¡Guardias! ¡Guardias! (Mundodisco, #8) – Terry Pratchett

—¡No se te ocurra volver a hacerme una cosa así! —rugió—. ¡Eres un Guardia de la Ciudad! ¡No quiero volver a oír hablar de eso de las leyes!

—¡Pero son muy importantes! —señaló Zanahoria con seriedad, siguiendo a su superior hacia una calle aún más estrecha.

—No tan importantes como seguir vivo y entero —replicó Nobby—. ¡Bares de enanos! Si tienes algo de sentido común, chico, entrarás aquí conmigo. Y en silencio.

El muchacho alzó la vista hacia el edificio al que acababan de llegar. Estaba algo alejado del lodo de la calle. Los sonidos de una bebida seria llegaron hasta ellos. Sobre la puerta se veía un destartalado letrero con el dibujo de un tambor.

—Es una taberna, ¿no? —señaló Zanahoria, pensativo—. ¿Abierta a estas horas?

—No veo por qué no —replicó Nobby al tiempo que abría la puerta—. A mí me parece muy útil. Es el Tambor Remendado.

—¿Sirven bebidas alcohólicas? —preguntó el chico mientras buscaba por las páginas del libro.

—Espero que sí —asintió Nobby. Hizo un gesto de saludo en dirección al troll contratado en el Tambor como asesinón—[10]. Buenas noches, Detritus. Le estoy enseñando el barrio al novato.

El troll gruñó y con un brazo imposiblemente sucio les hizo un gesto para que pasaran.

El interior del Tambor Remendado era ahora legendario y había pasado a la historia como la famosa taberna de peor reputación del Mundodisco, así como punto de visita obligatorio en la ciudad. Tanto era así que el nuevo propietario, tras hacer unas remodelaciones inevitables, se había pasado días recreando la capa original de polvo, hollín y otras sustancias menos identificables en las paredes. Incluso importó una tonelada de basura semipodrida para el suelo. Los clientes eran los habituales héroes, asesinos, mercenarios, criminales y villanos, y sólo un análisis microscópico habría podido diferenciar a unos de otros. Espesas espirales de humo reptaban hacia el techo, quizá para no tocar las paredes.

La conversación murió un instante cuando entraron los dos guardias, pero luego volvió a la normalidad. Un par de bebedores saludaron a Nobby.

Éste se dio cuenta de que Zanahoria estaba muy ocupado.

—¿Qué haces? Oye, nada de hablar de madres aquí, ¿entendido? —le advirtió.

—Estoy tomando notas —respondió Zanahoria, sombrío—. Tengo una libreta.

—Así me gusta —asintió Nobby—. Ya verás cómo te encanta este lugar. Yo vengo aquí siempre a cenar.

—¿Cómo se escribe «infracción»? —preguntó el chico al tiempo que pasaba una página.

—Con un lápiz —replicó su superior, abriéndose camino a codazos. Un raro impulso generoso se adueñó de su mente—. ¿Qué quieres beber?

—No creo que sea apropiado —señaló Zanahoria—. Además, de la Bebida Nacen los Vicios.

Sintió una mirada penetrante en la nuca, y se volvió para encontrarse frente a frente con el rostro amable de un orangután.

Estaba sentado junto a la barra, con una jarra de cerveza y un platito de cacahuetes ante él. Hizo un gesto amistoso con la jarra en dirección a Zanahoria, y luego bebió ruidosamente, al parecer por el sistema de hacer que su labio inferior formara una especie de embudo prensil. Aquello sonaba como una bañera al vaciarse.

Zanahoria dio un codazo a Nobby.

—Hay un mon… —empezó.

—¡No lo digas! —se apresuró a interrumpirlo su superior—. ¡No digas esa palabra! Es el bibliotecario. Trabaja en la Universidad. Siempre pasa por aquí para tomarse una copa antes de acostarse.

—¿Y a la gente no le importa?

—¿Por qué iba a importarles? Cuando le toca el turno, cede el taburete, como todo el mundo.

Zanahoria se volvió y miró al simio. Se le ocurrían un montón de preguntas a la vez, por ejemplo: ¿Dónde guarda el dinero? El bibliotecario captó su mirada, la malinterpretó y empujó el platito de cacahuetes hacia él.

Zanahoria se irguió en toda su impresionante estatura y consultó su libreta de notas. La tarde que había pasado leyendo Las Leyes y Ordenanzas había cundido mucho.

—¿Quién es el propietario, arrendatario o…, a ver…, o encargado de estas instalaciones? —preguntó a Nobby.

—¿El qué? —se sorprendió el menudo guardia—. ¿El encargado? Pues supongo que quien está al cargo esta noche es Charley. ¿Por qué? —preguntó al tiempo que señalaba a un hombretón corpulento, cuyo rostro era una telaraña de cicatrices.

Éste se detuvo en su tarea de extender la suciedad uniformemente por los vasos mediante el sistema de frotarlos con un paño húmedo, y dirigió a Zanahoria un guiño de complicidad.

—Charley, te presento a Zanahoria —dijo Nobby—. Está durmiendo en casa de Rosie Palma.

—¿Cómo, todas las noches? —se asombró Charley.

Zanahoria se aclaró la garganta.

—Si usted es el encargado de este local —declamó—, es mi deber informarle de que está arrestado.

—¿Restado de qué, hijo? —preguntó Charley, todavía limpiando los vasos.

Arrestado — siguió el muchacho—, a la espera de presentación de cargos por los siguientes hechos, 1) (i) el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, usted a) sirvió o b) permitió que se sirvieran bebidas alcohólicas después de las 12 (doce) de la noche, contraviniendo las ordenanzas que legislan los locales públicos según el Acta de 1678, y 1) (ii) el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, usted sirvió o permitió que se sirvieran bebidas alcohólicas en recipientes que no cumplen las normas de tamaño y capacidad previstas en la citada Acta, y 2 (i) que el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, permitió que los clientes llevaran sin fundas armas de filo cuya medida excedía los 18 (dieciocho) centímetros, contraviniendo la Sección Tres de la citada Acta y 2) (ii) el 18 de grunio, en un local conocido como el Tambor Remendado, en la Calle Filigrana, usted sirvió o permitió que se sirvieran bebidas alcohólicas en un local que carece de la correspondiente licencia para la venta o consumición de dichas bebidas, contraviniendo la Sección Tres de dicha Acta.

Se hizo un silencio de muerte mientras Zanahoria pasaba una página más y continuaba:

—También es mi deber informarle de que tengo intención de presentar pruebas ante la justicia para que se utilicen en el juicio por otros delitos contra el Acta de Juego Público, 1567, el Acta de Higiene en Locales Públicos, 1433, 1456, 1463, 1465, eh…, y de la 1470 a la 1690, además de… —Miró de soslayo en dirección al bibliotecario, que sabía que se avecinaban problemas y se estaba acabando su cerveza apresuradamente—. Contravenciones del Acta sobre Animales Domésticos y de Granja (Cuidado y Protección), 1673.

El silencio que siguió a sus palabras tenía una rara cualidad de expectación, de respiración contenida, mientras los clientes de la taberna esperaban a ver qué sucedía a continuación.

Charley dejó cuidadosamente el vaso, cuyas manchas brillaban ahora, y bajó la vista hacia Nobby.

Nobby trataba de fingir que estaba completamente solo y que jamás en su vida había tenido relación alguna con quienquiera que fuese el que estaba a su lado y por casualidad llevaba un uniforme idéntico.

—¿Qué dice éste de la justicia? Aquí no tenemos de eso.

El guardia, aterrorizado, se encogió de hombros.

—Es nuevo, ¿verdad? —insistió Charley.

—Tiene derecho a permanecer en silencio —siguió Zanahoria.

—No es nada personal, espero que lo comprendas —dijo el encargado de la taberna a Nobby—. Es una comosellame. El otro día pasó por aquí un mago que hablaba de eso. Una cosa torcida de la educación, ¿sabes lo que quiero decir? —Pareció meditar un instante—. Una curva de aprendizaje. Eso era. Es una curva de aprendizaje. Detritus, mueve ese trasero de piedra, ven aquí un momento.

En instantes como éste, algún cliente del Tambor Remendado deja caer siempre un vaso. Eso mismo fue lo que sucedió.

El capitán Vimes corrió por la Calle Corta (la más larga de la ciudad, una prueba del sentido del humor morporkiano, famoso por su sutileza) mientras el sargento Colon trataba de seguir su ritmo sin dejar de protestar. Nobby estaba junto a la puerta del Tambor, dando saltitos. En momentos de peligro, tenía una manera de trasladarse de un lugar a otro sin al parecer moverse por el espacio intermedio, cosa que hubiera sido la envidia de cualquier medio de transporte de materia.

—¡Está peleando ahí dentro! —tartamudeó, agarrando al capitán por un brazo.

—¿Él solo? —se sorprendió Vimes.

—¡No, con todo el mundo! —gritó Nobby sin dejar de dar saltitos.

—Oh.

La conciencia le decía: Somos tres. Él lleva el mismo uniforme. Es uno de tus hombres. Acuérdate del pobre Gaskin.

Otra parte de su cerebro, la parte odiosa y despreciable que le había permitido sobrevivir en la Guardia durante los diez últimos años, dijo: Es de mala educación interrumpir a la gente. Esperaremos hasta que acabe, y luego le preguntaremos si quiere ayuda. Además, la Guardia no debe intervenir en las peleas. Es mucho más sencillo entrar cuando han acabado y detener a los que queden en pie.

Se oyó un estrépito cuando una ventana cercana se rompió desde el interior y lanzó a uno de los camorristas hacia la acera contraria.

—Creo —dijo el capitán con cautela— que debemos hacer algo rápidamente.

—Es cierto —asintió el sargento Colon—. Si seguimos aquí, podrían hacernos daño.

Se deslizaron sigilosamente calle abajo, hasta llegar a un punto donde no se oía tanto el crujido de la madera al romperse y el chasquido del cristal al quebrarse, y tuvieron buen cuidado de no mirarse entre ellos. En la taberna se oía algún que otro grito, y también, a intervalos frecuentes, un misterioso sonido, como si alguien estuviera golpeando un gong con la rodilla.

Se quedaron allí de pie, envueltos en un silencio avergonzado.

—¿Has tenido ya vacaciones este año, sargento?

—Sí, señor. Envié a mi esposa a Quirm el mes pasado, a ver a su tía.

—Me han dicho que Quirm es muy bonito en esta época del año.

—Sí, señor.

—Que hay muchos geranios y todo eso.

Una figura salió despedida por una de las ventanas superiores y se estrelló contra el suelo.

—Allí es donde tienen un reloj de flores, ¿no? —insistió el capitán a la desesperada.

—Sí, señor. Es muy bonito, señor. Todo hecho de flores, señor.

Se oyó un ruido que recordaba mucho al que hace algo al golpear algo repetidamente con algo de madera y muy pesado. Vimes cerró los ojos.

—No creo que el pobre hubiera sido feliz en la Guardia, señor —lo consoló el sargento.

La puerta del Tambor Remendado se había roto tan a menudo durante las peleas que hacía poco habían instalado unas bisagras especialmente resistentes, y el hecho de que el siguiente golpe terrible arrancara de la pared toda la puerta junto con el marco decía mucho en favor de su calidad. En el centro del caos, una figura trató de incorporarse sobre los codos, dejó escapar un gemido y se derrumbó de nuevo.

—Bueno, parece que eso es todo… —empezó a decir el capitán.

Nobby lo interrumpió bruscamente.

—¡Es ese maldito troll!

—¿Qué? —se sorprendió Vimes.

—¡Es el troll! ¡El que tienen en la puerta!

Se acercaron con toda cautela.

Desde luego, era Detritus, el asesinón.

Es muy difícil hacer daño a una criatura que, la mires por donde la mires, está hecha de piedra. Pero, al parecer, alguien lo había logrado. La figura caída gemía como si fuera un par de ladrillos entrechocando.

—Esto sí que es una novedad —dijo el sargento vagamente.

Los tres se dieron la vuelta y contemplaron el rectángulo de luz brillante que ocupaba el lugar donde había estado la puerta. Desde luego, las cosas parecían haberse calmado mucho en el interior.

—No pensaréis que va ganando, ¿verdad? —preguntó el sargento.

El capitán tensó la mandíbula.

—Lo averiguaremos —dijo—. Se lo debemos a nuestro camarada guardia.

Tras ellos, se escuchó un gemido. Se volvieron y vieron a Nobby, saltando a la pata coja y sujetándose el otro pie con ambas manos.

—¿Qué te pasa?

A modo de respuesta, Nobby siguió gimoteando.

El sargento Colon lo comprendió enseguida. Aunque el comportamiento de la Guardia se podía definir generalmente como una mezcla entre obsequioso y cauteloso, no había ni uno solo de ellos que no hubiera catado en un momento u otro los puños de Detritus. Nobby se había limitado a intentar resarcirse, siguiendo la tradición de los policías de cualquier lugar.

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