Pánico – Jeff Abbott

Durless le echó un rápido vistazo a Londres, a la costa, a la pradera.

–Son todas de lugares. No hay gente -dijo.

–Le gustan más los lugares que la gente.

Su madre hacía siempre esa broma sobre su trabajo. Las lágrimas asomaron con sigilo y Evan parpadeó. Deseaba con todas sus fuerzas que desapareciesen. No quería llorar delante de aquel hombre. Apretó las uñas contra las palmas de las manos. Oía el chasquido de las cámaras en la cocina, los leves murmullos del equipo criminalista trabajando en la habitación, detallando la peor pesadilla de su familia en estadísticas sin importancia y pruebas químicas.

–¿Tiene hermanos o hermanas?

–No. No tengo más familia.

–¿A qué hora llegó aquí? ¿Puede repetírmelo?

Miró su reloj. El cristal estaba roto y las manecillas se habían detenido a las 10.34. Debió de ser cuando cayó al romper la cuerda. Le mostró a Durless el reloj.

–La verdad es que no me fijé en la hora, estaba preocupado por mi madre.

Quería el consuelo de los brazos de Carrie, la seguridad de la voz de su padre. Quería poner su mundo en orden de nuevo.

Durless habló en voz baja con un oficial de policía que estaba en la puerta, y éste se marchó. Luego hizo un gesto señalando el equipaje.

–Hablemos sobre las maletas que hizo para ustedes dos.

–No lo sé. Quizá se iba a Australia a ver a mi padre.

–Así que le ruega que venga a casa, pero se está preparando para marcharse. Con una maleta para usted y un arma.

–No… no puedo explicarlo.

Evan se pasó el brazo por la nariz.

–Quizá toda esta crisis era una artimaña para que viniese a casa y hacer un viaje sorpresa.

–No me asustaría si no tuviese una buena razón.

Durless se daba golpecitos en la barbilla con el bolígrafo.

–Y usted estaba en Houston anoche.

–Sí -dijo Evan. Se preguntaba si ahora le estaban pidiendo una coartada-. Mi novia se quedó conmigo. Carrie Lindstrom.

Durless escribió su nombre y Evan le dio su información de contacto, el nombre de la tienda de ropa de River Oaks en la que trabajaba y su número de móvil.

–Evan, ayúdeme a hacerme una imagen clara. Dos hombres le agarran, le apuntan con un arma, pero luego no le disparan; intentan ahorcarle, y otro hombre lo salva, pero luego intenta secuestrarlo y se marcha cuando usted echa a correr -Durless hablaba con el tono de un profesor que guiaba a un alumno en un problema espinoso. Se inclinó hacia delante-. Ayúdeme a encontrar sentido a todo esto.

–Le estoy diciendo la verdad.

–No lo dudo. Pero ¿por qué no le dispararon simplemente? ¿Y por qué no dispararon a su madre, si tenían armas?

–No lo sé.

–Usted y su madre eran el blanco y necesito que me ayude a entender por qué.

Un recuerdo invadió de nuevo la mente de Evan.

–Cuando me tenían en el suelo… uno de ellos encendió mi portátil. Y tecleó algo.

Durless llamó a otro oficial.

–¿Podría buscar el portátil del señor Casher, por favor?

–¿Por qué iban a querer algo de mi ordenador?

Evan oyó cómo la histeria invadía su voz e intentó controlarla.

–Dígame. ¿Qué hay en él?

–Sobre todo material cinematográfico. Programas de edición de vídeo.

–¿Material cinematográfico?

–Soy director de cine. Dirijo documentales.

–Es usted joven para ser director.

Evan se encogió de hombros.

–Trabajé duro. Acabé la universidad un año antes. Quería entrar más rápido en la escuela de cine.

–Más éxitos de taquilla que dan dinero.

–Me gusta contar historias sobre personas, no sobre héroes de acción.

–¿Conozco alguna de sus películas?

–Bueno, mi primera película trataba de una familia de militares que perdieron un hijo en Vietnam y luego un nieto en Iraq. Pero la gente probablemente me conocerá por El más mínimo problema, que trata de un policía de Houston que encarceló a un hombre inocente por un crimen.

Durless frunció el ceño.

–Sí, lo vi en la CBS. El policía se suicidó.

–Sí, cuando la policía comenzó a investigar sus actividades. Es triste.

–El tipo al que supuestamente encarceló era un camello. No era tan inocente.

–Un ex camello que había cumplido su condena. Estaba fuera del negocio cuando el policía fue a por él. Y supuestamente no fue ése el motivo.

Durless volvió a meter el bolígrafo en el bolsillo.

–¿No pensará usted que todos los policías son mala gente, verdad?

–Claro que no -respondió Evan-. Oiga, no estoy contra los policías. Para nada.

–No he dicho eso.

Una tensión distinta invadió la sala.

–Siento mucho lo de su madre, señor Casher -dijo Durless-. Necesito que venga al centro para hacer una declaración más detallada y hablar con el retratista sobre este hombre calvo.

El oficial enviado a recuperar el portátil asomó la cabeza de nuevo por la puerta.

–Aquí no hay ningún portátil.

Evan parpadeó.

–Esos hombres deben de habérselo llevado. O el tipo calvo. – Su voz empezó a aumentar de volumen-. ¡No entiendo nada de esto!

–Yo tampoco -dijo Durless-. Quiero que me acompañe a comisaría y que trabaje con el retratista. Quiero un retrato robot del hombre calvo en los avances de noticias.

–De acuerdo.

–Iremos en un minuto, ¿vale? Quiero hacer un par de llamadas rápidas.

–Vale.

Durless acompañó a Evan afuera. Las emisoras de televisión locales habían llegado. Más policía. Vecinos, sobre todo amas de casa observando el trajín, sujetando a sus hijos, que se les agarraban con los ojos como platos.

Dio la espalda a todo aquel caos e intentó de nuevo llamar al móvil de su padre. No contestaba. Llamó a la tienda de ropa en la que trabajaba Carrie.

–Maison Rouge, habla con Jessica, ¿en qué puedo ayudarle? – su voz era alegre y risueña.

–¿Está Carrie Lindstrom? Sé que no entra hasta las dos, pero…

–Lo siento -contestó la mujer-. Carrie llamó esta mañana para despedirse.

Capítulo 4

Evan nunca se había sentido tan solo. Comenzaba a tiritar e intentó calmarse con todas sus fuerzas. Tenía que encontrar a Carrie y a su padre. A ella le había dejado un mensaje, seguro que lo llamaría pronto. No podía entender que hubiera dejado su trabajo, y un malestar le revolvió el estómago. «Te dejó una nota, dejó el trabajo, quizá no quiere saber nada más de ti…» No quería siquiera considerar esa posibilidad. Así que se centró en encontrar a su padre. El itinerario, escrito a bolígrafo con la letra precisa y estrecha de éste, no estaba en su lugar habitual de la nevera, sino doblado, bajo el teléfono. El itinerario tenía un número del hotel Blaisdell, en Sidney.

–Con la habitación de Mitchell Casher, por favor -le dijo Evan al recepcionista.

El recepcionista de noche (eran casi las cuatro de la madrugada en Sidney) era agradable, pero serio.

–Lo siento señor, pero no tenemos a nadie registrado con ese nombre.

–Por favor, compruébelo otra vez, C-a-s-h-e-r. Quizá lo registraron mal y pusieron Mitchell como apellido.

Pausa.

–Lo siento mucho señor, no tenemos registrado a nadie llamado Mitchell Casher.

–Gracias. – Evan colgó y miró a Durless-. No está donde se suponía que estaría. No entiendo nada.

Durless cogió el itinerario.

–Déjenos encontrar a su padre, Evan. Tomaremos la declaración y la descripción mientras se le refresca la memoria.

Refrescar. «No creo que pueda olvidarlo.» Evan se recostó, mirando las nubes de color humo a través del parabrisas trasero del coche de policía mientras se alejaba de su casa. Su mente daba vueltas con nerviosismo, en una extraña danza de lógica y emoción. Se preguntaba dónde pasaría la noche. Un hotel. Tendría que llamar a los amigos de su familia; pero sus padres, aunque fueran personas de éxito, tenían un círculo de amistades pequeño. Debía pensar también en preparar el funeral. Se preguntaba cuánto tardaría la policía en hacer la autopsia, en qué iglesia debería hacer el funeral de su madre. Se preguntó también cómo lo habría vivido su madre, si se habría dado cuenta, si había sufrido o pasado miedo. Eso era lo peor. Quizá los asesinos se habrían acercado a ella igual que a él. «Espero que no se haya enterado, que el miedo no haya invadido su corazón.»

Cerró los ojos. Intentó razonar y dejar la conmoción y el dolor atrás. Si no lo hacía, se vendría abajo. Necesitaba un plan de ataque. Primero, encontrar a su padre. Contactar con los clientes de éste en la zona, ver si sabían para quién trabajaba en Australia. Segundo, encontrar a Carrie. Tercero… Cerró los ojos. Tercero: buscarle sentido a que alguien quisiera ver muerta a su madre.

«Pero miraron tu ordenador. ¿Y si no se trata de ella? ¿Y si se trata de ti?» Ese pensamiento lo dejó súbitamente helado, lo enfureció y al fin le rompió el corazón.

El oficial de policía que había respondido a la llamada inicial de emergencias conducía el coche y Durless iba sentado en el asiento de delante. Salieron del vecindario remodelado con bungalows de los Casher hacia el bulevar Shoal Creek, una carretera serpenteante que conectaba el centro de Austin con el norte.

–Lo tenían todo planeado -dijo Evan, casi para sí mismo.

–¿Cómo dice? – preguntó Durless.

–Lo planearon. Quiero decir, los asesinos mataron a mi madre, luego me colgaron para que pareciese un suicidio. Para que ustedes, en un primer momento, creyeran que yo la maté y luego me suicidé.

–Siempre iríamos más allá de lo evidente.

–Pero sería la primera teoría, y la más obvia.

El teléfono de Evan sonó en su bolsillo. Respondió.

–¿Evan? – Era Carrie.

–Carrie, Dios mío, he intentado localizarte…

–Escucha. Corres peligro. Un gran peligro. Tienes que coger a tu madre y volver a Houston. Inmediatamente.

–Carrie, mi madre está muerta. La han asesinado.

–¡Dios mío, Evan! ¿Dónde estás?

–Estoy con la policía.

–Bien. Eso es bueno. Quédate con ellos. Cariño, lo siento tanto, tanto.

–¿Qué peligro? – sus primeras palabras resonaron en su cabeza-. ¿Qué demonios sabes tú de todo esto?

De repente, un coche, un Ford sedán azul, los adelantó y les cortó el paso bruscamente, forzando al coche patrulla a entrar en un jardín delantero. Durless protestó con un «¡Mierda, joder!», mientras el frenazo lo arrojaba contra el parabrisas. Evan no llevaba puesto el cinturón y quedó aplastado contra la parte de atrás del asiento delantero. Se le cayó el teléfono.

Miró por el parabrisas y vio a Durless despotricando mientras el policía de la patrulla abría la puerta del conductor.

Al otro lado del parabrisas, el hombre calvo salió del Ford azul. Levantó una escopeta con la que apuntó directamente a Evan.

Capítulo 5

A tientas, Evan buscó las manillas de la puerta. No podía salir del coche, las cerraduras se controlaban desde el asiento delantero. Estaba atrapado entre la malla y el cristal.

El joven oficial saltó a la acera y se agachó mientras abría la puerta. El hombre calvo saltó sobre el capó del coche de policía y derribó al policía con dos golpes precisos en la sien con la culata de la escopeta. Bajó de un salto del capó y apuntó con la escopeta a través del cristal a Durless, que sangraba por un corte profundo en la nariz.

–¡Es él! – gritó Evan-. ¡El tipo de mi casa!

Oía la voz de Carrie muy bajita llamándolo desde el teléfono que estaba en el suelo.

–Pon las manos donde pueda verlas -ordenó el hombre con voz sosegada-, no hagas estupideces.

Durless levantó las manos.

–Deja salir a Evan de la parte de atrás.

–Durless, ¡es él!

Durless saltó fuera del coche y aterrizó con la espalda en la hierba, sacó el arma de servicio con un rápido gesto y disparó. Falló y el hombre calvo lo golpeó con ambos pies en el pecho, poniéndole la cara morada. Luego dio una patada al revólver y lo lanzó al césped.

El calvo se inclinó y le asestó a Durless dos acertados golpes en la mandíbula.

Aquello duró apenas unos diez segundos.

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