Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

Gaspode trotó hacia Ginger y le arrimó el morro a la pierna.

 

En el universo se conocen muchísimas maneras espantosas de despertar, como por ejemplo los gritos de una multitud derribando la puerta de entrada, el aullido de las alarmas contra incendios, o la comprensión repentina de que es lunes por la mañana, momento que la noche del viernes quedaba cálidamente lejano. El morro húmedo de un perro no es, en el sentido más estricto, la peor de ellas, pero tiene su propia cualidad espantosa que los expertos en horrores y los propietarios de perros a lo largo de la historia han llegado a conocer y a temer. Es como que te froten cariñosamente con un trocito de hígado medio descongelado.

 

Ginger parpadeó. El brillo se esfumó de sus ojos. Bajó la vista, y la expresión de horror de su rostro se transformó en otra de puro asombro. Luego, al ver a Gaspode apoyado contra ella, volvió a transformarse en una de horror, pero mucho más cotidiano.

—Hola —dijo Gaspode, tratando de congraciarse.

La muchacha dio un paso atrás al tiempo que alzaba las manos en gesto protector. La arena se escurrió de entre sus dedos. La contempló unos instantes, asombrada, y luego volvió a mirar al perro.

—¡Dioses, es espantoso! —gimió—. ¿Qué me está pasando? ¿Por qué estoy aquí? —Se llevó las manos a la boca—. Oh, no —susurró—. ¡Otra vez, no!

Se lo quedó mirando unos instantes, y luego se volvió de nuevo hacia la puerta. Dejó escapar una exclamación. Se dio media vuelta, se recogió el borde del camisón, y echó a correr entre las nieblas de la madrugada.

Gaspode la siguió a toda prisa, consciente de la furia que palpitaba en el aire, tratando desesperadamente de poner todo el espacio posible entre él y la puerta.

Ahí dentro hay algo espantoso, pensó. Seguramente, cosas con tentáculos que te arrancan la cara a pedacitos. O sea, cuando uno encuentra puertas misteriosas en la ladera de una colina, lo más lógico es suponer que a lo que haya dentro no le va a hacer gracia verte. Serán sin duda malvadas criaturas que el hombre no debe ver jamás, y que el perro desde luego tampoco debe ver jamás. ¿Por qué Ginger no habrá…?

Gruñó, camino de la ciudad.

A su espalda, la puerta se movió, se abrió otra fracción de milímetro.

 

Holy Wood había despertado mucho antes que Víctor, y el retumbar de los martillazos en el Siglo del Murciélago Frugívoro resonaba en el ambiente. Ante el arco que formaba la entrada aguardaban su turno varios carromatos cargados de madera. El joven se vio arrastrado y zarandeado por una marea de albañiles y carpinteros. Dentro del recinto, multitud de trabajadores se ajetreaban en torno a las discutidoras figuras de Y.V.A.L.R. Escurridizo y Silverfish.

Víctor llegó junto a ellos en el momento en que Silverfish se atragantaba con las palabras.

—¿Toda la ciudad? —estaba tartamudeando.

—Bueno, no hace falta que sea toda —replicó Escurridizo—. Podemos olvidarnos de los barrios periféricos. Lo que quiero es todo el centro. El palacio, la universidad, los gremios… todos los edificios que la convierten en una ciudad-ciudad, ¿entiendes? ¡Tiene que ser perfecta!

Tenía el rostro enrojecido. Detrás de él se alzaba la figura imponente de Detritus, el troll, que sostenía pacientemente por encima de su cabeza algo que parecía una cama. La llevaba como un camarero la bandeja. Escurridizo tenía las sábanas en una mano. Entonces Víctor se dio cuenta de que toda la cama, no sólo las sábanas, estaba cubierta de apretada caligrafía.

—Pero el precio será… —protestó Silverfish.

—Ya encontraremos alguna manera de conseguir el dinero —replicó Escurridizo con tranquilidad.

Silverfish no habría parecido más espantado si Escurridizo se hubiera presentado ante él vestido de bailarina. Trató de recuperar la compostura.

—Bueno, Ruina, si estás decidido…

—¡Estoy decidido!

—… supongo que, si lo calculamos bien todo, podríamos amortizarlo con otras películas, quizá incluso alquilarlo a otros estudios…

—Pero ¿qué estás diciendo? —le recriminó Escurridizo—. ¡Lo vamos a construir para Lo que la Tempestad se Llevó.

—Sí, sí, claro —intentó tranquilizarlo Silverfish—. Y luego, después, podremos…

—¿Después? ¡No habrá un después! ¿Es que no has leído el guión? ¡Detritus, enséñale el guión!

Detritus, obediente, dejó caer la cama entre los dos hombres.

—Esto es tu cama, Ruina —señaló el ex-alquimista con paciencia.

—Guión, cama… ¿qué más da? Mira… aquí… justo encima de la cabecera…

Hubo una pausa mientras Silverfish se esforzaba por leer. Fue una pausa bastante larga. Silverfish no estaba acostumbrado a leer cosas que no vinieran en columnas y con totales abajo.

—¿Le vas a… prender… fuego? —preguntó al final.

—Es la historia. Y no se puede discutir con la historia —replicó Escurridizo afectadamente—. La ciudad se quemó durante la guerra civil, todo el mundo lo sabe.

Silverfish se irguió en toda su estatura.

—Puede que la ciudad se quemara —dijo tensamente—, ¡pero yo no tenía que buscar el presupuesto! ¡Esto es una extravagancia intolerable!

—Conseguiré el dinero —se limitó a decir Escurridizo, inmutable.

—En una sola palabra… ¡im-posible!

—Eso son dos palabras.

—No tengo la menor intención de trabajar en algo así —siguió Silverfish, haciendo caso omiso de la interrupción—. He tratado de comprenderte, de verlo desde tu perspectiva, ¿no? Pero has cogido las imágenes en acción y las estás intentando transformar en… en… ¡en sueños! ¡Y yo no pretendía que las cosas se hicieran así! ¡No cuentes conmigo!

—De acuerdo.

Escurridizo alzó la vista hacia el troll.

—El señor Silverfish se marchaba ya —dijo. Detritus asintió, y entonces, lentamente, con firmeza, levantó a Silverfish por el cuello de la camisa.

El ex-alquimista se puso blanco.

—¡No te puedes librar de mí de esta manera! —exclamó.

—¿Quieres apostarte algo?

—¡No habrá ni un solo alquimista de Holy Wood que quiera trabajar para ti! ¡Y nos llevaremos también a los operadores! ¡Estarás acabado!

—¡Escúchame bien! ¡Cuando la gente vea esta película, todo Holy Wood vendrá a pedirme trabajo! ¡Detritus, echa de aquí a este imbécil!

—Dicho y hecho, señor Escurridizo —gruñó el troll, zarandeando a Silverfish.

—¡Esto no se acaba aquí, maldito… maldito megalómano traidor! Escurridizo se quitó el puro de la boca.

—Para ti, señor megalómano —indicó.

Volvió a ponerse el cigarro entre los labios e hizo una señal al troll. Detritus, con suavidad pero con firmeza, agarró a Silverfish también por una pierna.

—Es mi trabajo, señor Silverfish —le explicó con calma, al tiempo que lo llevaba hacia la puerta—. Soy el Vicepresidente al Cargo de Echar Fuera a la Gente que Molesta al Señor Escurridizo.

—¡En ese caso, vas a necesitar un ayudante! —aulló el ex-alquimista.

—Tengo un sobrino que anda buscando trabajo —replicó el troll—. Buenos días.

—Bien, bien, bien —dijo Escurridizo, al tiempo que se frotaba las manos—. ¡Soll!

Soll apareció desde detrás de una mesa trestle de caballetes llena de planos enrollados, y se sacó un lápiz de la boca.

—¿Sí, tío?

—¿Cuánto tiempo se tardará?

—Unos cuatro días, tío.

—Eso es demasiado. Contrata a más gente, pero lo quiero para mañana, ¿comprendido?

—Pero, tío…

—¡Si no, estás despedido! —exclamó Escurridizo.

Soll pareció algo asustado.

—Soy tu sobrino, tío —protestó—. No se puede despedir a un sobrino.

Escurridizo miró a su alrededor, y pareció advertir por primera vez la presencia de Víctor.

—Ah, Víctor —lo saludó—. A ti se te da bien la palabrería—. ¿Se puede despedir a un sobrino?

—Eh… no, creo que no. Me parece que hay que repudiarlo, o algo por el estilo —respondió el muchacho con timidez—. Pero…

—¡Exacto! ¡Exacto! Ya sabía yo que había una palabra así —aplaudió Escurridizo—. Repudiar. ¿Has oído eso, Soll? ¡Repudiar!

—Sí, tío —asintió el desanimado muchacho—. Voy a buscar más carpinteros, ¿eh?

—Bien pensado.

Soll lanzó a Víctor una mirada de asombrado horror mientras se alejaba. Escurridizo empezó a arengar a un grupo de operadores. Las instrucciones brotaban de su boca como agua de una fuente.

—Deduzco que hoy no habrá viaje a Ankh-Morpork —dijo una voz junto a la rodilla de Víctor.

—Desde luego, esta mañana está muy… muy ambicioso —asintió el joven—. No parece él mismo.

Gaspode se rascó una oreja.

—Tenía que decirte algo, ahora no caigo… ¡ah, sí, ya me acuerdo! Sí, sí, es sobre tu chica. Tu chica es el agente de unos poderes diabólicos. Aquella noche que la vimos en la colina, seguramente iba a entrar en comunión con el mal. ¿Qué te parece eso?

Sonrió. Estaba bastante orgulloso de su habilidad para plantear el tema.

—Muy interesante, muy interesante —asintió Víctor, distraído.

Desde luego, Escurridizo estaba más extraño que de costumbre. Incluso más extraño que de costumbre según los estándares de Holy Wood.

—Sí —replicó Gaspode, algo molesto por la acogida de sus informaciones—. No me extrañaría que se pasara las noche tramando maldades con las oscuras inteligencias mágicas que habitan al Otro Lado.

—Bien —dijo Víctor.

En Holy Wood, normalmente, no se quemaba nada. Se guardaba todo y se reaprovechaba pintándolo por el otro lado. Muy a su pesar, comenzaba a interesarle aquello.

—… un reparto de miles de personas —estaba diciendo Escurridizo—. No me importa de dónde las saquéis, si hace falta contratad a todo el que esté en Holy Wood, ¿comprendido? Y también quiero…

—Si quieres saber mi opinión, seguro que colabora con ellas en sus maléficos intentos de dominar el mundo —insistió Gaspode.

—¿De veras?

Escurridizo se había vuelto para hablar con un par de aprendices de alquimista. ¿Qué estaba diciendo? ¿Una película de veinte rollos? ¡Pero si nadie había soñado jamás con pasar de los cinco!

—Sí, quiere despertarlas de su sueño milenario para sembrar el caos en este universo, y esas cosas —insistió Gaspode—. Seguro que cuenta con la colaboración de los gatos, te lo digo yo…

—Oye, ¿quieres hacer el favor de callarte un rato? —lo interrumpió Víctor, irritado—. ¡Estoy intentando enterarme de lo que dicen!

—¡Vaya, hombre, lo siento! ¡Yo sólo intentaba salvar el mundo! —gruñó Gaspode—. ¡Luego, si unas criaturas espectrales procedentes del amanecer de los tiempos empiezan a meterse debajo de tu cama y no te dejan dormir, no me vengas a mí con quejas!

—¿De qué demonios hablas?

—Oh, de nada, de nada.

Escurridizo alzó la vista, vio el rostro atento de Víctor, y lo llamó con un gesto.

—¡Ven, muchacho! ¡Ven aquí! ¡Tengo un papel para ti, el papel de tu vida!

—¿De verdad? —se interesó Víctor mientras se abría paso entre la multitud.

—¡Eso es lo que he dicho!

—No sé, me pareció que lo preguntaba… —empezó Víctor.

Pero lo pensó mejor y se rindió.

—¿Y dónde, si se puede saber, está la señorita Ginger? —lo interrogó Escurridizo—. ¿Vuelve a llegar tarde?

—… seguro que está durmiendo como un tronco… —gruñó una voz ofendida entre el mar de piernas—. Debe de ser agotador eso de entrar en contacto con lo desconocido…

—Soll, envía a alguien a buscarla.

—Sí, tío.

—… pero era de esperar, la gente a la que le gustan los gatos es así, no se puede confiar en ellos…

—¡Y que alguien transcriba la cama!

—Sí, tío.

—… pero, ¿me hacen caso? ¡Nooo! Me apuesto lo que sea a que si tuviera el pelaje brillante y me pasara el día dando saltitos y ladrando me harían más caso…

Escurridizo abrió la boca para decir algo, pero en vez de eso frunció el ceño y alzó una mano.

—¿De dónde vienen esos murmullos? —quiso saber.

—… seguramente he salvado al mundo entero, y mira como me lo pagan, me tendrían que levantar una estatua, pero no, qué va, eso no es para Gaspode, Gaspode no está a la altura de…

Los gimoteos cesaron. La multitud se apartó a un lado, dejando al descubierto a un perrito gris de patas torcidas, que alzó la vista impasible hacia Escurridizo.

—¿Guau? —dijo con inocencia.

 

Las cosas siempre sucedían deprisa en Holy Wood, pero los preparativos para Lo que la Tempestad se Llevó avanzaron como un huracán. Se interrumpió el rodaje de todas las demás producciones Murciélago Frugívoro. También tuvieron que detenerse la mayoría de las películas de la ciudad, porque Escurridizo estaba contratando a actores y cámaras por un salario que doblaba el que ofrecían los demás.

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