Pánico – Jeff Abbott

Carrie le apretó más el brazo a Evan.

–Phyllis, ¿alguno de los niños de este grupo murió en el incendio?

–No. Los que murieron eran niños más pequeños. Los niños mayores consiguieron salir todos.

–¿Recuerda adónde fueron después del incendio? ¿A algún otro orfanato en particular? – preguntó Evan.

–No, lo siento. Ni siquiera sé si me informaron. – Phyllis se recostó en la silla-. Nos dijeron que era mejor que no siguiésemos en contacto con los niños.

–¿Sería posible que nos prestara estas fotos? Podemos hacer copias, escanearlas para pasarlas a un ordenador y devolvérselas antes de marcharnos del pueblo -sugirió Evan-. Nos haría un gran favor.

–Nunca hice lo suficiente por aquellos niños -contestó Phyllis-. Me alegro de que por fin alguien se interese. Llevaos las fotos con mi bendición.

Después de despedirse de Phyllis y de Dealey, se dirigieron al aeropuerto, donde un ordenador y un escáner les esperaba en el avión.

–Mi padre… -dijo Carrie con voz temblorosa-. Aquel chico de la foto que está al lado de Bast es mi padre, Evan. ¡Dios, es mi padre!

–¿Estás segura?

–Sí. Nuestros padres se conocían. Conocían a Jargo cuando eran niños. – Señaló una de las fotos-. Richard Allan. El nombre de mi padre era Craig Leblanc, pero es él, sé que es él. No vayamos aún al avión; entremos un momento a tomar un café, por favor.

Se sentaron en una esquina de un restaurante de Goinsville. Eran los únicos clientes, a excepción de una pareja mayor sentada en una mesa con bancos corridos que intercambiaba sonrisas y miradas soñadoras, como si estuviesen en la tercera cita.

–Entonces, ¿qué demonios significa esto? – Carrie examinó la foto de su padre como si en ella pudiese encontrar las respuestas. Los ojos se le llenaron de lágrimas-. Evan, míralo. Parece tan joven, tan inocente. – Se enjuagó las lágrimas-. ¿Cómo es posible?

Aquel hombre perverso que había entrado en sus vidas, Jargo, por lo visto hundía sus raíces mucho más profundamente en sus vidas de lo que Evan jamás hubiese imaginado. Aquello entrelazaba su existencia con la de Carrie incluso antes de nacer, lo cual le asustaba: hacía que aquella maldición pareciese una sombra amenazante sobre ellos, bajo cuya oscuridad ninguno de ellos era consciente de vivir.

Evan respiró profundamente para tranquilizarse. Decidió que había que encontrar un orden en ese caos.

–Revisémoslo. – Repasó los hechos usando los dedos de las manos-. Nuestros padres y Jargo estuvieron juntos en el orfanato. El Hogar se quemó junto con todos los registros. Los niños se dispersaron. El Palacio de Justicia del condado se quemó un mes después y todos culparon a un pirómano que se suicidó. Alexander Bast, un agente de la CIA, tiene un orfanato bajo un nombre falso.

–Pero ¿por qué?

–La respuesta la tenemos delante de nosotros, si estuviéramos investigando el pasado de estos niños. Los registros. Los certificados de nacimiento. Se podría crear una identidad falsa fácilmente, utilizando Goinsville y el orfanato como lugar de nacimiento. Puedes decir, sí, yo nací en el Hogar de la Esperanza. ¿Mi certificado de nacimiento original? Por desgracia se quemó en un incendio.

Carrie frunció el ceño.

–Pero el estado de Ohio habría emitido unos nuevos, ¿no? Habría reemplazado los registros.

–Sí, pero basándose en la información aportada por Bast -dijo Evan-. Éste podría haber falsificado los registros para reivindicar que todos los huérfanos que vivían en el Hogar de la Esperanza habían nacido allí. Quizás esos niños tenían identidades diferentes antes de llegar al orfanato. Pero llegaron aquí y eran Richard Allan, Arthur Smithson y Julie Phelps. Después del incendio tendrían nuevos certificados de nacimiento con esos nombres, para siempre y sin preguntas. Y luego simplemente pedirían un nuevo certificado de nacimiento a nombre de docenas de niños en Goinsville.

Carrie asintió:

–Una fuente de identidades nuevas.

Evan bebió un trago largo de café. No podía apartar los ojos de la foto: su madre había sido tan hermosa y su padre parecía tan inocente…

–Volvamos atrás. Volvamos a Bast, porque él es el desencadenante. Dime por qué un propietario de clubes nocturnos, amigo de famosos, se interesa por un orfanato en Estados Unidos.

–La respuesta es que no es simplemente un juerguista londinense -dijo Carrie.

–Sabemos que trabajaba para la CIA.

–Pero en un nivel de base.

–O eso dice Bedford.

–Bedford no es un mentiroso, Evan, te lo prometo.

–Olvidemos a Bedford. Para la agencia esto debe de haber sido una manera de crear identidades nuevas con facilidad.

–Pero eran sólo niños. ¿Por qué iban a necesitar identidades nuevas?

–Porque… formaban parte de la CIA. Hace mucho tiempo. Es sólo una teoría.

Carrie se puso pálida y dijo:

–Pero si Los Deeps formaban parte de la historia de la CIA, ¿no lo sabría Bedford?

–A Bedford le encargaron seguir a Jargo hace sólo un año. No sabemos lo que le dijeron. – Evan le agarró las manos a Carrie-. Nuestras familias dejaron atrás sus vidas. Dejaron de ser Richard Allan, Julie Phelps y Arthur Smithson y adoptaron nombres nuevos. Puede que a Bedford le dijesen que era un problema heredado en lugar de un terrible secreto.

Evan volvió al montón de fotos.

–Mira esto. Jargo con mi familia.

Señaló una foto de un joven alto y musculoso de pie entre Mitchell y Donna Casher, rodeando con sus grandes brazos los hombros de ambos, esbozando una sonrisa torcida que era más de seguridad que de amistad. Mitchell Casher estaba un poco inclinado hacia la cara de Jargo, como si le estuviese preguntando algo. Donna Casher estaba rígida, incómoda, pero su mano agarraba la de Mitchell.

Carrie observó la cara de Jargo y miró la de Mitchell.

–Tiene un parecido con tu padre.

–No lo veo.

–La boca -dijo ella-. Él y Jargo tienen la misma boca. Mírales los ojos.

Ahora Evan vio la similitud en la curva de la sonrisa.

–Es sólo que están sonriendo mucho.

No quería mirarles los ojos: la mirada entrecerrada era casi idéntica. No podía ser, pensó. No podía ser.

Carrie miró la parte de atrás de la foto.

–Sólo dice Artie, John, Julie.

Evan le dio la vuelta a otra foto de Jargo que Phyllis le había enseñado.

–John Cobham.

–Cobham, no Smithson.

Le cogió las manos a Evan.

–Las fotos están descoloridas -dijo con un hilo de voz-. Los rasgos están borrosos y eso hace que la gente se parezca.

Ella se recostó y dijo:

–Olvídalo. Lo siento. Volvamos a lo que tú decías, si Bedford lo sabe o no. No creo que lo sepa, si no no se hubiese molestado en enviarnos aquí.

–Entonces, ¿qué le vas a decir?

–La verdad, Evan. ¿Por qué no?

–Porque quizá, sólo quizá, sea una vergüenza de la CIA que Bedford desconoce. Bast trajo aquí a esos niños, creó nombres para ellos, hizo que fuese muy difícil para cualquiera encontrar un registro sobre ellos; y trabajaba para la CIA. – Evan se inclinó hacia delante-. Quizá la CIA cogió a estos niños y los crió para convertirlos en espías y asesinos.

–Ésa es una teoría disparatada. La CIA nunca haría eso.

–No te pongas de parte de la CIA automáticamente. – Evan bajó la voz, como si Bedford estuviese sentado en el banco de al lado-. No estoy atacando a Bedford, pero no me digas lo que la agencia, o un pequeño grupo de gente descarriada que trabaja allí, pudo haber hecho o no hace cuarenta años, porque no lo sabemos. Bast era de la CIA, y trajo a nuestros padres aquí por una razón.

Carrie levantó una mano,

–Imagínate que tienes razón, que este grupo recibió nombres y vidas nuevas y que todos pasaron a trabajar para Jargo. ¿Por qué? Ésa es la pregunta.

–Bast murió. Jargo ocupó su puesto.

–Jargo mató a Bast. Tiene que ser eso.

–Quizás. Está claro que Jargo controlaba a nuestros padres y quizás al resto de los niños; un control del que no podían escapar. Quiero ir a Londres.

–Para averiguar cosas sobre Alexander Bast.

–Sí. Y para ver a Hadley Khan. Él conocía la conexión entre Bast y mis padres. No puede ser una coincidencia.

–Tampoco puede ser una coincidencia que tu madre escogiese este momento para robar los archivos y escapar. Sabía que se habían acercado a ti para hablarte de Bast.

–Nunca se lo dije. Nunca. Sabes que no hablo de mis películas mientras estoy planeándolas. Tú fuiste la primera persona a la que se lo conté.

–Evan. Ella lo sabía. Le enviaste un correo electrónico a Hadley Khan intentando averiguar por qué te había dejado aquel paquete sobre Bast. Pudo haber mirado en tu ordenador. Quizá vio el nombre de Bast en el correo para Hadley, o cuando me conoció… quizá le recordé a mi padre. A lo mejor tenía miedo de que te reclutasen y sólo quería una vía de escape permanente para tu familia.

–Me espiaba… -Sabía que era verdad-. Mi propia madre me espiaba.

Carrie alargó las manos a través de las tazas de café para cogerle la suya.

–Lo siento muchísimo, Evan.

La foto de Bast, desperdigada entre las fotos de sus padres y de Jargo hacía una eternidad, les sonreía.

Llamaron a Bedford desde el avión y le explicaron lo que habían averiguado.

–Queremos ir a Londres -explicó Evan-. La última vez que mi madre trabajó como fotógrafa fue allí, Hadley Khan está allí y Bast murió allí. ¿Puedes hacer que la CIA en Londres nos consiga el expediente completo sobre la muerte de Bast?

–En el expediente de Bast no hay constancia de ese orfanato -dijo Bedford-. ¿Estás seguro de que el de la foto es él?

–Sí. ¿Puede ser que este expediente fuese censurado por alguien de la CIA que quisiese ocultar su implicación?

–Todo es posible.

La voz de Bedford sonaba tensa, como si las reglas del compromiso se acabaran de escribir de nuevo. Evan podía ver cómo aumentaba la tensión en la cara de Carrie: «¿A qué demonios nos estamos enfrentando aquí?».

–Londres -repitió Evan-. ¿Podemos ir?

–Sí -dijo Bedford-, si Carrie se encuentra lo suficientemente bien como para viajar.

–Estoy bien. Cansada, pero puedo dormir durante el vuelo -dijo Carrie.

–Hablaré con la oficina de Londres para que os recojan y también con vuestro coordinador de viajes, pero creo que necesitaréis un piloto nuevo. Cambiad de avión en Washington. Y, Carrie, haré que te examine un médico antes de que vayas al Reino Unido, y otro médico cuando llegues a Londres.

–Gracias, Albañil.

Bedford colgó. Carrie fue al servicio y Evan cerró los ojos para pensar.

Oyó a Carrie volver a su asiento, pero siguió con los ojos cerrados. El avión rugió sobre Ohio y luego giró hacia Virginia. Dejaba atrás un trozo de suelo que era el primer paso en la larga mentira de la existencia de su familia.

Se imaginó que estaba en el estudio de su casa de Houston, descargando la cinta digital en su ordenador y abriéndose paso hacia veinte horas de imágenes, cortando la porquería superflua de la historia que quería contarle a la audiencia sentada en la silenciosa oscuridad. Una vez había leído que Miguel Ángel simplemente extrajo los trozos de mármol que no tenían, que estar allí y que encontró el David oculto dentro de la masa de piedra. Su David era la verdad sobre sus padres, la información que liberaría a su padre.

Entonces, ¿cuál era la verdadera historia? ¿Dónde estaba la delicada obra de arte bajo el bloque de mármol?

Abrió los ojos. Carrie estaba sentada mirando hacia delante, encorvada como si un viento frío la envolviese.

De repente, el corazón de Evan se llenó de… ¿de qué? No lo sabía. Pena, tal vez tristeza. Ninguno de ellos había pedido nacer en medio de este desastre, pero ella había elegido permanecer en él. Primero por sus padres, luego por Bedford y ahora por él.

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