Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

La voz de Escurridizo consiguió filtrarse hacia su consciencia.

Víctor repasó a la desesperada las instrucciones que apenas había oído.

—¿Sobre el qué? —preguntó.

—Es una parte de la silla de montar —le susurró rápidamente Ginger.

—Ah.

—Y luego cabalgas hacia la noche, seguido por todos los Hijos, mientras cantáis valerosas canciones de bandidos del desierto…

—No te preocupes, no las oirá nadie —lo tranquilizó Soll—. Pero si abrís y cerráis las bocas todos a la vez, se creará un comosellame, ambiente.

—¡Pero si no es de noche! —señaló Ginger—. ¡Estamos a pleno día!

Escurridizo se la quedó mirando.

Abrió la boca un par de veces.

—¡Soll! —gritó.

—Sabes de sobra que no podemos rodar de noche, tío —se apresuró a explicar su sobrino—. Los demonios no verían nada. No entiendo por qué no podemos poner al principio un cartel que diga «Es de noche», y luego seguir con toda la escena, de manera que…

—¡Porque ésa no es la magia de las imágenes en acción! —le espetó Escurridizo—. ¡Es, sencillamente, una soberana tontería!

—Disculpe —dijo Víctor—. Disculpe, pero creo que no tendrá importancia, seguro que los demonios pueden pintar el cielo de negro y con estrellas.

Hubo un largo momento de silencio. Luego, Escurridizo clavó la vista en Gaffer.

—¿Es posible? —le preguntó.

—Naa —replicó el operador—. Ya nos cuesta lo suyo hacer que pinten lo que ven, como para intentar obligarlos a que pinten lo que no ven.

Escurridizo se frotó la nariz.

—Estoy dispuesto a negociar —dijo— El operador se encogió de hombros.

—Creo que no me ha entendido, señor Escurridizo. ¿Para qué van a querer el dinero? Lo único que harían sería comérselo. Si empezarnos a decirles que pinten cosas que no existen, nos vamos a meter en un…

—Quizá, con que haya una luna llena muy brillante… —intervino Ginger.

—Eso está bien pensado —asintió Escurridizo—. Pondremos un cartel en el que Víctor diga a Ginger algo así como «Qué brillante es la luna esta noche, buana».

—Algo así —asintió Soll, diplomático.

 

Era mediodía. La colina de Holy Wood brillaba bajo el sol como un chicle sabor a champán bastante chupado ya. Los operadores daban vueltas a las manivelas, los extras atacaban con entusiasmo una y otra vez, Escurridizo gritaba a todo el mundo, y se hizo historia del cine con una escena en la que tres enanos, cuatro hombres, dos trolls y un perro cabalgaron sobre un camello lanzando gritos de horror para que se detuviera.

Víctor y el camello trabaron conocimiento. El animal batía sus largas pestañas ante él, y parecía masticar jabón. Se había arrodillado en el suelo. Parecía un camello que hubiera pasado una mañana de duro trabajo y no estuviera dispuesto a aguantar nada de nadie. Hasta aquel momento ya había coceado a tres personas.

—¿Cómo se llama? —preguntó con cautela.

—Nosotros lo llamamos Cabrón Hijo de Perra —dijo el Vicepresidente al Cargo de Camellos, estrenando su nuevo cargo.

—No parece un nombre muy corriente.

—Pues es el perfecto para este camello —replicó el cuidador con convicción..

—No tiene nada de malo ser hijo de una perra —dijo una voz tras él—. Yo soy hijo de una perra. Mi padre era hijo de una perra, cretino seboso.

El cuidador sonrió nervioso a Víctor y se dio media vuelta. Allí no había nadie. Bajó la vista.

—Guau —le dijo Gaspode, meneando lo que casi era una cola.

—¿No acabas de oír a alguien decir algo? —preguntó el cuidador con cautela.

—No —replicó Víctor.

Se inclinó hacia una de las orejas del camello y, por si acaso era un camello especial de Holy Wood, le susurró:

—Oye, soy un amigo, ¿vale?

Cabrón Hijo de Perra alzó una oreja tan gruesa como una alfombra.[11]

—¿Cómo se dirige? —preguntó.

—Cuando quieras ir hacia delante, maldices y le das un golpe con el palo, y cuando quieras parar, maldices y le das un golpe con el palo.

—¿Y qué pasa si quieres girar?

—Bueno, ahí ya entramos en Técnicas Avanzadas del Manual. Lo mejor que puedes hacer es bajarte y hacerlo girar a mano, ¿entiendes?

—¡Cuando queráis! —aulló Escurridizo a través del megáfono—. Ahora, tienes que cabalgar hasta la tienda, saltar del camello, pelear contra los gigantescos eunucos, desgarrar la tela de la tienda, sacar a la chica a rastras, volver a montar en el camello y alejarte. ¿Comprendido? ¿Te consideras capaz de hacerlo?

—¿Qué gigantescos eunucos? —preguntó Víctor, mientras el camello se alzaba.

Uno de los gigantescos eunucos alzó tímidamente una mano.

—Soy yo, Morry —dijo.

—Ah. Hola, Morry.

—Hola, Vic.

—Y yo, Rock —dijo un segundo eunuco gigantesco.

—Hola, Rock.

—Hola, Vic.

—Cada uno a su lugar —ordenó Escurridizo—. Vamos a… ¿qué pasa ahora, Rock?

—Bueno, señor Escurridizo, me estaba preguntando… ¿cuál es mi motivación para esta escena?

—¿Motivación?

—Sí. Eh… es que tengo que saberlo, ¿sabe? —dijo Rock.

—¿Qué te parece «si no lo haces bien, te despediré»? ¿Es una buena motivación? Rock sonrió.

—Excelente, señor Escurridizo —dijo.

—Muy bien —asintió Ruina—. Todo el mundo preparado… ¡acción!

 

Cabrón Hijo de Perra giró torpemente, con las patas torcidas en extraños ángulos camellunos, y luego echó a andar en un complicado trote.

La manivela empezó a girar.

El aire brillaba.

Y Víctor despertó. Era como salir lentamente de una nube color rosa, o de un magnífico sueño que uno no puede recordar a la luz del día por mucho que lo intente, dejándote con una terrible sensación de ausencia, de pérdida. Sabes instintivamente que nada, nada de lo que vayas a experimentar a lo largo del día, será ni siquiera la mitad de agradable que ese sueño.

Parpadeó. Las imágenes se fueron desvaneciendo. Fue consciente de que le dolían los músculos, como si acabara de hacer un gran esfuerzo físico.

—¿Qué ha pasado? —murmuró.

Bajó la vista.

—Uauh —dijo.

Una amplia superficie de trasero apenas cubierto por tela ocupaba el lugar donde antes sólo había podido ver cuello de camello. Era toda una mejora.

—¿Por qué estoy tumbada sobre un camello? —preguntó Ginger con voz gélida.

—A mí, que me registren. ¿No era eso lo que querías? ¿No te has subido tú?

La chica se deslizó hacia la arena y trató de recomponerse el traje.

En aquel momento, ambos se dieron cuenta de que tenían público.

Allí estaba Escurridizo. Estaba el sobrino de Escurridizo. Estaban los extras. Había también toda una amplia gama de vicepresidentes, y otras muchas personas que, al parecer, habían empezado a existir con la creación de las imágenes en acción[12]. Estaba incluso Gaspode, el Perro Maravilla.

Y todos, a excepción del perro, que se reía entre dientes, estaban boquiabiertos.

La mano del operador seguía dando vueltas a la manivela. Bajó la vista hacia sus dedos como si acabara de descubrir que los tenía, y se detuvo.

Escurridizo pareció salir del trance en que se encontraba.

—Uuauh —dijo—. Increíble.

—Magia —jadeó Soll—. Magia de verdad.

Escurridizo dio un codazo al operador.

—¿Lo has cogido todo? —preguntó.

—¿El qué? —inquirieron a la vez Ginger y Víctor.

En aquel momento, Víctor vio que Morry estaba sentado en la arena. Le faltaba una buena esquirla en el brazo; Rock le estaba poniendo algo en la fisura. El corpulento troll advirtió la expresión de Víctor, y le dirigió una sonrisa enfermiza.

—Te crees Cohen el Bárbaro, ¿eh? —dijo.

—Eso —intervino Rock—. No había razón para que le dijeras las cosas que le dijiste. Y además, si piensas dedicarte a blandir así las espadas, pediremos un dólar diario más por Posible Pérdida de Fragmentos.

La espada de Víctor tenía varias melladuras en la hoja. Y, aunque le fuera en ello la vida, no habría sabido decir cómo habían aparecido.

—Escuchad —dijo a la desesperada—, no entiendo nada. No he llamado nada a nadie. ¿Hemos empezado ya el rodaje?

—Yo estaba tranquilamente sentada en una tienda, y al momento siguiente me encuentro respirando camello —añadió Ginger con petulancia—. ¿Es demasiado pedir que alguien me diga qué está pasando?

Pero, al parecer, nadie les hacía caso.

—¿Por qué no hay manera de meter sonido? —se quejaba amargamente Escurridizo—. Ha sido un diálogo muy bueno, excelente. No entendí ni una palabra, pero reconozco un buen diálogo en cuanto lo oigo.

—Loros —dijo simplemente el operador—. Ya sabe, esos pájaros de la zona de Los Arcángeles. Son increíbles, tienen la memoria de un elefante. Si conseguimos un par de docenas de ellos, de tamaños diferentes, tendremos todo el registro de las cuerdas voca…

Eso provocó una detallada discusión técnica.

Víctor se dejó caer del lomo del camello, y se metió bajo su cuello para coger el brazo de Ginger.

—Escúchame —dijo, apremiante—, ha sido igual que la última vez. Sólo que más fuerte. Como una especie de sueño. El operador empezó a dar vueltas a la manivela, y fue como un sueño.

—Sí, pero me gustaría saber qué hicimos concretamente —se quejó la chica.

—Lo que tú hiciste concretamente —dijo Rock a Víctor—, fue entrar al galope con el camello en la tienda, bajar de un salto y lanzarte sobre nosotros como un molino…

—… saltando sobre las rocas, y riendo como un loco… —aportó Morry.

—Eso, y al pobre Morry le dijiste, «Llegó tu hora, malvado guardia negro», y luego le diste un espadazo de miedo en el brazo derecho, e hiciste un agujero en la lona de la tienda…

—Pero hay que reconocer que mueves bien esa espada —lo interrumpió Morry, admirativo—. Un estilo algo teatral, pero muy bueno, sí señor.

—¡Pero si no sé cómo…! —empezó Víctor.

—…y ella estaba tumbada ahí, toda lenguada —siguió Rock sin hacerle caso—. Entraste tú, la pusiste de pie, y te dijo que…

—¿Lenguada? —inquirió débilmente Ginger.

Lánguida —la tranquilizó Víctor—. Creo que quiere decir «lánguida».

—… te dijo, «Oh, dioses, es el Ladrón de… el Ladrón de…» Puaj, creo que dijo Puaj.

—Vaguedad —le corrigió Morry, frotándose el brazo.

—Sí, y luego ella fue y dijo, «Corres aquí un gran peligro, porque mi padre ha jurado matarte», y Víctor fue y contestó, «Pero ahora, oh bella rosa, puedo revelar al mundo que en verdad soy la Sombra del Desierto…».

—¿Qué quiere decir eso de «lánguida»? —inquirió Ginger, mosqueada.

—Y él fue y dijo «Huye conmigo ahora a la casbah», o algo por el estilo, y luego hizo esa… esa cosa que los humanos hacen con los labios…

—¿Silbar? —sugirió Víctor, esperando contra toda esperanza.

—Naaa, qué va, lo otro. Eso que suena como un corcho al salir de la botella —insistió Rock.

—Besar —señaló Ginger con voz gélida.

—Eso. No es que yo tenga mucha base para emitir juicios —asintió el troll—, pero pareció que duraba mucho rato. Fue un beso muy… muy beso.

—Sí, hasta yo pensé que iba siendo hora del tradicional cubo de agua —dijo una baja voz canina tras Víctor.

El joven dio una patada hacia atrás, pero no acertó en el blanco.

—Luego él volvió a subirse al camello, la aupó de un salto, y el señor Escurridizo empezó a gritar, «Alto, alto, qué demonios pasa, por qué nadie me dice qué demonios pasa» —siguió Rock—. Y luego tú dijiste, «¿Qué ha pasado?».

—No recuerdo haber visto en mi vida a nadie esgrimiendo la espada de esa manera —señaló Morry.

—Oh —dijo Víctor—. Vaya. Muchas gracias.

—Todos esos gritos de «¡Ja!», y «¡Ya te tengo, perro!»… Muy profesional —siguió el troll.

Una mano pesada se posó sobre el hombro de Víctor. El joven se dio la vuelta y vio la inmersa forma de Detritus, eclipsando el resto del mundo.

—El señor Escurridizo no quiere que nadie se vaya de aquí —dijo—. Todo el mundo tiene que quedarse hasta que el señor Escurridizo lo diga.

—¿Sabes que eres una auténtica tortura? —bufó Víctor.

Detritus le dedicó una amplia sonrisa tachonada de gemas[13].

—El señor Escurridizo dice que puedo ser vicepresidente —dijo con orgullo.

—¿Al cargo de qué? —se interesó Víctor.

—Al cargo de vicepresidentes —explicó Detritus.

Gaspode, el Perro Maravilla, lanzó un pequeño gruñido que le surgió de lo más profundo de la garganta. El camello, que había estado contemplando el cielo con cara de aburrimiento, se movió repentinamente y largó una coz que alcanzó de pleno al troll en la base de la espalda. Detritus dejó escapar un aullido de dolor. Gaspode dirigió al mundo en general una mirada de inocencia satisfecha.

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