Pánico – Jeff Abbott

Pettigrew se sentó y esperó a que la mujer volviese rápidamente a la cocina.

–Todo esto es extrañísimo: que me ordenen desenterrar expedientes de Scotland Yard llenos de telarañas; recibir órdenes de un hombre con un nombre en código.

–Le pido disculpas -dijo Carrie.

–Me han dado carta blanca -comentó. Estaba casi de mal humor-. Y yo vivo para servir. No nos avisaron con demasiado tiempo -su tono mostraba la acritud de quien ha sufrido mucho-; aun así, aquí tienen lo que he encontrado.

Les dio el primer archivo, sujetando los dos restantes contra su pecho.

–Alexander Bast fue asesinado de dos tiros, uno en la cabeza y otro en el cuello. Lo que es interesante es que las balas eran de dos pistolas diferentes.

–¿Por qué motivo necesitaría el asesino dos pistolas? – preguntó Carrie.

–No. Eran dos asesinos -aclaró Evan.

Pettigrew asintió.

–Un crimen por venganza. Yo diría que este asesinato tiene un componente emocional: cada asesino esperó para dejar su sello. – Les pasó una foto del cuerpo tirado en el suelo-. Lo mataron en su casa hace veinticuatro años, en mitad de la noche, sin signos de lucha. Limpiaron las huellas en toda la casa. – Pettigrew hizo una pausa-. Antes de morir llevaba veintitrés años trabajando para nosotros.

–¿Puede darnos más detalles de su trabajo aquí? – preguntó Carrie.

Ella y Evan estaban de acuerdo en que, puesto que trabajaba para la CIA, ella conduciría el interrogatorio. Bedford le había proporcionado a Evan una identidad como analista de la CIA, pero se mantuvo callado.

–Bueno, entre sus muchas actividades creativas complementarias, a Bast le interesaban el arte y acostarse con mujeres famosas que frecuentaban sus clubes nocturnos. Una redada antidroga en uno de ellos hizo que perdiese su caché, y desperdició miles de dólares intentando mantenerlos a flote. Lo vigilamos muy de cerca, ya que no queremos agentes metidos en asuntos de narcóticos ilegales, pero el tráfico de drogas se debía a unos cuantos de sus clientes habituales que abusaban de su hospitalidad. Después de cerrar los clubes dedicó todas sus energías a la editorial, que tenía desde hacía tiempo pero que había sido uno de sus negocios más desatendidos. Publicaba literatura traducida, especialmente en español, ruso y turco. Importaba libros permitidos a la Unión Soviética, y traducía literatura rusa clandestina al inglés, al alemán y al francés. Así que era un contacto valioso, dado que podía ponerse en contacto con la comunidad disidente en la Unión Soviética y viajar con cierta libertad entre los dos países. Al principio sus responsables pensaban que podía ser un agente de la KGB, pero salió limpio de todas las investigaciones. Lo vigilamos de cerca durante la época de sus problemas financieros: ése es el momento en el que pueden comprar a un agente. Pero siempre salía limpio. Era muy popular entre la comunidad de residentes rusos en Londres.

–Entonces, ¿qué hacía exactamente para la CIA? – preguntó Carrie.

–Traía y llevaba a Berlín, Moscú y Leningrado los mensajes de los contactos de sus contactos. Lo supervisaban oficiales de la embajada estadounidense bajo protección diplomática. Pero era un agente de bajo nivel: no tenía acceso a los secretos de Estado soviéticos. Y la comunidad de disidentes no era de especial utilidad para la agencia en aquellos momentos; nos podían dar nombres de gente que tenía un acceso crucial a determinados asuntos y que habrían espiado para nosotros, pero la KGB observaba muy de cerca a los disidentes. Francamente, para la KGB era demasiado fácil infiltrarse.

Evan observó con detenimiento la foto de Bast asesinado. Sus ojos tenían una expresión de sorpresa y de terror. Aquel hombre conocía a los padres de Evan, había representado un papel secreto en sus vidas.

–¿No hubo sospechosos?

–Bast tenía un nivel de vida alto, incluso después de su caída. Había algunos maridos descontentos con él. Tenía dinero. Rompió algunos acuerdos de negocios. Mucha gente podría querer que desapareciera de su vida. Por supuesto, Scotland Yard no sabía que Bast estaba trabajando para la CIA, y nosotros no se lo dijimos.

–Era una información bastante importante para ocultarla -dijo Carrie.

–Yo no lo hice, personalmente. No tienen por qué enfadarse conmigo.

–Por supuesto que usted no lo hizo -dijo Carrie riéndose, intentando calmar la repentina tensión-. Usted no tiene ni cuarenta años, ¿verdad? Simplemente me sorprende.

Ahora el tono de Pettigrew era de cabreo y desaprobación.

–Que asesinen a uno de los tuyos no es muy buena publicidad para reclutar.

Carrie pasó las páginas de las fotos de la escena del crimen.

–La CIA debió de sospechar que los rusos descubrieron que Bast era agente suyo y lo asesinaron.

–Naturalmente. Pero el asesinato parecía coincidir con un robo, y ése no es para nada el estilo de la KGB. Recuerda que Bast era un agente de bajo nivel en el mejor de los casos. Nunca fue una fuente original de información valiosa ni nos dio información falsa de la KGB. Simplemente era un mensajero fiable que reunía contactos. ¿Saben? Desde la caída de la URSS han salido a la luz muchos archivos de la KGB, pero no hay información de que ésta ordenase matarlo.

–¿Podríamos hablar con la persona que fue su responsable? – preguntó Carrie.

–El oficial encargado del caso de Bast murió hace diez años. Cáncer de páncreas.

–El robo -dijo Carrie-. ¿Qué se llevaron? ¿Pudo el asesino haber descubierto algo que apuntase a que Bast tenía una conexión con la CIA?

Pettigrew les dio otro expediente.

–La agencia peinó todo el apartamento de Bast después de que lo asesinasen y de que la policía lo revisase. Encontraron el material de la CIA de Bast perfectamente escondido. La policía no lo había descubierto ya que, por supuesto, lo habrían confiscado.

–¿Qué hay de sus efectos personales y sus cuentas? – preguntó Evan-. ¿Algo extraño?

Pettigrew rebuscó entre los papeles.

–Veamos… Un amigo, Thomas Khan, nos proporcionó información. – Desplazó el dedo por una lista-. Bast tenía dos cuentas bancarias diferentes, y un montón de dinero metido en su negocio editorial…

–¿Ha dicho Khan? ¿k-h-a-n? – deletreó Evan.

Era el mismo apellido que Hadley Khan. Ahí estaba la conexión de Evan con Bast. Carrie sacudió la cabeza. «No digas nada.»

–Sí. También tengo un expediente sobre Thomas Khan. – Pettigrew señaló el archivo y sacó una hoja de papel-. El señor Khan dijo que Bast tenía en sus manos una cantidad considerable de dinero en efectivo, pero no encontraron nada en la casa. Khan era un comerciante de libros raros y antiguos y dijo que Bast a menudo le pagaba en efectivo.

Carrie cogió el papel y leyó en alto el informe mientras lo ojeaba:

–Nacido en Pakistán en el seno de una familia importante. Se educó en Inglaterra. Su mujer era inglesa, una académica y estratega política de alto rango que trabajaba para iniciativas de defensa. Ningún problema con la ley. Conservador en la política, sirvió como director en una fundación británica que garantizaba apoyo económico a los rebeldes afganos contra los invasores soviéticos. Trabajó en la banca internacional durante muchos años, pero su auténtica pasión es Libros Khan, un emporio comercial de libros raros y antiguos situado en la calle Kensington Church que dirige desde hace treinta años. Se retiró de la banca hace diez y centró todo su interés en la tienda de libros. Enviudó hace doce años. Nunca se volvió a casar. Tiene un hijo, Hadley Mohammed Khan.

–Conozco a su hijo -dijo Evan-, Hadley. Es un periodista independiente.

Pettigrew se encogió de hombros; no le importaba. Su teléfono sonó en su bolsillo. Se excusó haciendo un gesto rápido con la mano y cerró la puerta al salir.

Evan echó un vistazo rápido a los archivos. Ninguna pista apuntaba a que Bast fuese también el señor Edgard Simms. Bedford se había metido la noche anterior en las bases de datos del registro de empresas y había averiguado que el Hogar de la Esperanza de Goinsville había sido comprado por una empresa llamada Beneficiencia Simms. La empresa se había constituido dos semanas antes de comprar el Hogar de la Esperanza y había vendido todos sus activos después del incendio. Si la CIA había enviado a Bast a comprar orfanatos, no había rastro de ello en sus archivos oficiales.

Evan volvió a la hoja sobre Thomas Khan.

–Libros raros y antiguos, y entre sus especialidades estaban las ediciones rusas. Bast traducía del ruso. Entonces ambos tenían contactos en la Unión Soviética, y ambos estaban mezclados en movimientos de rebelión: uno apoyando a escritores disidentes y el otro a los muyahidines en Afganistán.

–Así que los dos odiaban a los soviéticos. Eso no prueba nada -dijo Carrie.

–No, no lo prueba.

Pero Evan detectó un hilo conductor en todo aquello, simplemente no sabía todavía cómo cogerlo ni cómo seguirlo. Abrió el expediente sobre Hadley. No se trataba de un informe oficial de la CIA, como el de Thomas Khan, al que le habían abierto un expediente en la comisaría de Londres cuando ayudó a la policía en la investigación del asesinato de Bast; ni como el de este último, que había sido un agente a sueldo. Era lo poco que la gente de Pettigrew había reunido tras la apresurada solicitud de Bedford: la fecha de nacimiento de Hadley, estudios, entradas y salidas del Reino Unido e información financiera. Los informes escolares no eran impresionantes; el éxito y la brillantez de los padres eludieron al hijo. Hadley había pasado dos meses en un centro de desintoxicación de Edimburgo; había perdido dos buenos empleos en revistas y llevaba seis meses sin publicar nada. Pero la investigación aportaba información nueva: según su última novia, a la que engañó un oficial de la policía de Londres que la había llamado esa mañana fingiendo ser un colega de Hadley, últimamente éste se había alejado de su padre. La novia no sabía nada de él desde el jueves anterior, pero no parecía preocupada; Khan era un culo inquieto que iba a menudo al continente durante un par de semanas. Especialmente después de una discusión con su querido y viejo padre.

Para las fotos del archivo de Hadley habían elegido la de su permiso de conducir británico. Evan lo recordaba de aquel cóctel hacía mil años, en la escuela de cine: su amplia sonrisa demasiado entusiasta, sus ojos que guardaban un secreto.

–Así que Hadley Khan me anima de manera anónima a hacer una película sobre el asesinato de Alexander Bast, un amigo de su padre, pero nunca responde al correo electrónico en el que le preguntaba por qué -dijo Evan-. Y luego despega el día que muere mi madre. Hadley nunca mencionó ninguna conexión entre Bast y su padre en el material que me dio.

–Eso es muy extraño. Te habría facilitado la búsqueda. – Carrie tamborileó con los dedos sobre el archivo de Hadley-. Sabemos que existe una conexión entre nuestros padres, Bast y Khan. Eso no significa que exista una conexión directa entre Thomas Khan y nuestros padres.

Evan sintió un escalofrío.

–No es una coincidencia que Hadley escogiese la historia de Bast. Debe de conocer la conexión entre mis padres y Bast.

–Se acercó a ti, pero no te lo contó todo. Así que o bien se escabulló o bien lo detuvieron para que no se pusiese en contacto contigo de nuevo.

–Creo que se asustó; por eso lo hizo de manera anónima. Hadley tenía sus propios planes. Su novia dice que él y Thomas no se llevaban bien. Me pregunto… si se trata de venganza contra su padre.

–Sólo se trataría de venganza si su padre hubiese hecho algo malo.

Carrie se masajeó el hombro herido.

–¿Como estar involucrado en el asesinato de Bast?

Carrie se encogió de hombros.

–Eso podría interesar a las autoridades británicas, pero ¿por qué le interesaría a Jargo?

Se quedaron callados cuando Pettigrew volvió. Había hecho un bocadillo con la carne fría y el queso.

–Me ha llamado mi fuente en New Scotland Yard. No hay constancia de que Hadley Khan esté desaparecido. Nada indica que haya salido de Gran Bretaña ni que haya entrado en ningún país europeo en las últimas dos semanas. – Le pegó un mordisco enorme al sandwich-. Hemos llamado al móvil de Hadley tres veces esta mañana, pero no contesta.

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