Pánico – Jeff Abbott

Jargo tenía a su padre. Evan se hundió.

–No le creo.

–Tu madre está muerta. ¿No crees que esta tragedia haría que tu padre apareciese y fuese corriendo hasta ti, si pudiese?

–Tú mataste a mi madre, hijo de puta.

Había recuperado la voz.

–Nunca le hice daño a tu madre. Eso fue cosa de la CIA.

–Eso no tiene sentido.

–Me temo que sí. Tu madre trabajaba para la CIA de vez en cuando. Encontró información que podría causar un daño irreparable a la agencia. Los enemigos de Estados Unidos creerían que nuestras operaciones de inteligencia estaban contra las cuerdas; esos archivos significarían el fin de la CIA. La CIA te matará para mantener en secreto esos archivos.

–No me importan los malditos archivos. Tú y tu hijo matasteis a mi madre.

Pausa.

–¿Sabes que tengo un hijo?

–Sí. – Dejaría que ese cabrón creyese que tenía información que haría que Jargo se preocupase, que le hiciese preguntarse cuánto sabía-. Se llama Dezz.

–¿Cómo sabes que es mi hijo?

Pensó que nombrar a El Albañil como fuente no sería prudente.

–Eso no importa. – Evan empezó a sentir bombear la sangre en la cabeza-. Déjame hablar con mi padre.

Al decir estas palabras, El Turbio se sentó en el suelo enfrente de él, con expresión de preocupación.

–Todavía no estoy preparado para eso, Evan -dijo Jargo.

–¿Por qué?

–Porque necesito que me asegures que trabajarás con nosotros. Fuimos a aquella casa de Bandera para ayudarte, Evan, y tú nos disparaste y huíste.

–Dezz mató a un hombre.

Ahora El Turbio levantó una ceja.

–No. Dezz te salvó de un hombre que te estaba utilizando para librar su propia batalla contra la CIA. Luego la CIA te utilizaría a ti para atraparnos a nosotros y a tu padre. No eres más que un títere para ellos, Evan, y perdona mi dramatismo, y están preparados para derribarte sobre el tablero.

Encajaba con lo que le había dicho Gabriel, por lo menos un poco.

–Si te doy los archivos, ¿me darás a mi padre sano y salvo?

Casi creyó escuchar un mínimo suspiro de alivio de Jargo.

–Me sorprende escuchar que tienes esos archivos, Evan.

Los archivos eran reales, aquellas palabras lo confirmaban. Empezó a notar el sudor en el antebrazo y en los riñones. Ahora debía tener muchísimo cuidado.

–Mamá hizo una copia de seguridad y me hizo saber dónde estarían.

La mentira le salió con facilidad.

–Ah, era una mujer muy inteligente. La conocí durante mucho tiempo, Evan. La admiraba muchísimo. Quiero que sepas eso porque nunca, nunca podría hacerle daño a Donna. No soy tu enemigo. Tú y yo somos familia, en cierto modo. Respeto cómo te has protegido hasta ahora. Tienes mucho de tus padres.

–Cállate. Veámonos.

–Sí. Dime dónde estás y te llevaré junto a tu padre.

–No, yo elijo el lugar de reunión. ¿Dónde está mi padre?

–Confiaré en ti, Evan. Está en Florida. Pero puedo llevarlo hasta donde te encuentres.

Evan se lo pensó. Nueva Orleans estaba entre Florida y Houston, y conocía la ciudad, al menos la parte de Tulane, donde había pasado su infancia. Recordaba a su padre caminando por el zoo de Audubon, jugando a perseguirle por los verdes caminos del parque. Conocía el trazado. Sabía cómo entrar y cómo salir, y era un sitio muy concurrido.

–Nueva Orleans -dijo Evan-. Mañana por la mañana. A las diez de la mañana en el zoo de Audubon, en la plaza principal. Trae a mi padre y yo llevaré los archivos. Ven solo, sin Dezz. No me gusta y no confío en él, no lo quiero tener cerca. Si lo veo, no hay trato.

–Lo entiendo perfectamente. Te veré entonces, Evan.

Evan colgó.

–¿En qué demonios te has metido y qué demonios crees que estás haciendo? – preguntó El Turbio.

–Lección número uno de los documentales: muestra a los personajes enfrentados. ¿Te acuerdas que en los tribunales le dije a tu madre que esperase en las escaleras cuando salió la madre de Henderson? Pon a dos madres luchando por sus hijos, compitiendo directamente la una con la otra; júntalas y tendrás fuegos artificiales.

–¿Y si trae a tu padre?

–No me dejará hablar con él. No respetará el trato. Está intentando convencerme de que la CIA mató a mi madre, pero yo estoy seguro de que fue Dezz.

–¿Les viste la cara?

–No.

–Entonces, ¿cómo estás seguro?

–Sus voces… oí sus voces. Estoy seguro.

«Casi seguro -pensó-. Pero no al cien por cien.»

–¿Y ahora qué? – preguntó El Turbio.

–No puedo encontrar a mi padre mientras esquivo balas y corro todo el tiempo. Jugué según sus reglas, pero ahora jugaré según las mías. – Sacó la cámara de vídeo del petate-. Estos tíos están en la sombra. Voy a sacar su culo a la luz.

–¿Vas a hacer todo esto tú solo? – dijo El Turbio.

–Sí.

–No, no lo harás. Iré contigo.

–No tienes por qué, ésta no es tu lucha.

–Cállate. Iré, fin de la discusión. – El Turbio cruzó sus enormes brazos-. No me gusta que esta gente intente jugármela. E imagino que necesito que estés de nuevo en deuda conmigo.

–De acuerdo.

Evan cogió el móvil y marcó el número que le había dado El Albañil.

Albañil. Buenas tardes, soy Evan Casher. Escucha atentamente porque diré esto una sola vez. Si quieres los archivos reúnete conmigo en Nueva Orleans. Zoo de Audubon. Plaza principal. Mañana a las diez.

Colgó cuando El Albañil empezaba a hacer preguntas.

–Estás echando más leña al fuego -señaló El Turbio.

–No, estoy echándole gasolina.

Capítulo 22

El sábado por la noche, tarde, el avión fletado por Jargo aterrizó en el aeropuerto internacional Louis Amstrong. Llevó a Carrie a una suite en un hotel cerca del Superdome de Louisiana. Ésta observaba a la muchedumbre de turistas que deambulaban por la calle Bourbon en la noche de domingo. Jargo se sentó en el sofá. Había hablado poco de camino a Nueva Orleans, algo que siempre ponía nerviosa a Carrie. Dezz había volado el domingo por la mañana a Dallas, planeando entrar en la oficina de Joaquín Gabriel para buscar cualquier información sobre los nuevos pasaportes de Evan. Tenía que llegar a Nueva Orleans en cualquier momento.

–Mi hijo -dijo Jargo en medio del silencio.

Carrie siguió observando a los turistas.

–¿Qué pasa con él?

–Te quiere. O más bien siente por ti lo que cree que debe de ser amor, una triste mezcla de posesión, ira, deseo y una completa torpeza.

–Me pregunto de quién es la culpa.

–Sólo te pido que no seas cruel con él.

–Antes me amenazó de muerte.

–Son sólo palabras.

–Es… -buscó el término. «Un loco» sería apropiado, pero no era una expresión para usar ante Jargo-, problemático.

–Le falta confianza. Tú podrías dársela.

Se quedó helada.

–¿Cómo?

–Préstale más atención.

–No me voy a acostar con él.

–Pero sí te acostarías con Evan Casher, por el bien de nuestra red.

–No me voy a acostar con Dezz.

Sonó el teléfono del hotel. Jargo no la miró, pulsó el botón del altavoz.

–Buenas y malas noticias. ¿Cuáles queréis primero?

–Las malas -escogió Jargo.

–Ni rastro de Evan -informó Galadriel-. No hay señales de que haya usado la tarjeta de crédito y todavía no hay informes policiales que indiquen que ha aparecido. No podrás atraparlo antes de la reunión, a menos que sea tan estúpido como para usar la tarjeta de crédito en un hotel o en un restaurante.

–No es estúpido -dijo Carrie.

–¿Has comprobado todos los informes de coches robados en los cinco condados? – preguntó Jargo.

–Sí, al final los conseguí. El candidato más probable es una Ford F-150 de un año que fue robada en la entrada de una casa, en Bandera. Encontraron en el porche una nota con las llaves de una motocicleta Ducati.

–¿La policía local está investigando la Ducati?

–Eso no lo sé -respondió Galadriel-, lo siento.

Carrie observó a Jargo.

–La CIA o el FBI llegarán hasta Gabriel y los llevará de nuevo a aquella casa. Empezarán a hacer preguntas.

–No me preocupa -afirmó Jargo-. Lo más interesante es que no investiguen la Ducati.

–No entiendo -dijo Carrie.

–Claro que sí. Si las autoridades de Bandera no le siguen la pista es porque han cerrado la investigación. Nuestros amigos del FBI y de la CIA no quieren que se investigue, no quieren que persigan el coche robado.

–Porque ahora son ellos mismos quienes buscan a Evan -concluyó Carrie en un tono neutro.

Jargo asintió y dijo:

–Así que éstas son las malas noticias. ¿Y las buenas?-He descodificado parcialmente el mensaje de correo electrónico que Donna Casher recibió de Gabriel -dijo Galadriel-. Utilizó una variante inglesa de un antiguo código de lenguaje llano de los años setenta del SDECE. El nombre del código era 1849.

SDECE era la inteligencia francesa. Carrie frunció el ceño. 1849. La fecha que aparecía en el correo electrónico de Gabriel a Donna. Le decía qué código utilizar.

–Extraña elección -apuntó Jargo.

–En realidad no. Se supone que Donna se puso en contacto con Gabriel con prisa y necesitaban un código base con el que ambos pudiesen trabajar con facilidad.

–¿Y qué decía el mensaje, entonces?

Carrie evitaba contener el aliento y no miraba a Jargo.

–Nuestra interpretación es: «Listos para salir el 8 mar. AM. Por favor entregar primera mitad de la lista al llegar a Fl. ¿Hijo viene? Segunda mitad al salir del país. Tu marido es tu preocupación».

–Gracias Galadriel. Por favor, llámame de inmediato si encuentras alguna pista de Evan. Jargo colgó el teléfono.

Carrie observó la tensión en los hombros de Jargo, en su cara. Había visto los restos de Joaquín Gabriel pateados y hechos pedazos, y sabía que este hombre era letal, y muy poco paciente. Escogió las palabras cuidadosamente.

–Los Casher iban a reunirse en Florida. ¿Dónde?

–Lo atrapamos en Miami, cuando volvía de un trabajo en Berlín. Debió de romper el protocolo y explicarle a Donna su itinerario -dijo Jargo-. Probablemente, Donna le había prometido la última entrega cuando la familia estuviese escondida y fuera del país.

–«Segunda mitad.» Parecen dos entregas -señaló Carrie-. ¿Qué más tenía aparte de los archivos de las cuentas?

La cara de Jargo se oscureció.

–Primero la mitad de los archivos y luego la otra mitad cuando estuviesen a salvo.

Miraba a Carrie como si estuviese asustado y furioso, e intentara ocultar su ira.

–Jargo, ¿qué son esos archivos?

Llamaron a la puerta. Carrie miró por la mirilla y abrió. Entró Dezz. No parecía contento.

–En Dallas, nada. La oficina de Gabriel está bajo vigilancia.

–¿Policía local o federal?

–Local. Pero tiene que ser una petición de la agencia, probablemente a través del departamento -dijo Dezz-. No pude acercarme lo suficiente como para ver si había alguna información sobre los alias de Evan en su oficina. Han conectado a Gabriel con este caso.

–No has contestado a mi pregunta, Jargo. ¿Qué son esos archivos?

Jargo no la miró.

–Donna Casher robó nuestra lista de clientes.

–Tonterías -indicó Dezz-. No existe tal lista.

–Ella fue haciendo una lista. Una póliza de seguros brillante -Jargo se dirigió de nuevo a Carrie-. Ya sea a través de Gabriel o de su madre, Evan lo sabe todo sobre nosotros. Acaba de prometerme los malditos archivos a cambio de su padre. Sabe que Dezz es mi hijo. Sabe cosas de nosotros, Carrie. Ha visto más que los archivos de los clientes. Quizá también haya visto los nuestros.

–Así que tenemos que reunirnos con él -dijo Carrie.

Dezz dijo:

–Déjanos coger a Evan, papá. Tú vuelves a Florida, sacas los cuchillos y haces hablar a Mitchell. A ver si sabe dónde está la lista de clientes.

Autore(a)s: