Pánico – Jeff Abbott

«Tú no quieres que lo sepa, pero no voy a correr riesgos», pensó Jargo.

–Estoy pensándome lo de intentar recuperar a Evan. Si planea luchar por ti no irá a la CIA simplemente con los archivos. Intentará llegar a un acuerdo, lo cual nos da un margen de tiempo. Pero ése es el riesgo que estoy calculando.

–No te entiendo.

Jargo se inclinó hacia delante y le susurró junto a la cara a Mitchell:

–Tú sabes que tengo agentes trabajando para mí en la agencia.

–Lo sospechaba.

–Y clientes dentro de la agencia. Esa gente corre un gran riesgo si Evan desvela los archivos. Estarán perdidos. – Jargo saboreó de nuevo el humo y apagó el cigarrillo en un cenicero-. La gente que tengo en la agencia tiene todos los motivos del mundo para hacer que Evan vuelva a mí. A nosotros.

Le puso una mano en el hombro a Mitchell.

–¿No le harán daño?

–No si les digo que me lo traigan con vida. – La mentira le salió fácilmente-. Pero, de cualquier modo, debemos alejar a Evan y la información que tenga de la agencia. Vivo, para que podáis estar juntos de nuevo.

–Por favor, Steve, déjame ayudar. Déjame ayudarte a encontrar a mi hijo.

Jargo se puso de pie. Tomó una decisión. Metió la mano en el bolsillo y abrió la cadena, liberando a Mitchell. Los eslabones formaron un charco de plata sobre el parqué.

Mitchell se puso de pie.

–Gracias, Steve.

–Ve a ducharte. Te prepararé la cena. – Le dio a Mitchell un leve abrazo-. ¿Qué te parece una tortilla?

Mitchell lo agarró por el cuello y lo empujó con fuerza contra la pared, le arrebató la pistola y le apuntó a la barbilla.

–Una tortilla suena genial. Pero, para que quede claro entre nosotros, tus agentes no le harán daño ni matarán a mi hijo. Hazles entender que lo necesitamos con vida.

–Me alegro de que te desahogues. Ahora me puedes soltar.

–Si matan a mi hijo, yo mataré al tuyo.

–Suéltame.

Mitchell soltó a Jargo y éste le apartó la mano cuidadosamente.

–Esto es lo que quieren tus enemigos. Que nos agarremos por el cuello el uno al otro.

Mitchell le entregó la pistola.

–Evan a salvo. Eso no es negociable. Cuando lo recuperemos podré controlar a mi hijo.

–Haré cuanto pueda para traerlo a casa. Ten por seguro que será el secreto mejor guardado de la agencia. Recursos, gente, todos dejarán sus tareas habituales para ayudarlo a esconderse y a ir contra nosotros. Mis ojos en la agencia buscarán esas señales. Un idiota bien intencionado de la agencia preparará una guerra secreta contra nosotros, y nosotros lo combatiremos con nuestro propio Pearl Harbor.

–Será casi imposible recuperarlo.

–En cierto modo -dijo Jargo-, creo que puede ser fácil. Lo que necesitamos es convencerlo de que vuelva con nosotros.

Fue al piso de abajo a preparar la tortilla. La escalera curva de ciprés estaba llena de sombras; no le gustaba que las luces fuesen demasiado brillantes en el refugio. Incluso con todas las ventanas cuidadosamente selladas y cubiertas, demasiada luz brillaría como un faro en la inmensa oscuridad y podría atraer una atención no deseada.

La cocina del refugio vacío era grande y estaba levemente iluminada. Dezz, con aspecto tosco y taciturno, estaba comiendo una barra de caramelo sentado en un taburete. El televisor sintonizaba la CNN.

–¿Algún detalle importante? – preguntó Jargo.

–No. Unas cuantas personas sufrieron heridas leves con las prisas de salir del zoo. No hubo arrestos ni hay sospechosos. Pero no mencionan ninguna cinta de vídeo nuestra -Dezz masticaba el caramelo-. Cuando los pillemos me quedaré con la puta. Es toda mía. Hazle tus preguntas y luego dámela a mí. La Navidad llegará pronto este año.

–Si Evan tiene la lista de clientes y se la entrega a la CIA, tendrán bajo vigilancia a esos objetivos. No sólo a nuestros clientes de la CIA, sino a todos los demás. Pero despacio. No pueden destinarnos demasiados recursos de golpe sin que alguien se ponga a hacer preguntas incómodas.

–¿Entonces?

Podía compartir con Dezz lo que no se atrevería a compartir con Mitchell.

–Hay pocos agentes de la CIA que nos conozcan. Hay un hombre cuyo nombre en clave es Albañil, pero no he sido capaz de descubrir quién es. Se supone que El Albañil es el encargado de arrancar de raíz los problemas internos de la CIA: problemas como utilizar asesinos independientes, vender secretos, cometer asesinatos no aprobados, robar a sociedades estadounidenses. Básicamente, El Albañil quiere cerrarnos el negocio.

El Albañil.

–Carrie es un recurso que El Albañil tendrá que usar. Puede ser una bendición para nosotros.

–¿Cómo?

–El modo en que la CIA utilice a Carrie nos dirá mucho de lo que realmente sabe sobre nosotros.

Sacó de la nevera los ingredientes para una tortilla. Cocinar lo tranquilizaría. Cortó verduras y pensó en una vida anterior, cuando era niño y observaba a la chica en que se había convertido Donna Casher, sentada al otro lado de una mesa de cocina regada por el sol, cortando las verduras con tranquila precisión. El sol siempre le había dado en el pelo de una manera que paralizaba a Jargo, y un deje de tristeza y remordimiento le llegó al corazón. Deseó haberle dicho, al menos una vez, cuánto le gustaban sus fotografías.

–¿Sabes? El primer trabajo que tuvimos Mitchell, Donna y yo cuando decidimos trabajar por nuestra cuenta fue en Londres. Fue un éxito. Realmente simple: no requería a los tres, pero había una sensación de poder en matar los tres juntos. Una sensación de liberación.

–¿Quién mató a quién? – preguntó Dezz.

–La víctima no importa. Fuimos Mitchell y yo quienes la matamos, aunque yo disparé primero. Donna se ocupaba de la logística. – Jargo abrió los huevos en un cuenco, los mezcló con leche y añadió el brécol y los pimientos-. Era nuestro primer trabajo, íbamos a cortar los lazos con nuestra antigua vida. Éramos tan conscientes de tomar nuestras decisiones… Antes nunca nos habían animado a deliberar tanto. Éramos más de apuntar y disparar, sin hacer preguntas. Toqué las balas que usaba hacía tantísimo tiempo como si fuesen un juguete antiestrés, o los últimos grilletes de una cadena que todos nosotros estábamos rompiendo.

Dezz se comió un trozo de caramelo.

–Yo sólo cambié un juego de cadenas por otro, Dezz.

Dezz no tenía una mente muy apta para la reflexión.

–Entonces, ¿cómo vas a recuperar a Evan y a Carrie? ¿O al menos a hacerles callar?

–Carrie le dirá a la CIA lo que sabe, que no es mucho. No puede traicionarnos lo suficiente como para hacernos daño. Puede darles descripciones, la dirección del apartamento en Austin, pero no mucho que puedan usar como prueba.

–Sé realista -dijo Dezz-. Si es una agente doble puede que tenga información, archivos… podría despellejarte.

–No tenía acceso a información.

–Tú no sabías lo que tenía, papá.

Jargo bajó el tono de voz.

–Desperdiciaste una oportunidad única de matarlos a los dos, así que cállate. – Puso mantequilla en la sartén ardiendo, y echó los huevos-. Intento cubrir todas las bases, incluso bases que ni siquiera sabes que están en el campo, Dezz.

–Tenemos que hacer las maletas y huir. Montar el chiringuito en algún otro sitio. Inglaterra, Alemania, Grecia… Vayamos a Grecia.

–No. No voy a desmontar años de sudor y trabajo. Aún elijo mis propias cadenas, Dezz.

Jargo notó cómo menguaba la sensación de fracaso. Estaba listo para actuar.

–No podrás recuperar a Evan.

Jargo terminó de cocinar los huevos y los puso en un plato.

–Coge este plato y una taza de café fuerte y llévaselo a Mitchell. Sé agradable; hace unos minutos amenazó con matarte si no recuperábamos a Evan sano y salvo.

Dezz frunció el ceño.

–No te preocupes -continuó su padre-. Evan pronto estará muerto, pero Mitchell no podrá culparnos de ello.

MARTES
15 de marzo

Capítulo 25

Evan observó las paredes acolchadas y éstas le devolvieron la mirada; las pequeñas abolladuras de la tela le recordaban unos ojos. Se imaginó las cámaras acechando tras la tela y se preguntó qué dramas habría presenciado esa habitación. Interrogatorios. Crisis nerviosas. Muertes. Una mácula descolorida manchaba la pared, más o menos a la altura de un hombre sentado; trató de imaginar cómo había llegado hasta allí y por qué no la habían quitado. Probablemente porque la CIA quería que contemplases esa mancha y lo que sugería.

Dos hombres de la CIA, uno de ellos piloto, los habían sacado de Nueva Orleans en avión privado. Evan les dijo que sólo hablaría con El Albañil. Ellos le aplicaron los primeros auxilios a Carrie, le dejaron solo y lo llevaron a aquella habitación después de que el avión aterrizase en un pequeño claro de un bosque. Una ambulancia privada con matrícula de Virginia y la inscripción «North Hill Clinic» se los llevó de allí. Luego, un equipo médico condujo a Carrie a otro lugar y un guardia de seguridad con un cuello enorme lo metió a él en esta habitación. Se sentó y reprimió las ganas de hacerle muecas a la pared: estaba seguro de que había cámaras observándolo. Estaba preocupado por Carrie y por El Turbio. También por su padre.

Se abrió la puerta y un hombre asomó la cabeza.

–¿Te gustaría ver a tu amiga ahora?

A Evan se le ocurrió que quizás el hombre ni siquiera supiera el verdadero nombre de Carrie. También se le ocurrió que podía ser que tampoco él mismo lo supiese, pero dijo «Gracias» y siguió al hombre por un pasillo muy iluminado. Éste lo condujo a través de tres puertas. La habitación de Carrie no estaba acolchada, era una habitación normal de hospital. No había ventanas; la luz que alumbraba la cama era tenue y espeluznante, como el brillo de la luna en una pesadilla. Carrie yacía en la cama con el hombro vendado. Había un guardia en la puerta. Carrie dormitaba. Evan la observó y se preguntó quién era realmente, más allá de su apariencia. Le cogió la mano y la apretó. Ella siguió durmiendo.

–Hola Evan -sonó una voz detrás de él-. Pronto se recuperará del todo. Soy El Albañil.

Evan soltó la mano despacio y se giró. El hombre rondaba los sesenta, era delgado y tenía una expresión de amargura en la boca, pero sus ojos eran cálidos. Parecía el típico tío difícil. El Albañil le ofreció la mano y Evan la estrechó diciendo:

–Preferiría llamarte Bedford.

–Está bien -Bedford mantuvo una expresión impasible en el rostro-, mientras no lo hagas delante de otra gente. Aquí nadie conoce mi verdadero nombre.

Pasó por delante de Evan y le puso una mano en la frente a Carrie con gesto paternal, como si le estuviese tomando la fiebre. Luego llevó a Evan a una sala de conferencias situada al final del pasillo, donde había otro guardia vigilando. Bedford cerró la puerta al entrar y se sentó. Evan se quedó de pie.

–¿Has comido? – le preguntó.

–Sí. Gracias.

–Estoy aquí para ayudarte, Evan.

–Eso dijiste la primera vez que hablamos. – Evan decidió tantear el terreno-. Ahora me gustaría irme.

–Vaya, creo que eso no sería muy inteligente. – Bedford juntó las yemas de los dedos-. El señor Jargo y sus socios te andarán buscando.

Su educación era como una reliquia de otros tiempos en los que se daba una importancia especial a los modales.

–Ése es mi problema, no el tuyo.

Bedford señaló la silla.

–Siéntate un momento, por favor.

Evan se sentó.

–Tengo entendido que creciste en Luisiana y Texas. Yo soy de Alabama -dijo Bedford-. De Mobile, una ciudad maravillosa; cuanto mayor me hago, más la echo de menos. Los chicos del sur pueden ser muy cabezotas, así que vamos a intentar no serlo nosotros

–Vale.

–Me gustaría que me contases lo que ha ocurrido desde que tu madre te llamó el viernes por la mañana.

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