Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

—¿No podrías atarlos, o algo por el estilo? —preguntó Escurridizo.

Gaffer se rascó la barbilla.

—Supongo que se puede hacer alguna cosa, clavarles los pies al suelo, por ejemplo.

—Bueno, sea como sea, por ahora nos basta con esto —zanjó Silverfish—. Pasaremos a la escena en la que rescatas a la chica. Por cierto, ¿dónde está la chica? Di instrucciones claras de que debía presentarse aquí. ¿Es que ya nadie me hace caso cuando hablo?

El operador se quitó la colilla de cigarrillo de entre los labios.

—Está rodando Una aventura osada, al otro lado de la colina —informó.

—¡Pero eso tendría que haber terminado ayer! —gimió Silverfish.

—El octoceluloide explotó —se limitó a señalar Gaffer.

—¡Rayos! Bueno, no tiene tanta importancia, podemos seguir con la otra pelea. La chica no aparece —suspiró Silverfish—. Venga, preparaos todos. Rodaremos la escena en la que Víctor lucha contra el temible Balgrog.

—¿Qué es un Balgrog? —quiso saber el joven.

Una mano pesada pero amistosa le palmeó enérgicamente el hombro.

—Es un monstruo diabólico tradicional. En este caso concreto, Morry pintado de verde y con unas alas pegadas —le explicó Rock—. Iré a ayudarle a pintarse.

Se alejó con pasos pesados.

Por el momento, nadie parecía requerir a Víctor para nada.

Clavó en la arena la ridícula espada y se alejó hasta dar con la sombra que le ofrecían unos olivos raquíticos. También había unas cuantas rocas. Las palmeó con suavidad. No parecían ser nadie.

El terreno formaba una pequeña hondonada donde la temperatura era casi agradablemente fresca para los abrasadores estándares de la colina de Holy Wood.

Incluso le llegaba una suave brisa. Al recostarse contra las piedras, le pareció que de ellas le llegaba un vientecillo. Pensó que aquella zona debía de estar llena de cavernas.

… muy lejos, en la Universidad Invisible, en un pasillo lleno de columnas y corrientes de aire, un pequeño mecanismo al que nadie había prestado atención desde hacía siglos empezó a hacer ruido…

Así que esto era Holy Wood. En la pantalla grande le había dado una impresión muy diferente. Al parecer, lo de hacer imágenes en acción implicaba largos tiempos de espera y, si había entendido bien lo sucedido durante la mañana, una extraña mezcla de tiempos. Pasaban cosas antes de que hubieran pasado las cosas que pasaban antes. Los monstruos no eran más que Morry pintado de verde y con unas alas pegadas. Nada era real.

Y, por extraño que pareciera, resultaba emocionante.

—Ya estoy hasta las narices de todo esto —dijo una voz furiosa junto a él.

Alzó la vista. Por el otro sendero, había descendido una chica. Tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo bajo la espesa capa de maquillaje muy claro. El pelo le caía sobre los ojos en ridículos tirabuzones, y llevaba un vestido que, aunque era obviamente de su talla, había sido diseñado para una persona con diez años menos y una afición desmedida por los adornos de encaje.

La chica era bastante atractiva, aunque a primera vista este hecho no fuera muy evidente.

—¿Y sabes lo que te dicen cuando te quejas? —le preguntó bruscamente.

En realidad, la pregunta no iba dirigida a Víctor. Él era, sencillamente, un par de orejas convenientes para aquel momento.

—No tengo ni idea —respondió el joven con educación.

—Pues te dicen «Hay mucha gente ahí fuera, aguardando una oportunidad de entrar en las imágenes en acción». Eso te dicen, nada menos.

La chica se apoyó contra un arbolillo retorcido y se abanicó con su sombrero de paja.

—Además, hace demasiado calor —se quejó—. Y ahora tengo que hacer una cosa ridícula de una bobina para Silverfish, que no tiene la menor idea de nada. Seguro que me toca de pareja algún tío con mal aliento, heno en el pelo y una frente sobre la que se podría servir la mesa.

—Y trolls —añadió Víctor, inmutable.

—Oh, dioses. ¿Morry y Galena?

—Morry y Galena. Sólo que Galena ahora se hace llamar Rock.

—¿No iba a llamarse Guijarro?

—Al final se ha decidido por Rock.

Desde detrás de las piedras, les llegó con toda claridad el grito de Silverfish, preguntándose por qué todo el mundo se iba justo cuando más los necesitaba. La chica puso los ojos en blanco.

—Oh, dioses. ¿Y por esto me voy a perder el almuerzo?

—Siempre te queda la posibilidad de comértelo sobre mi frente —replicó Víctor al tiempo que se ponía en pie.

Mientras desclavaba la espada del suelo y la blandía experimentalmente, con bastante más energía de la necesaria, se dio el gustazo de sentir la mirada pensativa de la muchacha clavada en su nuca.

—Tú eres el chico que me paró por la calle, ¿verdad? —preguntó ella.

—Exacto. Y tú eres la chica que iba a rodar —asintió Víctor—. Ya veo que no diste demasiadas vueltas.

La joven lo miró con curiosidad.

—¿Cómo es que has conseguido trabajo tan pronto? La mayor parte de la gente tiene que esperar semanas antes de que llegue su oportunidad.

—Siempre he dicho que las oportunidades están allí donde las encuentras.

—Pero ¿cómo…?

Víctor ya había echado a andar con alegre naturalidad. Ella lo siguió caminando deprisa, con una expresión petulante en el rostro.

—Ah —comentó Silverfish con sarcasmo cuando los vio llegar—. Increíble, increíble, todo el mundo está en su sitio. Muy bien. Empezaremos desde el momento en que el héroe encuentra a la chica atada a la estaca. Lo que tienes que hacer —siguió, dirigiéndose a Víctor—, es desatarla, llevártela y luchar contra el Balgrog, y tú —señaló a la joven—, tú… tú… limítate a seguirle. Tienes que poner cara de rescatada, ¿entendido?

—Eso se me da muy bien —suspiró ella con resignación.

—¡No, no, no! —intervino Escurridizo, con las manos en la cabeza—. ¡Otra vez eso no, por favor!

—¿No es lo que quería? —se sorprendió Silverfish—. Peleas, rescates…

—¡Tiene que haber algo más! —insistió Escurridizo.

—¿Como qué?

—Oh, no sé. Garra, algo que enganche al público.

—¿Aún no tenemos sonido, y ya quieres imágenes en tres dimensiones?

—Todo el mundo hace películas sobre gente que corre, y pelea, y se cae —replicó Escurridizo—. Tiene que haber algo más. He estado viendo lo que se ha hecho en Holy Wood, y todas las películas me parecen iguales.

—Ah, ¿sí? ¡Bueno, pues a mí todas las salchichas me parecen iguales! —le espetó Silverfish.

—¡Es que tienen que ser iguales! ¡Eso es lo que espera la gente!

—Pues yo también les doy lo que esperan. A la gente le gusta ver más de lo mismo que le ha gustado antes. Peleas, persecuciones, todo eso.

—Disculpe, señor Silverfish —le llamó el operador, por encima de los furiosos chirridos de los demonios.

—¿Sí? —bufó Escurridizo.

—Disculpe, señor Escurridizo, pero tengo que darles de comer dentro de un cuarto de hora.

El ex-vendedor de salchichas dejó escapar un gemido.

Más adelante, los recuerdos de Víctor siempre serían confusos en lo relativo a los minutos que siguieron. Así suele ser como funcionan las cosas. Los momentos que cambian tu vida son los que tienen lugar de repente. El momento en que te mueres, por ejemplo.

Recordaba bien que había tenido lugar otra batalla fingida, hasta ahí todo bien, con Morry esgrimiendo un látigo que habría tenido un aspecto temible si el troll hubiera podido controlarlo para que no se le enredara en las piernas constantemente. Y, cuando derrotó al temible Balgrog, que escapó lanzando terribles aullidos y tratando de sujetarse las alas con una mano, se volvió para empezar a cortar las cuerdas que ataban a la chica a la estaca. Sabía que tendría que haber tirado de ella bruscamente hacia la derecha cuando…

… comenzaron los susurros.

No hubo palabras, sino algo que era el corazón de las palabras, algo que atravesó directamente sus orejas y le bajó por la columna vertebral sin molestarse en hacer la parada habitual en el cerebro.

Miró a la chica a los ojos, preguntándose si ella también lo habría oído.

Desde muy lejos, alguien gritaba palabras de verdad. «Venga, date prisa, ¿por qué la miras así?», gritaba Silverfish, y el operador decía, «Si se les pasa la hora de la comida, se ponen imposibles», y Escurridizo respondía, con una voz como el silbido de un cuchillo hendiendo el aire, «No dejes de dar vueltas a esa manivela».

Su visión periférica se hizo nebulosa, y en esa nebulosa había formas que cambiaban antes de que tuviera tiempo de examinarlas más detenidamente. Tan impotente como una mosca en un río de ámbar, tan dueño de su destino como una burbuja de jabón en un huracán, se inclinó hacia la chica y la besó.

Había más palabras y gritos, por detrás del zumbido de sus oídos.

—¿Por qué hace eso, si se puede saber? A ver, ¿le he dicho yo que lo hiciera? ¡Nadie le ha dicho que lo hiciera!

—…y luego tengo que limpiar la caja, y la verdad, no es ningún plato de gusto…

—¿Sigue dando vueltas a esa manivela! ¡Sigue dando vueltas a esa manivela! —gritaba Escurridizo.

—Cielos, ¡mira qué expresión tiene!

—¡Vaya!

—¡Si dejas de dar vueltas a esa manivela, no volverás a trabajar en esta ciudad!

—Oiga, amigo, da la casualidad de que pertenezco al Gremio de Operadores…

—¡No pares! ¡No pares!

Víctor emergió. Los susurros se extinguieron y fueron sustituidos por el ruido del batir lejano de las olas contra los acantilados. El mundo real había vuelto, cálido y punzante, con el sol clavado en el cielo como una medalla por ser un día excelente.

La chica respiró hondo.

—Yo… oye, cuánto lo siento…—balbuceó Víctor, dando un paso atrás—. Te prometo que no sé qué me pasó…

Escurridizo daba saltos de alegría.

—¡Eso es! ¡Eso es! —gritó—. ¿Cuándo podremos tenerlo listo?

—Bueno, como he dicho, tengo que dar de comer a los demonios, y limpiarles la caja…

—Vale, vale… así tendré tiempo para que me dibujen unos cuantos carteles —replicó Escurridizo.

—Ya tengo preparados algunos —señaló Silverfish con tono gélido.

—Estoy seguro, estoy seguro —asintió el ex-vendedor de salchichas, emocionado—. Estoy seguro, y me imagino que dicen algo así como «Son unas imágenes en acción bastante interesantes».

—¿Y qué tiene eso de malo? —quiso saber Silverfish—. ¡Desde luego, son bastante mejores que una maldita salchicha caliente!

—Ya te lo he explicado, cuando quieres vender salchichas, no te quedas ahí esperando a que el cliente quiera salchichas, vas y haces que tenga hambre. Además, les pones mostaza. Y eso es exactamente lo que acaba de hacer este muchacho.

Puso una mano sobre el hombro de Silverfish, y movió la otra en un amplio gesto.

—¿Te lo imaginas? —dijo.

Titubeó un instante. Su cabeza se llenaba de ideas extrañas antes de que tuviera tiempo de que se le ocurrieran. La oleada de emoción y posibilidades lo embriagaba.

Espadas de pasión —siguió—. Así lo vamos a titular. Nada de poner el nombre de un tipo viejo que seguramente ya ni siquiera está vivo. Espadas de pasión. Eso es. Una Turbulenta Saga de… de Deseo y… y como se llame eso, ¡de Ardor Primario en un Continente Atormentado! ¡Romanticismo! ¡Glamour! ¡En tres emocionantes rollos! Emocionaos con la Lucha a Muerte contra Terribles Monstruos! ¡Apasionaos cuando más de Mil Elefantes…!

—Sólo es una bobina —susurró Silverfish, empecinado.

—¡Pues rueda algo más esta tarde! —rugió Escurridizo, con unos ojos que casi se le salían de las órbitas—. ¡Sólo necesitas más peleas y más monstruos!

—Y, desde luego, no hay ni un solo elefante —insistió el ex-alquimista.

Rock levantó un brazo pétreo.

—¿Sí? —inquirió Silverfish.

—Si hay pintura gris y algo con lo que hacer las orejas, estoy seguro de que Morry y yo…

—Nadie ha hecho nunca una película de tres rollos —señaló Gaffer, reflexionando—. Puede ser peligroso. No sé si se dan cuenta de que durará casi diez minutos. —Meditó un instante—. Supongo que puedo intentar hacer bobinas más largas…

Silverfish tenía conciencia clara de estar muy preocupado.

—Alto un momento… —empezó.

Víctor bajó la vista hacia la chica. En aquel momento, nadie les hacía caso.

—Eh… —titubeó—. Creo que no nos han presentado formalmente.

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