Pánico – Jeff Abbott

–Cuando salgan de la casa Jargo irá solo y Dezz probablemente lleve a Carrie esposada. Ambos estarán armados y preparados. Yo me pondré detrás y los tendré a los dos a tiro. Primero le dispararé a Dezz, porque estará apuntando con la pistola a Carrie. Y luego a Steve. – Le tembló la voz.

–No dudes, papá. Él mató a mamá. Te juro que es verdad.

–Sí, sé que lo hizo, lo sé. ¿Crees que saberlo lo hace más fácil? Sigue siendo mi hermano.

Hubo un largo momento de silencio antes de que Evan hablase.

–¿Y si quieren matar a Carrie antes de marcharse? En el parque natural de Everglades, esos pantanos cubiertos de hierbas altas, se puede hacer desaparecer un cuerpo para siempre.

–Entonces les mentiré -dijo Mitchell- y les diré que quiero matar a Carrie yo mismo, pero lentamente, por haberte puesto en mi contra.

La voz fría y calculadora de su padre hizo que Evan se estremeciese.

–No creo que esté bien que entres solo. No tienes por qué librar mi guerra.

–La única forma de que esto funcione es que crean que tú y yo ni estamos ni hemos estado juntos.

–De acuerdo, papá. ¿Puedo hacerte una pregunta?

–Sí.

–¿Amabas a mamá?

–Evan, Dios mío, la quería con locura. Mi hermano también estaba enamorado de ella. Fue la única vez que le gané en algo: cuando Donna me eligió.

La noche era oscura y larga. Evan nunca había visto antes el parque natural de Everglades, que estaba al mismo tiempo lleno y vacío: vacío de un toque humano que no fuese la autopista; y lleno de suciedad, de agua y de hierba llena de vida. Mitchell se dirigió hacia el sur por la autopista 29, que bordea la Reserva Nacional del Gran Ciprés. No había luces que indicasen una ciudad ni un negocio, sólo una curva en la carretera que conducía a la oscuridad.

Su padre detuvo el coche y se echó a un lado de la carretera, en medio de la negrura.

–Escóndete en el maletero. Rompe la luz para que no brille.

A Evan se le encogió el corazón. Había muchas cosas sin planear y mucho que hacer para intentar prepararse, pero no había tiempo.

–El camino de entrada rodea la parte trasera de la casa, donde hay un porche grande. Aparcaré con el maletero en dirección contraria a la casa. Verás un gran edificio de ladrillo gris hacia la parte posterior de la propiedad. Es un garaje, y allí está el generador. Corre lo más rápido que puedas hacia él. Quédate detrás hasta que venga a buscarte. Si salimos y fallo al disparar, tendrás un ángulo claro para dispararle a Dezz o a mi hermano.

–Papá, te quiero. – Evan le agarró la mano a su padre en la oscuridad.

–Lo sé. Yo también te quiero. Métete en el maletero.

Capítulo 45

Iba dentro de un maletero por segunda vez en la misma noche, y esperaba que fuese la última de su vida. Evan sintió que el BMW se detenía y su padre salió del coche. No hubo ninguna llamada ni ningún saludo que rompiese el tranquilo silencio, y oyó a su padre subir las escaleras hasta el porche y abrir una puerta. El murmullo de varios saludos y a su padre interpretando a la perfección con voz de cansancio y de miedo; luego se cerró la puerta.

Abrió el maletero y salió. El aire nocturno era frío y húmedo, pero tenía las palmas de las manos impregnadas de sudor. Sostenía la Beretta que Frame le había dado unas horas antes. Ninguna luz le indicaba el camino en la oscuridad. Se quedó un momento tumbado en el suelo, esperando a que se abriese una puerta y comenzasen los disparos. Nada.

Fue corriendo hacia la casa, situándose detrás de los coches que lo separaban del porche trasero.

Estaba oscuro y no tenía linterna; su padre le había dicho que era arriesgado utilizarla. Se sumergió en la oscuridad y esperó no meterse dentro del agua o de un agujero, ni tropezarse con latas que hiciesen ruido. Fue de nuevo a tientas hasta el garaje y lo rodeó por la esquina. Evan se quedó quieto. Cada crujido parecía una serpiente o un caimán arrastrándose hacia él, y no quería volver a ver caimanes.

Creyó escuchar un clic, probablemente era un sistema de alarma que se reactivaba después de que su padre hubiese entrado. Se quedó quieto como una piedra, mientras el sudor le escurría por la espalda y escuchaba su propia respiración en el silencio. Tenía una pistola. Tenía la PDA de Khan con su fantástico desactivador de alarmas, que no tenía ni idea de cómo usar. Ahora debía tener paciencia.

Cinco minutos. Diez minutos. No se oían estallidos ni disparos, ni el crujir de pasos en el porche trasero. Se asomó por la esquina del garaje, dejó atrás el coche que su padre había aparcado y fue hacia la casa. El único sonido que escuchaba en todo el océano de vida que lo rodeaba era su respiración.

Luego oyó el ligero crujido de un tacón entre la hierba alta a pocos centímetros de distancia. Se quedó helado.

–Teee veeeooo -canturreó una voz. Era Dezz-. Estás sentado tan quietecito…

Una bala se incrustó en la pared a pocos centímetros de él, a su derecha. Evan se echó hacia atrás. Otro tiro dio contra la esquina, justo sobre su cabeza. Le saltaron a la cara fragmentos de ladrillo.

Evan apuntó hacia donde venían las balas. Había visto una luz, pero estaba temblando y dudaba.

–Te veo sentadito sobre tu culo apuntando con una pistola. Ni siquiera andas cerca -continuó Dezz-. Baja la pistola y ven adentro o entraré de nuevo en la casa y le partiré el espinazo a tu padre. No morirá, será peor que la muerte porque justo cuando nos vayamos su culo tetrapléjico acabará en el pantano. Tú eliges. Se ha acabado, Evan. Tú decides lo feo que se pone para tu padre y para la puta.

Evan tiró la pistola. Las nubes se dispersaron por un momento y vio, bajo la débil luz de la luna, a Dezz corriendo hacia él con la pistola apuntándolo. Luego un golpe salvaje lo tiró contra la pared, provocándole un corte en la parte de atrás de la cabeza.

Dezz golpeó a Evan en la mejilla con el tacón de la bota.

–Me hiciste dejar mi juego con Carrie -dijo Dezz agachándose para coger del suelo la pistola de Evan-, y todavía estaba en pleno calentamiento.

Capítulo 46

–Estoy oyendo cómo un idiota se mea en los pantalones.
Dezz empujó a Evan por las escaleras del porche trasero apoyando la pistola en su nuca. Quizás esa pistola que le presionaba el cuero cabelludo fuese la misma que Dezz había usado en la cocina de su madre una semana antes.

A Evan le retumbaba la cabeza y le dolía la cara. Mantenía las manos en alto.

Dezz lo agarró por el brazo y lo empujó a través de la puerta. Evan intentó agarrarse, pero cayó de bruces en el suelo de baldosas.

Dezz encendió las luces. Apuntó a Evan con la pistola, con la misma que le había golpeado en la cara.

Se quitó las gafas y las tiró en la barra.

–Visión nocturna con iluminador de infrarrojos -dijo Dezz-. No te puedes esconder de mí en ningún sitio, en ninguno que importe ya. Eres un mercenario terrible. Es como ver una cinta de pifias de las Fuerzas Especiales.

Dezz encendió una luz y, al verlo de cerca, Evan vio una versión retorcida y compacta de sí mismo: el mismo cabello rubio y sucio, la misma constitución menuda, pero el rostro de Dezz mostraba una extrema delgadez, como si Dios hubiese escatimado al ponerle la carne. Tenía una espinilla en la esquina de la boca.

Dezz levantó a Evan del suelo bruscamente y le puso la pistola en la cabeza.

–Por favor, corre, llora. Dame una razón para dispararte, por favor.

La fuerte luz hizo parpadear a Evan. El refugio tenía un recibidor amplio. Las luces eran tenues, pero ninguna de ellas sobrepasaba las ventanas tapiadas con tablas. Los muebles del vestíbulo habían sido retirados, excepto una lámpara de araña con forma de rueda de carro que colgaba del techo. Tenía el aspecto de un edificio caro que buscaba parecer rústico, dirigido a turistas ecológicos o a cazadores.

–Me sorprende que salieses a buscarme -añadió Evan- con el miedo que les tienes a los caimanes.

Dezz le dio un puñetazo fuerte en el estómago que lo estampó contra la pared. Evan cayó al suelo y luchó por no perder la conciencia. Dezz le agarró por el cuello y lo puso de pie de nuevo.

–Eres… -lo golpeó de nuevo-, no eres nada -dijo Dezz aporreándole la cabeza-. Un director famoso. Eso no importa una mierda en el mundo real. Pensabas que eras más listo que yo y no eres más que un tremendo tonto.

Dezz abrió un caramelo y le pasó el envoltorio por la boca a Evan.

Evan escupió el envoltorio. Estaba sangrando por la parte de atrás de la cabeza.

–Yo hablo con Jargo, no tú.

Un repentino grito, fruto del terror y del dolor, llegó del piso de arriba.

Evan sintió un escalofrío. Dezz se rió y pinchó a Evan con la pistola.

–Mueve el culo y sube ahí.

Lo empujó por la grandiosa escalera curva.

–La Exploradora es una chillona. Apuesto a que ya lo sabías. Apuesto a que tú también gritarás: primero llorarás, luego te mearás encima y gritarás hasta desgarrarte la garganta. Cuando haya acabado contigo deberé tomar notas para no olvidarme.

La escalera conducía hasta un amplio recibidor con cuatro puertas, todas ellas cerradas, menos una. Las ventanas situadas al final del recibidor estaban tapadas con tablas. Dezz empujó a Evan al interior de una habitación.

La estancia había sido en su día una sala de reuniones donde la gente se sentaba con las carpetas abiertas, donde combatían el cansancio de la reunión, observaban monótonas presentaciones sobre pronósticos de ventas o cifras de ingresos, y en lugar de descifrar un gráfico circular probablemente todos estaban deseando estar fuera pescando o cazando en Everglades. Habrían bebido café, agua fría o soda de un recipiente lleno de hielo, y habría una bandeja de magdalenas en el medio de la mesa.

Ahora la mesa y las bebidas habían desaparecido, y Jargo estaba de pie sosteniendo un cuchillo teñido de rojo y un par de alicates. Miraba fijamente a Evan con un odio frío y feroz; luego se apartó para que éste pudiese ver.

Era Carrie. Estaba tumbada en el suelo, con la camiseta rota por el hombro. Le habían quitado la venda del hombro, y sangraba por él y por la pierna. El dolor le nublaba la vista. Tenía el brazo derecho sobre la cabeza, esposado a una anilla de acero que habían colocado en el suelo, en el lugar del que habían quitado la alfombra.

Luego Evan vio a su padre. Mitchell estaba tirado en el suelo con la cara herida y sangrando, con los dedos de la mano derecha rotos y retorcidos, esposado a una barra de metal que recorría la habitación de un lado a otro.

La cara de Mitchell se desdibujó en una mueca cuando vio a su hijo.

Jargo se aproximó con rapidez y le dio un puñetazo en la cara a Evan.

–¡Maldito seas! – chilló.

Evan cayó al suelo. Oyó la risita de Dezz, que luego se apartó para dejar paso a su padre.

Jargo golpeó con fuerza a Evan en la espalda.

–Una vez pateé a un hombre hasta matarlo. – Jargo le dio una patada a Evan en el cuello-. Pateé a Gabriel hasta que sólo quedaron pedazos de él.

–No le des en la cara todavía -dijo Dezz-. Quiero que vea cómo me lo hago con Carrie, especialmente cuando se la meta y a ella le guste y grite. Eso será genial.

Una vez que su boca dejó de sangrar y que se pasó el fuerte dolor del cuello, Evan dijo:

–He venido aquí para hacer un trato contigo.

Jargo le dio otra patada, en el estómago.

–Un trato. Yo no hago tratos con ratas. Dame los archivos, Evan. Ya.

–De acuerdo -Evan se quejó-. Por favor, deja de golpearme para que pueda… decírtelo.

–Levántalo -ordenó Jargo, metiéndose el cuchillo en el bolsillo de nuevo.

Dezz puso a Evan de pie.

–Steve, no lo hagas, es mi hijo, por el amor de Dios, no lo hagas -dijo Mitchell-. Haré lo que quieras, pero déjale marchar, por favor.

Jargo miró a su hermano, situado tras él.

–Tú, maldito traidor, pedazo de mierda, no me supliques.

–Lo que te ofrezco -dijo Evan con una sorprendente tranquilidad y seguridad- es un trato que te permitirá permanecer con vida.

Miró a Carrie por encima del hombro de Jargo. Ella abrió los ojos.

–Bueno, me muero por escucharlo -dijo Jargo, con una voz divertida y fría.

–Podríamos haber traído a la policía, pero no lo hemos hecho -dijo Evan-. Queremos resolver esto. Entre nosotros cuatro.

–Dame los archivos, ahora mismo -Jargo levantó la pistola-, o te llevo afuera y te disparo en las rodillas y empiezo a darte patadas hasta despegarte la carne de los huesos.

–¿Ni siquiera quieres oír mi oferta? – preguntó Evan-. Creo que sí.

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