Pirómides (Mundodisco, #7) – Terry Pratchett

El orgullo profesional de Dil logró abrirse paso a través de la barrera del terror.

—¿Estáis vivo? —preguntó.

—Bueno, creo que era justo lo que se pretendía, ¿no? —replicó el faraón.

Dil asintió. Desde luego, y siempre había creído firmemente que ése era el objetivo final de todo su arte. Aun así, Dil jamás había esperado ver cómo ocurría delante de sus ojos, pero… Había ocurrido, y las primeras palabras —bueno, casi podían considerarse las primeras palabras— pronunciadas por el faraón habían sido una alabanza de su pericia como costurero. Dil abombó el pecho. Ningún otro miembro del Gremio podía presumir de que un cliente le hubiera felicitado.

—Ahí tienes —dijo volviéndose hacia Gern. Los omoplatos del aprendiz estaban haciendo todo lo posible para atravesar la pared—. ¿Has oído lo que le acaban de decir a tu maestro?

El faraón estaba pensando. Empezaba a tener la impresión de que algo andaba mal. Naturalmente, el Otro Mundo era como éste sólo que mejor, y siempre había estado convencido de que cuando llegara a él se encontraría con montones de sirvientes y esas cosas, pero… El Otro Mundo se parecía demasiado a este mundo, y el faraón estaba casi seguro de que Dil y Gern aún no deberían estar en él. Aparte de eso siempre había estado convencido de que los súbditos tenían su propio Otro Mundo. Los dioses eran lo suficientemente considerados para querer que se encontraran a gusto, y ese Otro Mundo reservado a ellos les permitía pasar la eternidad en compañía de gente de su clase y les ahorraba la lógica incomodidad que se siente al estar ocupando un lugar social que no te corresponde.

—Yo… —dijo—. Puede que se me haya escapado algo, pero… No estáis muertos, ¿verdad?

Dil tardó un poco en responder. Algunas de las cosas que había visto últimamente habían hecho que albergara ciertas dudas respecto a si estaba vivo o no, pero al final se vio obligado a admitir que probablemente estaba vivo.

—Entonces, ¿qué está ocurriendo? —preguntó el faraón.

—No lo sabemos, oh rey —dijo Dil—. La verdad es que no tenemos ni idea. ¡Todo ha resultado ser verdad, oh fuente de las aguas!

—¿El qué?

—¡Todo!

—¿Todo?

—El sol, oh gran señor. ¡Y los dioses! ¡Oh, los dioses! ¡Están por todas partes, oh amo del cielo!

—Hemos entrado por la puerta de atrás —dijo Gern, quien había caído de rodillas—. Perdónanos, oh señor de la justicia que ha vuelto para impartir su sin par sabiduría y todo eso. Lamento inmensamente lo mío con Glwenda. Fue un momento de… de… de pasión incontrolable, sí, creo que fue exactamente eso. No pudimos controlarnos. Además fui yo el que…

Dil movió una mano indicándole que se callara. Gern cerró la boca y trató de adoptar la expresión más devota de que era capaz.

—Disculpadme, pero… —dijo Dil volviéndose hacia la momia del faraón—. ¿Podríamos hablar unos momentos sin que nos oyera el chico? Una charla de hombre a…

—¿Cadáver? —dijo el faraón intentando facilitarle un poco las cosas—. Desde luego, desde luego.

—El hecho, oh bondadoso y clemente monarca de… —empezó a decir Dil en un susurro de conspirador.

—Creo que podemos prescindir de todo eso —se apresuró a interrumpirle el faraón—. No quiero malgastar la eternidad en ceremonias. «Rey» será más que suficiente.

—El hecho es… rey… —dijo Dil experimentando una leve punzada de excitación al verse tratado casi como un igual—, es que el joven Gern cree que todo lo que ha ocurrido es culpa suya. Le he dicho ya no sé cuántas veces que los dioses no se habrían tomado tantas molestias por un chico que está creciendo y que tiene los impulsos lógicos de su edad, no sé si me seguís… —Hizo una pausa y puso cara de preocupación—. Eh… Los dioses no se pondrían así por algo tan insignificante, ¿verdad?

—Francamente no lo creo —dijo el faraón—. Si se tomaran tan en serio ese tipo de cosas no nos los quitaríamos de encima ni un momento.

—Es justo el argumento que le di —dijo Dil sintiendo un inmenso alivio—. Es un buen chico, señor, pero su madre es un poco rara y siempre se ha tomado muy en serio todo lo relacionado con la religión. «No nos los quitaríamos de encima ni un momento», ésas fueron mis mismas palabras… Señor, os agradecería muchísimo que hablarais con él. Si pudierais quitarle ese peso de encima…

—Será un placer —dijo el faraón amablemente.

Dil se acercó un poquito más.

—Señor, la verdad es que estos dioses no son como deberían ser. Les hemos estado observando, señor… al menos yo les he observado. Subí al tejado, ¿sabéis? Gern no quiso subir y se escondió debajo del banco. ¡Hay algo raro en ellos!

—¿Como qué?

—¡Pues para empezar el que estén aquí, señor! Eso no está bien, ¿verdad? Quiero decir que… Ya sé que los dioses están en todas partes y es lógico que estén aquí, pero de esta forma no. Y van de un lado a otro y se pelean entre ellos y le gritan a la gente. —Miró hacia ambos lados antes de seguir hablando—. Preferiría que esto quedara entre vos y yo, señor, pero me parece que no son demasiado listos.

El faraón asintió.

—¿Y qué están haciendo los sacerdotes? —preguntó.

—Vi cómo un grupo de ellos arrojaba un sacerdote al río —replicó Dil.

El faraón volvió a asentir.

—Creo que han hecho bien —dijo—. Parece que por fin empiezan a pensar con un poco de sentido común.

—¿Sabéis qué opino yo, señor? —dijo Dil con voz algo nerviosa—. Me parece que todas nuestras creencias se están convirtiendo en realidad. Ah, y me he enterado de otra cosa, señor… Esta mañana (si es que era esta mañana, supongo que ya me entendéis, porque no hay que olvidar que el sol no para de moverse y aparte de eso es un sol bastante raro), pues esta mañana unos cuantos soldados intentaron ir por el camino que lleva a Efebas y… ¿Sabéis qué descubrieron?

—¿Qué descubrieron?

—¡Que el camino de salida del reino lleva adentro! —Dil dio un paso hacia atrás para ilustrar mejor la seriedad de aquellas revelaciones—. Empezaron a subir por las rocas y de repente se encontraron caminando por el camino de Espadarta. Es como si el camino se curvara sobre sí mismo. Estamos encerrados y no podemos salir, señor. Hemos quedado atrapados con nuestros dioses…

«Y yo estoy atrapado dentro de mi cuerpo —pensó el faraón—. Así que todo cuanto creíamos ha resultado ser verdad, ¿eh? Y aquello en lo que creíamos tiene muy poco que ver con lo que creíamos eran nuestras creencias… Un momento, un momento. O sea que… Estábamos convencidos de que creíamos que los dioses eran sabios, justos y poderosos, pero lo que realmente creemos es que son más o menos como nuestros padres después de haber tenido un mal día. Y creíamos que el Otro Mundo era una especie de paraíso, pero en realidad creemos que está aquí mismo y que llegas a él en tu cuerpo y yo estoy en el Otro Mundo y no saldré nunca de él. Nunca, nunca, nunca…»

—¿Qué dice mi hijo de todo esto? —preguntó.

Dil tosió. La tos pertenecía a la variedad ominosa. Algunos idiomas tienen el detalle de utilizar un signo de interrogación al principio de la frase para advertirte de que lo que vas a oír es una pregunta; ésta era la clase de tos que te advierte de que lo que vas a oír es una elegía fúnebre.

—No sé cómo deciros esto, señor… —murmuró Dil.

—Venga, venga, no perdamos más tiempo.

—Señor… dicen que ha muerto, señor. Dicen que se quitó la vida y que huyó.

—¿Que se quitó la vida?

—Lo siento, señor.

—¿Y que huyó después de quitarse la vida?

—En un camello, dicen.

—Parece que nuestra familia lleva una existencia de ultratumba como muy activa, ¿verdad? —observó el faraón en un tono de voz bastante seco.

—Perdonad, señor, me temo que no os he entendido.

—Quiero decir que se puede afirmar que esas dos afirmaciones son mutuamente exclusivas.

El rostro de Dil se convirtió en una masa de inexpresividad impregnada por las mejores intenciones posibles.

—Quiero decir que las dos no pueden ser verdad al mismo tiempo —le explicó el faraón intentando sacarle del atasco mental.

—Ejem… —dijo Dil.

—De acuerdo, pero yo soy un caso especial —dijo el faraón, que podía ser muy tozudo cuando quería—. En este reino creemos que sólo puedes aspirar a gozar de la vida después de la muerte si has sido mommmmmm…

Se calló.

Era demasiado horrible. Era tan horrible que resultaba impensable, pero aun así el faraón estuvo pensando en ello durante unos momentos.

—Tenemos que hacer algo al respecto —dijo por fin.

—¿Os referís a vuestro hijo, señor? —preguntó Dil.

—Olvídate de mi hijo. No está muerto. Si estuviera muerto yo lo sabría —replicó secamente el faraón—. Sabe cuidar de sí mismo. Es mi hijo, ¿no? No, son mis antepasados los que me preocupan.

—Pero si están muertos… —empezó a decir Dil.

Ya se ha dicho que Dil tenía muy poca imaginación. En un trabajo como el suyo tener muy poca imaginación resultaba imprescindible, pero eso no quiere decir que no tuviera un poquito. Los ojos de su mente contemplaron un panorama de pirámides que se extendían a lo largo del río, y los oídos de su mente se lanzaron hacia puertas tan sólidas que ningún ladrón sería capaz de abrir y se pegaron a ellas.

Y oyeron los arañazos.

Y los golpes.

Y los gritos ahogados.

El faraón puso un brazo envuelto en vendajes sobre sus hombros temblorosos.

—Ya sé que puedes hacer maravillas con una aguja, Dil —dijo—. Eh… ¿Qué tal se te da manejar el mazo?

Copolímero, el mayor narrador de toda la historia del mundo, se echó hacia atrás, sonrió y contempló a las mentes más eximias del mundo sentadas a la mesa.

Teppic había añadido otro dato a su almacén de conocimientos. «Simposio» quería decir tomar el té con cuchillo y tenedor.

—Bien… —dijo Copolímero, y empezó a contar la historia de las guerras con Espadarta—. Veréis, lo que ocurrió fue que él se la llevó de vuelta a casa, y su padre… no me refiero al viejo rey sino al anterior, pero ya no me acuerdo de cómo se llamaba, el que se casó con una chica de Elharib, y recuerdo que era un poquito bizca… ¿Cómo demonios se llamaba? Me parece que su nombre empezaba con una P. ¿O era una L? Bueno, seguro que era una de esas dos letras, y su padre tema una isla en la bahía, Papilos creo que se llamaba… No, estoy contando una mentira, era Crinix. Bien, el rey (el otro rey, ¿eh?) reunió un ejército y ellos… Elenor, justo, así se llamaba. Y era un poquito bizca, no lo olvidemos, pero dicen que a pesar de eso era bastante atractiva, y cuando digo que se casaron pues… en fin, supongo que no hace falta que entre en detalles, ¿verdad? Fue un poquito extraoficial, no sé si me explico… Eh… En fin, el caso es que había un caballo de madera y después de que se metieran dentro de él… ¿Os había hablado del caballo? Era un caballo, sí, estoy prácticamente seguro de que era un caballo. O quizá fuese una gallina… ¡Como me descuide un poco lo próximo que olvidaré será mi nombre, ja, ja! Fue idea de… de… del que cojeaba, sí, de ése. Sí. El de la pierna coja y… ¿Os he hablado de él? Bueno, pues hubo una pelea y… no, creo que el de la pelea fue el otro. Sí. En fin, el caso es que el cerdo de madera (una idea condenadamente astuta, dicho sea de paso), pues el cerdo en cuestión estaba hecho de… de… Lo tengo en la punta de la lengua. Un momento… De madera, claro. Pero eso ocurrió después, ¿sabéis? ¡Ah, sí la pelea! Casi me olvidaba de la pelea, sí. Fue una pelea condenadamente buena. Todo el mundo chillando y golpeando los escudos con la espada, ya os lo podéis imaginar, y la armadura de… de… bueno, la armadura de como se llamara resplandecía como resplandece una armadura resplandeciente de buena calidad. Oh, fue una pelea realmente soberbia, sí, y los que pelearon eran el… el cojo no, el otro, el… ¡El pelirrojo! Sí, ése, ya sabéis a quién me refiero, era un tipo muy alto que ceceaba un poco. Esperad, esperad, me acabo de acordar… Era de otra isla. Ése no, ¿eh?, el otro, el cojo… No quería irse, y él dijo que estaba loco. ¡Pues claro que estaba loco, caramba! En fin, no sé qué opinaréis vosotros, pero… ¡Una vaca de madera, nada menos! Y entonces el rey, no, ese rey no, el otro, vio al chivo y dijo: «Temo a los hombres de Efebas, especialmente cuando están lo bastante chiflados para dejar una res de madera tan condenadamente grande delante de la puerta, menuda cara dura, esos tipos se deben creer que nacimos ayer y que aún nos chupamos el dedo, prendedle fuego y no se hable más del asunto.» Y, naturalmente, el como-se-llame ya había entrado por la puerta de atrás y después pasaron toda la ciudad a cuchillo y se acabó el reírse, claro. ¿Os he dicho que bizqueaba? Decían que era guapa, pero ya se sabe que sobre gustos… Sí, sí. En fin, así es como ocurrió. Bien… Naturalmente como-se-llame (creo que se llamaba Melícano, y cojeaba), pues Melícano quería volver a casa, es comprensible, ¿no?, recordad que llevaban años allí y cada día que pasaba era un día más viejo y, francamente, ya estaba harto, y por eso dijo que había tenido aquel sueño en el que vio al no sé qué de madera. Sí, sí… No, miento. El que tenía el problema con la rodilla era Hermoseus. Oh, sí, fue una pelea de lo mejorcito que se ha visto, podéis creerme.

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