Pánico – Jeff Abbott

Evan rodeó de nuevo a su padre con el brazo.

–Lo único que nos protegía del KGB era Bast. Era nuestro único responsable, nuestro único contacto. No estábamos en las listas oficiales del KGB. No estábamos reconocidos. Ni siquiera valoraban las operaciones que realizábamos con éxito. Si yo robaba tecnologías de redes informáticas, Bast se inventaba un traidor ficticio o un antiguo agente que lo había robado. El mando del KGB nunca supo de mi existencia. Si no fuese así, aquellos bobos se habrían vuelto tremendamente codiciosos; nos hubiesen pedido la luna y las estrellas y nos hubiesen destruido asignándonos trabajos imposibles. Los soviéticos acababan de invadir Afganistán; Bast le dijo a Jargo que podía ser que le asignasen el control de las redes que los soviéticos estaban construyendo en Kabul. Si se hubiese salido de su posición, nos habría expuesto a todos a la codicia y a la incompetencia que abundaba en las operaciones estadounidenses del KGB.

–Tendríais que trabajar de acuerdo con las reglas del KGB, no las de Bast.

–De un modo extraño, éramos como sus hijos. – Mitchell cerró los ojos-. Tu madre estaba embarazada de ti, otros Deeps se habían casado y habían empezado a tener hijos, a construir vidas reales. – Volvió a tragar saliva-. Se supone que no debíamos tener contacto entre nosotros, pero lo teníamos. Mi hermano vio la oportunidad. Por fin seríamos auténticos estadounidenses. Seríamos capitalistas de nuestro trabajo.

–Así que Los Deeps mataron a Bast. Dos tiros con dos pistolas diferentes. Jargo y otro Deep.

–Yo -dijo Mitchell en voz baja-. Jargo, tu madre y yo fuimos a Londres. Le disparamos, primero Jargo y luego yo. Fue como matar a mi propio padre, pero hice lo que tenía que hacer, por ti, para darte una oportunidad. – Mitchell tragó saliva-. Lo matamos a él y a los pocos que pudimos coger en Rusia que conocían «Cuna»; eran menos de diez hombres en ese momento. Ese archivo nuestro de cuando éramos niños se parece a un documento escaneado de todos nosotros que vi una vez en Rusia. Pertenecía a Bast.

–Y Khan lo guardó, como seguro en caso de que todos vosotros lo traicionaseis como Jargo hizo con Bast -dijo Evan.

–Creo que tienes razón. Creamos pruebas y se lo dimos a uno de los responsables de Bast en el KGB. Las pruebas indicaban que había sido asesinado por la CIA y que sus agentes ficticios también habían sido eliminados por ellos. Todos nos esfumamos de las vidas que habíamos vivido. Tú sólo tenías unos meses por aquel entonces.

–Pero cuando cayó la Unión Soviética… podríais haber salido a la luz.

–Entonces llevábamos años espiando, Evan. Para la CIA. Contra la CIA. Éramos independientes y éramos muy buenos. Difícilmente podríamos haber dado un paso adelante y decir: «Hola, somos una exitosa red de antiguos agentes de la KGB y hemos estado haciendo trabajos sucios con vuestros propios presupuestos, para vuestra propia gente». Nos habrían considerado la última bala perdida y todos los servicios de inteligencia nos hubiesen perseguido. Algunos de nuestros clientes llevan utilizando nuestros servicios veinticinco años. Han llegado lejos en sus carreras. No podíamos descubrirnos. Habíamos… construido vidas maravillosas.

–Así que hacías negocios con todo el mundo.

–Éramos las putas de la ciudad de los trabajos de inteligencia. Les robamos a los israelíes para los sirios. Secuestramos a viejos alemanes en Argentina para los israelíes. Les robamos a científicos alemanes para venderle a los agentes de la KGB, que nunca adivinaron que alguna vez fuimos sus colegas. Espionaje corporativo; es rápido y lucrativo. – Mitchell se pasó la mano por la cara-. El espionaje es ilegal en todos los países. No hay clemencia. Ni siquiera los ex agentes de la KGB que están trabajando como asesores ahora en Estados Unidos han hecho lo que nosotros hemos hecho. No han cometido asesinatos. No han vivido con nombres falsos. No han vendido sus servicios al mejor postor.

–Y este noble trabajo fue hecho por mi bien.

–Por ti y por Carrie. Por nosotros y por nuestros hijos. No queríamos que no tuvieseis elección. No queríamos alejaros de todo lo que conocíais. Nosotros… -en este momento a Mitchell se le quebró la voz, igual que un niño en brazos de su madre- no queríamos que os llevasen de nuestro lado. Queríamos seguir vivos y libres.

La conmoción de su afirmación hizo que Evan sintiese que las piernas se le debilitaban.

–Esto no es libertad, papá. No has podido hacer lo que querías, ser lo que querías ser. Sólo has cambiado una jaula por otra.

–No me juzgues.

Evan se puso de pie.

–No me voy a quedar en la jaula que tú mismo has construido.

Mitchell sacudió a Evan por los hombros.

–No era una jaula. Tu madre consiguió ser fotógrafa y yo trabajar con ordenadores. Era lo que elegimos. Y tú pudiste crecer libre, sin miedo, sin que nos pudriéramos en la cárcel como nuestras madres.

La boca de Mitchell se retorció con furia y dolor. La rabia encendía sus ojos.

–Papá…

–No sabes el infierno del que te hemos librado, Evan. No me refiero al infierno de la muerte; me refiero al infierno de la opresión, del sofoco del alma, del miedo continuo.

–Sé que piensas que hiciste lo correcto para mí.

–No hay nada que pensar; lo hice, ¡tu madre y yo lo hicimos!

–Sí, papá. – Evan le dio a su padre un largo abrazo y Mitchell Casher se estremeció-. No pasa nada. Yo siempre te querré.

Su padre le devolvió el abrazo con violencia.

–Hiciste lo correcto en ese momento -dijo Évan-, pero esa vida mató a mamá y casi nos mata a ti y a mí. Por favor. Tenemos una oportunidad para acabar con esto. Podemos ir a cualquier sitio. Puedo cavar zanjas, aprenderé un idioma nuevo. Sólo quiero que lo que queda de mi familia permanezca unida.

Mitchell se dejó caer en la silla delante del ordenador y se tapó el rostro con las manos. Luego se levantó rápidamente, como si pensase que ésa no era una postura natural.

«Tiene que estar preparado todo el tiempo. Cada minuto que permanece despierto.» Entonces Evan se dio cuenta de que en sólo una semana a él le había pasado lo mismo. Fue al ordenador y examinó las caras de los niños perdidos. Se sacó del bolsillo la PDA de Khan y, mediante una conexión inalámbrica, pasó todos los nombres de los clientes y de los agentes de los archivos del ordenador a la PDA.

–¿Qué estás haciendo? – dijo Mitchell.

–Un seguro.

Evan borró todos los archivos que había descargado en el ordenador. Borró el historial de búsqueda para que no pudiese llevar de nuevo al servidor remoto. Apagó el portátil y cerró la tapa. Podía volver a descargar los archivos de internet de nuevo, si seguía vivo…

–Esos archivos nos dibujan una diana en la espalda; deberías destruirlos -dijo Mitchell.

Evan se preguntó qué cara estaba mostrando ahora su padre: el padre protector, el agente asustado o el asesino decidido. Evan tuvo un escalofrío provocado por la impresión y el miedo.

–Me das miedo -afirmó.

Piotr Matarov, Arthur Smithson y Mitchell Casher lo miraron.

Evan salió del dormitorio. La gabardina de su padre estaba colocada sobre el respaldo de una silla, en el rincón del desayuno. Evan hurgó en ella y sacó un teléfono por satélite. Lo encendió y buscó entre los pocos números de la lista. Uno estaba guardado como J. Le llevó el teléfono a su padre.

–Tú hiciste lo que hiciste para tener tu vida. Yo debo detener a Jargo para tener la mía. No puedo dejar que mate a Carrie y no puedo dejarlo marchar después de matar a mamá. Le pararé los pies. Ahora. Puedes ayudarme o no, pero antes de que te vayas necesito que hagas esta llamada de teléfono. – Evan le puso la mano en el brazo a su padre-. Llama, averigua si Carrie está bien. Tú no me has visto. Me he escapado.

Mitchell marcó.

–Steve. – Una pausa-. Sí -Otra pausa-. No. No, se me escapó. Tiene un par de amigos en Miami. Intentaré buscarlo allí. – Otra pausa-. No la mates. Puede que sepa adónde irá Evan. O si lo encuentro puede que sea útil para traerlo hasta nosotros. Todavía necesitamos saber hasta dónde llega el grupo de El Albañil -Mitchell hablaba con la energía de un soldado, sopesando opciones, ofreciendo contraataques, hablando como un hombre que estaba cómodo en la sombra-. De acuerdo. – Colgó-. Están en una casa de seguridad. La última parada en nuestra ruta de escape. Ella aún está viva. Jargo está… interrogándola. Quiere la contraseña del portátil.

¿Qué había dicho Carrie en el coche? «Me entregará a Dezz. Prefiero morir.»

–Ella no sabe la contraseña. De todas formas, ese ordenador está vacío.

«Excepto por mi plan alternativo, por mi farol para Jargo, si consigue abrirlo.»

–Le he conseguido tiempo -dijo Mitchell-, pero no será agradable para ella.

–¿Dónde está?

Mitchell sacudió la cabeza.

–No puedes salvarla.

–Sí puedo, si me ayudas. Sólo dime dónde la tiene Jargo.

–No. Nos vamos. Solos tú y yo. Olvídate de Carrie. Tú y yo.

Evan sacó la Beretta del bolsillo de su abrigo, pero no la levantó.

–Lo siento.

–Evan, por el amor de Dios, aparta eso.

–Tú tomaste las decisiones difíciles por mí, papá. Porque me querías. Pero no voy a abandonar a Carrie. Dime dónde está. Si no quieres ir es cosa tuya.

Su padre sacudió la cabeza.

–No sabes lo que haces.

–Lo sé perfectamente. Tú eliges.

Mitchell cerró los ojos.

Capítulo 44

«Todo acabará esta noche -pensó Evan-. De un modo u otro, terminarán todos los años de mentiras y engaños. Tanto para mi familia como para Jargo.»

Mitchell conducía hacia el norte, a la I75 oeste, conocida como Alligator Alley. Mientras se dirigían hacia el oeste, la noche clareaba y la adrenalina invadía el cuerpo de Evan como un subidón permanente. Iban escuchando una emisora de noticias de Miami: McNee había muerto, un oficial de policía le había disparado cuando intentaba abandonar la escena en Miami.

–Jargo no matará a Carrie enseguida. Querrán conocer todo lo que sabe la CIA; se tomarán tiempo. Jargo no se puede permitir que la CIA meta a otro topo en la red.

–¿La va a torturar? – Torturar. Era un verbo que no querías escuchar ni a un kilómetro de la mujer a la que amabas.

–Sí. – La respuesta sonó contundente en el espacio a oscuras que los separaba-. No puedes obcecarte con Carrie, Evan. Si te pones a pensar en ella… o en tu madre, morirás. Debes centrarte en el momento actual. Nada más.

–Necesitamos un plan.

–Las operaciones de rescate no son mi fuerte, Evan. No somos un equipo SWAT de especialistas en operaciones.

–Tú matas a gente, ¿no? Considéralo un golpe contra Dezz y contra Jargo.

–Normalmente tampoco voy con una persona desentrenada a la que tengo que proteger.

–Ésta es mi lucha tanto como la tuya.

Mitchell carraspeó.

–Entraré solo. Tú te quedarás escondido fuera. Esperarán que vuelva aquí si no te encuentro. Diré que todavía sigues desaparecido y que no tengo noticias de que la policía te haya encontrado. Les diré que he oído la noticia de que McNee ha muerto, pero que escuché en la emisora de la policía de Miami que la han capturado y que sigue viva. Como Jargo ha robado un coche de un civil no habrá escuchado ninguna noticia de la emisora de la policía.

–Esperemos.

–Esperemos. Sabrán que si McNee está viva, el FBI y la CIA la presionarán muchísimo. Tendremos que huir. – Mitchell miró a su hijo-. Eso nos da una oportunidad. Querrán dejar todo cerrado en la casa antes de irse.

–¿Se llevarán el ordenador falso?

–Sí, a menos que ya hayan logrado abrirlo con un programa de descodificación.

–No lo habrán conseguido -dijo Evan.

–¿Qué metiste en ese ordenador?

–Digamos simplemente que aprendí unos cuantos trucos de los campeones de póquer cuando filmé Farol. La importancia de la guerra psicológica.

Autore(a)s: