El ladrón de humo (Drákon #1) – Shana Abe

Ella sabía todo eso, además de las pautas y las vueltas del plan de esa noche. Sin embargo, Christoff no le había contado el resto: que, simplemente, la deseaba allí, al aire libre, con él. Que si permanecía junto a él en esa favorable luz de antorcha brillante, su rostro sería inolvidable, cada uno de sus movimientos atado a los de él. Era su segundo mensaje secreto para Williams y cada uno de los demás miembros de los drakones que acechara esos terrenos: Rué ya tenía dueño.

Además, de ninguna manera le permitiría hacer lo que quisiera esa noche. Al menos allí estaba rodeada y protegida por lo mejor de su clase.

—Es una idea tonta —susurró su amada.

—Funcionó en ti, milady.

—¿De verdad? —Le echó una mirada de reojo—. Me parece recordar que escapé del Stewart con bastante facilidad.

—Sólo porque fui demasiado caballero como para perseguirte.

Sus cejas se levantaron; rio por lo bajo.

—¡Ah!… ¿Eso fue lo que sucedió?

—Bueno… más o menos —agregó mientras se encogía de hombros—. Eso, y tu belleza que me cautivó de manera sorpresiva.

—Más bien fue la multitud que corría con prisa detrás de ti.

—Fue un pequeño… inconveniente. ¡

—Parecías el salmón solitario que nadaba río arriba, milord.

—¿Lo viste?

—Estaba allí.

Se detuvieron delante de una fuente de sirenas y delfines de mármol. El agua burbujeaba desde una maciza criatura marina esculpida en la cima. Las gotitas capturaban la luz que se reflejaba de los faroles para hacer rebotar fuego líquido por los rostros y las colas de piedra. Él la observaba mirar el entorno. Rué tenía la cabeza inclinada de manera pensativa, como si las sirenas guardaran algún secreto profundo y oscuro que necesitara descifrar.

La luz grababa su perfil en plata y oro; estaba pálida como las sirenas pero mucho más encantadora. Él se dio cuenta de que su mirada vagaba hacia abajo, hacia el escote abierto del vestido, enmarcado en crepé y un escaso ribete de encaje.

No usaba pañuelo por modestia esa noche; las cintas de la capa estaban atadas justo en la base de su garganta y los extremos colgaban en insinuaciones satinadas sobre sus pechos.

Había ajustado una flor rosada en los pliegues del crepé que se elevaban y caían con el ritmo de su respiración. Christoff intentaba disminuir su propia respiración para igualarla.

Los grillos cantaban. A lo lejos, alguien reía. La fuente mantenía el ritmo de una música tranquila y fluida que llenaba sus oídos.

—¿Y serás un caballero también esta noche? —preguntó en voz baja, inmóvil.

—No. —Tomó una flor de cerezo, aplastó los pétalos y los convirtió en perfume entre sus dedos—. Esta noche seré otra persona.

El rostro de ella se inclinó hacia el suyo. Su mirada hizo un recorrido desde la flor hasta él. Sus labios se abrían. Parecía que iba a hablar cuando una nueva voz despreocupada interrumpió por encima del hombro de él.

—¡Langford! ¡Cielo Santo! ¿En verdad eres tú? ¡Oímos que ya te habías retirado a tus húmedas colinas del norte!

Kit dejó caer la flor al sendero y llevó a Rué a su lado mientras se daba la vuelta para mirar al grupo que se les aproximaba. Reconoció a la persona que hablaba de inmediato y con junto a ella, había una multitud de dandis. El esposo de la duquesa de Monfield, sin embargo, no estaba a la vista.

La conocía un poco mejor de lo que la sociedad permitía. Había sido fascinante al principio, de la manera en que podría serlo un nuevo vino fino, picante en la lengua, pero eso era todo. Le había permitido unos pocos besos robados pero nada más. Para su tercer encuentro, él no quería nada más de todos modos. Se aburría con su constante parloteo sobre vestidos, conocidos y bailes. Para el cuarto encuentro, había decidido dejar de verla de manera definitiva. Entonces —seis meses, un año más tarde— oyó que había atrapado su pez y se había comprometido. Pobre Monfield; Christoff tampoco lo conocía pero debía sentir lástima por cualquier hombre encadenado a una mujer que vivía sólo para el cotillón y la alta costura.

—Su Alteza. —La saludó y soltó la mano de Rué para inclinarse ante la de Letty—. Sin duda sabes que rara vez conviene hacer caso a los rumores.

—Es verdad —Letty rió—. Pero, ¿quién no adora un buen chisme? Escuché el más increíble sobre ti de boca de Cynthia Meir. —Sus ojos fueron hacia los de Rué, brillantes, calculadores, mientras sus labios se curvaban expectantes. Estaba cubierta de piedras preciosas y perifollos, empapada en ese empalagoso perfume francés que siempre usaba. En ese instante, la memoria de Kit comenzó a despertar. Su sonrisa vacilaba. Un pequeño frunce de sus cejas hizo un pliegue en su frente impecable.

—Su Alteza —dijo Christoff otra vez de manera formal, con otra reverencia—. Le presento a Clarissa, marquesa de Langford.

El cortejo lo entendió antes que la duquesa. Se movieron e hicieron un sonido de desaprobación. Sin embargo, Letty sólo quedó ahí parada un rato muy largo, mirando a Rué, quien también la miraba, sin sonreír, para luego hundirse en una reverencia elegante. La fuente salpicaba y murmuraba.

—Ah —dijo Letitia por fin, apenas una sombra demasiado reluciente. Tomó las manos de Rué— ¡Mi querida! Qué encantadora. No tenía idea. ¡Kit, picarón! ¿Viene del campo?

—Tú dirías eso —dijo Christoff con los ojos puestos sobre su nueva esposa inquietamente silenciosa.

—¿No es fascinante? —dramatizó Letty mientras le dirigía una sonrisa a Rué—. Eres la más dulce damita de campo. ¿No lo creen?

—Qué collar magnífico, Su Alteza —dijo Rué, devolviéndole la sonrisa con una ferocidad repentina y despiadada—. Rara vez vi rubíes tan finamente combinados. Y qué bien le sientan con el vestido.

Letty levantó una mano enguantada hasta la garganta.

—Bueno, yo…

—Ilumina por completo este jardín monótono. —Rué se dio la vuelta hacia Kit—. Langford —exclamó su esposa utilizando precisamente el mismo tono cantarín de Letty—, debo tener uno exactamente igual a ese.

La duquesa rio con incomodidad.

—Vaya, es una reliquia de familia, Lady Langford.

—¿Lo es? —Su voz se oscureció—. ¿Le importaría mucho si lo mirara más de cerca?

—Cariño, se nos hace tarde —dijo Kit, y llevó por la fuerza a Rué de vuelta con él—. Le ruego que nos disculpe. Tenemos una cita romántica que no podemos perder. —Y antes de que los hombres alrededor de ellos terminaran sus reverencias, ambos ya se dirigían hacia una extensión particularmente oscura de los jardines.

Cuando estaban lo suficientemente alejados, él le habló.

—¡Cuánto más tranquila sería mi vida si fueras aunque sea un poquito menos testaruda!

—Quizás deberías haber considerado eso antes de casarte conmigo. —Pateó una piedrita—. Y ahora todos van a llamarme Clarissa —agregó de mal humor.

—Sólo los que no te agradan. Piensa cuánto simplificará las cosas.

Un hombre en chaqueta de marinero apareció por detrás de un sauce del sendero; al levantar una jarra de cerveza hasta su boca, sus ojos encontraron los de ellos. Kit le hizo un leve movimiento de reconocimiento con la cabeza y el guardia drakon volvió a marcharse hacia los árboles. Rué siguió su figura hasta que desapareció.

—¿Te agradó el collar? —preguntó Kit para distraerla.

—La duquesa de Monfield tiene una tendencia bastante obstinada a arreglarse demasiado. Es una de las razones por las que me hice amigo de ella como conde. —Pasaron por un pabellón rodeado de carraspiques y lavandas incipientes; una pareja en las sombras de un banco intercambiaba susurros. Rué no los miró.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Hacer qué?

—Hacerte amigo de Su Alteza. ¿O me atrevo a adivinar?

Kit sintió que la mandíbula se le tensaba y con alevosía, la relajó.

—No somos amigos.

—¡Ah! —y añadió luego—. Comienzo a entender a Melanie un poco mejor ahora.

—¿De veras?

—No debe ser agradable saber que puedes ser reemplazada con tanta facilidad.

El sarcasmo lo dejó absorto y sorprendentemente conmovido. Sin embargo, logró un tono equilibrado.

—No tenía idea de que pensaras eso de mí.

—Mil perdones.

Se acercaron a una fuente escalonada de espejos. Cada parte de la misma estaba cubierta de cristal. El agua se levantaba y caía en destellos de diamante. Casi demasiado brillante para contemplar. Reflejaba puntos de brillos plateados que blanqueaban los colores de alrededor. Rué le hablaba con la mirada fija en el suelo.

—¿Viste la pintura en el tocador de Su Alteza? Quedé pasmada. Un Watteau está tan pasado de moda últimamente.

—No lo vi. Como debes saber sin duda.

—Apenas sé algunas cosas, Lord Langford —respondió muy seria, y se detuvo en uno de los lugares más profundos en la oscuridad. Le soltó el brazo—. ¿No te das cuenta de eso? Todo lo que en verdad sé de ti son rumores, recuerdos y sueños muy antiguos. Sólo un poco más que la estúpida de Letty. —Lanzó una risa baja y triste—. Y ahora me presentas como tu esposa.

Kit miró a su alrededor. Delante sólo había más fuentes y más personas, parejas, grupos de cuatro y un nudo escandaloso de jóvenes que rodeaban la curva del camino. Pero también había un obelisco a su izquierda que se levantaba nevado y erguido desde un denso lecho de hiedra. Hizo que se detuvieran allí, aplastando la planta trepadora debajo de los pies. Una vez que salieron de la vista de los demás, le soltó la mano.

—Me harté un poco de hacer el papel de villano constantemente, mi amor. Sólo soy lo que me obligaron a ser. No soy un demonio y tal vez no sea especialmente bueno. Cuido de muy pocas cosas: la Comunidad, mi nombre, mi posición. Y a ti. Si te agrada poner piedras en nuestro camino, adelante. Al menos conozco mi propio corazón, tan oscuro como pueda ser. No me disculpo por mi pasado, Rué, así que no lo esperes. Tampoco lo exigiré de ti.

Apenas podía distinguir el rostro de ella. Estaban en la profundidad de una gran sombra, protegidos de las antorchas y de los espejos. Sólo el débil balbuceo de las fuentes y la gente eran el recordatorio de que no estaban verdaderamente solos. Sin embargo, podía escucharla respirar. Podía sentir su creciente tirantez, que se hacía cada vez más profunda y tensa.

—Piedras —murmuró después de un momento—. Creo que más bien son rocas.

Christoff suavizó la voz.

—Me conoces, ratoncita. Es posible que no te agrade por completo lo que sabes y es probable que no te guste admitirlo, pero me conoces, tan profunda y completamente como yo a ti. Es nuestra manera. Con o sin iglesia ni formalidades ni testigos, estamos casados porque somos iguales. La misma esencia, la misma alma, el mismo maldito mandato. Pero no puedo cambiar ni un solo segundo del pasado. No eres Melanie, ni Letitia. No eres las estrellas sino la bendita noche, ¿lo recuerdas? Sólo para ser claro de una vez por todas: eso te hace completamente irremplazable.

Creía que podía verla un poco mejor, ahora que sus ojos se habían adaptado a la oscuridad. Aún era sólo la sombra de una joven, con ojos de ciervo, rostro ovalado, una expresión que podría haber guardado asombro o placer o un desprecio abrasador.

Inclinó la cabeza hacia la de ella. Puso una mano sobre los rizos marfil de sus hombros y encontró su boca. Exhaló con suavidad sobre su piel y su lengua resbaló entre los labios de ella. Sabía a rouge, a lirios y al fresco matiz de la prolongación de la noche. Kit se apartó antes de olvidarse de sí mismo. Controló la respiración mientras pasaba la palma de sus manos hacia arriba y abajo con suavidad por los brazos de ella.

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