, veneno y con la agresividad de la paranoia.

—Laddie te encontró… dormida, ayer por la tarde —replicó el joven, al tiempo que se echaba hacia atrás.

—¿Durante el día?

—Sí.

La chica se llevó las manos a la boca.

—Es peor de lo que imaginaba —susurró—. ¡Todo va mal! ¿Te acuerdas de cuando me encontraste, en la cima de la colina? Poco antes de que Escurridizo nos localizara, y pensara que estábamos… arrullándonos… —se sonrojó—. ¡Bueno, pues yo no tenía ni la menor idea de cómo había llegado allí!

—Y anoche, volviste —la informó Víctor.

—Te lo dijo el perro, ¿eh?

—Sí. Lo siento.

—Ahora es todas las noches —gimió la chica—. Lo sé, porque, aunque vuelva a la cama, hay arena por todo el suelo, y me encuentro con que tengo las uñas rotas. ¡Voy allí todas las noches, y ni siquiera sé por qué!

—Estás intentando abrir la puerta —le dijo el joven—. Ya sabes, esa puerta tan grande y tan antigua, donde ha habido un corrimiento de tierras en la colina y…

—¡Sí, ya lo sé! ¡Lo que quiero saber es por qué!

—Bueno, a mí se me ocurren un par de explicaciones… —empezó Víctor con cautela.

—¡Dímelas!

—Mmm… bueno, ¿has oído hablar de una cosa que se llama genius loci?.

—No. —Ginger frunció el ceño—. ¿Es algo muy listo?

—Es como si dijéramos el alma de un lugar. Puede llegar a ser muy fuerte. O se puede hacer que sea fuerte, con adoración, odio o amor, si las emociones duran lo suficiente. Yo empiezo a preguntarme si el espíritu de este lugar puede llamar a la gente. Y también a los animales. O sea, Holy Wood es diferente, ¿verdad? Aquí la gente se comporta de otra manera. En todos los demás lugares, lo más importante son los dioses, o el dinero, o las cabezas de ganado… En cambio, aquí, lo más importante es ser importante.

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