Pirómides (Mundodisco, #7) – Terry Pratchett

—Bien, bien… —dijo Teppic, y empezó a inspeccionar el bloque aunque la suma de sus conocimientos sobre el arte de la construcción se podría haber esculpido a cincel en un grano de arena—. Qué trozo de roca tan espléndido, ¿verdad?

Se volvió hacia el trabajador más cercano, el cual reaccionó quedándose boquiabierto.

—Eres cantero, ¿no? —preguntó Teppic—. Supongo que es un trabajo muy interesante, ¿verdad?

Los ojos del trabajador empezaron a sobresalir de las órbitas. Su mano se aflojó y dejó caer el cincel que sostenía.

—Erk —dijo.

Dios estaba a cien metros de distancia aproximándose a toda velocidad por el sendero con los faldones de su túnica aleteando alrededor de sus piernas. El gran sacerdote se los subió hasta la altura de los muslos y se lanzó al galope. Las sandalias amenazaban con escapar de sus pies.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Teppic.

—Aaaaarghhh —dijo el hombre, cada vez más aterrorizado.

—Ya. Bueno, bueno… —dijo Teppic. Le cogió la mano más próxima y se la estrechó. Los fláccidos dedos del trabajador no ofrecieron ni la más mínima resistencia.

—¡Alteza! —aulló Dios—. ¡No!

Y el trabajador giró sobre sí mismo agarrándose el brazo derecho a la altura de la muñeca, gritó y empezó a luchar con su mano…

Teppic tensó los dedos sobre los brazos del trono y clavó la mirada en el gran sacerdote.

—Pero si es un simple gesto de amistad. No es nada más que eso. En el sitio del que vengo…

—¡Alteza, el sitio del que venís es éste! —tronó Dios.

—Pero… Cortarle la mano… ¡Es demasiado cruel!

Dios dio un paso hacia adelante. Cuando volvió a hablar su voz había recuperado la untuosidad habitual.

—¿Cruel, Alteza? Pero se hará con precisión y con todos los cuidados médicos necesarios, y se utilizarán drogas para eliminar el dolor. Os aseguro que el trabajador sobrevivirá a la amputación.

—Pero ¿por qué?

—Ya os lo he explicado. Alteza. No puede volver a utilizar esa mano sin profanarla. Es un hombre muy devoto y lo sabe. Veréis, Alteza, sois… Sois una divinidad, Alteza.

—Pero tú puedes tocarme. ¡Y los sirvientes también!

—Yo soy un sacerdote, Alteza —dijo Dios con amabilidad—. Y los sirvientes gozan de una dispensa especial.

Teppic se mordió el labio.

—Esto es barbarie pura —dijo.

Los rasgos de Dios permanecieron absolutamente inmóviles.

—No se hará —dijo Teppic—. Soy el faraón. Prohíbo que se haga.

Dios se inclinó ante el trono. Teppic reconoció el Modelo Número 49 de reverencia, Desdén Horrorizado.

—Vuestro deseo será obedecido, oh manantial de toda la sabiduría. Aunque, naturalmente, es posible que el trabajador decida… decida poner manos a la obra él mismo, y os ruego que disculpéis la forma de expresarlo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó secamente Teppic.

—Alteza, si sus colegas no se lo hubieran impedido lo habría hecho él mismo. Y con un cincel, según tengo entendido.

«Soy un forastero en una tierra familiar», pensó Teppic mientras le miraba fijamente.

—Comprendo —dijo por fin.

Siguió pensando en silencio durante unos momentos.

—Entonces la… la operación se llevará a cabo con el mayor cuidado posible y cuando haya terminado el trabajador recibirá una pensión vitalicia, ¿entendido?

—Se hará lo que vos digáis, Alteza.

—Una pensión lo bastante generosa para que pueda vivir sin problemas, ¿de acuerdo?

—Desde luego, Alteza. Hay que echarle una mano para que se acostumbre a su nueva situación —dijo Dios, impasible.

—Y quizá podríamos encontrarle algún trabajo en el palacio. Algo que no le exija demasiados esfuerzos…

—¿En calidad de cantero manco de Su Majestad, Alteza?

La ceja izquierda de Dios se curvó un par de milímetros.

—En calidad de lo que sea, Dios.

—Desde luego, Alteza. Vuestros deseos serán obedecidos. Me encargaré de averiguar si andamos escasos de manos cualificadas en algún departamento.

Teppic le fulminó con la mirada.

—Soy el faraón, ¿recuerdas? —dijo secamente.

—Es un hecho del que soy consciente cada hora que paso despierto, Alteza.

—Dios… —dijo Teppic cuando el gran sacerdote se disponía a salir de la sala del trono.

—¿Alteza?

—Hace unas cuantas semanas ordené que me trajeran una cama de Ankh-Morpork. Supongo que no sabrás qué ha sido de ella, ¿verdad?

Dios movió las manos en un gesto altamente expresivo.

—Alteza, tengo entendido que los piratas de la costa khaliana han incrementado notablemente sus actividades delictivas —dijo.

—E indudablemente los piratas también son responsables de que el experto del Gremio de Fontaneros y Zambulleros no se haya presentado todavía, ¿verdad? —preguntó Teppic con cierta amargura.[13]

—Sí, Alteza. Aunque también es posible que hayan sido los bandidos, Alteza.

—Puede que un pájaro gigante de dos cabezas haya bajado del cielo y se lo haya llevado —dijo Teppic.

—Todo es posible, Alteza —replicó el gran sacerdote.

Sus facciones irradiaban cortesía.

—Puedes irte, Dios.

—Alteza… Alteza, ¿puedo recordaros que los emisarios de Espadarta y Efebas os visitarán a la hora quinta?

—Sí. Puedes irte.

Teppic se quedó solo o, por lo menos, todo lo solo que podía aspirar a estar, lo cual quería decir que su soledad incluía la presencia de dos abanicadores, un mayordomo, dos gigantescos guardias nacidos en Maravillolandia estacionados junto a la puerta y un par de doncellas.

Oh, sí, las doncellas… Teppic aún no había conseguido acostumbrarse a su presencia. Suponía que eran escogidas por Dios —después de todo el gran sacerdote parecía supervisar personalmente todo el funcionamiento del palacio—, y le sorprendía que Dios hubiera demostrado tener tan buen gusto en lo tocante a pieles aceitunadas, pechos y piernas. En el caso concreto de aquellas dos la cantidad de tela que llevaban encima apenas habría servido para cubrir un platito de postre, y lo que resultaba más extraño era que el efecto global de su cuasi desnudez se reducía a convertirlas en dos piezas de mobiliario atractivas, capaces de moverse y tan asexuadas como un par de columnas. Teppic suspiró y se acordó de las mujeres de Ankh-Morpork, aquellas criaturas sorprendentes capaces de ir cubiertas de brocados desde el cuello hasta el tobillo y que pese a ello podían conseguir que un aula llena de adolescentes se sonrojara hasta las raíces de los cabellos.

Extendió un brazo hacia el cuenco de la fruta. Una chica se movió con la velocidad del rayo, le cogió la mano apartándosela delicadamente a un lado y cogió una uva.

—Por favor, no la peles —dijo Teppic—. La piel es lo mejor de la fruta, ¿sabes? Está llena de minerales y vitaminas muy nutritivas. Aunque supongo que no tendrás ni idea de esas cosas, ¿verdad? Las han inventado hace poco —añadió, básicamente para sí mismo—. Bueno, dentro de los últimos siete mil años —concluyó con amargura.

«Así que el tiempo fluye implacablemente y no se detiene nunca, ¿eh? —pensó—. Puede que se comporte así, en el resto del Disco, pero no aquí. Aquí se limita a irse amontonando como si fuese nieve. Es como si las pirámides nos frenaran y nos impidieran movernos del sitio, igual que esas cosas que utilizaban en la embarcación, esas como-se-llamen… ah, sí, las anclas marinas. Aquí todos los días son iguales. Mañana será las sobras de hoy recalentadas y puestas en un plato.»

La doncella no le hizo ningún caso y peló la uva. Los segundos-copos de nieve fueron cayendo sobre las losas.

Los gigantescos bloques de piedra flotaban por los aires y se colocaban en su sitio como si estuvieran tomando parte en una demolición invertida. Fluían de la cantera al solar donde se alzaría la Gran Pirámide deslizándose silenciosamente sobre el paisaje y se movían majestuosamente por encima de las negrísimas sombras rectangulares que proyectaban.

—He de admitir que resulta asombroso —dijo Ptaclusp mirando a su hijo. Estaban inmóviles el uno al lado del otro en lo alto de la torre de observación—. Algún día la gente se preguntará cómo demonios lo hicimos.

—Todoesejaleodelostroncosyloslátigosescosadelpasado,papá—dijo IIb—. Ya puedes tirarlos al cubo de la basura.

El joven arquitecto sonrió, pero la sonrisa tenía algunos matices inquietantes que la acercaban bastante al rictus de un maníaco.

Era asombroso, desde luego. De hecho, era bastante más asombroso de lo que habría debido ser. Ptaclusp IIb no lograba librarse de la sensación de que la pirámide era…

Agarró a su mente por los hombros y le dio una buena sacudida. Debería avergonzarse de estar pensando esas cosas. Dada la naturaleza de su trabajo si no iba con cuidado podía acabar volviéndose muy supersticioso.

Las cosas tenían una tendencia natural a formar una pirámide… bueno, por lo menos un cono. Lo había comprobado aquella misma mañana haciendo unos cuantos experimentos. Trigo, sal, arena… El agua no, claro. Pensándolo bien lo del agua había sido un error. Pero una pirámide no era más que un cono un poquito más pulcro, ¿verdad? Sí, una pirámide era un cono que había tomado la decisión de ser metódico y esmerado.

Quizá se le hubiese ido la mano en las medidas paracósmicas. No mucho, sólo un poquito, pero…

Su padre le dio una palmada en la espalda.

—Un trabajo magnífico —dijo—. ¿Sabes una cosa? ¡Casi se podría decir que la pirámide se está construyendo a sí misma!

IIb lanzó un chillido y se mordió la muñeca, una manía infantil en la que recaía siempre que estaba nervioso, pero Ptaclusp no se dio cuenta porque un capataz había escogido ese mismo instante para ir corriendo hacia el pie de la torre agitando su vara de medir ceremonial.

Ptaclusp se inclinó sobre la barandilla.

—¿Qué? —preguntó.

—¡He dicho que vengáis enseguida, oh amo!

Cuando estabas cerca de la pirámide y contemplabas la superficie de trabajo actual —hacia la mitad de la altura que tendría la pirámide cuando estuviera terminada—, con el hormigueo de trabajadores que se encargaban de ultimar los detalles de las cámaras interiores la palabra «impresionante» dejaba de resultar adecuada. La única palabra que parecía encajar con la situación era «aterradora».

Los bloques de piedra se amontonaban en el cielo moviéndose en una lenta danza colosal yendo y viniendo de un lado a otro mientras sus conductores intercambiaban gritos entre sí o con los infortunados controladores de vuelo situados en la cima de la pirámide, los cuales estaban muy ocupados intentando hacer oír sus instrucciones por encima del estrépito.

Ptaclusp se abrió paso por entre la multitud de trabajadores hasta llegar a su centro. Allí por lo menos había silencio. De hecho, había un silencio absoluto.

—Bueno, bueno —dijo—. ¿Qué está…? Oh.

Ptaclusp IIb echó un vistazo por encima del hombro de su padre y se metió la mano en la boca hasta la muñeca.

El hallazgo estaba muy arrugado. Era muy antiguo, y estaba claro que hubo un tiempo lejano en el que había sido un ser vivo. Ahora yacía sobre la losa y hacía pensar en una pasa tan grande y arrugada que rayaba en la obscenidad.

—Era mi almuerzo —dijo el jefe de escayoladores—. Era mi maldito almuerzo, lo juro. Con las ganas que tenía de hincarle el diente a esa manzana…

—Pero aún no puede ocurrir —murmuró IIb—. Todavía no puede formar nódulos temporales. Quiero decir que… ¿Cómo sabe que va a ser una pirámide?

—Extendí la mano para cogerlo y sentí como si… bueno, no sé muy bien lo que sentí, pero os aseguro que resultó muy desagradable —se quejó el jefe de escayoladores.

—Y además es un nódulo negativo —añadió IIb—. No debería haberlos.

—¿Sigue ahí? —preguntó Ptaclusp, y añadió—: Dime que sí.

—Si han colocado en posición algún otro bloque ya habrá desaparecido —respondió su hijo volviendo la cabeza en todas direcciones—. Los cambios de posición en el centro de masas hacen que los nódulos se muevan, ¿entiendes?

Ptaclusp le cogió del codo y tiró de él apartándolo de los trabajadores.

—¿Qué demonios me estás diciendo? —preguntó en un susurro de camello.[14]

—Tendríamos que taparla —farfulló IIb—. El tiempo atrapado se disiparía, y dejaríamos de tener problemas…

—¿Cómo quieres que la tapemos? Aún falta bastante para que esté terminada, ¿no? —replicó Ptaclusp—. ¿Qué has hecho? Las pirámides no empiezan a acumular energía hasta estar terminadas. Una pirámide no puede acumular energía mientras no sea una pirámide, ¿verdad? Energía piramidal, ¿comprendes? Se llama así porque se acumula en las pirámides, ¿eh? Por eso se llama energía piramidal, ¿no?

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