Pánico – Jeff Abbott

Y entonces Evan vio la estafa de la oferta de Khan. Cuentas con nombres falsos. La explosión. Vías de escape. El teléfono sonando sólo dos veces. Una nueva vida. Aquello era una trampa, pero no el tipo de trampa que esperaba.

Khan parecía disponer de todo el tiempo del mundo, sentado allí en su casa, sonriéndole. No había cuñada moribunda. No había nada relacionado con Khan en esa casa. La vía de escape.

–¡Cabrón! – dijo Evan.

Khan agitó el mechero de nuevo cogiéndolo por los lados; una pequeña ráfaga de humo salió por el extremo mientras él se tapaba la cara con la manga. El spray de pimienta le quemó los ojos y la garganta a Evan, que se tambaleó y cayó sobre la alfombra persa. El dolor le penetraba por los globos oculares y la nariz.

Khan corrió al otro lado de la habitación, seleccionó un tomo gordo de la estantería, lo cogió y sacó de él una Beretta; luego se giró para disparar a Evan. La bala impactó en la mesa de café situada junto a la cabeza de éste, que agarró a ciegas la mesa, la levantó a modo de escudo y embistió a Khan. Los ojos le quemaban como si le hubiesen clavado agujas. Khan disparó dos veces más con silenciador y a Evan se le clavaron en el vientre y en el pecho astillas de madera. Pero aplastó a Khan con la mesa, lo obligó a bajar la pistola y lo sujetó contra los estantes de roble.

Evan apretó y apretó más y más, haciendo fuerza con las piernas y los brazos; la agonía del rostro de Khan lo estimulaba. Estaba aplastando a aquel hombre contra la pared; oía cómo se vaciaban sus pulmones, lo oía balbucear de dolor; finalmente Khan cayó al suelo con la pistola todavía en la mano.

Evan dejó caer la mesa y agarró el arma. Veía la cara y los dedos de Khan como una imagen borrosa. Pero éste se aferraba a la Beretta. Evan cayó sobre el anciano, que le asestó un rodillazo en la ingle y luego le metió sus huesudos dedos en los ojos entrecerrados. Evan soltó una de las manos que agarraba la pistola y le dio un puñetazo en la nariz. A través de sus ojos llenos de lágrimas, Evan veía la cara de Khan envuelta en una neblina. Agarró la Beretta de nuevo con las dos manos y forcejeó para apuntar hacia el techo. Khan la retorció hacia el otro lado y la dirigió hacia la cabeza de Evan.

La pistola se disparó.

Capítulo 35

Evan sintió el calor de la bala junto a la oreja. Apoyó todo su peso y puso todas sus fuerzas en girar el cañón hacia el suelo. Khan se retorcía intentando arrebatarle la pistola, que volvió a dispararse.

Khan sufrió un espasmo y luego se quedó quieto. Evan tiró a un lado el arma y se levantó dando tumbos, restregándose los ojos.

Se retiró a la esquina de la habitación. Apenas podía ver a Khan, pero seguía apuntándolo con la pistola. Evan chillaba; el dolor en los ojos lo estaba dejando ciego.

Khan no se movía. Evan se forzó a volver donde estaba el cuerpo y le tocó el cuello. Nada. No había pulso.

La angustia le invadió. Entró a trompicones en la cocina, abrió el grifo y se lavó la cara con las manos. Al hacerlo se le cayeron las lentillas marrones que le había dado Bedford. Después de lavarse por décima vez el dolor comenzó a remitir. El único sonido que se escuchaba en la casa era el siseo del agua colándose por el desagüe. Se aclaró los ojos hinchados una y otra vez, sujetando todavía la pistola con la otra mano, hasta que el dolor menguó. Entonces volvió al estudio.

Khan lo miraba desde el suelo con tres ojos, el del medio era rojo. Volvió a comprobar el cuello, la muñeca y el pecho: ninguno de los tres tenía pulso.

«Acabo de matar a un hombre.»

Debería estar vomitando de miedo, de terror. Una semana atrás se hubiera quedado paralizado de la impresión; ahora simplemente estaba aliviado de que fuese Khan el que estaba muerto en el suelo, y no él.

Fue al baño y se miró la cara en el espejo. Sus ojos eran de nuevo color avellana y la hinchazón era tal que los tenía casi cerrados. Tenía el labio cortado y le sangraba. Abrió el armario que había debajo del lavabo y encontró un botiquín de primeros auxilios: por supuesto, en esa casa había todo lo que Khan necesitaba.

Aquélla era la vía de escape de Khan.

No había pensado con claridad en medio del caos de la explosión; estaba demasiado obcecado en ponerle las manos encima al hombre que podía desvelar el mapa de la vida de sus padres.

A ojos de Jargo, Khan la había jodido, pero quizá no quería que muriese. Quizá Jargo deseaba conducir la investigación sobre Los Deeps a un callejón sin salida. Khan había huido cuando Evan pronunció el nombre de Jargo… aunque quizá ya conociese la cara de Evan. Luego Pettigrew entró con la bomba, o bien Khan la activó al salir del edificio. Con su propio negocio destruido, Khan no iría a un lugar que sólo le diese unas horas de asilo, iría a su escotilla de emergencia. Si Los Deeps tenían otras identidades, también las tenía Khan, el encargado de sus finanzas. Había llevado a Evan a un lugar donde él podría ocultarse, disfrazarse con una identidad ya preparada, fundirse con el mundo. Aún mejor, darían por supuesto que había muerto en la explosión.

Y cuando diesen por muerto a Thomas Khan nadie de la CIA lo buscaría.

No era fácil salirse de la propia vida de uno, y si esta casa era el escondite secreto de Khan, su primera parada en el viaje hacia una nueva vida secreta, tendría recursos para cerrar sus operaciones, dinero e información para no dejar huellas y adoptar su nueva identidad. Pero si Jargo sabía que aquí era donde Khan huiría, y podía ser que así fuese, entonces Evan no tenía mucho tiempo. Jargo podía enviar a un agente para asegurarse de que Khan había escapado de la explosión.

El teléfono. Quizás era Jargo quien llamaba a Khan.

Tal vez Evan no tuviese mucho tiempo, pero tenía que arriesgarse. Las respuestas que necesitaba podían estar dentro de esa casa.

Comprobó todas las ventanas y puertas para asegurarse de que estaban cerradas con llave. Bajó todas las persianas y cerró las cortinas. En el piso de arriba había dos dormitorios pequeños, un despacho y un baño; en el de abajo, una habitación principal, un baño, un estudio, una cocina y un comedor. Una puerta de la cocina conducía a un pequeño sótano; Evan se arriesgó a bajar y encendió una luz. Estaba vacío, excepto por el rincón, donde había una bolsa grande y negra cerrada con cremallera. Era una bolsa para cadáveres.

Evan abrió la cremallera.

Era Hadley Khan. Reconoció su cara, o lo que quedaba de ella. Llevaba varios días muerto. Habían cubierto su cuerpo con cal para reducir el incipiente olor a descomposición. Mostraba un disparo en la sien. Su cuerpo estaba retorcido y tieso en la bolsa, desnudo. Tenía marcas alargadas y rojas en la cara y en el pecho, le faltaban las manos y tenía la boca completamente abierta y sin lengua.

«Le he perdonado», había dicho Khan.

Evan se levantó, fue hacia la parte opuesta del sótano, apoyó la frente contra la fría piedra y respiró profundamente, estremeciéndose. «Khan lo hizo aquí; torturó y mató a su propio hijo por haberle desobedecido. Por traicionar el negocio familiar.»

¿Qué le habrían hecho a él sus padres si hubiese averiguado la verdad o amenazado con descubrirlos? No podía imaginarse eso. No. Nunca.

Oyó la voz de Khan: «Los conozco mucho mejor que tú».

Cerró la bolsa del cadáver y subió al estudio. Arrastró el cuerpo de Thomas Khan hasta el sótano y lo colocó junto al de su hijo. Volvió a subir y encontró una sábana doblada en el armario de uno de los dormitorios y cubrió ambos cadáveres con ella.

Bebió cuatro vasos de agua fría y se tomó cuatro aspirinas que encontró en el botiquín. Le dolían los ojos y el estómago.

Regresó al estudio e intentó abrir un escritorio y un aparador, pero ambos estaban cerrados. De vuelta en el sótano buscó en los bolsillos de Khan: no había llaves, sólo una cartera y una PDA. La encendió y en la pantalla apareció un mensaje en el que le solicitaba su huella.

Sacó la mano derecha de Khan de debajo de la sábana y presionó el dedo índice contra la pantalla. Acceso denegado. Agarró la mano izquierda de Khan y presionó el dedo índice contra la pantalla. La agenda aceptó la huella, y al abrirse mostró una pantalla de inicio normal. Miró las aplicaciones y los archivos. La PDA sólo tenía algunos contactos y números de teléfono: unos cuantos bancos de Zurich y una lista de tiendas de libros de Londres. Había un icono para una aplicación de mapas. Los últimos tres mapas a los que había accedido eran de Londres, Misisipi y Fort Lauderdale, Florida. Una anotación en el mapa de Biloxi mostraba la situación de un vuelo charter. Biloxi no estaba tan lejos de Nueva Orleans; quizá fuese a donde Dezz y Jargo habían volado después del desastre en aquella ciudad.

Pero no había nada que dijese: «La X señala el lugar donde está tu padre».

Excepto, quizá, Fort Lauderdale, un lugar de Florida en particular. Según Gabriel, la madre de Evan le había dicho que se reunirían con su padre en Florida, y Carrie pensaba que su padre estaba en Florida.

Carrie. Podía intentar llamarla, ponerse en contacto con ella a través de la oficina de la CIA en Londres, decirle que estaba vivo. Pero no. Si los agentes o los clientes de Jargo de la CIA pensaban que él estaba muerto, nadie le buscaría. Se habían enterado de que estaba en Londres y casi lo matan. El grupo de Bedford se había puesto en peligro.

Quería saber que Carrie estaba a salvo, quería decirle que estaba vivo. Pero no ahora, no hasta que recuperase a su padre. Creía que ella no regresaría a la casa a la que los había llevado Pettigrew; era demasiado peligroso si éste trabajaba para Jargo. Se reuniría con Bedford tomando todas las precauciones.

Evan reconfiguró el programa de la contraseña para borrar la huella de Khan y utilizar la de su dedo pulgar como clave. Podría serle útil más adelante. Se metió la PDA en el bolsillo, y al ponerse de pie, vio una caja de herramientas en la esquina y la llevó al piso de arriba.

Metió con cuidado un destornillador en la cerradura del escritorio; después del truco del mechero con spray de pimienta no podía fiarse de las apariencias. Pero sólo se escuchó el ruido de un metal contra otro metal.

Cogió un martillo y con cuatro golpes secos abrió la cerradura. En un cajón encontró papeles relacionados con la propiedad de la casa: había sido comprada el año pasado por Inversiones Boroch. Ésta debía de ser una tapadera de Khan; si no había una conexión directa con él, la policía no podría ir allí. Thomas Khan no se asomaría si pudiese evitarlo cavando su túnel de escape.

En el cajón también encontró artículos de papelería y sobres con el membrete de Inversiones Boroch, un pasaporte de Nueva Zelanda y uno de Zimbabue, ambos con nombres falsos y la foto de Thomas Khan estampada. Había un teléfono sin mucha batería, pero que funcionaba. Sacó el cargador del fondo del cajón y lo puso a cargar. Miró el registro de llamadas, pero estaba vacío.

Forzó la cerradura de otro cajón del escritorio. Contenía una caja de metal con fajos de libras esterlinas y dólares americanos. Debajo de ella había una pistola automática y dos cargadores. Contó el dinero: seis mil libras esterlinas y diez mil dólares americanos. Colocó los billetes sobre el escritorio. El resto de cajones estaba vacío.

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