Pánico – Jeff Abbott

Caminó pegado a la pared, miró en el interior de una elaborada cocina. Vacía. Había comida sobre la barra: un sandwich de jamón, un vaso de agua helada, un montón de patatas fritas de bolsa y una chocolatina Snickers. Probablemente su propia comida si hubiese cooperado con Gabriel.

Comprobó la parte trasera de la casa y se detuvo en una cómoda con la parte superior de mármol sobre la que había un puñado de fotos de familia. Gabriel posaba con dos chicas lo suficientemente jóvenes como para ser sus nietas.

No había nadie. Los únicos sonidos eran el aire acondicionado y la CNN, que comenzaba una historia sobre un extraño homicidio y un secuestro en Texas.

Evan corrió de nuevo al estudio y vio su cara en la televisión. Era la foto de su permiso de conducir de Texas; no era demasiado mala y de hecho era bastante fiel a su aspecto: pelo rubio desgreñado, pómulos altos, ojos color avellana, labios finos y el pequeño aro en la oreja. Los subtítulos informativos que aparecían bajo su cara decían: «Director de cine desaparecido». El presentador de las noticias dijo:

–La policía todavía busca a Evan Casher, el director de cine nominado a un Óscar, después de que su madre muriera estrangulada en su casa de Austin, Texas. Un hombre armado secuestró a Casher del coche patrulla, agrediendo a dos oficiales.

»Casher, director de dos aclamados documentales, destacó con El más mínimo problema, su debut, una mordaz revelación sobre un oficial de policía corrupto que incriminó a un antiguo camello. Junto a mí está Roberto Sánchez, agente especial del FBI.

Roberto Sánchez tenía el aspecto de un político: corte de pelo perfecto y una expresión que decía «Soy la persona más competente de la tierra». El presentador fue al meollo del asunto:

–Agente Sánchez, ¿es posible que quienquiera que secuestrase a Evan Casher sea el responsable de la muerte de Donna Casher? Quiero decir, el señor Casher era el único testigo y luego se lo llevaron directamente de manos de la policía.

–No estamos preparados para especular sobre los motivos, pero nos preocupa la seguridad del señor Casher.

–¿Existe alguna posibilidad de que no se trate de un secuestro convencional, sino que Evan Casher haya sido alejado de la policía por ser sospechoso del asesinato de su madre? – aventuró el presentador.

–No, no es sospechoso. Obviamente es una persona que nos interesa porque encontró el cuerpo de su madre y no hemos tenido la oportunidad de tener una conversación completa con él, pero no tenemos razones para pensar que estuviera involucrado. Nos gustaría hablar con el padre del señor Casher, Mitchell Casher, pero no hemos podido localizarlo. Creemos que estaba en Australia esta semana, pero no podemos dar más detalles.

En la pantalla apareció una foto de Mitchell al lado de la de Evan. Su padre desaparecido.

–¿Por qué se ha encargado al FBI la investigación? – preguntó el presentador.

–Tenemos recursos de los que la policía de Austin carece -respondió Sánchez-. Nos pidieron ayuda.

–¿Alguna idea del motivo del asesinato?

–En este momento, no.

–También tenemos retratos policiales del hombre que supuestamente atacó a los dos oficiales de policía de Austin y se llevó secuestrado a Evan Casher -dijo el locutor, y la imagen cambió de Evan y Mitchell Casher a un dibujo de Gabriel hecho a lápiz.

–¿Alguna pista sobre este hombre? – preguntó el presentador.

–No, todavía no.

–Pero la policía de Austin encontró el coche que utilizó para secuestrar a Evan Casher, ¿es eso correcto? Un informe filtrado de la policía de Austin afirma que un Ford sedán azul que se corresponde con la descripción del coche del secuestrador fue encontrado en un aparcamiento cercano, donde otro coche había sido robado. Según informaron en la radio, las huellas de Evan Casher estaban en la radio del coche del secuestrador. Si estaba escogiendo la música no había sido secuestrado, ¿no? – Ahora el presentador intentaba reescribir la noticia, sazonándola con insinuaciones.

Sánchez movió la cabeza y lo miró de forma severa.

–No podemos comentar filtraciones. Por supuesto, si cualquiera tiene detalles sobre este caso nos gustaría que se pusiese en contacto con el FBI.

La matrícula del coche robado y el número de teléfono del FBI aparecieron debajo de la foto de Evan.

–En caso de que Evan Casher haya sido secuestrado, ¿qué les diría a los secuestradores? – preguntó el presentador.

–Bueno, lo que diríamos en cualquier situación: les pediríamos que liberasen al señor Casher ileso y que se pusieran en contacto con nosotros si tuviesen cualquier petición. O si el señor Casher puede ponerse directamente en contacto con nosotros, que lo único que queremos es ayudarle.

–Gracias, agente especial del FBI Roberto Sánchez -dijo el presentador-. Nuestra corresponsal, Amelia Crosby, habló con el ex camello que fue la inspiración para el documental de Evan Casher.

La cámara enfocó a un hombre joven negro, de unos treinta años, que parecía incómodo con traje y corbata. El subtítulo decía: James Shores, El Turbio.

–Señor Shores, usted conoce a Evan Casher desde que hizo la película sobre cómo fue usted acusado injusta y precipitadamente por un investigador de narcóticos corrupto. ¿Qué cree usted que puede estar detrás de la extraña desaparición de Evan Casher?

–¡Oh, mierda! – exclamó Evan.

–Escuche, antes de nada, ese otro tío, su presentador, el que tiene el pelo como congelado sugiere que Evan Casher podría estar implicado en la muerte de su madre, eso es una auténtica (piiii).

El censor se lanzó en picado sobre la última palabra.

–¿Qué motivo podría tener cualquiera para hacerle daño al señor Casher o a su familia? – preguntó la voz del reportero-. A muchos agentes de la ley les molestó su documental sobre usted.

–No, señaló una verdadera manzana podrida, pero no es que acusase a todo el sistema penal ni nada.

–¿Tiene usted alguna teoría sobre qué podría haber llevado a su desaparición?

–Bueno, yo pensaría que quienquiera que mató a su madre no quería que hablase sobre lo que vio. Lo que me preocupa es que la policía dejase tirao a Evan, permitiendo que lo secuestrasen. Creo que deberían observar de cerca a esos policías y cómo (piiii) dejaron que se llevasen a Evan, porque a muchos polis no les gusta que aireen sus trapos sucios, incluso aunque no sean de su departamento, y…

El reportero intentó hablar por encima de El Turbio, sin éxito.

–… todo lo que digo es que la policía tiene que demostrar que están buscando a Evan en serio.

–Evan Casher le salvó la vida, ¿verdad señor Shores?

–Mira, Evan tiene éxito porque puede ser la mayor mosca coj… (piiii). Evan Casher obtuvo un montón de fama y de dinero con mi desgracia. No compartió conmigo ninguna de sus ganancias. Me hizo promesas: que iba a ser famoso, que gracias a esta película podría empezar una carrera musical y todo eso es una (piiii). Todavía trabajo de guardia de seguridad.

El Turbio meneó la cabeza ante tal injusticia.

–Maldito ingrato -dijo Evan; utilizar su tragedia familiar como plataforma para quejarse.

–Está haciendo una nueva película sobre un jugador de póquer profesional y se supone que iba a presentarme a gente que me ayudaría a meterme en ese tipo de trabajo, y nunca lo hizo, por eso creo que está involucrado en algo de dinero ilegal de póquer, se ha metió en problemas él sólito.

Cuando El Turbio comenzó a airear su siguiente rencilla, el reportero le dio las gracias enérgicamente y dio paso al estudio en Nueva York para presentar a Kathleen Torrance como otra destacada joven directora de documentales. Había sido también novia de Evan durante sus días de estudiante en Rice, pero el reportero no se fijó en esa relación en particular, simplemente dijo «una compañera de la industria del cine». Su historia de amor se había enfriado cuando ella se mudó a Nueva York y había terminado cuando ella encontró otro novio director de cine. Hacía seis meses que no hablaba con ella, tras intercambiar unos incómodos saludos en el festival de cine de Los Ángeles.

–Señorita Torrance, usted conoce a Evan Casher bien -comenzó el reportero.

–Sí -asintió Kathleen-. Es uno de los diez mejores directores jóvenes de documentales de los Estados Unidos.

–¿Qué cree que ha ocurrido?

–Bueno, no tengo ni idea. No creo que esto tenga nada que ver con el trabajo de Evan, como sugirió su anterior invitado porque, a pesar de lo que la gente piensa, los directores de documentales no son realmente periodistas de investigación. Las películas de Evan se han centrado en individuos en circunstancias excepcionales, no en temas políticos ni polémicos.

Animada por las preguntas del reportero, Kathleen dio una breve descripción de las películas y de los trabajos de Evan.

–Sólo espero que si me puede escuchar quien tenga a Evan, que lo deje marchar. Es un tío genial, no puedo imaginar que esté envuelto en algo ilícito o que pueda perjudicar a alguien.

El reportero dio las gracias a Kathleen y volvió al presentador; pasó la cobertura a un asesinato y suicidio en una parada de camiones de New Hampshire.

Evan se quedó mirando fijamente la pantalla. Estaban diseccionando su vida en la televisión nacional. Su padre había desaparecido. El FBI quería hablar con él. Fue corriendo hacia el teléfono, lo descolgó y comenzó a marcar.

Luego lo volvió a colgar.

Gabriel era un espía de la CIA, había mandado a dos policías al hospital y había secuestrado a Evan. Si estaba trabajando bajo las órdenes de la CIA y Evan iba a la policía… ¿qué ocurriría luego? Se suponía que la CIA no golpeaba a policías ni encadenaba a la cama a los ciudadanos. Así que fuese lo que fuese lo que le ocurriese a su familia, era una historia que la CIA no quería que estuviese en el punto de mira.

Tenía que saber más. De repente sintió el miedo de dar un mal paso, de salir del fuego para caer en las brasas.

Echó un vistazo al resto de la casa. Un comedor, una sala de estar. Una habitación provista de equipos multimedia con un televisor enorme. Una zona para la colada. En el piso de arriba había cuatro habitaciones más: una ocupada con otra maleta deshecha, con poca ropa.

Volvió abajo. Había un garaje con una motocicleta, una reluciente Ducati. Junto a ella había un viejo Chevrolet Suburban. No había rastro del Malibu robado.

Evan encontró las llaves del Suburban colgadas en un llavero en la cocina. Las guardó en el bolsillo.

Sobre la mesa de la cocina estaba el petate que había traído de Houston. Recordaba que Gabriel lo había cogido en su casa después de que él escapara. Toda su ropa estaba allí. Su reproductor de música digital, su cámara de vídeo, sus libros y sus notas. Parecía que habían rebuscado entre su ropa y luego la habían doblado con cuidado de nuevo.

Cerró la cremallera del petate y se lo llevó al piso de arriba.

Gabriel estaba despierto, con un ojo hinchado al que le estaba saliendo un moratón y con la mandíbula roja y arañada.

–¿Trabajas solo? – dijo Evan.

Gabriel dejó pasar cinco segundos.

–Sí, y estoy preparado para tener una conversación honesta contigo ahora sobre nuestra situación.

–Hijo de puta, debería dispararte directamente ahora que tú eres el que está esposado. No te queda ninguna credibilidad.

Evan meneó la tarjeta de identidad ante Gabriel.

–Dijiste que eras el dueño de una empresa de seguridad. Aquí dice que eres de la CIA. ¿Qué es todo esto?

–Estás de mierda hasta el cuello.

–Tienes información de quien mató a mi madre, señor Gabriel. Tengo una pistola. ¿Ves cómo funciona esta ecuación?

Gabriel negó con la cabeza.

Evan levantó la pistola hasta la altura del estómago de Gabriel.

–Contesta a mis preguntas. Primero, ¿dónde estamos?

–No me matarás. Yo lo sé y tú lo sabes.

Fijó su mirada en la pared, como si estuviese aburrido.

Evan disparó.

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