El mentiroso – Mikel Santiago

«¿Un secuestro?», pensé, un poco atribuladamente. ¿Es que todavía no habían encontrado el cadáver?

—Los de la Ertzaintza vinieron ayer por aquí preguntando por él —comentó el camarero—. Ahora se entiende.

—¿Era socio del Club? —quiso saber alguien a mi espalda.

—Claro que lo era —dijo Ane. Parecía haberse quedado sin aliento.

En la televisión, la crónica continuaba: «Tras diversos intentos por localizarle, dos patrullas de la Ertzaintza han inspeccionado esta misma madrugada la vivienda del escritor, situada en la localidad vizcaína de Ilumbe. El registro, al parecer, ha arrojado evidencias de un allanamiento…».

En la televisión apareció el familiar rostro de Nerea Arruti.

—Aún no se puede determinar si ha sido o no un secuestro. Hay indicios de un allanamiento de morada, pero sin violencia. Hemos activado una orden de búsqueda y solicitado la colaboración de otros cuerpos.

La poli novata se desenvolvía bastante bien ante la cámara, he de decir.

—¿Cuáles serán los siguientes pasos, agente? —inquirió la voz tras la cámara.

—Toca hablar con el entorno de Félix Arkarazo, establecer sus últimos pasos conocidos. Y desde luego, esperar toda la ayuda ciudadana posible. Si ha visto usted al desaparecido en las últimas semanas, por favor, póngase en contacto con el 112.

—Dios mío, tendré que llamarles —dijo Ane mirándome por primera vez—. ¿Tú has visto a Félix recientemente?

—Solo le vi en tu casa.

—Igual que yo. Voy a avisar a Carlos.

Salió corriendo de allí, rumbo a la terraza. A través del cristal pude ver a Carlos y a su hermano Roberto, de pie, mirando en nuestra dirección. Seguí viendo las noticias. Más y más gente se apiñaba en el bar, comentando cosas en voz alta.

«El escritor logró la fama con su primera novela, El baile de las manos negras, que retrataba los secretos de un pequeño pueblo del norte. Según su editora, Félix Arkarazo se encontraba preparando su segunda novela.»

—Seguro que está de parranda. Aparecerá mañana diciendo que no se acuerda de nada.

—Si no fuera famoso, ni saldría en la televisión.

—¿Habrá sido ETA?

—Pero ¿qué dices?

—Dicen que acaba de llegar la policía.

Era cierto. Acababa de aparecer un coche patrulla de la Ertzaintza por la entrada del Club. El director, un hombre con aspecto de viejo diplomático, les salió al paso en la misma entrada. La expectación era máxima. Pero finalmente los guio hasta su oficina.

—Ahora querrán hacernos preguntas a todos. Ya verás.

Durante la sobremesa fue llegando más gente. Joseba fue el primero, acompañado de su socio, Eduardo Sanz, y la mujer de este, una chica que tendría más o menos la misma edad que Denis. La noticia de la desaparición de Félix y la presencia de la policía en el Club era el cotilleo general de la terraza a esas horas.

—Dicen que han venido a obtener el registro de entradas y salidas de su tarjeta de socio… —comentó Eduardo—. Parece que no venía al Club desde hacía un par de semanas.

—Puede que haya hecho como Agatha Christie —dijo Mirari— y haya desaparecido con un grave caso de amnesia.

—Pues le ha salido perfecta la jugada —opinó Joseba—. Mejor publicidad no se puede tener.

Erin apareció con un espectacular conjunto de tenis. Le di un beso y le susurré que acababa de provocarme una nueva fantasía sexual. Mientras tanto, Eduardo les ponía al día sobre la noticia de Félix y noté cierto rubor arañando las mejillas de Denis. ¿Qué significaba eso? Nos miramos intensamente durante medio segundo, pero después apartamos las miradas.

—Mira, Álex —dijo Erin—, y justo el otro día empezaste a leer su libro.

—Sí —dije yo—, qué casualidad.

Comenzó el partido y se instaló un grave silencio en la terraza. Los partidos de tenis tienen esa pompa y ceremonia casi religiosa, y los pocos comentarios que se hicieron durante la hora y media que duró el encuentro fueron sobre voleas, servicios y dejadas. Dentro de mi cabeza, no obstante, tenía lugar un tormentoso monólogo interior. Esos chicos que entraron en la fábrica, ¿es que no habían encontrado el cuerpo? O quizá, por alguna razón, no habían dado parte a la policía. ¿Se asustaron? Pensé que eso me daba una pequeña oportunidad de volver a la fábrica a limpiar mi rastro de sangre.

Finalmente, tras un juego eterno (ocho deuces, ni más ni menos), Denis y Erin se impusieron a la pareja contraria. El director del Club, junto con los campeones del año anterior, hicieron entrega de la copa y se dio un breve discurso, que quizá hubiera sido más largo y gracioso en otras circunstancias, pero que el director acortó tras comentar que no podía ocultar su gran preocupación «por uno de nuestros socios más célebres». También dijo que confiaba en que todo se resolviera felizmente y que Félix volviera muy pronto entre nosotros.

Tragué saliva.

El Club daba un cóctel tras la entrega del trofeo. Los camareros iban repartiendo copas y bandejas de aperitivos por las mesas y las conversaciones continuaron. En el bar, la televisión seguía a todo volumen. Yo me sentía un poco atrapado en las circunstancias. Me moría de ganas por salir de allí, pero no podía irme sin al menos saludar a Erin, que a su vez estaba atrapada en mil conversaciones a pie de pista.

Erin y Denis finalmente se liberaron de todos esos abrazos y saludos y llegaron a nuestra mesa a recibir el calor familiar y el aplauso de la victoria. Colocamos la Copa Otoño en el centro de la mesa y brindamos por ella.

Los Perugorria, incluyendo al extraño y silencioso Roberto, aparecieron por allí para unirse al brindis.

—Carlos ha estado hablando con el dire —dijo Ane en cuanto vio una ocasión de retomar el trending topic—. La policía dice que Félix llevaba dos semanas sin contestar las llamadas de la editora. A menos que alguien le viese durante ese fin de semana, parece que desapareció después de nuestra fiesta.

—¿Quieres decir que…?

—En efecto, parece que fuimos los últimos en estar con él.

Nos quedamos en silencio y por un instante pensé: «A ver quién es el primero que conecta mi accidente con eso». Pero nadie parecía mirarme de forma extraña… excepto Roberto. Debajo de su sombrero y detrás de aquellas gafas de sol, parecía tener los ojos clavados en mí.

—¿Qué queréis que os diga? —intervino Denis entonces—. Era un tipo inmoral. No me extrañaría que alguien se hubiera hartado de él. Se lo estaba buscando.

—No digas eso —le reprendió Erin.

—Pero es verdad —contestó Denis—. Llevaba tiempo amenazando con que su nueva novela iba a ser la bomba… Puede que alguien se pusiera nervioso.

—Venga, cambiemos de tema, por favor —dijo Mirari—. Este asunto me da escalofríos.

En ese momento aparecieron por allí Leire, Koldo y sus dos gemelos, que hicieron la clásica entrada apabullante de los niños. La conversación se rompió entonces en varios grupúsculos. Mirari sentó a uno de los gemelos en sus rodillas y Erin hizo lo propio con el otro, y de pronto se escenificó una imagen del futuro ante mis ojos. El futuro…, si es que lograba evitar que alguien me cargara con el muerto de Félix. Koldo y Eduardo hablaban de algo, lo mismo que el grupito formado por Leire, Denis y el matrimonio Perugorria, que entretejían algunas teorías sobre el posible paradero de Félix. Joseba era el único que no participaba en ninguno. Permanecía en silencio, pensativo.

—Oye, Álex, entonces… —me dijo de pronto—. ¿Te has pensado lo de mi oferta?

—¿El trabajo? —Casi me da la risa al oír aquello—. Me encantaría trabajar en tu empresa, Joseba, pero…

—¿Pero?

—Bueno… Han surgido algunas cosas y…, bueno…, no sé si finalmente podré…

Yo me refería a cosas como acabar en la cárcel, condenado por asesinato, pero claro, Joseba no podía imaginárselo.

—Sé que tienes dudas, y es normal. Pero yo confío en ti, ¿vale? Vales mucho más de lo que crees.

—De acuerdo —dije—. Supongo que si soy un cafre con patas y tienes que decírmelo, lo harás. Y la hierba seguirá necesitando quien la corte.

«Además —pensé—, ¿para qué discutir?»

—Pues entonces, ¡brindemos!

Lo hicimos. Mientras tanto Carlos opinaba en voz alta que Félix quizá se estuviera tomando unas vacaciones. Se me ocurrió que había cierto tema del que todavía no había hablado con Joseba.

—Este tipo, Félix. ¿Hablaba de ti en su libro o son imaginaciones mías?

Joseba sonrió.

—¿Tú también con ese libro? Vaya…

—Casualidad, la semana pasada lo encontré en la cabaña de la playa. Leí una historia que se parecía mucho a la vuestra. Tres socios. Uno de ellos terminó siendo un problema… Y después me enteré de que era cierto.

Bebió de su copa antes de posarla suavemente en la mesa, mirándola como si dentro de ella hubiera algo.

—Floren… Es nuestra leyenda negra particular. Todas las empresas tienen una.

—¿Realmente ocurrió como cuenta Ane? ¿Lo echasteis?

—Yo no lo eché. —Joseba se recostó en la silla, como si quisiera alejarse un poco de los demás—. Se ganó a pulso su destino. Comenzamos juntos con el estudio. Floren era muy hábil, muy creativo. Aportó muy buenas ideas a la empresa… pero no entendía de mercado. Empezamos a tener muchas discusiones y, aunque suene mal viniendo de mí, la realidad me fue dando la razón una y otra vez. Eso le frustró mucho. Se quedó atrapado en su orgullo y no pudo escapar de eso. Decía que él era una especie de Steve Wozniak, y que yo era Jobs. Y que no permitiría que se volviera a repetir la injusticia de Apple. Pero ¿qué injusticia? Estábamos vendiendo, ganando mercado año tras año, y sus ideas estaban ahí, claro, pero ¡ese era su trabajo a fin de cuentas!

No quise forzar la conversación, aunque me imaginé que Joseba hablaba de esas patentes por las que Floren había estado a punto de llevarle a juicio.

—Empezó a perder la cabeza, eso es todo. Se puso en plan low profile, a no hacer nada y molestar mucho. Los demás nos dejábamos la piel y Floren se presentaba a las once de la mañana… Cosas así. Además, no estábamos en un buen momento. La empresa tenía potencial, pero nos faltaba capital. Un empujón serio. Entonces apareció Eduardo… y Floren le bloqueó de frente. Bueno, claro. Eso era todo lo que hacía. Prefería que Edoi se hundiese antes que aceptar que no era ningún genio y que, en realidad, ya no aportaba nada a la empresa. En fin, una historia triste que además terminó muy mal, como ya sabes.

—Sí. Félix también hablaba de eso en el libro. Decía que había sido una muerte misteriosa…

Joseba sonrió.

—Te mentiría si dijese que la muerte de Floren no estuvo rodeada de cierto misterio. Un salto al vacío, en un momento clave como aquel. Hubo muchos rumores. Incluso creo que hubo una investigación. Alguien decía que había cosas que no encajaban.

—¿Alguien?

—No me preguntes. No quise saber nada. Pero la policía se presentó en la empresa y verificó todas nuestras coartadas para esa noche. Todo el mundo pudo aclararlo, desde luego.

Vaya, eso era un dato nuevo. Había habido una investigación policial en torno a la muerte de Floren. Pensé a toda velocidad en ello. ¿Se habrían personado en Villa Margúa para hacer preguntas? Tendría que preguntar al abuelo por ello.

En ese instante mis ojos se encontraron con los de Eduardo Sanz, el padre de Denis, que nos miraba fijamente a los dos. No estaba tan cerca como para oírnos, pero parecía leer nuestra conversación sin ningún problema. Sonrió, mostrándome una larga dentadura, y yo sentí que un temblor me recorría el cuerpo. En concreto, la pierna.

En realidad, era mi móvil. El mensaje de Txemi Parra decía:

¡Eh! He estado durmiendo hasta ahora. ¿Qué haces?

Me apresuré a responderle:

¿Puedo ir a verte?

Todo el mundo estaba entretenido hablando de tenis, desaparecidos y otras cosas. Busqué una disculpa para largarme de allí. Un beso a Erin, otro a la suegra, y salí volando. Según cruzaba el bar, me tropecé con un niño que estaba haciendo el loco por ahí.

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