El mentiroso – Mikel Santiago

Mirari se había quedado fría. Ane lanzó una palada de hielos en la coctelera y empezó a agitarla.

—¿Quién te lo ha contado? ¿Jon? —preguntó Mirari.

—Ha tenido que hacerlo. Mi vida está en juego. Alguien mató a Félix porque iba detrás de esta historia… Y ¿quién tenía más razones para callarle que vosotras dos?

Ane sirvió dos copas y las trajo. Dejó una frente a mí, en la mesa, y se quedó con la otra. Tomó asiento junto a Mirari. Las dos amigas entrecruzaron una mirada muy rápida.

—De acuerdo, Álex —dijo—. La historia que te ha contado tu abuelo es cierta. Maté a Floren… El muy hijo de… se lo merecía… Lo demás ocurrió como has dicho.

Ane bebió un largo trago y volvió a coger el cigarrillo que había dejado en el cenicero, sobre la mesa.

—Pero ninguna de las dos mató a Félix. La policía ya nos ha hecho esa pregunta y las dos tenemos una coartada para el viernes. Yo estuve en mi fiesta hasta la madrugada.

—¿Y tú, Mirari?

Mirari me clavó una dura mirada.

—Mirari estaba aquí también —dijo Ane.

—¿Cómo?

—Llegó en un taxi justo después de que tú te fueras. Yo la llamé. Teníamos que hablar de algo urgente… De Félix.

Ane vio la pregunta en mis ojos, pero bebió con tranquilidad antes de responderla.

—La noche del viernes, Félix estaba boyante. Medio borracho. Se dedicó a meter el dedo en el ojo a algunas personas. Y se le escaparon algunas cosas; entre ellas, el asunto de Floren y el acantilado. Dijo que había encontrado un detalle que se le había escapado a todo el mundo. Sabía que esa noche había habido gente en tu casa. Un asunto con las luces de la planta baja. Solo le quedaba confirmarlo preguntándole a la única persona que podía saberlo después de los años.

—Mi abuelo.

—Exacto. Me dijo todo eso y, como comprenderás, llamé a Mirari inmediatamente. Teníamos que hablar, prepararnos… Pero en ningún momento se nos ocurrió matar a Félix. Estuvimos sentadas en mi despacho desde la medianoche hasta las dos de la madrugada. Dolores puede dar fe de ello. Vino un par de veces a servirnos unas copas.

Por fin decidí sentarme; de hecho, me derrumbé en el sofá. Cogí el gimlet y lo bebí a pequeños sorbos. Había ido allí pensando que iba a encontrar el final del camino, pero el camino seguía sin cerrarse. Miré a las dos mujeres. Aunque todo había quedado claro, seguía sintiendo algo extraño en sus miradas, en sus comportamientos. Un mentiroso sabe reconocer una mentira cuando la tiene delante. Pero ¿en qué mentían exactamente?

—Escúchame, Álex —dijo Ane—, podemos ayudarte, sea lo que sea lo que ha ocurrido con Félix.

Otro trago más. Intenté pensar… Tenía que haber algo más. Lo sabía. ¿Qué era lo que estaba fallando en toda la escena? ¿Qué era lo que olía a cartón piedra? Ane y esa confesión tan «rápida»… Parecía todo impostado. Recapitulé la historia de mi abuelo. La secuencia de los hechos tal y como los vivió Jon.

Alguien llamó al timbre de Villa Margúa esa noche, una mujer desesperada. ¿Ane? En realidad, el abuelo no la había visto. Después llegó un coche… Mirari…

—Espera un segundo… —murmuré—. ¡Un momento! Mirari…

—¿Qué?

Mirari me miraba detrás de sus gafas oscuras. Las que le impedían conducir. Las que la obligaban a ir en taxi a todas partes.

—Un segundo. Un segundo —dije—. ¡El coche!

—¿Qué coche?

Yo notaba el corazón bombeando a toda velocidad.

—La noche de la muerte de Floren… Mi abuelo oyó un timbre —dije rememorando ese relato—. Alguien llegó del acantilado, una mujer desesperada. Mi madre la abrazó, la metió en casa. Cuando mi abuelo bajó las escaleras no la vio en realidad, porque venía calada y mi madre le había dado una toalla, la llevaba en la cabeza, pero supuso que eras tú, Ane.

Mirari observó a Ane. Silencio.

—Al cabo de una hora llegó un coche. Otra mujer… Mi abuelo dedujo que era Mirari. Hablaron y, más tarde, un coche «arrancó». Pero tú no conduces, Mirari, vas en taxi a todas partes, así que no pudiste ser tú la que llegó más tarde. No… —Me detuve un instante, con la boca seca—. Tú fuiste esa primera mujer que llamó a la puerta. ¡Tú mataste a Floren!

Mirari alzó la vista. Se quitó las gafas. Sonrió.

—Vaya tontería —dijo Ane nerviosamente—, ya te he dicho que fui yo. Ya te…

Pero Mirari le hizo un gesto con la mano. Continuaba sonriendo.

—No hace falta que sigas protegiéndome, amiga —dijo—. Es un chico muy listo. Y esta vez, ha dado en el clavo.

4

Ane volvió a preparar más bebida. Esta vez los tres teníamos ganas de beber. Estábamos sentados en los sofás. Sonaba «My Funny Valentine» y Mirari tenía los ojos bañados en lágrimas.

—¿Por dónde empezar? Bueno. Empecemos por Begoña: ella vino desde Madrid para ayudar a Ane. Eso es verdad.

Cogió la mano de su amiga. Ane, más dura, tampoco consiguió retener una lágrima.

—Floren me violó… No supe a quién llamar y llamé a mi vieja amiga. Tu madre ya se había divorciado de tu padrastro. Estaba fuerte. Dijo que vendría y se quedaría conmigo hasta que cursara la petición de divorcio…

—Pero lo que Ane no sabía —dijo Mirari— es que yo también le había pedido ayuda a tu madre.

—¿Ayuda? ¿Tú?

—Ya conoces la historia de Floren con la empresa. Las cosas iban cada vez peor entre él y Joseba. Floren no quería dejar entrar al nuevo socio, pero veía que su final estaba cerca. Había comenzado a preparar un juicio. Decía que Joseba se había aprovechado de sus ideas y que no estaba recibiendo la compensación que se merecía por ellas. Pero era una causa perdida. Tuvieron una discusión muy fuerte y Joseba le ofreció una pequeña parte de las acciones a cambio de que se retirara. Floren estaba medio enloquecido por esa frustración… Hasta el punto de usar algo que no debía usar. Un secreto, Álex, un secreto terrible.

Mirari bebió un largo trago de su copa y robó un cigarrillo del paquete de Ane. Nunca la había visto fumar. Se lo encendió y fumó una calada que la hizo toser. Después siguió hablando.

—Creo que Ane ya te contó lo de nuestro triángulo amoroso adolescente. Floren y yo estuvimos juntos. Luego, él me dejó por Ane y yo encontré a Joseba. Queríamos formar una familia y empezamos a intentarlo, pero algo no funcionaba… Resultó que ambos éramos bastante débiles en ese sentido. El ginecólogo dijo que era altamente improbable, por no decir imposible, que pudiéramos tener un hijo juntos.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué tiene que ver Erin…?

Ane pasó la mano por el hombro de Mirari. Yo también hubiera necesitado una mano… Me estaba mareando.

—Saber eso, que éramos incapaces de tener hijos, nos separó un poco. Tuvimos alguna que otra discusión. Además, en esos primeros años de la empresa, Joseba trabajaba las veinticuatro horas —dijo Mirari—. Se quedaba a dormir fuera muchas noches. Digamos que no estábamos pasando por nuestro mejor momento.

»Un día me encontré con Floren por el pueblo y dimos un paseo. Ane también estaba de viaje y… bueno… me sentó bien poder hablar con alguien conocido. Hablamos de los viejos tiempos, me invitó a cenar y acepté. Habíamos sido novios. Nos pusimos a hablar de aquella época y… en fin. Fue un accidente. Una sola noche de la que me arrepentí al instante. Pero bastó una sola noche para engendrar a Erin.

La noticia cayó como mil toneladas de acero. Si Mirari se hubiera quitado la cara y en lugar de su rostro hubiera un alien, creo que habría estado igual de sorprendido. Básicamente, fue como despertar en un mundo nuevo, en el que todo estaba dado la vuelta.

Se me había secado la garganta. Bebí agua de hielos del fondo de mi vaso.

—¿Erin lo sabe? —pregunté cuando al fin pude hablar.

—No. Ni Joseba tampoco.

—¿Y no se olió nada? Sabiendo lo que os había dicho el ginecólogo…

—Lo interpretó como uno de esos milagros que a veces ocurren. Yo intenté convencerme también…

—Pero es hija de Floren. ¿Estás segura? ¿Hicisteis alguna prueba?

—No, nunca lo hemos comprobado. Pero las fechas coincidían con una precisión terrible… Y Floren debió de llegar a la misma conclusión. Cuando las cosas estaban en su peor momento con Joseba, me llamó y me dijo que sabía que era el padre de Erin. Que pediría una prueba de paternidad si no conseguía convencer a mi marido para llegar a un acuerdo sobre las patentes. Pero ¿cómo iba a hacer algo así? El mundo se me cayó encima. Hablé con Begoña. Ella fue la primera depositaria de mi secreto. Me dijo que tenía que hablar con Floren por las buenas. Ella iba a venir ese fin de semana y estaría en casa esperándome.

»Yo le cité allí, cerca del restaurante. En realidad, habíamos quedado en el pinar, un lugar bastante solitario, a salvo de miradas. Pero fue Floren el que apareció en el borde del acantilado, fumando, borracho. Le expliqué que no podía hacer nada por él, que las decisiones de Joseba estaban ya tomadas, y además bastante condicionadas por Eduardo Sanz, ya que era la persona que iba a reflotar la empresa con su dinero. Entonces Floren dijo que ya solo le quedaba vengarse de Joseba por lo que estaba haciéndole. Que lo sentía, pero que se lo iba a decir de todas formas. Yo estaba frenética, ansiosa… Me dio un ataque de locura. Floren se giró un momento y ni lo pensé. Era la única solución.

»Después corrí a la casa de tu abuelo, llamé a la puerta…, tu madre me abrió y eso es lo que tu abuelo vio y oyó. Yo quería entregarme, solo quería ir a la policía y confesar… pero Begoña tuvo una sangre fría increíble. Me salvó la vida. Todavía recuerdo sus palabras: “Lo solucionaremos esta noche y para siempre”, y entonces llamó a Ane por teléfono y le dijo que viniera volando a Punta Margúa.

—Y decidisteis enterrar el asunto allí mismo.

—Exacto. —Ane tomó el relevo—. El único cabo suelto era tu abuelo, que nos había visto. Pero tu madre dijo que eso estaba controlado, que tu abuelo no hablaría. Y durante cuatro años todo permaneció en calma. Hasta hace dos semanas…, cuando Félix dijo que sacaría eso en su novela. Y ahora está muerto.

—Aunque su novela puede que siga en alguna parte —dijo Mirari.

—No tenía ninguna novela —contesté—, solo era un farol. Nunca llegó a escribir nada.

Esta revelación hizo que las dos se irguieran en el sofá al mismo tiempo.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé… sin más. Llevo dos semanas jugando a ser detective. Intentando explicarme un misterio terrible. Pero creo que he llegado al final… Si vosotras no matasteis a Félix, me acabo de quedar sin ideas.

—Pero ¿qué tienes que ver tú con la muerte de Félix?

—Nada y todo a la vez. Félix quería apretarme las tuercas, posiblemente para conseguir esa última pieza de su puzle: el secreto que mi abuelo guardó durante todos estos años. Esa noche me siguió hasta un lugar… y alguien lo mató. Después me golpearon… Me dejaron inconsciente junto a su cadáver. Y cuando desperté no recordaba nada.

—Tu amnesia —dijo Ane—. ¿Por qué no dijiste nada?

—Al principio pensé que yo le había matado… Por eso me lo he guardado todo. Pero esta noche he llegado hasta donde podía llegar yo solo. Hace unas horas encontré un lugar donde Félix escondía todos esos secretos… Aunque alguien debió de seguirme hasta allí… Han intentado asesinarme.

—¿Qué?

Les expliqué lo ocurrido en ese acantilado cántabro. La roulotte, el coche negro intentando arrojarme al mar, el incendio…

—¡Debes contárselo a la policía, Álex! —dijo Mirari—. Si eres inocente, habrá forma de demostrarlo.

—No lo sé… —Apoyé la cabeza en el sofá y miré al techo—. De todas formas, esto es el final. He jugado mi mejor baza para encontrar a ese asesino, pero supongo que ya no hay por dónde seguir.

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