Pánico – Jeff Abbott

Jargo la llamó por señas y Carrie fue corriendo hacia ellos. Dezz se quedó allí.

–Evan -dijo ella.

–Sin tocar.

Jargo levantó una mano y la retuvo.

–¿Estás bien? – preguntó Evan en voz baja.

Ella asintió.

–Estoy bien. No me han hecho daño.

–Lo siento muchísimo -aseguró él.

Ella abrió la boca, como si deseara hablar, pero luego la cerró.

–Ella se marchará, tal y como dije -confirmaba Evan.

–No eres muy inteligente -dijo Jargo-. Has revelado demasiado. Hubiera dejado marchar a Carrie cuando me dieses los archivos. Pero ¿grabarme en una cinta? No, también la necesito.

–Cuando se haya ido. – Evan entrecerró los ojos-. Tan pronto como Carrie esté lejos de aquí y a salvo te daré la cinta y te entregaré un reproductor de música donde están guardados los archivos. No tengo copias, ¿entendido?

–No. Dame los archivos y la cinta, luego ella se va. Si tienes una cámara grabándonos es seguro que no te haré daño, si eso es lo que tanto te preocupa. Luego podremos marcharnos cada uno por nuestro lado, si es que estás tan decidido a no ver a tu padre -dijo Jargo.

Carrie se liberó de Jargo y abrazó a Evan. Sollozó en su hombro. Él la abrazó y olió el delicado perfume a melocotón de su pelo, pero mantenía su mirada fija en Jargo.

–Confía en mí -le susurró Carrie a Evan al oído. Luego sacó una pequeña pistola del abrigo y se la puso a Jargo bajo la barbilla-. Dile a Dezz que se marche o te atravieso el cuello.

Los ojos de Jargo se abrieron de par en par de la impresión.

Carrie agarró a Jargo y lo puso delante de ella y de Evan, entre ellos y Dezz.

–Está bien, Evan. Vamos a salir de aquí. Tiene una pistola en el bolsillo. Cógesela.

–Carrie, ¿qué demonios…?

–Haz lo que te digo, cielo -insistió Carrie.

Evan lo hizo, y sacó una pistola reluciente del abrigo de Jargo. Se arriesgó a mirar hacia el otro lado, hacia donde se hallaba realmente El Turbio, bajo el toldo situado al borde de la zona de restaurantes; llevaba el petate con un agujero en el lateral, con la cámara dentro.

Dezz, que se aproximaba corriendo, se detuvo a medio metro de ellos, mirando la pequeña pistola colocada contra el cuello de su padre. Carrie bajó el arma y apuntó con ella a Jargo en la espalda, donde no fuese tan visible.

–¡Atrás, Dezz! – gritó Carrie. Bajó la voz y le susurró a Evan-: Evan, si se acerca más, dispárale.

Evan asintió, todavía aturdido.

–Evan, estás cometiendo un error -dijo Jargo-. Soy el único que puede ayudarte, no esta puta mentirosa.

A Dezz le temblaban los labios; miró a su padre y corrió unos trescientos metros hacia un lado. Agarró a una mujer joven que llevaba un carrito con un escandaloso niño pequeño. Le puso la pistola en el cuello, le dio la vuelta de un tirón y la puso entre él y Evan. La cara de la joven palideció del susto y del miedo.

–¡Mierda! – exclamó Carrie.

–La cambiaré por ti -chilló Dezz.

Otra mujer le vio la pistola en la mano y comenzó a chillar llamando al guardia de seguridad, y echó a correr.

Carrie tiró a Jargo al suelo cuan largo era.

–Corre, Evan -le instó.

Dezz apartó de un empujón a su rehén, que agarró a su bebé y salió corriendo. Corría hacia Evan y Carrie, con la pistola en la mano y preparándose para disparar.

Los gritos estallaban a su alrededor. Carrie disparó por detrás de Evan. Dezz se puso a cubierto detrás del banco y de los arbustos.

A su alrededor la gente fue presa del pánico, se quedaba atónita durante un momento ante los disparos y luego salía en estampida para ponerse a cubierto o hacia la entrada; los profesores reunían a los niños y los padres llevaban en brazos a sus hijos.

Jargo agarró a Evan, pero éste le dio un puñetazo en la mandíbula que le hizo caer de espaldas sobre el banco.

Un guardia de seguridad del zoo avanzó hacia ellos chillando una orden.

–¡Al suelo, ya!

Dezz disparó y una bala astilló el tronco de palmera al lado de la cabeza del guardia. El hombre se resguardó tras el grueso tronco.

Carrie agarró a Evan por el brazo.

–Corre si quieres vivir y recuperar a tu padre.

Evan obedeció y ambos se adentraron en la profundidad del zoo, esquivando a los turistas agachados. Miró hacia atrás. Ni rastro de El Turbio. Se habría mezclado con la multitud en retirada, habría escapado. Evan le había dicho que se asegurase de poner a salvo cualquier grabación que obtuviese de Jargo, independientemente de lo que le ocurriese a él.

–La entrada -dijo Evan- es por el otro lado…

–Lo sé -dijo Carrie-, pero nos pueden cortar el paso. Vamos por aquí.

Evan no discutió. Él corría más rápido y la agarró por el brazo.

Dezz se movía entre la multitud que huía, persiguiéndolos rápidamente.

Iba amenazando con la pistola obligando a la gente a apartarse de su camino y huir despavorida, con lo que le dejaba vía libre. Un hombre con una camiseta de Tulane se abalanzó sobre Dezz, y éste lo golpeó en pleno rostro con la pistola. El hombre cayó al suelo. Dezz y Jargo no redujeron la velocidad. Dezz le entregó a su padre una segunda pistola.

Evan y Carrie dejaron atrás la cancioncilla del carrusel del zoo y atravesaron el carril de un tranvía por el que el tren del pantano recorría el zoo. En la siguiente sección había animales de América del Sur. Evan buscó un cartel de salida o un edificio donde pudiesen esconderse. Siguieron corriendo por una pasarela de madera. A la derecha había un estanque cubierto de algas para un grupo de flamencos, y a la izquierda un trozo de tierra lleno de pinos, para las llamas y los guanacos. En la mitad de la pasarela había una familia con tres niños admirando los flamencos y sacando fotos.

–Salta la verja -dijo Evan.

No podían pasar por donde estaba la familia, ya que quedarían entre ellos y sus perseguidores.

Carrie saltó la división de madera y cayó en la exposición. Un pequeño rebaño de llamas los observó sin interés. El terreno, que había sido acondicionado para que el suelo de Luisiana se pareciese lo máximo posible al de la Pampa, era duro y polvoriento. Corrían hacia una densa arboleda de pinos situada cerca del perímetro posterior de la exposición.

–Que los árboles queden entre tú y ellos -dijo Carrie.

Se sumergieron en el pequeño laberinto de pinos. Una bala se estrelló contra los troncos.

–Salta la valla -exclamó él.

Subieron trepando a toda velocidad y cayeron al otro lado de la barrera en un camino sin pavimentar situado detrás de la exposición. Les llegó el fuerte olor a almizcle de los lobos de una exposición cercana. Recorrieron el camino de servicio. Los edificios de mantenimiento se encontraban a un lado y la parte posterior de las exposiciones sobre Sudamérica al otro. Intentaron abrir las puertas, pero estaban cerradas.

A través del follaje y de la valla, Evan vio a Jargo pasar al lado de la familia que estaba en la pasarela de madera y divisó a Dezz siguiendo sus huellas por la zona de América del Sur. Intentaban cercarlos entre los dos.

–Manten la cabeza baja. – Carrie lo agarró por la nuca-. Hay una cámara de seguridad ahí arriba y no quiero que te grabe la cara.

Él obedeció. Corrieron mirando al suelo. El camino de servicio no tenía salida. A su derecha había un edificio de piedra y de cristal en el que estaba una familia de jaguares. La Jungla de los Jaguares, que recreaba un templo maya, era la mayor atracción del zoo.

Se encaramaron a la valla, que estaba cerrada con candado, y cayeron en un camino de piedra para los visitantes que pasaba junto a los jaguares, que permanecían repantingados tras el grueso cristal. Uno de ellos les rugió, dejando al descubierto unos colmillos curvos.

Jargo entró en la plaza maya resoplando, vio a Carrie y le disparó. Una bala rebotó contra las esculturas de piedra mayas.

Los jaguares rompieron a rugir y a dar golpes contra el cristal.

Carrie y Evan corrían sin parar entre la densa maleza y los caminos de piedra. Pasaron junto a otro falso templo con monos araña y atravesaron una zona de juegos para niños que simulaba una excavación arqueológica. Tropezaron con un riachuelo bordeado de gruesos bambúes y se apresuraron a volver a la otra parte del camino de piedra. Unas cuantas madres y niños que deambulaban por allí se les quedaron mirando.

–¡Hay un chalado con una pistola! – chilló Carrie-. ¡Pónganse a cubierto!

Las madres saltaron hacia los bambúes o bien fuera del camino para protegerse. Jargo pasó corriendo al lado de las mujeres, pero las ignoró.

–¡Evan! – chilló-. ¡Puedo devolverte a tu padre!

Carrie se giró y le disparó. Jargo se ocultó entre los bambúes. Evan dejó atrás un cartel que decía «No pasar, sólo empleados del zoo», y Carrie lo siguió. Tenían que llegar hasta un edificio, pensó, un lugar donde pudiesen atrincherarse. Jargo huiría para evitar a la policía, que ahora mismo debía de estar entrando en el zoo.

Evan golpeó una pequeña valla, pasaron por encima y luego corrieron hasta otra valla.

–¡Mierda!

Caimanes. Estaban al otro lado de la valla de un metro de altura, en una orilla, y más allá una franja estrecha de agua con espuma que conducía a la pasarela de madera del Pantano de Luisiana del zoo, donde los visitantes caminaban por encima del agua y admiraban a los reptiles desde una distancia segura. Dos de los caimanes tomaban el sol a unos cien metros de ellos.

Tras ellos sonó el silbido de una bala a través de un silenciador. El tiro alcanzó a Carrie en el hombro; se tambaleó y gritó. En la pasarela situada al otro lado del agua había una mujer que llamaba a gritos a la policía. Los altavoces clamaban pidiendo a todo el mundo que se dirigiese con calma hacia la salida.

–Movimiento equivocado, Carrie -dijo Dezz desde detrás de un árbol-. Equivocado, estúpido y jodidamente torpe.

Evan la sostenía con un brazo, apuntando con la pistola con la mano libre. Si se quedaban allí morirían. Los caimanes estaban rollizos y parecían satisfechos, así que probablemente no tendrían hambre. Al menos, eso esperaba. Vio a Dezz mirando a hurtadillas desde detrás de un árbol y le disparó un aluvión de balas, que obligó a éste a volver a la maleza; luego ayudó a Carrie a saltar la valla.

–Dezz… odia los reptiles -le informó ella-. Les tiene miedo.

Evan no estaba seguro de si le quedaba alguna bala. Le metió prisa al pasar junto a los caimanes, que estaban descansando. Evan tropezó con la cola de uno de ellos, que abrió su boca llena de dientes como cuchillas de afeitar y emitió un ruido defensivo. Pero luego el animal se marchó caminando lentamente, alejándose de ellos.

¿Olían la sangre? Evan no tenía ni idea.

–Vete -dijo ella-, déjame. Ponte a salvo.

–No, vamos.

Dezz cargaría sobre ellos, ya que Evan había dejado de disparar. Vio a Dezz acercándose con gran precaución. Evan quiso disparar, pero tenía el cargador vacío. Él y Carrie se metieron de un salto en el agua cubierta de espuma verde. Evan oyó silbar una bala sobre sus cabezas.

Sostenía la pistola de Carrie fuera del agua, pero no podía nadar, ayudar a Carrie y disparar al mismo tiempo. La distancia hasta la pasarela de madera parecía larguísima. La gente que estaba en la pasarela se dispersó, las madres huyeron con los niños y un hombre pegaba gritos por un teléfono móvil.

Dezz puso un pie sobre la valla con cautela; apuntaba con la pistola a los caimanes, que parecían tan poco interesados en él como en Evan y Carrie.

Autore(a)s: