El mentiroso – Mikel Santiago

—Allí estaré. Volví a dormirme y me despertó el timbre de la casa, sobre las once. Era un técnico del ayuntamiento. Esa noche, al parecer, había habido una serie de derrumbes en el acantilado. Quería hacer algunas mediciones en la casa y revisar el estado de las grietas. Me preguntó por el abuelo, pero no había ni rastro de él ni de Dana. Faltaba el Mercedes, así que supuse que habrían ido a hacer algún recado.

El técnico echó un vistazo a las diferentes grietas y rellenó algunos formularios. Cuando le pregunté si todo iba bien, frunció un poco el ceño.

—Parece que hay una sección de la base de roca que está erosionada. Vamos a cerrar el paseo permanentemente.

—¿Y la casa?

—Eso habrá que verlo. Les iremos informando.

Me quedé solo y fui a prepararme un café. Hasta ese momento no había tenido un instante para pensar detenidamente en esa serie de cuestiones que la conversación con Irati había puesto sobre la mesa.

Primero: Félix me había perseguido hasta la vieja fábrica. Y según Irati, no solo una, sino dos veces. Recordé una ocasión, semanas atrás, en la que tuve la sensación de que alguien estaba rondando la fábrica. ¿Fue entonces? Posiblemente.

De modo que ese era su plan. Irati hacía un pedido por una buena cantidad de pasta. Félix me esperaba escondido, me seguía y me grababa de alguna manera recogiendo la mercancía. Y después, ¿qué? ¿Qué iba a pedirme a cambio? Según Irati, yo era una pieza de su «plan». Pero ¿cuál? ¿Quizá iba a pedirme información sobre Edoi, igual que a Denis? A fin de cuentas, yo era el yerno de Joseba. Podía colarme en su casa, robar los papeles que hicieran falta. ¿Eso era lo que pretendía?

Y hablando de esos papeles. Segundo: ¿dónde guardaba Félix todas esas cosas? El vídeo de Irati. El vídeo de Carlos y Denis. El manuscrito… ¿Quizá tenía un escondite en su casa? ¿Algo que había escapado a mi registro? ¿O quizá el ladrón que entró antes que yo se lo había llevado todo? Otra incógnita.

Y por último, pero no menos importante: ¿cómo sabía Félix que Álex Garaikoa era el «chico de las medicinas»? Esa conexión era algo prácticamente imposible, a menos que alguien se lo hubiera dicho. Y solo se me ocurría una persona que pudiera haberlo hecho, y que además llevaba toda la mañana con el teléfono desconectado.

Txemi Parra.

Estuve intentando llamarle y le escribí un par de mensajes, pero ni siquiera parecía estar recibiéndolos. Pensé en que podría ir a hacerle una visita. Sacarle de la cama, donde posiblemente tendría compañía, y hacerle unas cuantas preguntas. Pero antes de que todo eso pasara, recibí otro mensaje, de Mirari.

Me gustaría invitarte a comer en el Club. Quisiera charlar un poco sobre tu abuelo. Erin me ha contado lo de anoche.

Estuve a un tris de rehusar la invitación, pero después lo pensé un poco. Quizá había llegado el momento de hablar con Mirari sobre algunos asuntos de su pasado. Y un almuerzo a solas era una gran oportunidad para hacerlo.

Quedamos muy pronto, a la una en la puerta del Club. Yo esperaba sentado en las escaleras cuando Mirari llegó a bordo de un taxi.

—Lo siento —dijo al salir—, justo hoy no había ni un taxi libre. ¡Cuando más puntual quieres llegar!

Nos dimos un fuerte abrazo y pasamos al comedor del bar inglés. Había salido una tarde espléndida y Mirari me preguntó si quería comer fuera, frente a las canchas. «Así tendremos sitio para ver el partido más tarde.» Nos sentamos al fondo, en la misma mesa donde dos días antes había estado charlando con Denis. Pedimos un menú del día y dos copas de vino. Dijo que quería brindar por que Erin y yo hubiéramos arreglado nuestro «pequeño desencuentro».

—Joseba y yo estábamos bastante preocupados… Tú eres ya como uno más de la familia, Álex… Y hablando de eso, ya te he dicho que Erin nos ha contado lo de tu abuelo. He consultado a algunos amigos sobre el tema. Quizá necesitaría ver a un psicólogo.

—No creo que mi abuelo se prestara a una cosa así.

—Conozco a una chica muy buena, Isane, ayudó a unas cuantas amigas mías. Podría ir a Punta Margúa, charlar un poco con Jon… Hacerle ver las cosas desde otro ángulo. A veces, la familia, por mucho que lo intenta…

En ese momento nos interrumpió una fuerte carcajada a varias mesas de nosotros. Era Carlos Perugorria, tan ruidoso como siempre. A su lado estaba Ane, estupenda con un pantalón color camel, guapa, charlaba con algunos amigos. Nos vio y se levantó a saludarnos.

—¿Conspirando con tu futuro yerno?

Mirari se rio.

—Hemos venido a coger sitio. ¿Os quedaréis al partido de Erin y Denis?

—¡Claro que sí, hemos apostado por ellos! Por cierto, Álex, mi jardinero sigue de baja. ¿Te interesa un buen trabajo bien pagado?

Yo asentí.

—Aprovecha ahora, amiga —dijo Mirari—, a este chico le queda poco tiempo como jardinero.

Ane se despidió y regresó a su mesa. Entonces me fijé en que también estaba el hermano de Carlos, Roberto, escondido detrás de unas gafas de sol y un sombrero. Desde luego que tenía el aspecto de alguien muy raro.

—Estuviste en casa de Ane, ¿verdad? —preguntó Mirari entonces—. ¿Cómo fue la cosa? Estaban verdaderamente avergonzados por lo de nuestra piscina.

—Sí. Una invitación a comer… Ir allí me ayudó a recordar unas cuantas cosas. También hablé un montón con Ane. Me alegra ver que ahora sois buenas amigas.

Mirari sonrió.

—Te refieres a nuestra vieja historia, ¿verdad? Pensaba que tu madre te lo habría contado.

—No. Mi madre era tan hermética con su pasado que siempre aprovecho la ocasión para saber algo más de su vida. También me sorprendió enterarme así de la muerte de Floren…

Creo que Mirari pestañeó tras sus gafas de sol, pero era imposible saberlo. Su reacción, por otra parte, fue como la de alguien que lleva tiempo esperando tocar un tema. Perdió un segundo la mirada, pensativa.

—Lo de Floren… no es algo que vayamos contando a todo el mundo que aparece por casa. Es una historia un tanto dramática. ¿Ane te contó todo? ¿Desde el principio?

Asentí.

—Bueno, fue un desamor adolescente. ¿Has tenido alguno? Duele mucho, lloras un montón… pero se termina pasando. Después empecé con Joseba. Al principio no apostaba mucho por él, ¿eh? —sonrió—, pero fue ganándome poco a poco. Es un hombre muy romántico, aunque lo disimula bien.

Llegó la camarera con los dos primeros. Ensalada templada de angulas y bacalao.

—Tu madre, en cambio, lo pasó realmente mal. Ella era una mujer tan sensible… y nosotras éramos como sus hermanas. Para Begoña fue algo inaceptable lo que ocurrió. Siempre nos decía que Floren era un «problema con patas». Al final tuvo razón.

—¿Puedo hacerte una pregunta directa sobre esto?

—Claro.

—He oído un rumor. Que Floren era violento. Que quizá maltrataba a Ane.

Los ojos de Mirari bailaron un segundo a mi alrededor. Supongo que aquel tema de conversación era lo bastante delicado como para tener cuidado. Acercó su silla un poco más. Habló muy bajo:

—No es ningún rumor. Aunque fue algo más sutil. Algo que fue sucediendo lentamente. Primero una broma envenenada, después una pequeña humillación, un empujón… El maltrato comienza así: haciendo que una persona se sienta cada vez más pequeña y vulnerable. Una vez le gritó aquí mismo, delante de todo el Club… Fue algo bochornoso. Pero si solo se hubiera quedado ahí…

—¿Le pegó?

—Sí, tortazos, algún puñetazo… Aunque lo peor, según Ane, es que en cierta ocasión, Floren la forzó.

—¿La violó?

Mi frase sonó quizá demasiado alta. Mirari se retrajo. Estaba realmente incómoda hablando de eso.

—¿No le denunció?

—No. En aquella época las cosas eran un poco diferentes, ¿sabes? Una mujer iba a la policía con una historia así y la llamaban exagerada. Pero al menos, eso fue el detonante de un montón de cosas. Ane pidió ayuda. Tu madre vino desde Madrid solo para eso.

Recordé que ya había oído algo así.

—Mi abuelo me lo dijo. Sucedió esa misma noche, ¿no?

—Así es. Tu madre llegó un mediodía. Floren se mató al atardecer. Te lo creas o no. —Puede que Mirari leyese algo en mi mirada, o puede que ella también lo pensara, porque añadió—: Pero tranquilo, ella no le mató, ¿eh? Estaba conmigo y con Ane. Cenando muy lejos de allí.

—¿Tú también estabas con ellas? Pensaba que por entonces os llevabais mal.

—Mira. Yo llevaba años sin dirigirme a Ane más que para saludarla, y de lejos. Entonces, un día, la semana anterior a la Navidad, tu madre me llamó por teléfono. Me dijo que Ane la había llamado pidiéndole ayuda y que teníamos que hacer algo. «Se ha acabado esta tontería que tenéis. Las amigas tienen que volver a juntarse», dijo.

—¿Eso dijo mi madre?

—Tu madre era una mujer de armas tomar, Álex, puedes jurarlo. Me colgó, cogió un avión a Bilbao y nos reunimos las tres en mi casa esa noche. La idea de tu madre era convencer a Ane para que se divorciara de Floren. «Esto ya ha llegado al límite —le dijo—, te vienes conmigo a vivir a Madrid»… Ella se había divorciado ese año.

—Sí, así es…

—Pero Ane tenía demasiado miedo. Estaba deshecha, sin autoestima, muy asustada… Así es como se quedan las mujeres después de aguantar a un monstruo. Dijo que quizá iría a Madrid una temporada… Pues resulta que esa tarde, mientras estábamos en mi casa, Floren decidió quitarse de en medio. En cierto modo me alegro, pero por otra parte, creo que no cumplió con el castigo que se merecía.

No pude evitar que mis ojos volasen hasta la mesa de Ane. Ella me atrapó mirándola y sonrió, aunque fue una sonrisa extraña. Era como si pudiera adivinar de lo que estábamos hablando.

Terminamos de comer y pedimos unos cafés. Haríamos tiempo hasta las cinco de la tarde, hora en que se jugaba el partido de la final. Mirari se distrajo hablando con algunos socios y yo aproveché para ir al baño.

En el bar había bastante gente a esas horas. Los camareros preparaban una mesa de catering, cortesía para el cóctel de la entrega de premios. Al salir del baño, según me dirigía a las canchas, vi a Ane parada junto a la barra, mirando el televisor.

—Dios mío —decía cuando me acerqué. Era como si no se diese cuenta de que estaba hablando en alto—. Dios mío.

—¿Qué te ocurre?

Ella señaló la tele. Era la hora de las noticias del corazón y la presentadora hablaba de algo inaudible. Pero encima de su hombro, en el recuadro superior derecho, había aparecido un rostro muy familiar para mí: el de Félix Arkarazo.

Y bajo él, la siguiente palabra sobreimpresionada en la pantalla:

DESAPARECIDO

Sentí un pequeño vértigo, una sensación de ahogo que dio paso a unas chiribitas en mis ojos. Era un ataque de pánico. Respiré dos veces y lo contuve. Ane seguía mirando el televisor, boquiabierta, y la gente comenzaba a arremolinarse por allí.

«Por fin», pensé. En el fondo, ya estaba tardando en irse todo al traste.

V
EL ABISMO

1

Una pequeña multitud se había congregado en la barra.

—Oiga, ¿puede subir un poco el volumen? —dijo alguien.

El camarero lo hizo y pudimos escuchar la voz de la presentadora: «… tras una semana intentando localizar sin éxito al celebre escritor, su editora, Carmen Román, dio aviso a la policía».

En la televisión se veía una imagen frontal de la casa de Félix Arkarazo en Kukulumendi. La misma casa en la que yo había estado dos noches atrás, solo que ahora había bastante más acción por aquella carreterilla entre pinos. Dos coches patrulla estaban apostados junto a la puerta de entrada, y varios agentes merodeaban por el jardín.

Abajo, el pequeño letrero a pie de pantalla rezaba lo siguiente: EL ESCRITOR FÉLIX ARKARAZO DESAPARECIDO. POSIBLE SECUESTRO.

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