Imágenes en acción (Mundodisco, #10) – Terry Pratchett

Y una especie de Ankh-Morpork empezó a alzarse entre las dunas. Soll no dejaba de quejarse. Según él habría sido más barato arriesgarse a las iras de los magos, llevar a hurtadillas una caja de imágenes a Ankh-Morpork y luego dar a alguien un puñado de dólares para que dejara caer una cerilla en el lugar adecuado.

Escurridizo no estaba de acuerdo.

—Aparte de otras muchas razones —afirmó—, no quedaría bien en la pantalla.

—¡Pero si sería el auténtico Ankh-Morpork, tío! —exclamó Soll—. Quedaría perfecto. ¿Por qué dices que no?

—Porque Ankh-Morpork no parece tan auténtico —replicó Escurridizo, pensativo.

—¡Pues no hay nada más auténtico! —saltó Soll, para quien los lazos de la sangre se estaban tensando y se acercaban al punto de ruptura—. ¡Está ahí! ¡Es la autenticidad personificada! ¡No se puede pedir más autenticidad!

Escurridizo se quitó el puro de la boca.

—Sí se puede —afirmó—. Ya lo verás.

Ginger apareció casi a la hora de almorzar. Estaba tan pálida que ni Escurridizo tuvo valor para gritar. La muchacha miraba sin cesar a Gaspode, que trataba de mantenerse fuera de su camino.

Además, Escurridizo estaba muy preocupado. Se encontraba en su despacho, explicando El Argumento.

En realidad era bastante sencillo, intervenían los elementos habituales de Chico Conoce Chica, Chica Conoce a Otro Chico, Chico Pierde Chica, pero en esta ocasión había una guerra civil de por medio.

Los orígenes de la Guerra Civil de Ankh-Morpork (8:32 pm, 3 de grunio del 432 – 10:54 am, 4 de grunio del 432) siempre han sido un tema de acalorado debate entre los historiadores. Existen dos teorías que dividen a los expertos: 1) El pueblo llano, tras soportar los impuestos excesivos de un rey más estúpido y antipático que los demás, decidió que aquello ya era demasiado, y que ya era hora de acabar con el trasnochado concepto de la monarquía y sustituirlo por lo que resultaron ser una serie de tiranos déspotas que los cargaban con idénticos impuestos, pero al menos no tenían la desfachatez de decir que los dioses les habían dado ese derecho, con lo cual todo el mundo se quedó mucho más satisfecho; o 2) uno de los participantes de una partida de Cebolla Tullida, en una taberna de la ciudad, fue acusado por otro de sacar más ases de los que hay en la baraja. Aparecieron cuchillos, luego alguien golpeó a alguien con un banco, después otro apuñaló a otro, empezaron a volar las flechas, un idiota se colgó del candelabro, un hacha de doble filo lanzada con descuido golpeó a un transeúnte, la Guardia entró en juego, y no se sabe quién prendió fuego a la taberna, y otro golpeó a un montón de gente con una mesa, y entonces todos se lo tomaron a mal y empezaron a pelearse.

En fin, el caso es que hubo una guerra civil, cosa que todas las civilizaciones maduras necesitan tener en su historia… [19]

—Tal y como yo lo veo —empezó a explicar Escurridizo—, tenemos a esta joven de alta cuna que vive completamente sola en una gran casa, eso es, y su chico se va a combatir a los rebeldes, ¿entendéis?, y entonces ella conoce a otro tipo, y hay química…

—¿Explotan? —se asombró Víctor.

—Quiere decir que se enamoran —replicó Ginger con voz gélida.

—Eso es, más o menos —asintió Escurridizo—. Miradas que se encuentran a través de una habitación abarrotada de gente. Y ella está sola en el mundo, a excepción de los criados y de… sí, eso es, y de su perrito…

—¿Que será Laddie? —quiso saber la joven.

—Claro. Por supuesto, la chica va a hacer todo lo posible para salvar la mina de la familia, así que se dedica a coquetear con los dos, quiero decir con los dos hombres, no con el perro, y entonces a uno lo matan en la guerra, y el otro la manda a hacer gárgaras, pero no pasa nada porque ella tiene el corazón duro. —Se sentó en la silla—. ¿Qué os parece? —quiso saber.

Todos los que estaban sentados a su alrededor se miraron, intranquilos.

Hubo un silencio inquieto.

—Tiene muy buena pinta, tío —dijo Soll, que no quería más problemas aquel día.

—Supone un auténtico desafío desde el punto de vista técnico —aportó Gaffer.

Se oyó un auténtico coro de asentimientos procedentes de los aliviados miembros del grupo.

—Pues yo no sé… —dijo Víctor lentamente.

Los ojos de todos se volvieron hacia él de la misma manera que los espectadores en el pozo de los leones observan al primer criminal condenado que traspasa la verja de hierro. Pero Víctor no se dio por aludido.

—Es decir… ¿no hay nada más? La verdad es que no parece muy… muy complicado, para una película tan larga. Gente enamorándose mientras se desarrolla una guerra civil… no veo que se pueda sacar mucho de ahí.

Hubo otro silencio torturado. Un par de personas cercanas a Víctor se apartaron rápidamente de él. Escurridizo lo miraba fijamente.

Víctor podía oír una vocecilla casi inaudible, que procedía de debajo de su silla.

—… ah, pero claro, para Laddie siempre hay un papel… me gustaría saber por qué para él sí y para mí no, a ver, qué tiene que no tenga…

Escurridizo seguía mirando fijamente a Víctor.

—Tienes razón —dijo al final—. Tienes razón. Víctor tiene razón. ¿Por qué nadie más se había dado cuenta?

—Yo estaba pensando exactamente lo mismo, tío —se apresuró a declarar Soll—. Necesitamos darle un poco más de sustancia al argumento.

Escurridizo hizo un vago gesto con el cigarro.

—Ya pensaremos más cosas sobre la marcha, no hay problema en eso. Por ejemplo… por ejemplo, ¿qué tal una carrera de cuadrigas? Son muy emocionantes. A la gente le encantan las carreras de cuadrigas. ¿Qué le pasará al chico, se caerá, se soltarán las ruedas? Sí. Una carrera de cuadrigas.

—Eh… tío, he estado… he estado leyendo cosas sobre la Guerra Civil —empezó Soll con cautela—, y creo que en ningún momento se menciona…

—En ningún momento se menciona que no hubiera carreras de cuadrigas, ¿verdad? —lo atajó Escurridizo, con una voz suave que tenía el filo decidido de una amenaza.

Soll dio marcha atrás.

—Visto así, tío… tienes razón —suspiró.

—Y… —siguió el ex-vendedor de salchichas, reflexionando—, también podríamos probar… ¿un gran tiburón, un tiburón gigante?

Hasta el propio Escurridizo se quedó asombrado ante semejante sugerencia.

Soll miró a Víctor, esperanzado.

—Estoy casi seguro de que los tiburones no combatieron en la Guerra Civil —señaló el joven.

—¿Tú crees?

—La gente se habría dado cuenta —asintió Víctor.

—Además, los elefantes los habrían aplastado —murmuró Soll.

—Es verdad —suspiró Escurridizo con tristeza—. No era más que una idea. La verdad es que no sé cómo se me ha podido ocurrir.

Se quedó mirando fijamente hacia la nada durante un rato, y al final sacudió bruscamente la cabeza.

Un tiburón, pensó Víctor. Todos los pececitos dorados de tus pensamientos están nadando tan tranquilos, y de repente las aguas se agitan y llega del exterior ese gran tiburón blanco que es otro pensamiento. Como si alguien nos enviara sus ideas.

 

—No sabes comportarte —le reprochó Víctor a Gaspode cuando se encontraron a solas—. Te he estado oyendo refunfuñar debajo de la silla todo el rato.

—Puede que yo no sepa comportarme, pero al menos no me dedico a babear detrás de una chica que va por ahí dejando entrar en este mundo a Temibles Criaturas de la Noche —replicó Gaspode.

—Claro que no —asintió Víctor. Entonces, lo miró fijamente—. ¿Qué quieres decir?

—¡Hombre, por fin consigo que me escuches! Tu novia…

—No es mi novia.

—Tu futura novia —insistió Gaspode—, sale todas las noches a intentar abrir aquella puerta de la colina. Anoche lo estuvo haciendo otra vez, después de que tú te fueras. Yo la vi. Y yo se lo impedí —añadió en tono desafiante—. Aunque claro, no espero que nadie me lo agradezca, faltaría más. Detrás de esa puerta hay algo espantoso, y ella está intentando dejarlo salir. No me extraña que llegue tarde todas las mañanas, ni que esté tan cansada, si se pasa las noches excavando.

—¿Cómo sabes que es algo espantoso? —preguntó Víctor con voz débil.

—Míralo de esta manera —replicó Gaspode—. Si «algo» está encerrado en una cueva, bajo una colina, detrás de unas puertas enormes, no es porque la gente quiera que salga por las noches a fregar los platos, ¿verdad? De todos modos —añadió, magnánimo—, no estoy sugiriendo que tu chica lo haga a sabiendas. Seguramente «ellos» tienen manera de controlar el cerebro de cualquier hembra frágil, débil y a la que le gusten los gatos, de moldearla y utilizarla para que haga su perversa voluntad.

—A veces dices muchas tonterías —bufó Víctor. Pero no parecía muy convencido.

—Pues pregúntale a ella —señaló el perro, encogiéndose de hombros.

—¡Lo voy a hacer!

—¡Bien!

Pero ¿cómo lo voy a hacer?, iba pensando Víctor a medida que caminaban bajo la luz del sol. Disculpe, señorita, pero mi perro ha dicho… no. Oye, perdona, Ginger, tengo entendido que por las noches sales a… no. Eh, Ging, ¿cómo es que mi perro te vio…? No.

Quizá la mejor solución fuera iniciar cualquier conversación y esperar a que se desviara de manera natural hacia el tema de las Monstruosidades que Habitan Más Allá del Vacío.

Pero aquello tendría que esperar, porque estaba teniendo lugar una pelea.

La causa era el tercer papel principal en Lo que la Tempestad se Llevó. Por supuesto, Víctor encarnaría al héroe osado pero peligroso, y Ginger era la única opción presentable para la protagonista, pero el segundo papel masculino… el aburrido, pero honrado… estaba causando muchos problemas.

Víctor nunca había visto a nadie dar una patada al suelo en un arranque de ira. Siempre había pensado que era algo que sucedía sólo en los libros. Pero, en aquel mismo momento, Ginger lo estaba haciendo.

—¡Porque yo parecería idiota! ¿Te parece poco motivo? —gritaba. Soll, que ya empezaba a sentirse como un pararrayos en un día tormentoso, agitaba la mano con gestos frenéticos.

—¡Pero él es ideal para el papel! —exclamaba—. Tiene que ser un personaje sólido…

—¿Sólido? ¡Pues claro que es sólido! ¡Faltaría más! ¡Está hecho de piedra! —gritó Ginger—. Vale, lleva una cota de mallas y un bigotito postizo, ¡pero no por eso deja de ser un troll!

Rock, que se alzaba como un monolito junto a ambos jóvenes, carraspeó estruendosamente.

—Disculpa, pero creo que tus motivos son elementalistas —recriminó a la chica.

Ahora le tocó a Ginger agitar las manos.

—No es verdad, me gustan los trolls —replicó—. Como trolls, claro. Pero no me podéis pedir en serio que represente una escena de amor con un… un… un… ¡con un trozo de acantilado!

—Oye, para un momento —la interrumpió Rock, con una voz más tensa que el brazo de un pitcher—. Estás sugiriendo que no pasa nada si los trolls aparecen machacando a la gente con garrotes, pero que no deben mostrarse en la pantalla con sus sentimientos más delicados, como los blandos de los humanos. ¿Es eso?

—No, no dice eso —intervino Soll a la desesperada—. Ginger no quería…

—Si me cortas, ¿acaso no sangro? —declamó Rock.

—No, no sangras —respondió Soll—, pero…

—Bueno, claro, pero sangraría. Si tuviera sangre, sangraría a montones.

—Y una cosa más —intervino un enano, dando un codazo en la rodilla al sobrino de Escurridizo—. En el guión dice que ella es la dueña de una mina llena de enanos alegres, que ríen y cantan sin parar, ¿no?

—Oh, sí —asintió Soll, dejando de lado por un momento el problema del troll—. ¿Qué pasa con eso?

—Pues que es un poco estereotipado, ¿no te parece? —señaló el enano—. O sea, siempre se dice lo mismo: enanos = mineros. No creo que se nos deba seguir encasillando como raza, las cosas tienen que empezar a cambiar.

—Pero es que la mayor parte de los enanos son mineros —señaló Soll, desesperado.

—Bueno, vale, es cierto, pero eso no significa que nos guste —intervino otro enano—. Y además, los mineros no se pasan la vida cantando.

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