El mentiroso – Mikel Santiago

—¡Ibai! —gritó su madre, que hasta ese momento había estado mirando la televisión.

Era una rubia muy guapa. Con una nariz recta muy bonita. Irati.

—Perdone —se disculpó sonriéndome—, están muy alborotados.

—No pasa nada —respondí mientras le revolvía el cabello a su hijo.

Noté algo en sus ojos al oír mi voz. ¿Me había reconocido? No dijmos nada más. Ella me dedicó una última mirada de duda antes de volver la vista al televisor donde el rostro de Félix parecía observarnos a todos como un Gran Hermano.

Sus dos ojos negros parecían preguntar: «¿Quién de todos vosotros?».

¿Quién?

2

Txemi Parra me abrió la puerta envuelto en su edredón rojo, el pelo revuelto y un batido de frutas detox en la mano.

—¿Un Mario Kart? —dijo emanando un aliento de fiesta.

—No, hoy no estoy de humor.

El salón todavía presentaba signos de la batalla. Botellines de cerveza, CD desperdigados (y no precisamente para escuchar música) y alguna prenda femenina.

—Siento el desastre. Anoche fue una liada de las gordas.

—Ya veo —dije caminando entre aquellas ruinas.

Txemi me ofreció un trago. Dije que no.

—Pero ¿qué te pasa? Estás raro.

—¿Has oído las noticias sobre Félix Arkarazo?

—¿Félix? —dijo Txemi—. No… No he oído nada. Me acabo de levantar. ¿Qué ha pasado?

Le hice un pequeño resumen de la desaparición de Félix Arkarazo. Txemi, incrédulo, fue a corroborarlo en su portátil.

—Joder, es cierto —dijo después de sentarse y darle un trago a su zumo detox, que le dejó un bonito bigote de color azul arándano—, y precisamente estuvimos hablando de él. Aquí dicen que le han secuestrado.

—Otros opinan que lo han matado.

—La hostia. Era un tío raro, pero no le deseo ningún mal.

—¿Seguro? —pregunté clavándole los ojos.

Txemi me miró desconcertado.

—Tienes algo raro en la mirada, Álex. ¿Qué te pasa?

Me encendí un cigarrillo.

—Alguien se ha ido de la lengua y tengo una teoría de quién, Txemi. Igual tú puedes ayudarme a completar el puzle.

Tardó un segundo en reaccionar.

—Claro, inténtalo.

—No sé cómo… pero Félix se enteró de mis asuntos farmacológicos. Me he cuidado hasta la obsesión por permanecer anónimo, pero él logró conectarme con ello. Solo se me ocurre una explicación: alguien se lo dijo. Y solo me viene un nombre a la cabeza…

Le miré a los ojos. Txemi era actor, pero ni siquiera eso le salvó del touché que acababa de endosarle.

—No sé de dónde has sacado esa teoría, pero te equivocas.

Se levantó a dejar el vaso en el fregadero, aunque en realidad solo quería apartar sus ojos de los míos. Supe que iba por el camino correcto.

—¿Qué sacaste a cambio? —pregunté—. ¿Un papel en su película? ¿De eso va todo?

Txemi se quedó unos segundos parado en el fregadero, observando las preciosas vistas que había desde su ventana. Después se giró y me miró.

—¿Has hablado con Félix?

—No.

—Entonces ¿a qué viene todo esto?

—Sé que alguien me vendió, sencillamente. Y solo pudiste ser tú.

—Vale…, sentémonos —dijo.

—Prefiero estar de pie.

—Siéntate, joder —alzó la voz—. Si quieres hablar, hablemos, pero sentados. Me duele todo el cuerpo.

Lo hice. Me senté en una de las butacas color naranja que Txemi tenía junto a su chimenea. Al sentarme noté algo debajo del cojín. Un botellín de cerveza, lo dejé en el suelo.

Txemi sacó un cigarrillo de un paquete que había sobre la mesilla y se lo encendió.

—Félix me prometió que no te iba a delatar a la policía. Solo quería hablar contigo.

Apenas se despeinó una cana diciendo esto. Con esa cara tan perfecta, convincente, de actor. Pero a mí me entraron ganas de estrangularlo.

—¡Joder, Txemi! ¡Cómo has podido ser tan cabrón!

—¡Me puso contra las cuerdas, Álex! Además, ya sé que no es una disculpa, pero yo estaba un poco borracho…

—Venga ya…

—Pero es verdad, justo ese día me habían dado otro portazo en la cara, y van unos cuantos este año. Y los actores necesitamos trabajar.

—Vale. El momento «doy pena» te ha quedado genial, sigue.

Txemi suspiró.

—Bueno, después de hablar con mi agente, bajé al Blue Berri. Me puse a beber gin-tonics como si no hubiera un mañana. Y de pronto veo a Félix, como si hubiera podido oler la sangre, como uno de esos demonios que aparecen sobre tu hombro. Llevaba semanas sin verle. Bueno, ya te conté que estuve evitándole un poco, pero no parecía molesto conmigo. Todo lo contrario. Me dijo que estaba contento porque la producción de la película seguía adelante… y me aseguró que yo seguía entre los favoritos para el papel protagonista. ¡Imagínate!

—Vale. Y por eso me vendiste. Te iba a dar el papel.

—No, no te vendí por eso. Y aquí es donde la historia se tuerce. Estábamos ya un poco borrachos y Félix empezó a poner unos ojos muy raros, malignos… Dijo que no tenía la capacidad para elegir quién sería el actor, pero que había una cláusula en el contrato de la productora: él, como autor, tenía derecho a veto.

—¿Vetarte? ¿Te amenazó con vetarte?

—Lo dejó caer con una sutileza bestial: «Puedo ayudarte o puedo tacharte de la lista». Yo le pregunté a qué coño venían esas amenazas. Pensaba que iba a decirme que se había enfadado conmigo porque ya no le invitaba a mis fiestas o algo así. Pero Félix dijo que no era nada de eso. «Tengo muchos problemas, ¿entiendes?», me dijo. De hecho, empezó a contarme una tragedia griega. Que no avanzaba con su libro, que le faltaba material para terminar. Que si el editor, que si Hacienda, que si la abuela fuma… Andaba detrás de una historia y creía que la tenía, pero le faltaba una pieza. Dijo que tenía que franquear un muro. Entonces fue cuando me habló de ti.

—¿De mí?

—Sí. De alguna manera sabía que éramos amigos. El caso es que me dijo que tú eras muy interesante para él. No sé por qué…

—De acuerdo —dije—, sigue.

—Bueno, me di cuenta de que Félix estaba un poco jodido de la azotea. Pero ese loco de barbas tenía mi futuro en sus manos. Le dije que le ayudaría. Le dije que te convencería para que hablases con él, pero Félix tenía otros planes. Dijo que necesitaba algo más. Algo sucio. Algo que te obligase a colaborar con él. Ese era el precio si quería seguir teniendo opciones en la película…

—Claro.

—¡Tienes que creerme! Le hice prometer que no te jodería. Te lo juro. Él me respondió que tú no eras su objetivo. Que podrías pasar por esto sin mancharte.

Yo me puse en pie. No podía con los nervios.

—Lo siento, Álex. De verdad.

Me dirigí a la puerta y cogí la manilla, pero entonces me detuve. Respiré hondo. Necesitaba salir de allí, solo que aún tenía cosas que saber. Me di la vuelta. Cogí otro Marlboro y me lo encendí. Txemi parecía arrepentido de verdad, aunque el muy gilipollas me había metido en un lío del carajo.

—Bueno, vale. Está bien. Me traicionaste de buen rollo. Ahora necesito saber algo.

—Lo que quieras.

—Lo de enviarme a la casa de Ane el viernes. ¿Fue un truco para que me encontrara con Félix?

—¿Un truco? ¡No! Eso debió de ser una casualidad.

Deshice el camino, volví a sentarme, fumé despacio.

—Vale. Siguiente pregunta: ¿qué era lo que Félix necesitaba de mí?

—Ni idea. No me lo dijo. Va en serio. No tendría por qué mentirte.

—Intenta pensar, joder. Exprímete la puta cabeza.

Txemi hizo un largo silencio, como si tratara de recordar.

—Ha pasado mucho tiempo y yo estaba borracho. Recuerdo que salimos fuera… al aparcamiento. Félix me ofreció traerme a casa en su coche. Yo le pregunté qué era lo que quería de ti. Me dijo que eras una pieza interesante para su historia, que «conectabas» muchas cosas. Nada más… Pero ¿a qué viene todo esto, Álex? ¿Tiene algo que ver con la desaparición de Félix?

Txemi había dejado de ser un tío en el que podía confiar. Así que opté por plagiar una historia que había escuchado recientemente. Le dije que Félix me había grabado en vídeo y me lo había mostrado en la fiesta de Ane.

—Me tiene agarrado por las pelotas, Txemi. Y todo gracias a ti.

—¿Y no te dijo lo que quería?

—No. Solo que me llamaría para hablar. Ahí quedó la cosa. Hasta hoy. Cuando he visto la noticia por la televisión he empezado a pensar: ¿y si alguien se lo ha cargado?

—¿Crees que puede estar muerto…? —En los ojos de Txemi pude ver que eso sería una gran noticia para él—. Quizá solo esté escondido.

—¿Escondido?

—Bueno, el tipo tiene muchos problemas. Ya te lo he dicho. Hacienda le persigue por haberse montado una S. L. para pagar menos impuestos. Y la editorial también le estaba presionando. Me lo contó todo mientras me traía a casa aquella noche. Tenía el coche lleno de cajas y me dijo que las iba a llevar a una especie de refugio en alguna parte. Un sitio donde solía retirarse a escribir.

El corazón me dio un vuelco al oír eso.

—¿Un refugio?

—Sí. Tenía miedo de que lo desahuciaran y se estaba llevando lo imprescindible para poder terminar su novela.

Pensé en aquel despacho de Félix donde no había ni un mísero cuaderno de notas. Eso tenía todo el sentido.

—¿Sabes dónde estaba ese refugio?

—No, pero debía de ser algún lugar cerca de la costa. Creo que mencionó Cantabria. No estoy seguro.

Entonces, según Txemi decía aquello, se me iluminó una bombilla de cien vatios sobre la cabeza. ¡Cómo no lo había pensado antes!

—Espera un segundo. ¿Dices que Félix tenía un coche?

—Sí. Se lo acababa de comprar de segunda mano. Bueno, era una chatarra.

Yo me había quedado frío, con el cigarrillo entre los dedos.

—¿Recuerdas qué coche era?

—Sí… Un Renault Laguna de color gris. Recuerdo la marca porque me pareció un coche barato para una celebridad como él. Pero claro, el tío andaba más tieso que una bandera en la luna.

Apagué el cigarrillo y me levanté.

—¿A dónde vas?

—Tengo que comprobar algo —dije mientras salía hacia la puerta.

—Oye…, Álex… Espero que lo entiendas… Era mi última oportunidad de volver a trabajar —dijo Txemi desde el sofá.

Salí dando un portazo.

3

Félix tenía coche. Claro que tenía coche. Un tipo que vive en un chalé perdido en lo alto de la montaña tiene que tenerlo por fuerza, pero hasta ese instante no me había parado a pensarlo a fondo: ¿dónde estaba el coche de Félix? Su garaje de Kukulumendi estaba vacío, el detalle ya me había llamado la atención el domingo. ¡Un detalle que ahora parecía bastante importante!

Félix me había tendido una trampa, de modo que esa noche había conducido desde Gure Ametsa hasta los alrededores de la fábrica Kössler. Y quizá —si la suerte estaba conmigo— ese Renault Laguna seguía aparcado por allí, esperando a su dueño (que nunca volvería).

Bajé la montaña y conduje por las carreteritas secundarias del valle, hasta la general. El polígono Idoeta apareció a mi derecha, pero lo pasé de largo. Cien metros más allá había un taller de neumáticos con un pequeño aparcamiento junto a la carretera. Las cosas habían cambiado y el asunto de Félix era ya vox populi. No sabía si la policía tenía alguna pista sobre el paradero de Félix, pero seguramente estaban buscando ese Renault Laguna por todas partes y puede que a estas horas incluso hubieran dado la descripción del coche en las noticias. Así que no podía arriesgarme a aparecer por el polígono con mi furgoneta y dejarme ver como si nada.

Aparqué, me colgué la mochila de útiles y salí caminando con aires de paseante dominguero. En el aparamiento del polígono Idoeta había algunos coches, no muchos a esas horas. La zona orientada al robledal estaba vacía, pero había otra, que daba a un muelle de carga, donde había varias camionetas de reparto aparcadas. Conocía las camionetas, eran vehículos de empresa de logística que «dormían» allí a diario. También sabía que había una cámara de seguridad en una de las esquinas del almacén. Me eché la capucha sobre la cabeza y enfilé la carretera que discurría frente al muelle de carga.

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