Pánico – Jeff Abbott

Evan sacó la PDA del bolsillo, la desbloqueó con la huella de su pulgar y abrió la aplicación de nota de voz. La conversación con Dezz, luego con Jargo y luego con su padre se escucharon en la PDA alto y claro. Los dos hombres se quedaron mirando el uno al otro mientras la voz de Mitchell Casher invadía la pequeña habitación. Cuando acabó, Bedford cerró los ojos.

–Mírame -dijo Evan-. ¿Es él tu contacto? ¿Lo es?

–Sí.

Evan sintió una presión en el pecho.

–Si mamá y papá hubiesen confiado el uno en el otro… -No terminó la frase-. Mamá sabría que papá estaba ayudando a la CIA y papá sabría que mamá había robado la lista de clientes de Jargo para utilizarla como escudo y proteger a su hijo. Podrían haber detenido a Jargo sin disparar una sola bala, y mamá estaría viva.

–Las mentiras eran una parte integrante de sus vidas -dijo Bedford-. Lo siento muchísimo, Evan.

El silencio inundó la habitación hasta que Evan habló.

–Vale. Entonces él es tu contacto. Tiene problemas. ¿Qué vas a hacer para ayudarle?

–¿Te dio él esas novelas de Graham Greene? – preguntó Bedford.

–¿Cómo? – ésa no era la pregunta que esperaba-. Sí, antes de empezar en la universidad de Rice. Dijo que debería leer libros realmente brillantes antes de ponerme con la basura que se leía en la facultad.

–¿Mencionó alguna vez «quien amó también temió»?

Bedford se inclinó hacia delante.

–No lo recuerdo. Pero Greene es su escritor favorito, así que siempre hablaba de esos libros conmigo. La frase me resulta ligeramente familiar.

–La cita es de El ministerio del miedo. Es una verdad amarga; siempre arriesgamos cuando amamos. También es una frase en clave que establecí con tu padre.

Bedford se colocó los dedos sobre los labios.

–Dime lo que significa.

–Significa: «Olvídate de mí. No puedes rescatarme».

Evan sintió cómo su cara de póquer se desmoronaba.

–No. No. Ahora no importa ese código. Tienes que ayudarle.

Bedford se irguió, con una confianza tranquila que sugería que la batalla entre ellos había terminado.

–Evan, en este negocio pierdes a gente. Es la guerra. Es triste. Me hubiese gustado encontrarme con tu padre cara a cara, haberlo conocido. Creo que incluso me habría caído bien. Pero me está diciendo que me vaya. No sé si es porque cree que la CIA mató a tu madre, como le dijo Jargo. Puede que no importe lo que piense. Quizás esperaba que si la CIA te cogía te trajera conmigo, y así yo te preguntaría sobre cualquier cosa inusual que hubiese dicho. Sea lo que sea lo que esté preparando Jargo para esta reunión, es una trampa. No puedo correr el riesgo; mi equipo es demasiado pequeño. Tendremos que esperar otra oportunidad.

–No puedes abandonarle.

–Y yo no puedo arriesgar mis recursos para salvar a un hombre muerto. Me está advirtiendo que me aleje. Estoy seguro de que es para que no te acerques a Jargo. – Bedford se puso de pie-. Te acompaño en el sentimiento. Nos dirigiremos a Washington en lugar de a Miami, y entrarás en un programa de protección. El gobierno te está inmensamente agradecido por lo que has hecho.

Evan se quedó en su asiento.

–Sé que es difícil para ti. Has perdido a tu madre, pero hijo, tienes a Carrie.

–Lo sé.

Evan se quedó mirando la cálida caoba de la mesa.

–Te aseguro que podemos esconderte sin problemas. Piensa dónde te apetece vivir. Irlanda, Australia o…

Evan levantó la mirada, observó a Bedford y dijo:

–No, nos vamos a Miami.

–Lo siento, Evan, pero no. Con todo mi respeto hacia tu padre…

–El portátil. Gracias a mis contactos en el cine, he encontrado a un hacker muy bueno. Ya hemos conseguido los archivos y los hemos escondido. Nunca los encontrarás. Si intentas acceder al portátil y la contraseña es incorrecta, se formateará automáticamente. Yo soy el único que sabe dónde está la lista de clientes de Jargo. No te lo diré a menos que me ayudes a recuperar a mi padre.

–Evan, escúchame…

–La discusión ha terminado. – Evan se puso de pie-. ¿Vamos a ir a Miami o no?

Capítulo 40

–Tú estás tramando algo, Evan -susurró Bedford para que nadie en el avión de la CIA lo escuchara.

Sobrevolaron el Atlántico en dirección al sur de Florida. Evan se sentó en la parte de atrás, Bedford a su lado y Carrie junto a una ventana, más adelante. Un cuarto pasajero, un hombre mayor con el cuello como un toro y que Evan suponía que era un oficial de la CIA de confianza de Bedford, hablaba con ella. Se había presentado como Frame, sin nombre de pila, así que Evan no estaba seguro de si Frame era un nombre en código, como Albañil, o si era su apellido real. Frame habló un poco sobre el equipo de fútbol de los Redskins de Washington, al parecer su tema favorito. Carrie sonreía y asentía, pero seguía mirando a Evan.

–Reconozco un timo en cuanto lo veo.

–¿Perdona? – dijo Evan.

–No creo que sea cierto que tienes los archivos, al menos no todos. Eres el típico tío responsable; si pudieses acabar con Jargo en un momento, lo harías. Así que no me estás diciendo todo lo que sabes de esos archivos.

Evan se quedó callado.

Bedford lo miró de reojo:

–Eres tremendo, jovencito. Estás chantajeando a la CIA.

–No a toda la agencia; sólo a ti, Albañil.

–Tremendo -repitió Bedford-. Un joven como tú me podría resultar muy útil en el trabajo, Evan.

–No, gracias. – Sabía que Bedford lo decía como un cumplido, pero no quería tener nada más que ver con este mundo-. No creo que te esté timando más de lo que tú me estás timando a mí…

Bedford pareció herido.

–He sido totalmente sincero contigo sobre nuestro plan de ataque.

Bedford había diseñado un esquema simple: llevar a Evan a un lugar seguro donde pudiese llamar por teléfono y organizar la reunión. Llevaría un portátil exacto al de Khan; Bedford le aseguró que Jargo no se acercaría tanto como para notar alguna diferencia o comprobar los números de serie. Evan sugeriría una cita inmediata en un lugar retirado donde Bedford y su equipo podrían atacar, sin darles tiempo a Los Deeps a preparar su ofensiva. Jargo y Dezz serían capturados vivos, si era posible, o muertos si era necesario.

–Sí, y tu plan parece minucioso -dijo Evan-, igual que cuando Pettigrew nos llevó por todo Londres.

Bedford se recostó.

–Todos los del equipo han sido sometidos a una investigación. Están limpios. Pettigrew no era un miembro del equipo, era un simple oficial de campo condecorado que no hacía demasiadas preguntas.

–Jargo está preocupado por que se descubran sus contactos en la CIA. Al librarse de Pettigrew eliminó a uno de ellos.

–Sospecho que era un cliente suyo, no un agente. Era uno de los oficiales de la CIA más importantes de Europa -dijo Bedford-. Ya ves el reto al que me enfrento, hasta dónde puede llegar el alcance de Jargo. Pero te prometo, Evan, que respetaré nuestro trato. Traeré a tu padre a casa. Ésta es la mejor oportunidad que jamás hemos tenido para atrapar a Jargo. Habrá personal adicional en Florida para ayudarnos. Por fin estoy recibiendo todos los recursos que necesito.

Evan echó un vistazo a la parte delantera del avión. Carrie lo observaba. Frame le estaba leyendo los titulares de The Guardian y se lamentaba del estado del mundo.

Puede que Evan no tuviese otra oportunidad. Se acercó a Bedford hasta el punto de poder oler sus caramelos de menta.

–Hay una razón por la que Jargo ha conseguido infiltrarse entre vosotros, y es que te conoce muy bien. Los Deeps son un problema de la CIA, ¿verdad?

Bedford frunció el ceño.

–Por favor, dame este gusto. Las redes de espías no salen de los orfanatos, alguien tiene que cultivarlas. La agencia los engendró; Alexander Bast creó Los Deeps para la CIA. Podríais tener agentes en territorio estadounidense cuya existencia nunca sería necesario admitir. Un grupo de agentes a medida que podríais usar para todo tipo de trabajos clandestinos que no tendríais que justificar ante el Congreso ni nadie más. No hay documentos de su colaboración con la agencia. No os culparían si algo salía mal.

–Creo que es una hipótesis incorrecta -dijo Bedford.

–¿Quién creó esta red?

–Alexander Bast, por sus propias razones. Supongo que quería ganar dinero ejerciendo como espía independiente. El señor Bast era un hombre adelantado a su tiempo.

–Nunca admitirás que fue la CIA, ¿verdad? Estoy gastando saliva al preguntártelo.

Bedford sonrió.

–Y matarás a Jargo aunque no sea necesario para salvar a mi padre. No quieres que hable de los negocios que tiene contigo, del hecho de que hiciese trabajos sucios para la inteligencia estadounidense. Además, tú podrás tomar el control de la red, abrirte camino por todos los servicios de inteligencia y los negocios que utilizan Los Deeps.

–Cuando tu padre esté a salvo, Los Deeps ya no serán asunto tuyo.

–Tienen familias como la mía y como la de Carrie. Hijos y esposas que no tienen ni idea de lo que hacen. Los perseguirás para acabar con ellos, ¿verdad? O los usarás para llevar a cabo tus propios planes.

–Evan, por favor. No es asunto tuyo. De lo único que tienes que preocuparte es de recuperar a tu padre. En cuanto lo tengamos ambos os subiréis a un avión de camino a un paraíso cálido y lejano, con nombres nuevos, dinero y un nuevo comienzo.

–¿Y qué hay de Carrie?

–Ella también, si quiere ir contigo.

Evan cerró los ojos. No dormía. Escuchó a Bedford levantarse de la silla, toser, ponerse un vaso de agua e ir a hablar al teléfono del avión, supuestamente para comprobar los preparativos en Miami. Luego Evan oyó a Carrie deslizarse en la silla de cuero junto a él.

–Así que has conseguido todo lo que querías -le dijo ella.

–Todavía no.

Seguía con los ojos cerrados.

–El día de ayer fue un infierno para mí. Pensé que habías muerto; creí que había cometido un error, que no había conseguido protegerte.

Evan abrió los ojos e inclinó la cabeza hacia la de ella.

–No te culpo. Confío en ti -le dijo en un susurro, con la boca apenas a unos milímetros de la de ella-. Así que deberías saber que todavía no tengo los archivos.

Carrie abrió los ojos como platos.

–Pero le dijiste a Bedford…

–Le dije a Bedford que tenía el portátil con los archivos dentro. Pero están todos codificados. Mi hacker todavía no ha conseguido descifrar la contraseña. Quizá no lo consiga; podríamos estar en un callejón sin salida.

–Así que el portátil que tenemos…

–No es el de Khan. Es uno nuevo del mismo modelo, comprado esta mañana en Londres. Es mi señuelo, mi sorpresa. Instalamos un programa que simulará que formatea el disco duro si alguien intenta descifrar la contraseña de acceso. Mi hacker tiene el portátil de Khan en Londres y está haciendo todo lo posible para desbloquear los archivos, pero todavía no lo ha conseguido. Así que confío en ti. Si se lo dices a Bedford podría romper el trato para escondernos a mi padre y a mí. Sólo le daré el portátil original cuando mi padre y yo estemos a salvo y nos hayamos ido. Quiero decir, cuando nos hayamos ido a nuestro modo, con identidades creadas por nosotros mismos. Cuando desaparezcamos, no quiero que ni la agencia ni Bedford nos vuelvan a encontrar nunca. La implicación de mi familia acaba ahora y para siempre. Así que tienes que elegir, Carrie. Yo quiero estar contigo. Si tú no quieres, si quieres quedarte en la agencia, es tu elección, pero estoy confiando en ti al darte esta información.

–¿Qué pasa si no podemos recuperar a tu padre o si Jargo ya lo ha matado?

–Creo que mi padre es la debilidad de Jargo. No puedo estar seguro, pero… -Evan hizo una pausa y recordó las palabras crípticas que Jargo le había dicho la primera vez que hablaron por teléfono: «Tú y yo somos familia, en cierto modo»; la burla de Dezz: «Seremos todos como una familia»; volvió a ver en la foto ajada a los dos chicos que compartían rasgos similares-. No creo que Jargo lo mate.

–Mató a tu madre.

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