Pánico – Jeff Abbott

«Albañil… Conoce el nombre en clave de Bedford.» Odiaba la preocupación empalagosa que no conseguía ocultar la arrogancia en la voz de Jargo.

–Esa grabación no miente. ¿A quién crees ahora? – preguntó Jargo.

–Quiero hablar con mi padre. – Evan hizo que su voz temblara deliberadamente.

–Ésa es una idea excelente, Evan.

Silencio. Y luego la voz de su padre.

–¿Evan? – Parecía cansado y débil. Abatido.

Estaba vivo. Su padre estaba realmente vivo.

–¿Papá? Dios, papá, ¿estás bien?

–Sí, estoy bien. Te quiero, Evan.

–Yo también te quiero.

–Evan… lo siento. Tu madre, tú… Nunca pretendí arrastraros a esta locura. Siempre fue mi peor pesadilla. – Mitchell parecía estar a punto de llorar-. Tú no entiendes toda esta historia.

Sabía que Jargo estaba escuchando. «Finge que lo crees. Es la única manera de que Jargo te entregue a tu padre. Pero no demasiado rápido, o Jargo no se lo tragará.» Tenía que engañar a su propio padre. Intentó con todas sus fuerzas mantener la voz calmada:

–No, papá, te aseguro que no lo entiendo.

–Lo que importa es que puedo ponerte a salvo, Evan. Necesito que confíes en Jargo.

–Papá, aunque Jargo no haya matado a mamá, te ha secuestrado a ti. ¿Cómo puedo confiar en ese tipo?

–Evan. Escúchame atentamente. Tu madre fue a la CIA y la CIA la mató. No sé por qué acudió a ellos, pero lo hizo creyendo que os esconderían a los dos, a ella y a ti. Pero ellos la mataron. – Se le quebró la voz, luego se tranquilizó-. Y ahora te han utilizado a ti para intentar atraparnos a Jargo y a mí.

–Papá…

–Jargo y Dezz no estuvieron en nuestra casa; fue la CIA. Todo lo que te han contado es mentira. Créete lo que ves. Ese agente de la CIA de Londres intentó matarte, ésa es la mejor prueba. Evan, quiero que hagas lo que te diga Jargo, por favor.

–No creo que pueda hacerlo, papá. Él mató a mamá. ¿Entiendes eso? ¡Él la mató!

Y le relató brevemente a su padre su llegada a la casa.

–Pero no les viste la cara en ningún momento.

–No… no les vi la cara. – Dejó pasar tres segundos y pensó: «Deja que Jargo piense que quieres creer a tu padre, que quieres creerlo más que nada en el mundo para que todo este horror termine»-. Vi a mamá y luego me volví histérico y me pusieron una bolsa en la cabeza.

La voz de Mitchell era paciente.

–Puedo decirte con seguridad que no fueron Dezz y Jargo; no fueron ellos.

–¿Cómo puedes estar seguro, papá?

–Lo estoy. Estoy completamente seguro de que ellos no mataron a tu madre.

«Empieza a actuar como si fueses tonto.»

–Sólo escuché voces.

–Puede ser que cometieras un error en el momento más terrible de tu vida, Evan. Jargo no te haría daño. En el zoo le disparaban a Carrie, no a ti.

No era verdad, pero por lo visto Jargo le había contado toda una sarta de mentiras a su padre. No discutió sobre eso. «Y ahora para confundir…»

–Pero Carrie dijo…

–Carrie traicionó tu confianza. Te utilizó, hijo. Lo siento.

Dejó que el silencio lo inundase todo antes de hablar.

–Tienes razón. – «Perdóname, Carrie», pensó-. No fue honesta conmigo, papá. Desde el primer día.

Mitchell carraspeó.

–Olvídate de ella. Lo único que importa es que vengas junto a mí. ¿Estás a salvo de la CIA ahora mismo?

–Para ellos estoy muerto.

–Entonces, tráele a Jargo los archivos. Estaremos juntos. Jargo nos dejará hablar y planear lo que haremos después.

Evan bajó la voz.

–No digas nada. Tengo el portátil, pero no sé cuál es la contraseña. Nunca he visto los archivos que quiere Jargo.

Sabía que Jargo estaba escuchando cada palabra.

–Todo irá bien una vez que estemos juntos.

–Papá… ¿todo esto es verdad? ¿Lo que averigüé sobre ti y sobre mamá, sobre Los Deeps? Porque no entiendo…

–Te hemos estado protegiendo durante mucho tiempo, Evan, y harás más mal que bien si ahora nos descubres. Haz lo que diga Jargo. Tendremos mucho tiempo y podré hacértelo entender.

–¿Por qué ya no eres Arthur Smithson?

Pausa.

–No sabes lo que tu madre y yo hicimos por ti; no tienes ni idea de los sacrificios por los que pasamos. Nunca has tenido que tomar una decisión difícil. No te lo puedes ni imaginar -luego, Mitchell dijo rápidamente-: ¿Recuerdas cuando te di todas las novelas de Graham Greene y te dije que la cita más importante era «Quien amó también temió»? Es verdad. Es cien por cien verdad. Tenía miedo de que no tuvieses una vida buena y quería que la disfrutases. La mejor vida. Lo eres todo para mí. Te quiero, Evan.

–Lo recuerdo. Yo también te quiero, papá.

Sin importar lo que hubiese hecho.

Evan recordó que el último año de instituto su padre le había regalado por Navidad un montón de novelas de Greene, pero no entendía la cita. No importaba. Lo que importaba es que su padre estaba vivo y que lo iba a recuperar.

–Escucha atentamente. – La voz de su padre había desaparecido y la de Dezz la había sustituido-. Ahora estás a mi cargo ¿Dónde estás?

–Sólo dime dónde se supone que he de cambiar el ordenador de Khan por mi padre.

–Miami. Mañana por la mañana.

–No puedo llegar a Miami tan rápido. Será mañana por la noche.

–Te conseguiremos billetes -dijo Dezz-. No queremos que la CIA te vuelva a trincar.

–Yo mismo me ocuparé del viaje. Os llamaré desde Miami. Yo elegiré el lugar y la hora para el intercambio.

–De acuerdo. – Dezz se rió-. No te me escapes esta vez. Ahora todos seremos como una familia. – Y colgó.

«Como una familia.» A Evan no le gustó la ironía en el tono de Dezz, y pensó en las fotos ajadas de los dos chicos en Goinsville, en sus sonrisas y sus miradas entrecerradas. Ahora veía lo que no había querido ver antes: la posibilidad de que la conexión entre su padre, un hombre al que quería y admiraba, y Jargo, un asesino cruel y despiadado, pudiese ser un lazo de sangre.

Evan había decidido hacerse el tonto para que Jargo creyera que correría a ciegas a salvar a su padre, pero ahora se sentía confuso. Las citas de Graham Green, que habían consumido un valioso tiempo al hablar con su padre, la ironía de Dezz… No tenía sentido.

Evan borró del ordenador el vídeo que se había descargado y volvió a su habitación. Se estiró en la cama y se quedó mirando el portátil de Khan, que aún escondía sus secretos como un niño caprichoso.

Si le llevaba este portátil a Jargo recuperaría a su padre, o al menos eso esperaba, pero no detendrían a Jargo. No. Era inaceptable. Así que tenía que hacer ambas cosas: recuperar a su padre y acabar con Jargo, sin cometer errores.

Se sentó y pensó en las herramientas que tenía a su disposición, en cómo podía actuar al día siguiente.

Llegó a la conclusión de que simplemente era cuestión de ser el mejor contador de historias. Necesitaba ganarle la partida al verdadero rey de las mentiras. Su principal baza era ese portátil poco dispuesto a cooperar. Era hora de hacer juegos de manos.

Capítulo 36

Cogió el teléfono al tercer timbre.

–¿Sí?

–Hola, Kathleen.

Durante unos segundos se quedó muda del asombro.

–¿Evan?

–Sí, soy yo.

–¿Estás bien?

–Sí. Te vi hablando de mí en la CNN el fin de semana pasado. Gracias por tus amables palabras.

–Evan, ¿dónde estás? ¿Qué ha pasado? Dios mío, me has tenido muy preocupada.

Quería creer que era cierto, que su antigua novia todavía se preocupaba por él, y también sabía que su petición la pondría a prueba.

–No puedo decirte lo que ha ocurrido ni dónde estoy. Necesito que me ayudes. Puede que te esté poniendo en peligro al pedírtelo. Si cuelgas ahora no te culparé por ello.

Silencio.

–¿Qué clase de peligro?

–No tanto para ti como para quien consigas que me ayude.

–Suéltalo, Evan.

Siempre había sido muy directa.

–Un peligroso grupo de gente quiere matarme. Asesinaron a mi madre, secuestraron a mi padre y me están buscando a mí. Tengo uno de sus ordenadores y necesito acceder a él, pero está codificado.

–Esto es una broma, ¿no?

–Mi madre ha muerto, ¿crees que estoy bromeando?

Un momento de silencio. Luego bajó la voz.

–No, no lo creo.

–Ayúdame, Kath.

–Dios mío, Evan; escucha, vete a la policía.

–Si lo hago matarán a mi padre. Por favor, Kathleen.

–¿Cómo podría ayudarte?

–Tú produjiste Hackerama con Bill.

Bill era el tío por el que Kathleen le había dejado, un director de cine de Nueva York que, en realidad, le caía bien. Le había arrebatado el Óscar con su película sobre la cultura de los hackers.

–Sí -dijo tras dudar un instante.

–Necesito un contacto en Inglaterra. Inteligente y discreto, que no vaya de cabeza a la policía y que sea un experto en codificación. Puedo pagarle bien, y a ti también.

Kathleen dejó pasar un momento y luego le dijo:

–Evan, no voy a aceptar tu dinero y no puedo ayudarte a cometer un crimen.

–Es para salvar a mi padre, para salvarme a mí mismo. – Oyó a Kathleen moverse con nerviosismo-. Si has visto las noticias debes de haber oído lo de la bomba que ha estallado hoy en Londres. Fue esa gente; intentaban matarme.

–Sinceramente, ahora mismo hablas como un loco.

–Llevo días huyendo, escondiéndome. Mi vida está literalmente en tus manos, Kathleen. Necesito ayuda. No puedo detener a esta gente; sin esta prueba no puedo descubrirlos de manera que la policía me crea.

–Supongamos que dices la verdad; aun así me estás pidiendo que llame a un amigo y que lo ponga a él o a ella en un gran peligro.

–Sí, es verdad. Deberías advertirlos. Sé sincera con ellos para que sepan a lo que se enfrentan. Pero les pagaré. Esos tipos siempre necesitan dinero, ¿verdad?

–No parece una buena idea -dijo-, excepto para ti.

Era el fin. No podía culparla.

–Entiendo. Yo tampoco querría que le hiciesen daño a un inocente. Gracias por querer hablar conmigo. Y gracias por defenderme en la CNN; significó mucho para mí.

–Evan.

Él esperó.

Finalmente ella dijo:

–Encontraré a alguien que te ayude. ¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo?

–Es mejor para ti que yo te vuelva a llamar. Cuanto menos sepas, mejor.

–Siento mucho lo de tu madre. Era una mujer magnífica. Y tu padre…

–Gracias.

–Vuelve a llamarme dentro de una hora.

–Vale.

Evan colgó. Se preguntaba si Kathleen se pondría directamente en contacto con la policía. La llamó exactamente una hora después desde el teléfono del hotel. El móvil de Khan era sólo para hablar con Jargo.

–Evan. Un hacker me dio el nombre de un amigo suyo en Londres; su nick es Navaja. No quiere que conozcas su verdadero nombre. Dijo que se reuniría contigo esta noche en un café. ¿Tienes boli?

Y le dio una dirección en el Soho.

–Gracias, Kathleen. Que Dios te bendiga.

–Te lo ruego. Deja que la policía se encargue de esto.

–Lo haría si pudiese. Es complicado.

–¿Me volverás a llamar para que sepa que estás bien?

–Cuando pueda. Cuídate, Kathleen. Gracias.

Y colgó.

Bajó las escaleras y le preguntó al recepcionista cómo llegar al café que Navaja le había propuesto. Entró de nuevo en el coche de Khan, se armó de valor para conducir por el lado opuesto y arrancó en medio de la lluvia fría y cortante.

Capítulo 37

–Eres muy persuasivo, Mitchell -dijo Jargo-. Estoy orgulloso de ti. Era una conversación difícil.

–No quiero que le hagan daño.

Mitchell Casher cerró los ojos.

–Ninguno de nosotros quiere que le hagan daño a Evan. – Jargo puso el café delante de Mitchell-. Odio hacer críticas, pero la verdad es que deberías haberle hablado de nosotros hace tiempo.

Autore(a)s: