Pánico – Jeff Abbott

Khan casi parecía decepcionado, como un hombre que añoraba los viejos tiempos.

–Entonces ella roba la información y usted la vende.

–No. Yo le proporciono la logística, me ocupo de meterle dinero en la cuenta. Jargo se ocupa de la venta.

Logística de apoyo. Dinero. Tenía que saber de dónde venía el dinero. La lista de clientes, pensó Evan. Este hombre la tenía. Mantuvo la expresión neutral en su rostro.

–¿Y a quién le vendería Jargo esta información?

Khan se encogió de hombros.

–¿Quién no necesita información como ésa hoy en día? Los rusos, que todavía temen a la OTAN; los chinos, que todavía temen a Occidente; la India, que quiere tener un papel más importante en la escena mundial; Irán; Corea del Norte. Pero también quieren los planos sociedades anónimas de aquí y de Estados Unidos, porque quieren conseguir contratos o superar en táctica a la empresa de aeronáutica que diseñó el avión. – Le regaló a Evan una sonrisa limpia y ensayada-. Tu madre era muy buena. Deberías estar orgulloso. Me siguió hasta donde guardaba los archivos, accedió a mi portátil, robó los datos y no lo supe hasta la semana pasada.

–Ahora mismo no puedo estar orgulloso de sus logros -dijo Evan.

–Lo cierto es que si hubiésemos querido matar al tipo… bueno, habrían enviado a tu padre. Es un asesino hábil. – Khan se miró las uñas de las manos-. Garrote, pistola, cuchillo. Una vez en Johannesburgo llegó a matar a un hombre usando sólo los pulgares. O quizá solamente fue un rumor que él mismo difundió. La reputación es muy importante en este negocio.

El cuchillo parecía ahora más ligero en las manos de Evan.

Khan emitió un murmullo como de compasión.

–Los conozco mejor que tú, aunque nunca supe sus verdaderos nombres. Es bastante triste, la verdad.

«Sólo intentas provocarme. Intentas que cometa un error.»

–Ya que nos estamos ayudando el uno al otro, dime lo que te robó mi madre.

Khan deslizó la lengua por su labio inferior.

–Números de cuenta en un banco en las Caimán. Copió un archivo que tenía nombres asociados a cuentas. No me percaté de que había robado los archivos, que los había copiado, hasta que hice una comprobación en mi sistema el pasado jueves.

El jueves. El día antes de que ella muriera. El día, quizá, que ella decidió huir. Debía de saber que Jargo y Dezz andaban tras ella. O bien Khan estaba mintiendo, lo cual también era una posibilidad diferente.

–Y obtuvo una lista de todos los clientes de Los Deeps.

Khan frunció el ceño.

–Sí, también eso.

–Y usted alertó a Jargo.

–Naturalmente. Él no sabía lo de la lista de clientes; era mi propio seguro en caso de que las cosas se pusiesen feas entre él y yo. Pero lo convencí de que tu madre había conseguido la lista al relacionar información que Jargo ya sabía que yo tenía.

Más información. Khan debía de tenerla toda: el nombre de todos Los Deeps, todas las cuentas bancarias que utilizaban, todos los detalles de sus operaciones. No le sorprendía que Jargo quisiera verlo muerto.

–Quiero una copia de cada archivo.

–Mucho me temo que se destruyeron con la explosión de la bomba.

–No diga chorradas. Tiene una copia de seguridad.

–Debo negarme.

Evan dio un paso hacia delante.

–No le estoy dando la opción.

Dirigió el cuchillo hacia el pecho de Khan.

–Estás temblando -dijo Khan-. La verdad es que no creo que tengas agallas para…

Evan se echó hacia delante y llevó la punta del cuchillo al cuello de Khan. Los ojos de éste se abrieron de par en par. En el lugar donde el cuchillo pinchó el cuello brotó una gota de sangre.

–Soy el hijo de mi padre. Ahora el cuchillo no tiembla, ¿verdad?

Khan subió una ceja.

–No, no tiembla.

–Si no me ayudas te mataré. Si me ayudas, hay un hombre en la CIA que puede protegerte de Jargo. Puede ayudaros a ti y a tu hijo a esconderos, ofreceros una vida nueva. ¿Entiendes?

Khan asintió levemente.

–Dime quién es este hombre de la CIA. No entra en mis planes recurrir a uno de los clientes de Jargo -dijo.

–No tienes que preocuparte por eso. Habla con sinceridad. Dime dónde está Hadley.

Khan cerró los ojos y los apretó.

–Escondido. No lo sé.

–Está escondido porque me propuso el proyecto cinematográfico sobre Alexander Bast. Hadley puso en marcha todo este desastre.

–Cría cuervos y te sacarán los ojos. – Khan presionaba sus sienes con las yemas de los dedos-. Es cruel saber que un hijo puede llegar a odiarte tanto. ¿Querías a tus padres, Evan?

Nadie le había preguntado eso antes, ni siquiera el detective Durless en Austin. Parecía haber pasado mil años desde entonces.

–Los quiero, en presente, y muchísimo.

–¿Todavía los quieres después de haberte enterado de lo que eran?

–Sí. El amor no es amor a menos que sea incondicional.

–Así que cuando mires a tu padre no verás a un asesino; un asesino frío y hábil. Sólo verás a tu padre.

Evan agarró el cuchillo con más fuerza. Khan dijo:

–Ah, el fantasma de la duda. No sabes lo que vas a ver ni cómo te vas a sentir. Cometí una torpeza hace unos meses: recluté a Hadley para trabajar para mí, para ayudarme. Confié en él, pensé que simplemente necesitaba un trabajo de provecho para poner orden en su vida, y me equivoqué. Le encargaron una misión básica y casi lo coge la inteligencia francesa. Me prometió que lo haría mejor, pero luego decidió que quería marcharse.

–Usted no aceptó su dimisión.

–No me dijo que quería dejarlo; éste no es un trabajo del que te puedas despedir. Aprendió a hacer lo que yo hacía y encontró los archivos sobre Los Deeps, sobre todos ellos y sobre sus hijos. Sabía que si acudía al MI5 o a la CIA, lo pondrían bajo custodia de protección y congelarían inmediatamente mis fondos. Quería el dinero. Quería descubrirnos a Jargo y a mí, pero no hasta que pudiese arreglar las cosas para desaparecer. Así podría acceder a mis cuentas y robarme primero.

Parecía más cansado que enfadado.

–Parece que hayas hablado con él.

–Lo he hecho. Hadley me confesó todo antes de marcharse. – Khan sonrió levemente-. Le perdoné. En cierto modo casi estaba orgulloso de él. Por fin había mostrado osadía e inteligencia. Tú eras el único hijo de un Deep relacionado con los medios. Pensó que podría hacerse amigo tuyo y conseguir sutilmente que descubrieses la red. Tomarte el pelo con la muerte de Bast. Incitarte a que investigases. Hacer que te ocupases del trabajo sucio sin que Jargo le echase el lazo al cuello a él.

«Se está abriendo con demasiada facilidad», pensó Evan. Como las personas que en un documental no callan, porque la única manera de convencer es con un torrente de palabras. O porque necesitan escucharse, quizá para convencerse a sí mismos tanto como a ti y a la audiencia. «¿Hasta cuándo va a jugar conmigo?», se preguntó Evan.

–Pero no respondió a mi correo electrónico sobre el paquete de Bast.

–Sólo un idiota pone en marcha grandes acontecimientos y luego deja que le entre el miedo. – Khan arqueó una ceja-. Ahora estoy hablando libremente, ¿es necesario el cuchillo?

–Sí. El orfanato de Ohio. Bast estaba allí, Jargo estaba allí, mis padres estaban allí. ¿Por qué?

–Bast tenía un alma caritativa.

–No creo que fuese eso. Aquellos niños, al menos tres de ellos, se convirtieron en Deeps. ¿Los reclutó Bast para la CIA?

–Supongo que sí.

–¿Por qué huérfanos?

–Los niños sin familias son mucho más maleables -dijo Khan-. Son como arcilla húmeda: puedes moldearlos según te convenga.

–¿Por qué los necesitaba la CIA? ¿Por qué no utilizar agentes normales?

–No lo sé.

Khan casi sonreía, luego cerró los ojos. Suspiró profundamente, como si la confesión le hubiese quitado un gran peso de encima.

–Dime por qué necesitaban nuevos comienzos, nuevos nombres, años después. ¿Abandonaron la CIA?

–Bast murió. Jargo tomó el mando de la red.

–Jargo lo mató.

–Probablemente. Nunca pregunté.

–Jargo, mi familia y los otros niños de ese orfanato, ¿se escondían de la CIA?

–Yo no estaba allí entonces. No lo sé. Cuando Jargo tomó el mando me dio un trabajo. Me metió dentro para que le llevase la logística.

–¿Era usted de la CIA?

–No, pero había ayudado en operaciones de la inteligencia británica en Afganistán durante la rebelión contra los soviéticos. Conocía los elementos básicos. Me retiré: quería una vida tranquila con mis libros, no más trabajo de campo. Jargo me dio un trabajo.

–Bueno, Jargo acaba de despedirle, señor Khan. Ahora trabaja para mí.

Khan sacudió la cabeza y dijo:

–Admiro tu valor, jovencito. Ojalá Hadley se hubiese hecho amigo tuyo. Habrías sido una buena influencia.

Sonó el teléfono. Ambos se quedaron inmóviles. Sonó dos veces y luego se paró.

–No hay contestador -dijo Evan.

–Mi cuñada los odiaba.

A Evan le preocupó que sonase el teléfono. Quizá se habían equivocado, quizás alguien llamaba a la cuñada moribunda, o quizás alguien estaba buscando a Khan allí.

–Yo sólo quiero recuperar a mi padre y usted quiere que Jargo deje de intentar matarle. Ahora nuestros intereses coinciden, ¿no?

–Sería mejor que ambos desapareciésemos sin más.

Khan tragó saliva. El sudor le empapaba la cara y tosía al respirar.

–Déme lo que necesito. Podemos presionar a los clientes para detener a Jargo; seguir la pista de sus transacciones hasta llegar a él. Estará acabado y no podrá hacerle daño ni a usted ni a Hadley -dijo Evan.

–Es demasiado peligroso. Yo apuesto por que ambos desaparezcamos.

–Olvídese de eso.

–No puedo pensar con un cuchillo en la garganta. Me gustaría fumar un cigarrillo.

Evan vio el miedo y la resignación en el rostro de Khan, y percibió el fuerte olor del sudor de su piel. Se había pasado de la raya. Se apartó de él y le quitó el cuchillo del cuello. Khan rozó con los dedos la poca sangre que manaba.

–Heridas superficiales. Gracias; aprecio tu amabilidad. ¿Puedo coger mis Gitanes del bolsillo?

Evan le volvió a poner el cuchillo en el cuello y le abrió la chaqueta, de la que extrajo un paquete de cigarrillos Gitanes. Dio un paso atrás y se los tiró a Khan en el regazo.

–Tengo el mechero en el bolsillo, ¿puedo cogerlo? – La voz de Thomas Khan sonaba tranquila.

–Sí.

Chan sacó un pequeño mechero tipo Zippo, encendió un cigarrillo y exhaló el humo con un suspiro de cansancio.

–Ya le he dado su jodido cigarrillo -dijo Evan-. Ahora quiero la maldita lista de clientes.

Khan echó el humo.

–Pregúntale a tu madre.

–No me toque las pelotas.

–Pareces un chico inteligente. ¿Realmente crees que si tu madre robó los archivos que podían identificar a los clientes, habríamos dejado esas cuentas abiertas?

Su voz era dulce, casi de reprobación, como si hablase con un niño ligeramente torpe pero al que adorara.

Evan dijo:

–No voy a caer en la trampa. Usted tiene las cuentas que los agentes como mis padres utilizaban; eso es lo único que necesito. Puedo acabar con Jargo de una manera o de otra.

Khan se rió.

–¿Crees que nuestros agentes siguen trabajando bajo esos nombres visto el peligro al que nos estamos enfrentando?

–Si tienen familia e hijos, como en mi caso o en el de usted, no pueden cambiarlos.

–Claro que pueden. La cuenta de tu madre no está a nombre de Donna Casher, estúpido. – Khan sacudió la cabeza-. Está registrado bajo otro nombre que utilizaba. No descubrirás nada de esa red; somos demasiado cuidadosos. Tenemos vías de escape por si descubren nuestra tapadera. Todos llevamos mucho tiempo haciendo esto; empezamos mucho antes de que tú soltaras la teta de tu madre. – Apagó el cigarrillo-. Te sugiero que te marches ahora. Te daré la mitad del dinero de la cuenta de tu madre y me quedaré el resto por mi silencio. Son dos millones de dólares, Evan. Puedes desaparecer en cualquier parte del mundo, en lugar de en una tumba. No serás capaz de recuperar a tu padre, y tu muerte no te devolverá a tu madre. – Khan sacó un nuevo cigarrillo con delicadeza-. Dos millones. No seas estúpido, coge el dinero. Empieza una nueva vida.

–Pero…

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