Pánico – Jeff Abbott

Evan sintió en su corazón el peso de lo que le debía, en lugar de la confusión y el dolor por sus últimas mentiras.

–¿En qué piensas? – preguntó Evan.

–En tu padre -dijo ella-. Te pareces a él en la sonrisa. En aquellas fotos, tu padre tenía una sonrisa muy inocente. Me pregunto si está asustado; por él y por ti.

–Jargo le ha dicho mil mentiras, estoy seguro.

–Sólo tiene que decir una realmente buena.

–Una mentira no fue suficiente para engañarte -dijo Evan.

–Me pregunto si nuestros padres tuvieron alguna vez miedo de que averiguásemos la verdad y nos alejásemos de ellos.

–Estoy seguro de que sí. Incluso sabiendo que los queríamos.

–Pero mi padre me reclutó y me metió en este mundo, igual que Jargo con Dezz. Todavía no entiendo por qué lo hizo. – Su voz sonaba cansada, no enfadada.

–No sabemos si tuvo elección, Carrie. Quizá creía que si te metías en el negocio no lo rechazarías.

–Le habría querido igualmente. Creo que eso lo sabía.

–Estoy seguro de que sí.

Carrie sacudió la cabeza.

–Ahora mismo siento que vivió una vida de la que nunca supe una palabra. Hay un montón de pensamientos, preocupaciones y miedos que tuvo que mantener en secreto. Es como si no lo conociese de nada. Probablemente así es como te sientes tú con tu padre. – «O conmigo», esperó Evan que dijese, pero ella no lo hizo.

Él carraspeó para aclararse la voz.

–Sólo sé que quiero al padre que conozco, y no puedo más que creer que ésa es la parte más auténtica de mi padre, independientemente del resto de cosas que haya hecho.

–Ya lo sé. Yo me siento igual. Te habría gustado mi padre, Evan.

–Debes de echarlo de menos.

–Dios mío, verlo en esas fotos, tan joven… todavía me impresiona. – Se enjuagó las lágrimas. Evan se sentó junto a ella, la rodeó con el brazo y le secó las lágrimas de la mejilla-. No confiaban en nosotros para decirnos la verdad -dijo después de un momento.

–Intentaban protegernos.

–Eso es lo que yo quería hacer contigo. Protegerte. Siento haberte fallado.

–Carrie, no me has fallado. Ni una sola vez. Sé que te encontrabas en una situación terrible; lo sé.

–Pero me odias un poco por mentirte.

–No.

–Si me odiases -dijo ella-, lo entendería.

–No te odio.

La necesitaba. Fue una certeza repentina. El hilo de la tragedia los había unido para siempre, del mismo modo que estaban unidos los padres de Evan y el padre de Carrie.

Evan la besó. Fue tan indeciso y tímido como suele ser un primer beso, un auténtico primer beso. Se echó hacia atrás para admirarla y ella cerró los ojos y sus labios se encontraron suavemente, una vez, dos veces; luego la besó apasionadamente. Era una mezcla de ternura y necesidad de demostrarle que la amaba.

Ella se separó y dejó su frente apoyada en la de él.

–Nuestras familias vivieron vidas falsas. Yo lo hice durante un año, pero no quiero vivir una mentira nunca más; no te puedes imaginar lo solitario que es. No quiero que tú lo hagas. Podemos ser simplemente nosotros. Te quiero, Evan.

Él quería creer. Necesitaba amar, necesitaba creer en lo mejor de ella. Necesitaba recuperar lo que había perdido, al menos parte de ello. Esa idea le vino de repente y brilló en su cabeza, estallando como si fueran fuegos artificiales. Quería estar solo con ella, lejos de los micrófonos ocultos de la CIA; lejos de sus padres, atrapados en viejas fotos como si fuesen extraños; lejos de la muerte y del miedo.

–Yo también te quiero -dijo en voz baja Evan.

Carrie se acurrucó en sus brazos y Evan la abrazó hasta que se quedó dormida.

«Podemos ser simplemente nosotros.»

«Sí -pensó-. Cuando Jargo esté muerto. Cuando lo haya matado.»

Mientras el avión despegaba hacia Virginia con gran estruendo, Evan no se preguntaba si ella era la misma mujer a la que había amado: se preguntaba si él seguía siendo el mismo hombre que ella amaba.

Capítulo 30

Jargo estaba tumbado, medio despierto, medio dormido, esperando la llamada telefónica que pondría fin a aquella pesadilla. Era de nuevo un chico sentado en la habitación oscura, escuchando la voz de Dios resonar en sus oídos. Dios estaba muerto, lo sabía, pero no así la idea de Dios, un ser tan poderoso que ejercía un control absoluto sobre ti, sobre si respirabas o si morías. El chico que había sido llevaba tres días sin dormir.

–El reto -dijo la voz, delicada, tranquila y con acento británico- es que conviertas un fallo en una oportunidad.

Jargo el chico (su nombre entonces era John, el nombre que más le había gustado) dijo:

–No lo entiendo.

–Si creas una situación y pierdes el control sobre ella, debes ser capaz de retomar esa situación, de convertirla en una ventaja para ti.

–Así que si caigo de un edificio de diez pisos… La verdad es que no sé cómo puedo convertir eso en una victoria.

Tenía trece años y empezaba a cuestionarse el mundo que siempre había conocido.

–Me refiero a situaciones que se pueden solucionar -respondió la voz sin mostrar signos de impaciencia-. Tú vives y respiras, puedes manipular a la gente. Debes construir cada trampa para que, si la presa escapa, no crea que tú la pusiste.

–¿Por qué tiene que importarme lo que piense una víctima que escapa? – preguntó Jargo.

–Estúpido, chico estúpido -dijo la voz-. ¿No lo ves? Todavía hay que tender la trampa. Tú tienes que permanecer en el anonimato, que no surja ninguna sospecha sobre ti. No creo que jamás estés preparado para dirigir.

Sonó el teléfono.

Jargo se puso en pie, parpadeando; el chico asustado sentado en la oscuridad tardó un rato en desaparecer y luego se fue. Buscó a tientas el teléfono y descolgó.

–Tengo los registros de llamadas de móviles de tu rincón especial de Ohio.

–De acuerdo -dijo.

–Los he introducido en tu sistema -dijo Galadriel.

–Te diré lo que estoy buscando: llamadas al área metropolitana de Washington DC.

–Hay siete -respondió ella tras un momento.

–Dame las direcciones de todos esos números.

Se produjo una pausa.

–Dos residencias. Cinco oficinas del gobierno, en su mayoría oficinas del Congreso y la Seguridad Social.

–¿Ninguna llamada a una dirección confirmada de la CIA?

–Ninguna -aseguró Galadriel después de otro instante-. Pero no tenemos una lista completa de los números de la CIA. Sabes que eso es imposible.

–Consigúeme las llamadas desde o hacia teléfonos de Virginia y Maryland.

Otra pausa.

–Sí. Sesenta y siete durante el día.

–¿Alguna a Houston?

–Quince.

–Consigúeme las direcciones de cada una de ellas -lo llamaban por la otra línea-. Espera un momento -respondió a la otra llamada-. ¿Diga?

–Creo que vuelan hacia el Reino Unido -dijo la voz.

Jargo cerró los ojos. Podía oír el zumbido de la Game Boy de Dezz al final del pasillo, y la voz tranquila de Mitchell. Habían tenido un día largo y no habían avanzado mucho en la elaboración de un plan para recuperar a Evan. Pero ahora todo acababa de cambiar.

–¿Desde dónde?

–Sospecho que desde una clínica de la agencia en el sureste de Virginia. Se llama Clínica North Hill. Hay una pista de aterrizaje privada cerca y la solicitud viene de esa pista.

–¿Volaron allí desde Nueva Orleans?

–No lo sé. Sólo he visto la solicitud de un avión para volar desde el espacio aéreo de Washington hasta el Reino Unido. Ni siquiera estoy seguro de que sean ellos. Pidieron que un médico fuese al avión antes de que despegara, y también otro a su llegada a Londres. Si tu antigua agente está herida… podría ser ella. Por supuesto, también podría ser un agente viejo que necesite asistencia médica.

–Has dicho «fuese al avión». ¿Dónde más ha estado?

–No lo sé.

–¿No encuentras otra solicitud para una viaje hoy?

–No. Debe de ser un vuelo doméstico. La información sobre vuelos domésticos está bastante protegida, y yo no estoy autorizado para acceder a ella.

–¿Cuál es la identidad para el vuelo al Reino Unido?

–También está clasificada, pero es una operación conjunta con la inteligencia británica. Es todo lo que sé. – La voz empezó a ponerse nerviosa-. Sería mejor que controlases esto, Jargo…

–Está bajo control. Espera. – Volvió a ponerse al teléfono con Galadriel-. Quiero saber si hoy se ha realizado alguna llamada a teléfonos móviles en el sudoeste de Virginia desde teléfonos ubicados en aviones en nuestro territorio de Ohio. Cruza todos los datos con cualquier número de teléfono federal o de la CIA en esa zona.

–No estoy segura de poder rastrear llamadas de aviación -dijo Galadriel-. No sé si se gestionan de manera diferente.

–Tú hazlo. Busca también llamadas por satélite.

Oyó el martilleo en las teclas. Esperó durante unos cuantos minutos, escuchando cómo los dedos bailaban por el teclado mientras entraba en las bases de datos. Galadriel tarareaba de forma poco melodiosa mientras trabajaba.

–Sí. Sólo una, si estoy interpretando los datos correctamente. Fue a través de un transmisor cerca de Goinsville, Ohio, a un número asignado con la Clínica North Hill, situada al este de Roanote. Fue a las dos y cuarenta y siete de esta tarde.

Habían estado en Goinsville.

Jargo cerró los ojos y pensó en sus cada vez más escasas opciones. «Debes construir cada trampa para que, si la presa escapa, no crea que tú la pusiste.» Era la lección más dura que jamás había aprendido, pero esa filosofía había mantenido a Los Deeps con vida en la sombra, y los había hecho ricos. Se había exprimido el cerebro durante toda la noche y aquel día, intentando buscar una manera de atrapar a Evan y sacarlo a la luz; de devolverlo a su mundo para que fuese más fácil matarlo, mientras le hacía creer a Mitchell que lo estaban rescatando.

Pero quizá lo que estaba sucediendo no fuera un desastre. Quizás era su mejor oportunidad de sacarse de encima todos los dolores de cabeza, todas las amenazas.

Goinsville. Tal vez no hubiesen encontrado nada. ¿Qué podían encontrar? Nada: su vida allí formaba parte de un pasado que nadie recordaba. Pero el hecho es que habían encontrado algo. Londres era la siguiente parada, y no podía descartar la posibilidad de que Evan supiese mucho más de lo que su padre creía que sabía.

Algunas situaciones requerían un corte lento; otras exigían un corte definitivo en el cuello.

Había llegado el momento de ser cruel.

Volvió al otro teléfono.

–Todavía necesito tu ayuda.

–¿Qué quieres? – preguntó la voz.

–Querer. Vaya concepto, querer. – Jargo sabía el dolor que le causaría a Mitchell. No era ciego ante el sufrimiento; el dolor era irrelevante. Jargo también sufriría su propio revés, pero no tenía elección-. Quiero una bomba.

JUEVES
17 de marzo

Capítulo 31

El oficial superior de la CIA en Londres los recogió en una pista de aterrizaje privada en Hampshire. Se llamaba Pettigrew; no dijo su nombre de pila. Parecía impaciente. Pettigrew estuvo callado mientras los llevaba a toda prisa a un coche que él mismo condujo hasta una casa de seguridad en el barrio londinense de St. Johns Wood. Se tomó su tiempo, dio varios rodeos y Evan, que sólo conocía Londres lo suficiente como para llegar al Soho y a la Escuela de Cine, se perdió por el camino.

Pettigrew no les dijo ni una palabra durante el viaje.

Era poco más de mediodía en Londres y, para sorpresa de Evan, habían dejado la lluvia atrás en Ohio. El cielo estaba despejado y las pocas nubes que había parecían de algodón fino. Pettigrew cerró un portón de hierro forjado tras ellos mientras subían las escaleras delanteras de la casa.

Los acompañó hasta unas habitaciones ordenadas, sin decoración y con baños privados; ambos tomaron una ducha. Un médico esperaba a Carrie para cambiarle la venda y examinar su herida. Cuando acabaron, siguieron a Pettigrew hasta un pequeño comedor donde una mujer mayor les preparó un té fuerte y café, y les sirvió una comida compuesta por carne fría, ensalada, queso, pepinillos en vinagre y pan. Evan se bebió el café, agradecido.

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